Rockola, Libros. 21 de mayo de 2010

Autor:

«Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay»
Andrés López Martínez

EDITORIAL MILENIO

¿De que hablamos cuando nos referimos a la música gay? La mayoría de aficionados al pop y al rock relacionan, en términos musicales, homosexualidad con sonidos petardos, una asociación que puede tener un componente homofóbico o de desconocimiento por todo lo que rodea a este colectivo. Para deshacer entuertos y aclarar conceptos, es altamente recomendable leer «Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay», de Andrés López Martínez, un libro muy bien documentado y ameno que analiza las vicisitudes por las que han pasado los más importantes artistas homosexuales de la historia de la música o aquellos que han sido iconos para el colectivo gay-lésbico, como es el caso de Maria Callas. El relato comienza con los castrati y no se olvida de los y las cantantes de copla, el tango, el blues hasta llegar a la década de los sesenta, el glam, el queercore (corriente gay del hardcore), los nuevos románticos, la movida madrileña e incluso del heavy. López Martínez no se deja ningún artista ni ninguna formación en el tintero. Así, podemos encontrar a David Bowie, Elton John, Pet Shop Boys y Freddie Mercury pero también a Little Richard, Dusty Springfield, Jayne County, Liberace, Janis Joplin, Almodóvar & McNamara o Christine Jorgensen, el primer transexual de la música, entre decenas de solistas y grupos.

El autor narra las vicisitudes de muchos de estos artistas para compatibilizar su vida privada con su carrera musical, los problemas para “salir del armario”, los miedos a ser rechazados por la industria y el público si se llegaba a saber su condición sexual. No obstante, «Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay» no es una mera recopilación de anécdotas. López Martínez ha tenido el acierto de dedicar un buen puñado de páginas a reflexionar si existe una “música gay”, un estilo o un género sólo apto para el colectivo gay-lésbico. La conclusión, reforzada por el testimonio de artistas españoles como Nacho Canut, es que no existe una música para homosexuales sino que la música te gusta o no independientemente de si su artista o productor es gay o hetero y que la condición sexual del oyente no tiene porqué influir en sus preferencias musicales. Parece de cajón, pero la industria ha potenciado la creación de sellos destinados a público gay, una medida que, según algunos de los testimonios recogidos en el libro, tiene cierto tufillo a marginación del colectivo homosexual.

Es destacable también el tono de objetividad, corrección, respeto y buen gusto con el que está escrito este volumen. En muchas ocasiones, los textos relacionados con gays y lesbianas están lastrados por una excesiva idealización del mundo homosexual o pecan de homófobos. «Historias, excesos y tribulaciones de la mal llamada música gay», es una gran oportunidad para aproximarnos y valorar en su justa medida a muchos de estos artistas y grupos estigmatizados durante años por su manera de entender el amor y la vida.
ÀLEX ORÓ.



«Pista lliure»
Albert Gil

ALBA

Aún siendo leve conocedor del pop español te ha de sonar el nombre de Albert Gil. Brighton 64, Matamala, Bip Bip Records son sólo algunas de sus cuñas en determinadas músicas. La nueva cuña es una novela, su primera novela, «Pista Lliure», una crónica de esperanzas y vacíos, escrita en la lengua de la gente que habla, es decir algunos en catalán, la mayoría en castellano. No en vano los personajes pasan cuatro días en el Euro Ye-Yé de 2005 procedentes de todos los puntos de España.

Esta es la excusa, un tiempo cerrado por las limitaciones de un festival y una diégesis que abarca también los inicios del movimiento en España, en los ochenta. De los tiempos del Boira, el mítico bar de Barcelona que acogió a los primeros mods de la transición, a la peregrinación casi religiosa de nuestros días a las catedrales de los ritos musicales. Todo cabe en esta catarata de estampas, de pequeños monólogos, de canciones que excitan, de conversaciones en medio de un estruendo sólo imaginado.

La presencia central es un protagonista que cumple los cuarenta en pleno festival, Job, y que va a informar de las cuatro noches mientras su pareja, Marcia, queda en Barcelona y evita en el último momento la venta de su activa web a unos ingleses. Un par de líneas argumentales más se resuelven también en el acelerado final y evito desvelarlas para preservar la sorpresa. Pero sí que se pueden exponer andanzas de arquetipos que resultan creíbles: el resurgido tras una separación, el organizador del festival, profesores de instituto que van dejando brasas y angustias entre sus alumnos. Es materia que conoce muy bien el autor, así que lo verdaderamente sorprendente es el retrato de los jóvenes que acuden al festival: Ismael y Joan Llovera en un viaje que se supone iniciático, secundarios que acaban siendo más humanos que sus mentores; el pintor que idea una performance cuanto menos divertida, Gingebre y Carla que llegan de golpe a la madurez…

Sí, es una novela con sexo, drogas y música, pero también con vidas estragadas y con ilusiones que adivinamos que también serán inútiles. Me viene a la memoria «El gran Gatsby», porque como Jay Gatsby nuestros personajes saben que todo es inútil, pero escogen la camisa más elegante. Sólo eso les va a salvar.
CÉSAR PRIETO.



«Glam Rock. Sexo, purpurina y lápiz de labios»
Sergio Guillén y Andrés Puente

EDITORIAL MILENIO

El glam rock, como muchos de nuestros lectores ya saben, nació como respuesta a la evolución de la psicodelia británica de finales de los sesenta hacia el plomizo rock progresivo o sinfónico. El objetivo de los primeros espadas del glam –Marc Bolan, Bowie…– era recuperar la frescura del viejo rock and roll de los cincuenta al tiempo que, a nivel estético, jugaban con la ambigüedad sexual y rompiendo con imagen habitual de “machotes” de las estrellas del rock. En «Glam Rock. Sexo, purpurina y lápiz de labios», Sergio Guillén y Andrés Puente nos proponen un viaje en el tiempo para conocer cómo se fraguó, creció y murió este género.

Ambos son dos prolíficos autores capaces de publicar más de un libro por año. Son autores entre otros de «El mundo secreto de las canciones» (T&B, 2007), «Psicodelia Americana. El sonido de la contracultura» (Milenio, 2007), «80 películas de los 80. Una lectura ácida» (T&B, 2008) y «Radiografía del rock experimental II: del underground artistico al progresivo innovador» (Castellarte, 2009). En el volumen que nos ocupa y en alguno de los ya citados, Guillén y Puente apuntalan su discurso con estilo literario alambicado y enciclopédico y, en algunos momentos, sobrecargado de datos, lo que puede lastrar la fluidez de lectura. En «Glam Rock. Sexo, purpurina y lápiz de labios», no sólo hablan de los grupos glam sino también de toda la influencia de este género en años posteriores. Así encontramos a las principales representantes del Shock Rock, Sleaze Rock, Hair Metal y a grupos metálicos como Kiss, Mötley Crüe, WASP, Guns N’ Roses o Bon Jovi. En principio, esto es algo positivo pero los autores, quizá llevados por sus gustos personales, dedican, por ejemplo, más páginas a Kiss (6) que a David Bowie (4,5, sin contar los párrafos que sale citado en la introducción y los fragmentos dedicados al productor Tony Visconti) cuando cualquiera de los trabajos del Duque Blanco en su etapa glam es mucho más importante para la historia del Rock que toda la carrera de los Kiss y las ventas millonarias de sus discos. Las querencias metaleras de los autores les ha llevado a olvidar a artistas y formaciones pop que también fueron influenciadas por el glamour y la purpurina. Se echa en falta a las bandas de Rock Gótico como The Cure, Bahaus o Siouxie and The Banshees; a los New Romantics como Japan, los primeros Spandau Ballet e incluso Duran Duran, a Soft Cell y, más recientemente, a Suede, Placebo o Scissor Sisters. No obstante, es reseñable el esfuerzo para seguir el rastro del glam ibérico con Almodóvar y McNamara a la cabeza e incluir también las traducciones de las letras de algunas de las canciones más emblemáticas del género.
ÀLEX ORÓ.



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