Rockola, Discos. 12 de noviembre de 2010

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«Bye, bye Ríos’ es como la banda sonora de sus memorias en la carretera, pero también supone un gran abrazo intergeneracional, con un Miguel Ríos que reúne a su alrededor a invitados de diferentes corrientes y épocas para, junto a ellos, despedirse de los escenarios»

Miguel Ríos
«Bye, bye Ríos»

PROMUSICA/EL PAÍS

Miguel Ríos es hombre de directo y por ello sus discos en vivo tienen un significado especial: «Conciertos de rock y amor» (1972), nos remite a una España imposible para el rock, con un extraterrestre libérrimo (para esta escena) que quería romper con las cadenas; «Rock & Ríos» (1982) es la sublimación de un sueño, las cosas –con Franco criando malvas–, efectivamente, podían ser de otro modo, es la cumbre del rock llevado a la carretera, para lo bueno y lo malo; «El gusto es nuestro» (1996, junto a Serrat, Víctor Manuel y Ana Belén) fija la foto de la normalidad, cuando el espectáculo lo es todo, los tiempos han cambiado y el rockero comienza a reposar; «Big Band Ríos» (1998) refleja otras intenciones, otras inquietudes –que continuarían en 1999 en «Ana Belén y Miguel Ríos cantan a Kurt Weill», también registrado en vivo, pero con concepto de obra unitaria. Conscientemente, dejamos al margen los dos volúmenes de «Qué noche la de aquel año!», que era otra historia–. Ahora, «Bye, bye Ríos» es como la banda sonora de sus memorias en la carretera, pero también supone, sobre todo, un gran abrazo intergeneracional, con un Ríos que reúne a su alrededor a invitados de diferentes corrientes y épocas para, junto a ellos, despedirse de los escenarios, como si el padre quisiera rodearse de hermanos e hijos de fatigas en la hora del adiós escénico. Falta gente, lógicamente, pero «los hijos del rock and roll» están bastante bien representados: del clásico Rosendo a Amaral y Pereza, pasando por Manolo García, José Ignacio Lapido, Carlos Goñi, Carlos Tarque, más dos invitados especiales: su querida Ana Belén y Gold Lake, el proyecto neoyorquino de su hija Lúa.

Respaldando a Ríos está una banda dirigida por José Nortes que suena potente, compacta, que hace caminar en nuevos pero respetuosos arreglos unas canciones sedimentadas en la memoria y que en sus manos cobran nuevos bríos: ‘Bienvenidos’, ‘Generación límite», ‘Nueva ola’ o ‘Antinuclear’ mantienen su «punch» de clásicos, la inconmensurable ‘El río’ crece junto a Ana Belén, «Un caballo llamado muerte» (con Gold Lake), vuelve a cabalgar con nervio (alejando el amargo recuerdo de la sosísima versión que se incluyó en el disco de homenaje a Ríos) y ‘Al sur de Granada’, ‘Todo a pulmón’ y ‘Santa Lucía’ se visten de gala en las voces emocionantes de, respectivamente, Amaral (también guitarra), Goñi y Tarque. Pereza le inyectan sangre fresca al ‘Rocanrol bumerang’ y Manolo García saca su voz más olvidada y menos amanerada en ‘El blues del autobús’. Quedan, también, un par de joyas interpretadas junto a sus autores: ‘En el ángulo muerto’, con José Ignacio Lapido, y ‘Maneras de vivir’, con Rosendo. Miguel recupera, incluso, la soulera ‘Yo sólo soy un hombre’, esa canción que le escribió Fernando Arbex y que, hasta el verano pasado, y junto a Loquillo, nunca había tocado en directo. Y es un placer escuchar ‘Vuelvo a Granada’, ‘No estás sola’, ‘El ruido de fondo’ y la nueva, ‘Bye, bye Ríos’ (con todos los invitados en las voces).

Por lo demás, ya se sabe, Miguel canta como quiere, con la voz macerada por el tiempo, pero también educada por la experiencia. Quizá los temas seleccionados para el disco, veinte de la treintena que está tocando en la gira, se escoran en exceso hacia los años 80, pero también se entiende, pues esa fue la década de los grandes éxitos, la que muchos todavía conservan en retina, tímpano y corazón.

Un disco para disfrutar en casa, para perderse en él o para cantar a todo pulmón mientras se preparan unos espaguetis y una ensalada. Al que hay que sumarle la presentación, con letras, fotos y un extenso texto del cantante en el que explica pormenorizadamente las razones de su retirada. Un lujazo al que se puede acceder por muy poco precio (9,95 euros, en quioscos y por tiempo limitado). Puestos a quejarnos, que no cuesta nada: ¡Ya podía haber sido una edición en doble CD!
JUAN PUCHADES.



Monster Magnet
“Mastermind”

NAPALM RECORDS

Corría 1998 y Monster Magnet no es que fueran “the next big thing”, ¡es que eran practicamente “the big thing”! Acababan de editar “Powertrip”, uno de los grandes discos de rock de los 90, y se estaban recorriendo medio mundo abriendo para nombres gigantes como Metallica y actuando en algunos de los grandes festivales veraniegos de aquel año. No sólo contaban con un repertorio perfecto sino que además estaban liderados por una verdadera estrella como Dave Wyndorf. Incluso el videoclip del supersingle ‘Space Lord’ dominaba la parrilla televisiva musical internaciones.

Sin embargo, pese a haber estado tan cerca de la gloria, la banda de Wyndorf no consiguió triunfar a nivel masivo. Es verdad que era complejo igualar “Powertrip”, pero “God says no” era un gran disco y los siguientes álbumes del grupo alcanzaron el notable sin problemas. No obstante, Monster Magnet jamás volvieron a acercarse al podio a nivel popular. Wyndorf se desintoxicaría, sufriría crisis de ansiedad y caería víctima de las drogas legales. Pero sobrevivió.

“Mastermind” no es el mejor disco que el grupo haya grabado en años, más que nada porque es un trabajo excelente como también lo eran los últimos, aunque sí se trata del más agresivo. Riffs musculosos y energía desbordante, eso sí, matizada por la personal lírica del líder, siempre entre la ficción y la realidad aunque con ironía y puntos de vista inteligentes. ¡Sí, la inteligencia no está reñida con la potencia musical! Aunque algunos no quieran darse cuenta de ello.
JUANJO ORDÁS.


Esperanza Spalding
«Chamber music society»

HEADS UP/INDIGO

La cantante, compositora y contrabajista de Portland (Oregón) se ha metido en un colosal lío del que ha salido bien airosa y triunfante. Honrando su veneración por el violonchelista Yo-Yo Ma, la belleza afroamericana de las 70 semanas consecutivas en la lista «Billboard» de jazz ha formado una orquesta de cámara muy singular a la que ha dotado de un sofisticadísimo encanto femenino. No se trata de un capricho puntual, como el de otros colegas que en un momento dado deciden sacar ese monstruo clásico-contemporáneo que llevan dentro. Esperanza jamás se escabulle del jazz y de la misión natural que parece conllevar y usa este trío de cuerda siempre más allá del mero formato, con el que alcanza su propio esplendor, que pasa por supuesto por la sólida composición de ocho de las once piezas presentadas. La que abre el disco, ‘Little fly’, lleva por letra un poema de William Blake. La compleja ‘Chacarera’ está escrita por su pianista, Leo Genovese. ‘Inútil paisagem’ ofrece una cara menos obvia de Jobim (haciendo para ello un maravilloso uso instrumental de la voz de Gretchen Parlato).

Después de Esperanza, uno va a tener que dejar de pensar sólo en David Bowie cuando se refiere al ‘Wild is the wind’ de Dimitri Tiomkin. Y encima se trae al invitado que mejor combina con el color del escenario: Milton Nascimento, que canta con ella un muy conjuntado ‘Apple blossom’. Sólo el nombre del artefacto, «Chamber music society», apunta a cierto boato decimonónico, porque, por lo demás, Esperanza Spalding se deja de coartadas intelectuales y va al grano y a la epidermis, que es lo que interesa. Tendremos ocasión de disfrutarlo en carne propia en la gira que está a punto de realizar por España en diferentes festivales de jazz: Madrid (día 17 de Noviembre), Zaragoza (día 19), Cartagena (día 20) y Granada (día 21).
GERNOT DUDDA.



The Fuzztones
«Preaching To The Perverted»

STAG-O-LEE/NUEVOS MEDIOS

Si tuviéramos que establecer una primera división de los grupos de rock de garaje que surgieron a mediados de los ochenta, el pelotón de cabeza estaría formado por The Chesterfield Kings, The Cynics, The Creeps y, naturalmente por The Fuzztones, la banda capitaneada por el pintoresco Rudi Protrudi. The Fuzztones iniciaron su carrera en Nueva York y en 1985 sorprendieron con su «Lysergic emanations», un disco en el que Protrudi y sus secuaces recuperaron el espíritu de formaciones como The Sonics. Veinticinco años después, Protrudi, único superviviente de la formación original, nos presentan «Preaching to the perverted», un trabajo que han grabado en Berlín, su nueva base de operaciones. Quienes tengan una copia de su disco de debut echaran en falta la fiereza vocal de Protrudi, al que el paso de los años ha obligado a bajar las revoluciones y a moderarse.

No obstante, el líder de los Fuzztones ha sabido rodearse de “carne fresca”, de músicos más jóvenes, como la teclista lana Loveland, que le permiten ser fiel al estilo que hizo famoso a la banda en los ambientes underground de medio mundo. Así ‘Between the lines’ podría haber sido un éxito de alguna de esas fantásticas bandas “one hit wonder” de los sesenta, ‘Invisible’ está en deuda con The Doors, ‘Don’t speak ill to the dead’, tiene el halo de misterio de la psicodelia primeriza mientras que ‘Old’, está cortada por el patrón británico y resulta inevitable acordarse de The Troggs al escucharla. No se pueden pedir peras al olmo. No se puede pedir a Rudi Protrudi que haga otra cosa que la que ha hecho durante treinta años y que continúa haciendo con mucha dignidad.
ÀLEX ORÓ.



Monogay
“Monogaxx planet”

CLIFFORD RECORDS

Excitante debut de estos simios almerienses. No por lo novedoso de sus canciones: la mayoría remiten a episodios ya escuchados. Pero al menos edifican una estética, una historia. Y saben sonar contundentes. Culpa, en gran parte, del ubicuo Paco Loco, a quien acudieron en el cohete cósmico que aparece en la portada y guiados por una veneración decidida a las grabaciones de Los Sangrientos. Desde su planeta, Monogaxx –suponemos que cercano en coordenadas al Clarise de B-52’s–, definen un calibre sónico que aúna diferentes postulados. Todos ruidosos, mutantes y desabridos. El single y videoclip ‘Kill YBF’ les muestra en una vena psicodélica que contrasta con el abrasivo y guitarrero arranque del álbum (‘Módulo 7’). El fantasma de Sonic Youth sobrevuela por las ocho piezas que componen su particular satélite voltaico. Kraut-pop inclemente, noise de manual. Ecos de Silver Apples, The Ex, Birthday Party o The Fall en su época más temeraria. Ah, y audacias con el theremin (‘Bastard son’, ‘La Riviera’). Por recordar, hasta me traen a la mente al infame Neil Young que cantaba con vocoder. Nada nuevo bajo el sol. Uno se queda con las ganas de testearlos en castellano. Pero excitar, excitan, sí.
EDUARDO TÉBAR.



Anterior entrega de Rockola.

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