Un gusano en la Gran Manzana: Ellas los prefieren músicos

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«Lo de las habilidades cognitivas está muy bien pero digo yo que mejor el candidato destaca en otros campos. No sea que el niño salga rockero y a la impotencia de no tener donde publicar sus virtudes creativas añada la imposibilidad de comer caliente»

Un estudio desentraña qué compositor preferirían las mujeres como compañero sexual, relacionándolo con posibles beneficios genéticos.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Algunos de los estudios científicos más publicitados son un disparate. Compréndanlo. Tienen que competir en el periódico con el embarazo de una princesa o el vecino que muerde a un perro, de modo que a veces vemos entre lo más leído un experimento absurdo. Incluso dan unos premios, los Ig Nobel, otorgados por la revista «Annals of Improbable Research», a los reyes del surrealismo. Un suponer, porqué los pingüinos pueden defecar a cuarenta centímetros de distancia. El tipo de preguntas que obsesionan a las mejores mentes de mi generación y bla bla bla. La otra cara de la ciencia, la del friki que responde cuestiones imposibles con experimentos blandos y alegra la tarde al jefe de sección, que podrá presumir de la salud del oficio al señalar orgulloso como la cuarta noticia va de la posibilidad de crear una bomba que convierta al enemigo en homosexual. A ver si te creías que solo publicamos chorradas.

Pensaba en todo esto tras leer un artículo del «The Telegraph» donde explican por qué a las mujeres les gustan las estrellas del rock. La Universidad de Susexx ha presentado dos melodías, una sencilla y otra compleja, a casi mil quinientas mujeres con una media de veintiocho años. ¿Qué compositor preferirían como compañero sexual? Hum, al de la segunda, siempre que las interrogadas estén en sus días fértiles. Según el doctor Benjamin Charlton, que firma el estudio, «La habilidad de crear música compleja podría indicar unas habilidades cognitivas más desarrolladas. Consecuentemente las mujeres podrían adquirir beneficios genéticos si seleccionan a estos músicos». O sea, si no soy capaz de tocar un arpegio pero mi futuro marido es Paul Simon a lo mejor, con suerte, parimos un Art Garfunkel. Que componer compuso poco, pero digo yo que tampoco le ha ido mal.

No negaré que tienen su aquel las implicaciones darwinistas de las que hablan. Si el libre albedrío va dejando hueco a la robótica sequedad del ADN pronto descubriremos que apenas hay opciones. Pero dudo que que la complejidad de una partitura sea suficiente para centrarse como el «Telegraph» en las estrellas del rock. Se me ocurre que el deseo hacia el compositor podría también relacionarse con las ventajas de copular con un señor que dispone de yate, cuentas en las Caimán, niñeras filipinas que hablarán al retoño en tagalo, helicóptero customizado y apartamento monísimo con vistas a Central Park. Ni hablar ya del calorcito que provoca arrimarse al famoso, posar solemne ante los fotógrafos o no preocuparte por el precio del vino en los mejores restaurantes. Hablo en pasado, claro, porque lo de las habilidades cognitivas está muy bien pero digo yo que mejor el candidato destaca en otros campos. No sea que el niño salga rockero y a la impotencia de no tener donde publicar sus virtudes creativas añada la imposibilidad de comer caliente. «Mi padre es músico», dirá el mocoso a la maestra. «Válgame dios. Encima será de los que cobra por sus canciones. Anda y que trabaje, como todos».

Nosotros, que crecimos en otro mundo, podíamos encontrarle virtudes afrodisíacas a la capacidad de rasgar la guitarra, pero sospecho que la biología, siempre tan suya, dictará sentencia. En serio, ¿qué madre quiere semejante futuro para su prole? Ya solo faltaba que el nene, no contento con la música, quisiera compaginarla con el periodismo.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: El periodismo que ya no existe y el blues que sí existió.

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