Wild card: Supervivencia

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«Salvo por Janis Joplin, tengo menos afecto por quienes se quemaron que por quienes se apagan lentamente, por quienes envejecen en público, aunque sea ante menos cada vez»

Darío Vico encuentra refugio en los discos y en esos personajes que ahí siguen, aunque la suerte no les sonría: Kevin Rowland, José Carlos Molina o Caballero Reynaldo. Incluso recuerda a Hilario Camacho.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.
 

Salvo por Janis Joplin (y eso tras ver cómo era realmente en “Festival express”), tengo menos afecto por quienes se quemaron que por quienes se apagan lentamente, por quienes envejecen en público, aunque sea ante menos cada vez. Sobrevivir, lo he comprobado, tiene su mérito, su mística, su parte de compromiso, esencialmente con uno mismo. Y su aceptación de ese principio enunciado por Adam Ant y formulado no sé muy bien por quién –por Adam y el gran Marco Pirroni no creo, que ellos eran más bien de ciclar que de crear– que reza “el ridículo no es algo que deba avergonzarte”.

Hay exestrellas de rock que se convierten en el equivalente a esas chicas que te enamoran imaginariamente en el metro y con las que convives diariamente durante seis o siete estaciones, durante años, y nunca sabes nada de ellas salvo lo que has imaginado (aunque ahora con las conversaciones a grito pelado en el transporte público se ha perdido mucha magia). Muchas veces son un simple punto de referencia sobre una visión alternativa de lo que hay al otro lado de la ventanilla.

Es lo mismo que me pasa, por ejemplo, con Kevin Rowland (Dexys, ahora sin corredores de medianoche. En su formación actual aparecen en la foto). No estoy seguro de que me cayera bien si lo conociera, soy muy especial para esas cosas. Pero de vez en cuando me gusta saber que está bien y que sigue grabando discos. Rowland, que es un gran intérprete con mucha presión por ser un genio, ha degustado las mieles del éxito, del malditismo, del culto y del ridículo como bien poquitos. Para mí, ya lo he dicho, es sobre todo un buen cantante de soul con mucho peso que cargar. Aunque ha tenido su punto suicida y autodestructivo, creo que siempre ha intentado seguir adelante y este último disco es un buen ejemplo.

No es un gran disco, y si fuera de cualquier otro no me molestaría en escuchar las canciones más de una vez. Pero es suyo, y como es como si me lo encontrara regularmente en el Metro y me hiciera cábalas sobre su vida imaginaria, imaginada por mí, quiero contrastarla con la suya, con sus canciones. Y sus nuevas canciones son perfectas para lo que está pasando, porque básicamente, lo ignora, y es que la única manera de sobrevivir en esta realidad es sobrevivir en una más complicada aún.

No siempre es fácil sobrevivir cuando se intenta. A principios de los años ochenta fui a un concierto, en unas fiestas de barrio (Usera) a trabajar con mi padre (era luminotécnico) y ví a Hilario Camacho. Hilario Camacho es el ejemplo personificado de la mala, la malísima suerte. Lo intentó todo y con todo a favor, y le salió mal. Cuando le vi estaba volando bajo como un grajo, y aún remontaría como tal, y todo para que no funcionara otra vez. Pero lo recuerdo con una enorme dignidad sobre aquel escenario, aún estando entonces fuera y antes de tiempo, como le pasaría siempre. Con enorme cariño, lo recuerdo. Y me asombra y me inspira que siguiera intentando hacer cosas durante tantos años hasta que, supongo, no pudiera más. Hilario Camacho es para mí un ejemplo de supervivencia, aunque no sobreviviera. Y un genuino antisistema. ¡No como Krahe, que es un hippy-señorito que ha cincelado su personaje con la ley del mínimo esfuerzo y ha sableado emocionalmente a media progresía! Y no es que me caiga mal Krahe, al contrario, pero me quedo con mucho con el optimismo tristón de Hilario Camacho y su obrerismo creativo.

Ahí está José Carlos Molina, de Ñu, tocando la flauta entre parideras perdidas de la Alcarria profunda, ahuyentando a espadazos al fantasma errante de Camilo José Cela, como una Santa Compaña sin compañía, quizás huyendo a su vez del fantasma carnal de Marina Castaño. Molina, la auténtica y genuina estrella del rock español, nuestro Robert Plant-Ian Anderson-John Lydon todo en uno, despreciado una y otra vez por el público, los medios y la industria (solo el gran Pedro Giner le reivindicó como se merece), totémico e iracundo en directo, perdido en el tiempo y en una obra que no refleja su carisma y solo sus limitaciones, las personales y las impuestas. Ay, si Rosendo hubiera tenido todavía mejor carácter y se hubiera quedado con él… Y ahí sigue, quemando puentes cada vez que alguien se acerca a él (y no hablamos ya de discográficas organizadas, todos los intentos de sus fans más lanzados por editarle han acabado en polémica cercana a la trifulca). Hace poco, el sello de Glutamato, que rescató los directos del combo de Iñaki, ha reeditado también las primeras maquetas de Ñu, por cierto. Ya que estamos, meto la cuña…

Y entre mis supervivientes favoritos contemporáneos, por qué no referirme a Caballero Reynaldo, y su zappiana cruzada en el sello Hall of Fame, que recomiendo enfervorecidamente. Creo que los tiempos han sido duros en sentidos diversos para él y le animo a seguir y le agradezco muy sinceramente que lo haya hecho con tanto gusto, devoción, ilusión y dedicación. Que es bonito que un tío que se dedica a hacer esas cosas tan raras en el Mediterráneo te ayude a seguir adelante en el secano devastado de la Comunidad de Madrid.

¿Y Julián Maeso? Es una de mis últimas incorporaciones a mi lista de músicos protegidos, santos protectores. “Dreams are gone” es un disco basado en una fórmula que detesto en los últimos tiempos y que, sin embargo, me parece apabullantemente bueno. Todo lo que en otros me parece homenaje copiota y sin gracia, en este doble bicharraco de álbum me parece preñado de verdadera y genuina voluntad por hacer lo que te mola y hacerlo de puta madre, tiemble el misterio o no.

Lo mismo me pasa con Arizona Baby (eso sí, tras conocerlos).

Y con la pura intención de sobrevivir sigo escuchando música, y escribiendo sobre ella. Los viejos discos, los nuevos, los que encuentro y con los que me reencuentro, la gente que un día admiré y ahora simplemente me inspiran por seguir ahí, todo hace que el viaje sea más agradable, menos confuso. Referencias imaginarias que te cimentan sobre la tierra, e impiden que te vayas hacia abajo.

Anterior entrega de Wild card: La conspiración de Acuario.

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