Van Morrison en Madrid: Música, magia y vida en el jardín

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“Durante ‘In the afternoon’ se apagan los focos y termina trepando por su voz una enredadera de luz que crece en la oscuridad hasta cegarnos”

 

El León de Belfast actuó en el Palacio de Deportes de Madrid presentando su último trabajo, “Versatile”. Al borde del escenario estuvo David Pérez Marín.

 

Van Morrison
WiZink Center, Madrid
12 de diciembre de 2017

 

Texto y foto: DAVID PÉREZ MARÍN.

 

La tarde cae, el año llega a su fin y las calles de Madrid se cubren de hojas secas, nostalgia y algo más que no alcanzamos a ver y se nos escapa entre los dedos… Como esos últimos rayos de sol que corretean entre árboles y edificios, intentando ganarle la partida al frío. Dos abuelos que caminan delante de mí puede que estén cerca de la clave… Le comenta uno al otro: “Esto es una película y no sabes dónde vas a estar mañana”. El otro asiente, yo también. Será precisamente otro septuagenario el que nos ilumine poco después, con la música perfecta para un día como este u otro cualquiera.

Unos 11.000 ojos abiertos como platos pueblan el WiZink Center, sabedores de que nos quedan pocas leyendas vivas y que hoy nos visita una de las más grandes. Antes de que cada uno de los presentes se autoprohíba parpadear, Georgie Fame (escudero en mil batallas del protagonista de la velada), nos brinda una master class del rhythm and blues más auténtico, con su sempiterno hammond y unas cuerdas vocales a prueba de bombas, que parecen romperse y renacer en cada interpretación. De Booker T. Jones a Ray Charles, pasando con la misma clase por Floyd Dixon o Jimi Hendrix.

Con la puntualidad que le caracteriza, a poco más de las 20:30 previstas, con gesto hierático,  gafas de sol, sombrero y traje oscuro con finas rayas de purpurina, da la señal y la banda respira, comenzando con esa ‘The new symphony sid’ que grabó en directo a mediados de los noventa con su amigo Fame, en el mítico Ronnie Scott’s de Londres (“How long has this been going on”), fundiéndola con la recientemente revisitada ‘How far from god’ de Sister Rosetta. Esa era la línea que se esperaba del show, elegancia y garra a partes iguales, del jazz de su recién salido “Versatile”, al blues del no mucho menos flamante “Roll with the punches”, que disfrutamos desde el pasado septiembre. Pero no, Sir Van Morrison no quiere bajar a la tierra, sino que subamos con él muy arriba para ver y sentir lo importante… Así, no duda en contraatacar con una ‘Moondance’ en la que para y moldea el tiempo a su antojo, fraseando como nadie y como nunca, haciendo que la canción cobre una nueva vida y nosotros con ella.

Cogemos aliento con Van y la banda tirando de raíces en el mítico ‘Baby, please don’t go’ de Joe Williams, seguida de ‘Don’t start cryin’ now’, blues que ya grabó con sus Them y que siguen oliendo a azufre, con el León escupiendo fuego a la armónica como antaño. Y si antes sobrevoló sobre el antiguo Palacio de Deportes el espíritu de Slim Harpo, ahora le toca el turno a Muddy Waters, avivando la llama con ‘Got my mojo working’, tema que grabó primero Ann Cole y popularizó luego el padre del Chicago blues. Nos quedamos en Illinois con un ‘Goin’ to Chicago’ antológico, acompañado por la banda a todo gas y Georgie Fame al micro y hammong, con Morrison disfrutando cada fraseo. Sigue la buena química con Fame y se despide tras bordar una ‘Vanlose stairway’ que nos levanta de las butacas, con Van también al teclado.

No para la magia y vibramos con ‘Magic time’ y una ‘The way young lovers do’ en la que, desde las primeras notas de vibráfono, se aceleran las pulsaciones de los 5.500 afortunados y rozamos la eterna juventud.

Volvemos a tocar el suelo con la arenosa y serpenteante ‘Roll with the punches’, con Morrison rasgando con fuerza la acústica. Y si mece Madrid en ‘Have I told you lately’, con la misma facilidad hace girar la luna a continuación, al son del infinito ‘Broken record’, entre un torbellino de trompeta y saxo.

Con la cabeza aún dándonos vueltas, nos conecta tres zarpazos que bien valen el precio de cualquier entrada: una reimaginada ‘Days like this’ que nos cala hasta los huesos y una ‘Sometimes we cry’ en la que nos hubiéramos quedado a vivir para siempre, con la corista brillando y siguiendo el rastro de perseidas que el León de Belfast suelta por su boca.

Tras la esperadísima ‘Brown eyed girl’ (en clave de jazz), con el público en pie cantando cada estrofa y una ovación final de la que aún resuenan aplausos, quedamos extasiados en la serena belleza de ‘In the afternoon’, durante la que se apagan los focos y termina trepando por su voz una enredadera de luz que crece en la oscuridad hasta cegarnos.  Tememos el final cuando suena ‘The party’s over’, pero aún queda tiempo para arañarnos por dentro con una colosal ‘In the garden’, en  la que la banda al completo demuestra su poderío y Morrison da otro recital vocal inolvidable, yéndose antes de que termine la canción, con los músicos vaciándose sobre el escenario y cantando junto a todos los presentes ese estribillo de “No guru, no method, no teacher”.

Ojalá que todos los días que nos quedan, de esa película que comentaban los abuelos que perseguían esta tarde el sol, tengan una banda sonora parecida a la de hoy. Van Morrison se fue sin decir adiós, pero nos deja los ecos de un “verano eterno en el jardín”.

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