Wild card: Verano del tecno-pop

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“Lo mejor del tecno-pop fue el recopilatorio más influyente generacionalmente desde el legendario para nuestros ancestros peludos ‘Llena tu cabeza de rock»

Darío Vico está de un confesional subido, tanto que esta semana asegura que fue un «nuevo romántico» y que el recopilatorio más perfecto de la historia es “Lo mejor del tecno-pop”. Y entra en detalles…

 

 

Una sección de DARÍO VICO.
 

Posiblemente el disco que más veces he escuchado en mi vida sea “Lo mejor del tecno-pop”, un recopilatorio de Virgin (cuando Virgin aún era distribuida por Ariola en nuestro país) que se vendía por algo menos de 600 pelas, según rezaba la portada y que respondía más bien a aquel formato raro de mini-LP (seis-ocho canciones y apenas media hora de recorrido).

El verano del 82 fue el verano del tecno pop; a finales del anterior, el del 81, pasaron por la tele, en “Aplauso”, un especial de los nuevos románticos, que fue la moda justo previa; hay que recordar que en aquellos tiempos las cosas iban mucho más deprisa, y que lo que pasaba en una primavera desembocaba en otra cosa en verano y en una tercera en invierno; el otro día un amigo me preguntaba por qué no había crestas en los conciertos primeros de los Clash, y es que las crestas, según creo recordar, que alguien me corrija, se popularizan con el Oi y con grupos como Exploited, que son de una nueva-oleada inmediatamente posterior. Pero claro, ahora parece que el punk engloba cinco años en los que pasaron centenares de cosas, en realidad, diferentes…

Pero volvamos a los chicos de los flequillos y las maquinitas; empezando el curso 81-82, todos los chicos (que no eran jevis o pijos) nos volvimos neo-románticos: Spandau Ballet (primera etapa), Adam & the Ants, Ultravox (Mark III), y los tremendamente buenos Duran Duran eran perfectos argumentos para ello. En octubre todos teníamos pinta de tontainas de época (indeterminada, me temo), con nuestros cinturones hechos con los bordones de las cortinas y pantalones de globo, por no mentar los botines. Creo que es la única tribu urbana a la que he pertenecido, y quizás la que potencialmente más me garantizaba el ridículo, supongo que de ahí en adelante lo más sofisticado que he vestido ha sido un polo de dos colores, porque aquello fue insuperable (he de reconocer un breve lapso de siniestrillo, más discreto).

Bien, aquello del neoromanticismo se fue disolviendo en sí mismo, era tan bueno que no podía durar. Y eso que era lo más raro que ha pasado por las listas de éxitos, Adam con sus dos baterías y la percusión tribal (ni Eno & Byrne), Spandau y los vientos de Beggars & Co… En fin, una pasada, pero pronto llegaron Depeche Mode, A Flock of Seagulls y cosas más asimilables y enseguida teníamos unos cajones en las tiendas con una etiquetita que ponía tecno-pop. Ayudó mucho que hubiera un grupo español decente, Mecano. Con todo lo que se les puede echar en cara, Mecano fueron el primer grupo con unas pintas y un sonido homologable a lo que se estaba haciendo en este momento en el extranjero, por lo menos, desde los Bravos y Barrabás. Porque pones frente a frente a Eduardo Benavente (qepd, por otra parte) y a Daniel Ash, y lo flipas.

A lo largo del invierno del 81 y la primavera del 82 lo del tecno-pop fue creciendo; al margen de otras cincuenta propuestas acojonantes, porque eran tiempos muy ricos en creatividad para la música popular, y todo se vendía de a cien mil copias. También es que no había tantos compartimentos estancos y si de pronto te molaba el “Saint & sinners” de Whitesnake, por mucho flequillo que gastaras, ese era el elepé que te comprabas ese mes. Pero mi corazón, y mi presupuesto para coiffeur, en 1982, estaban con el tecno-pop. Para mí, Duran Duran eran, con mucho, el mejor grupo del mundo, los nuevos Beatles, pero con el poder del sintetizador y, desde luego, mucha más capacidad para el baile moderno, como demostraban sus fantásticos videoclips.

En la primavera del 82, algún A&R local de Virgin decidió juntar ocho singles del sello con un máximo común denominador más o menos claro y crear a lo tonto el recopilatorio más perfecto de la historia: “Lo mejor del tecno-pop”, también el más influyente generacionalmente desde el legendario para nuestros ancestros peludos “Llena tu cabeza de rock”, de la CBS. Supongo que en la Virgin inglesa no darían crédito, y más cuando les llegaran las cifras de ventas, pero aquel “disco por casualidad” se convirtió en una puerta abierta a casi todo lo que me ha gustado después…

Human League y OMD eran las apuestas más obvias, puro pop y música ligera (los segundos se declararon admiradores, para pasmo del «NME», de Julio Iglesias), pero mis grandes descubrimientos fueron Japan, Simple Minds y DAF. Los primeros se convirtieron en mi grupo favorito para todos los tiempos ese mismo verano; en mi destino playero, José, el hermano de una amiga, era fan suyo y me dejó todos sus discos. Reconozco hoy en día que Japan no eran tan buenos, misteriosos e innovadores como nos parecían (y de hecho por ejemplo su inmersión en lo oriental era tirando a tópica, pero funcionaba perfectamente) aunque supongo que para mí en el 82 fueron lo mismo que para cualquier chaval adolescente diez años antes los discos de Bowie. David Sylvian se fue convirtiendo poco a poco en un tipo bastante interesante, y aún hoy me gusta escuchar a Japan, por mucho que se les note los recosidos de referencias e influencias un poco colgando de una pechera absolutamente «cool». Por cierto, hace poco murió su bajista, Mick Karn, y lo sentí mucho.

Simple Minds eran entonces el mejor grupo de la terna. Desde sus primeros discos habían ido creciendo en sofisticación y ‘Love songs’ era como una especie de shock neuronal para las pistas de baile que me tenía fascinado. Su disco de aquel año era “Sons and fascination”, con un  gemelo que no se editó aquí, “Sister feelings call”. Y aún hicieron uno mejor, “New gold dream”, antes de volverse un grupo horrible obsesionado por tocar en estadios y con un Jim Kerr loco por ser Bono en lugar de Bono, como el Visir Iznogud. Les ha costado casi tres décadas recuperarse.

DAF fueron el primer grupo alemán, pero de alemanes locos, que me gustó; no sé cómo pero de ahí en unos meses derivé en Palais Schaumburg, ya convertido al posmodernismo. La escuela alemana la había catado brevemente en los discos de mi padre de Tangerine Dream y a Kraftwerk los descubrí como sintonía de un programa de fenómenos ocultos de la SER, “Medianoche”, creo que se llamaba. Pero DAF fueron verdaderamente el inicio de mi devoción teutónica que engancharía a su vez con todo lo que sonara a ruido (Der Plan-EG-Etc).

Cuando se habla de la banalidad de los ochenta y sus géneros me dan ganas de estamparle una copia de este disco en la cabeza a quien defienda algo así: entre estas ocho canciones también estaban las de Heaven 17, soul blanco electrónico con militancia política, chúpate esa; los robots americanos Devo, con versión mejorada en España (como el Scalextric de Hornby Hobbies y el de Exín) vía Aviador Dro, y John Foxx, un poco el primo con peor suerte de Sylvian (siendo el tío común Bowie). De hecho, la Virgin española aún podría haber metido en el saco temas de China Crisis, que explotaron poco después. Tanto talento, al mismo tiempo, en una sola discográfica, era algo que solo había sucedido en los años sesenta.

Reconozco que en muchas cosas “me quedé” en ese disco, que escuché incansablemente (grabado en casete, claro) aquel verano. Supongo que el tipo que ensambló la recopilación estaría tan contento simplemente por vender miles de copias de algo tan fácil y barato, pero a mí me cambió el chip completamente. ‘Souvenir’, ‘Europe alter the rain’, ‘Love songs’, ‘Der Mussolini’, ‘Play to win’, ‘Jerkin’ back’n forth’, ‘Don’t you want me’ y la increíble ‘The art of parties’… Todo lo que me gusta realmente está en esas ocho canciones.

Anterior entrega de Wild card: Supervivencia.

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