Wild card: Sigo comprando discos

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«Empezaron a surgirme del subconsciente mis personalidades ocultas: la de comprador compulsivo, la de amarreta sin un duro, la de buscador de combos… que debatieron entre sí. Me quedaban cuarenta pavos para vicios para todo el mes y por cojones que no salían de allí vivos»

 

¡Alegría, alegría! ¡Darío Vico regresa! Sí, señoras y señores, tras meses de abandono de su sección, y recién afeitado y duchado para la ocasión, Darío retoma su «Wild card». Y lo hace a su aire: contándonos su última compra de discos. Podrán disfrutar de sus entregas semanales todos los miércoles.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.

 

 

Cuando empecé a comprar discos era un crío y tenía (como es lógico) muy poca pasta. Los discos de novedad eran relativamente caros, en relación a otros «vicios» y sobre todo a su precio actual, pero había una oferta tremebunda y según te ibas convirtiendo en un adicto ibas descubriendo maneras de conseguir chollos con cierta regularidad. También es cierto que a veces lo enfocabas al revés, y si no encontrabas lo que querías, te comprabas lo que podías, arriesgando tu pasta por algo que al final podía llegar a convertirse en un estimulante descubrimiento.

Al contrario que los libros, que no admiten liquidaciones por decisión del tendero (salvo en la segunda mano) las grandes cadenas podían decidir saldar discos según les viniera en gana, o pactándolo con las editoras; en la época de la que estoy hablando, además, muchas multis que hasta entonces simplemente estaban distribuidas por compañías locales se establecieron definitivamente en nuestro país, con lo cual sus ex «dealers» saldaron catálogos enteros; es el caso de Warner, Atlantic y etc., distribuidos por Hispavox hasta principios de los ochenta, o un poco antes los Stones, que si no recuerdo mal pasaron en nuestro país de ser distribuidos por Philips-Polydor a Virgin, y supongo que así conseguimos muchos elepés clásicos suyos a poco más de veinte pavos bastantes chavales de la época, que habitualmente solo comprábamos singles por cuestiones puramente monetarias.

Eso hay que resaltarlo; el single, la canción (en doble ración, sumando la cara B) era el elemento natural para iniciarse en la música. El paso al elepé era como una especie de ceremonia en la entrada de la madurez rockera. Y si te comprabas un elepé, claro, lo viviseccionabas, te lo aprendías de memoria. Alguien con veinte discos grandes en casa (propios, descontando recopilatorios tipo «CBS 8» y herencias familiares) era un auténtico erudito melómano.

Bueno, a lo que iba. Los grandes almacenes hacían limpias regulares, aunque siempre eran más estimulante, según te ibas enterando de que iba el tema, las liquidaciones de cadenas como Discoplay, en las que se colaban joyitas, discos más difíciles de encontrar que los que se despachaban en las macrotiendas para todos los públicos. Discoplay llegó a hacer cada x años unas megaliquidaciones que colapsaban su mítica tienda de los Sótanos de la Gran Vía madrileña, y hasta parte de la calle. Mucho tiempo después, Madrid Rock tomó el testigo de estas ceremonias masivas de compra de discos, pero era distinto, no se trataba de hacer sitio para meter nuevo material (como sucedía en Discoplay) sino de librarse de peso muerto a cambio de un dinero necesario para esquivar una crisis que en la industria del disco empezó mucho antes que para el resto del planeta.

Un segundo nivel, más de logia, eran las tiendas de segunda mano. Allí acababas por conocer a todo el mundo, éramos como una caterva de Gollums de distintas edades y condiciones buscando tesoros, a veces con la misma avidez y obsesión que el simpático personaje Tolkieniano. Muchas veces te «robaban» un disco por segundos, y luego renegociabas el cambio de camino al metro, extramuros de la tienda; el mayor sufrimiento era cuando llegaba algún incauto y veías que iba a entregar joyas a cambio de casi nada… ¡y que incluso el dependiente de la tienda se lo pensaba! Algunos se marchaban, ofendidos, de vuelta con sus discos y te entraban ganas de perseguirles hasta casa y negociar con ellos, pero la inquisitiva mirada del recaudador de discos te hacía quedarte unos minutos en la tienda para disimular y cuando salías, tesoros y poseedores habían desaparecido.

Algunas de esas tiendas aún siguen, pero han cambiado su política. La legendaria Metralleta, que nutrió de clásicos por precios irrisorios las discotecas de miles de aficionados madrileños, se ha reconvertido en una tienda de colección, en la que todo cuesta un riñón… y se queda a vivir en sus cajones, antaño en perpetuo reciclaje. Los orígenes de la Metralleta están en un local de oficinas de la sexta planta de un edificio de la Gran Vía, dos pisos más debajo de donde se ubicaban los estudios de los 40 Principales. Se podía decir que el maná discográfico llovía del cielo. Luego se reubicaron en unos sótanos, cerca de Callao, y allí pillaron la época del cambio del elepé al cedé, con lo cual muchísimos aficionados reciclaron sus discotecas, cambiando elepés por cedés, mientras otros decidimos apostar por el eterno encanto vinilero. Uno por 350, tres por mil pelas (seis euros); en un día bueno hasta te podías llevar un álbum original de Moby Grape. En el peor, siempre podías completar tu colección de cantautores y la triada «a talego» con clásicos de géneros limítrofes, como la canción de autor (los de Serrat, Llach, Aute, que nunca faltaban…) o con esos directos de portada negra y letras gordas en blanco de jazz de Affinity, entonces baratísimos y hoy buscadísimos, con ediciones de los excelentes y extremos “Coltranology” de John Coltrane, Sun Ra, etc.

Hoy, con la crisis, y sin curro, he vuelto a recuperar mi faceta de cazador de la rebaja, la liquidación y, en menor medida, la segunda mano. No es complicado encontrar ofertas; de hecho, las secciones de discos de los híper son secciones de liquidación, lo cual me entristece, me parece una degradación de una industria que en su momento fue grande y promovió grandes cosas, grandes obras. También me entristece las «quemas» desesperadas que buscan conseguir dinero rápido para pagar las nóminas y las extras, y que con un poquito de conocimiento del medio, se detectan rápidamente; proyectos en los que la gente ha dejado tiempo, ilusión y talento dudados en dos meses por cinco euros. Eso, además, mina la confianza del comprador habitual, especie en extinción, ¿quién se gasta veinticinco pavos en una edición de «lujo» si sospecha que en un par de meses le va a costar la quinta parte?

No es publicidad si destaco la labor de la FNAC. Tiendas especializadas aparte (que quedan pocas, y quiero destacar, al menos, y como vengo haciendo en todo el reportaje, las de mi ciudad, Madrid: las eternas Escridiscos o Toni Martin, la legendaria Bangla Desh, la siempre peleona Babel, la exquisitamente cool, quizás demasiado para mi gusto, Radio City, la pequeña pero peleona Khurcius, ¡la última tienda en un piso! Otro día les dedicaré un articulito) la cadena francesa ha demostrado una consistencia en su empeño por vender discos encomiable. Aunque en los últimos tiempos han reducido mucho el espacio, siguen dedicándole bastantes metros, suelen poner gente que sabe de qué va la vaina y hasta saben rebajar los discos a la antigua usanza, con elegancia. Las estanterías de ofertas siempre están pobladas por discos que molan, o que hay que tener.

El otro día acudí a la más cercana a mi casa (también son el último reducto de las buenas tiendas periféricas, algo completamente extinguido, salvo ellos y Mediamarkt, que tras unos años buenos han abandonado prácticamente su sección de discos) al reclamo de una oferta más que molona, llevarme el excelente elepé de Julián Maeso (ex Sunday Drivers, y sé que debo esta crítica a EFE EME) por tres pavos más si pillaba el cedé.

Me encontré con una oferta adicional: por treinta pavos de compra, un vale regalo de diez para gastar automáticamente en más discos. Entonces, empezaron a surgirme del subconsciente mis personalidades ocultas: la de comprador compulsivo, la de amarreta sin un duro, la de buscador de combos… que debatieron entre sí. Me quedaban cuarenta pavos para vicios para todo el mes y por cojones que no salían de allí vivos, aunque tenía que exprimirlos al máximo.

El buscador de combos es una derivación de mi gusto por los juegos de mesa; combinando ofertas, podía optimizar al máximo mis recursos. Fue él quien puso de acuerdo al compulsivo y al agarrado.

Había que compartimentar. La primera elección estaba clara: el combo Maeso. Resulta que el descuento 10 x 30 euros se aplicaba antes de la oferta. Eso quiere decir que vinilo y cedé conjuntamente superaban los treinta, lo que generaba el ticket regalo, pero posteriormente se aplicaba el descuento. Total, pagué 19 pavos y me llevé un discazo en cedé doble + vinilo (una verdadera maravilla que, como he dicho, tengo que comentar cuanto antes)… y el vale por otros diez pavetes. Jugada redonda.

Pero volvamos a las estanterías. Me quedaban veinte pavos en el bolsillo, y un vale de diez, con posibilidad de generar otro. ¿En que los invertiría? Claramente, en las sección de vinilo, y con preferencia absoluta en discos nacionales; creo que toca, creo que hay que apoyar, si se lo curran, a los tipos de aquí que se siguen mojando, que se siguen molestando en grabar y editar discos. Me acordé del disco de Joaquín Pascual, ex Mercromina, que se me quedó en el tintero en anteriores expediciones. Ahí estaba: 13’99, vinilo + cedé para escuchar en el coche. Portada currada, contenido prometedor, elección clara. 

Seguí mirando vinilos; buscaba el nuevo de Jonston, pero no lo tenían. En oferta el “Licenciado Cantinas” de Bunbury, por ¡9’99! Pero decidí darle un voto de castigo; ese formato lo sacaron hace unos meses en edición limitada en vinilo, por 30 pavos, ¡y ahora cuesta la tercera parte! ¿Edición limitada? ¿Pero es que nos creen gilipollas? Y además, un disco destinado a un público, más que coleccionista, fetichista, y cautivo, al que hay que cuidar… Ahí se queda (aparte de esto, me parece que Bunbury está exprimiendo su «latinidad» hasta extremos un poco ridículos, pero, en fin, es otro debate).

El resto de los vinilos nacionales no me acabó de convencer: Biggott a diez pavos, me parece un tío con gracia, pero sobrevalorado (nuevo debate), Remate por ídem, tengo el cedé y el cuerpo no me pide más… Me vuelvo a ver los cedés nacionales pero mi visión panorámica agudizada de cazadiscos me hace ver de refilón en la estantería de World Music una mini-box set de Peter Tosh, seis discos, incluidos sus tres para el sello de los Stones, por 16 pavos… ¡Justo! (por cierto, este sí que lo he reseñado). Además, el formato es la vieja caja de cedé doble de los principios del formato, y esas cosas, medio me enternecen, medio me la ponen dura (antaño no solo metafóricamente, que uno tiene sus desviaciones).

Así que tengo el segundo combo de 30 pavos (en realidad pago 30 –10 del vale anterior), un nuevo vale de diez euritos y unos centimillos, que tengo que emplear. Total. Llevo gastados 39 (por un total de dos cedés y dos vinilos, de novedad, y una box con seis rodajitas más, que se dice pronto) y me queda un vale de diez. Como dije, hasta que me gastara la última pela (en este caso el último vale) no me iba de allí.

Mi yo crítico me pide el cedé de Jero Romero (compañero de Maeso en los Sunday, y así contrasto ambos discos) que con descuentos ronda esa pasta, pero aquí entra el gilipollitas interior que llevo como íncubo y que decide que lo siente, pero que para una portada fea, un digipack sin gracia y una rodajita de plástico no hacen falta esas alforjas, teniendo a mano Spotify. A estas alturas, es un hecho: hay que currárselo más para conquistarme. Por el mismo precio, el de Xoel López está más currado estéticamente, y cuesta lo «mesmo», así que es el elegido. Y encima, le ha salido un disco bastante curioso y bueno, como he comprobado a la vieja usanza, escuchándolo una y otra vez, como cuando era adolescente y tenía pocos discos, así que los machacaba.

Y esto es todo por hoy. Lamento si os ha parecido una paja mental, me alegraré si os ha interesado y me gustaría seguir esto como una discusión de sobremesa, así que podéis escribirme a ganivetnotdead@gmail.com y podemos convertir esta sección en una especia de consultorio-confesionario. Perdonad que no abra los comentarios, pero no es política de la casa y además me pongo muy «troll» con algunos y mejor que tenga un mecanismo de reflexión. ¡Un abrazo a todos!

 

 

Anterior entrega de Wild card: De 9 a 99 años.

 

 

 

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