Un gusano en la Gran Manzana: Jack White, el hijo pródigo

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«Un listado matador, que demuestra que el arte y sus creadores, más allá de la inspiración personal, sabe reconocer deudas, y que estas pueden funcionar también en sentido inverso»

 

Julio Valdeón Blanco celebra la edición de un disco en el que veteranos rockeros homenajean a Jack White. Sí, los maestros rindiéndose ante el discípulo. Una historia bien bonita.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

De la Wikipedia: «El uróboros (también ouroboros o uroboros) (del griego «ουροβóρος», «uróvoro», a su vez de oyrá, «cola», y borá, «alimento») es un símbolo que muestra a un animal serpentiforme que engulle su propia cola y que conforma, con su cuerpo, una forma circular. El uróboros simboliza el ciclo eterno de las cosas, también el esfuerzo eterno, la lucha eterna o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo». Escuché mencionar por vez primera el uróboros en una novela de Manuel Vázquez Montalbán (los buenos textos también se escuchan, saborean, mastican y huelen), y la noticia de que a Jack White lo homenajearán viejos guerrilleros de la historia del rock me parece la mejor demostración de la vigencia del uróboros.

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El listado de los que aparecen en este «Rockin’ legends pays tribute to Jack White» acaba de salir en la edición norteamericana de la «Rolling Stone». Quita el hipo. Wanda Jackson, junto a Shooter Jennings, hace suya ‘In the cold, cold night’. Entre otros, aparecen Gary US Bonds, Sonny Burguess, Robert Gordon y Chris Spedding, Walter Lure y W.S. «Fluke» Holland, Johnny Powers, Bobby Vee, Rosie Flores y Los Straighjackets. Un listado matador, que demuestra que el arte y sus creadores, más allá de la inspiración personal, sabe reconocer deudas, y que estas pueden funcionar también en sentido inverso, del joven al viejo, sea por transfusión de energía, agradecimiento por los honores prestados, simple buen gusto o saludable capacidad para mantenerse alerta.

Desde luego, se trata de un tributo merecido. Nadie, menos con su edad, ha paseado mejor que White por los senderos de la historia musical estadounidense. Animado por la idea de crear algo radicalmente nuevo y antiguo, sus mejores piezas nacen de las fuentes del blues, de la pulsión seca de Big Joe Turner y los broncos fogonazos de Son House para luego servir el cóctel, agitado, no mezclado, junto a gotas de Led Zeppelin, Cream, los Stones, Dick Dale o los Cramps. El Delta y Detroit, MC5 y Blind Willie McTell, los Stooges y Bob Dylan, Robert Johnson y Mike Bloomfield, borbotean en las seis cuerdas del duende pálido. Solo, en los Raconteurs, los Dead Weather, produciendo a Wanda Jackson o a Loretta Lynn (palabras mayores porque aquel «Van Lear Rose» es uno de discos mayúsculos de la pasada década) o rescatando pizarras para que Robert Crumb salive, White se ha rebelado como el Prince de su generación. Un Prince menos maniático, pero igual de disolvente en tanto capaz de aglutinar mil influencias y demostrar la vigencia de vocabularios que los niños descartaban por no entenderlos, renovador de tradiciones previamente picadas en la trituradora sónica.

Solo extraño, ay, que alguien recuerde a la otra mitad de los pluscuamperfectos White Stripes. Alguien, sí, tiene que brindar por la nerviosa e interesantísima Meg. Esa que en 2009, y en otro gesto muy uróboros, contrajo matrimonio en el jardín de Jack, en Nashville, con el guitarrista Jackson Smith, hijo de Fred «Sonic» Smith y Patti Smith.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: El libro de Johnny Cash que debes leer sí o sí.

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