Un gusano en la Gran Manzana: El renacer del country

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«El melómano haría mal en descartar el actual country. Que no suene en las radios y su presencia resulte invisible en listas de ventas, pasarelas mediáticas o alfombras rojas oculta el hecho de hallarnos ante un periodo fecundo»

 

Julio Valdeón Blanco transforma esta entrega de su columna (desde ahora semanal), en un gran informe para saber qué hay que escuchar del mejor nuevo country. Una guía completa.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

El aficionado al country, teóricamente, lo tiene hoy crudo. Es asomarse a los Grammy y las ganas de vomitar serán incontenibles. Lo que venden como country, la papillita que facturan Florida Georgia Line, Taylor Swift, Lady Antebellum o Justin Moore, una descarada mezcla de pop «mainstream» y sacarina r&b (bueno, lo llaman r&b y no lo es) al que adosan un sombrero vaquero en los vídeos, no es más que «mal rock con un violín» (Tom Petty). En esencia, canciones sacadas del Broadway más repulsivo, «crossover» coreografiado para que bailen los niños en la fiesta de fin de curso, melodías sin tendones, hueso o colmillo, letras delineadas en el laboratorio, voces limadas de filos por el maldito Auto Tunes, productos, no obras con ambición creativa, enemigas de la sensibilidad, el gusto o la inteligencia.

Pero ojo, porque el melómano haría mal en descartar el actual country. Que no suene en las radios y su presencia resulte invisible en listas de ventas, pasarelas mediáticas o alfombras rojas oculta el hecho de hallarnos ante un periodo fecundo. Hay otra Nashville, otros artistas, otros discos, todos o casi todos circunscritos al «underground», que desde prismas muy diversos, puristas o renovadores, en acústico o contaminados de vibrante rock, siguiendo los cánones o dándoles la vuelta, invalidan el pesimismo. Y se consolida la necesidad de rebelarse. Si Music Row insiste en emascular la herencia de Hank Williams, Buck Owens o Merle Haggard, le corresponde a los artistas, y al público inquieto, evitar que el country muera. Un afán que ya despuntó a mediados de los setenta merced al movimiento outlaw, tomó impulso con los nuevos tradicionalistas de los ochenta y finalmente germinó a partir de los noventa, merced a la eclosión del alt-country, la transfusión de savia punk merced a bestias como Hank III y la posterior consolidación de la, mmm, Americana, ese necio cajón de sastre donde lo mismo entran los fantasmas de las «Cintas del sótano» de The Band y Dylan que las producciones de T-Bone Burnett, el folk californiano y etéreo de Fleet Foxes, la herencia de Townes Van Zandt, el magisterio de Steve Earle y Lucinda Williams o las soberbias polaroids de Low Anthem. O sea, country espartano y country-rock, bluegrass y folk, country-blues, etc.

Grupos y solistas, festivales y sellos especializados (Yep Roc, Bloodshot, Hillgrass Bluebilly, etc.), blogs y revistas florecen en una resistencia pujante, que reivindica las raíces y olfatea nuevos paisajes. Lo que sigue es una relación muy acotada, una relación de artistas, algunos nuevos y otros veteranos. No un informe exhaustivo. Apenas la entusiasta reivindicación del momento dorado del género a través de un puñado de nombres. Como sea, aquí va un puñado de imprescindibles.

 

Daniel Romano

Con su bigotillo, camisa drapeada y sombrero gigante Romano podría pasar por una parodia, un comediante o un «hipster», pero en realidad hablamos de un obrero de la canción que se toma muy en serio su amor por el country. En 2013 ha publicado el fabuloso «Come cry with me». Un trabajo que mana despacio, como un río viejo e inteligente, desde las fuentes primigenias hasta una actualización cromada, soberbia. Otro rockero reconvertido a la capilla vaquera que enciende nuestros corazones.

 

Olds Sleeper

Hiperactivo, Olds Sleeper es una suerte de Will Odham country que agita a la Carter Family con paseos surreales por los límites del género, y al respecto nada como escuchar su soberbia «It ain’t my home». Cuesta seguir su ritmo, edita un disco tras otro, pero si te desvías a su web podrás descargarte, gratis, «New Year’s poem», salió en 2012 (¡desde entonces lleva otros tres discos!) y comprobar de primera mano las razones del culto que comienza a crearse.

 

 

 

Marty Stuart

Echó los dientes acompañando a Johnny Cash, conoció el triunfo comercial en los ochenta y ha dedicado los últimos veinte años a cimentar una carrera sólida como pocas. Junto a los Fabulous Superlatives, en su programa de televisión o dando la alternativa a los recién llegados, su tesón confirma que hoy, «lo más ‘outlaw’ que puedes hacer en Nashville es cantar country». Añadan bluegrass, rock and roll y blues en la marmita y el resultado quema en la guitarra y voz de este príncipe incombustible.

 

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Caitlin Rose

Otra de las grandes sensaciones de 2013. Veintiséis años, una madurez impropia, una voz extraordinaria y un disco de debut, «The stand-in», que la ha situado de golpe entre las grandes. Con ecos pop, aquí sí, bien entendido, con elegancia, abandono y dulzura, Rose entrega sus bocetos minimalistas, sus letras dolientes, en una incontenible sucesión de gemas. En sus mejores momentos, y los tiene a montones, «The stand-in» enamora. Talento exquisito.

 

The Sadies

Llevan desde mediados de los noventa publicando explosivos artefactos donde el country copula con guitarras surf y ecos rockabilly. Filigranas de dinamita y raso que durante años han apuntalado el rutilante underground canadiense, solos o en compañía de su buena amiga Neko Case. También han  colaborado con Garth Hudson y Andre Williams. En septiembre sacan nuevo disco, «Internal sounds».

 

Austin Lucas

Que no se diga que al final el que resiste no gana. El novelista jugaba con ventaja cuando acuño su lema, disfrutó de fama y fortuna desde su primer libro, pero gente como Lucas ha tenido que pelear muy duro para que su exuberante creatividad fuera recompensada con un contrato discográfico y giras en condiciones. Después del fabuloso «A new home in a old world», el 27 de agosto llega «Stay reckless». Tras los pasos de Steve Earle, un cantautor austero y reflexivo. Profundo en los sentido menos raído del término.

 

 

Lindi Ortega

Descrita así misma como un cruce de Wonder Woman, Frida Kahlo y Johnny Cash, de ascendencia mexicana y establecida en Nashville, la canadiense Ortega reina con canciones tan evocadoras como la que titula su último disco. El nuevo, que saldrá en breve, ha sido grabado con Dave Cobb en labores de producción. El anterior, «Cigarettes & truckstores», fue una de las grandes noticias de 2012, un crisol donde Loretta Lynn y la Creedence figuran como posos a partir de los que construir un cancionero de terciopelo y cuchillas.

 

Guy Clark

Como dicen en «Saving Country Music», cuando Guy Clark publica un disco, simplemente abandonas lo que hacías, te sientas y escuchas. No porque el venerable cantautor exija la distraída atención que uno dedicaría al vecino entrañable y pelma, comentando en el ascensor la penúltima borrasca, sino porque con setenta y un años Clark todavía escribe y canta con feroz actualidad. Lo que a otros parece costarles horrores en su caso fluye con despeinada naturalidad, casi escribiría por inercia si no tuviera muy claro que en la construcción de canciones tan bellas hay mucha autodisciplina y mucha elaboración paciente y severa.

 

The Be Good Tanyas

Samantha Parton sigue fastidiada, a la espera de una nueva operación tras su último accidente de tráfico, pero el grupo continúa, acaba de lanzar un recopilatorio con dos canciones nuevas y está actuando este mes en Reino Unido (con Caroline Ballhor sustituyendo temporalmente a Parton). Folk, bluegrass y, yes, country, para un trío de ases canadienses que domina como muy pocos las armonías vocales, y combinan por atmosféricas postales a Jimmie Rodgers con J.J. Cale. Buenísimas.

 

 

Ray Wylie Hubbard

Cuando el pasado enero David Letterman invitó a Hubbard, veterano de mil guerras, a tocar en su programa, el gran público tuvo la ocasión de reencontrarse con uno los pares de Nelson, Jennings y cia. Hubbard, que regresó a principios de los noventa tras casi diez años desaparecido, es considerado un baluarte de la Americana, y su bestial «The griffter’s hymnal», confirma su buena salud.

 

Rachel Brooke

Naturalidad, estilo, calma, en una voz que pica y muerde, acuna y enamora. Brooke lleva ya varios discos demostrando que sus raíces punk han evolucionado hacia un estilo propio, exquisito, con raíces blues y memorias de Patsy Cline. Gótica y seductora, Brooke, encima, escribe letras que te agarran del cuello, misteriosas, sugerentes, y con esos mimbres, y una confianza a prueba de ataques nucleares, ha descamisado su música hasta quitarle todo lo innecesario, lo superfluo, la estilizada palidez de los imitadores, que buscan sin suerte la llave de la canción redonda. Esa que Brooke maneja como pocos.

 

John Moreland

No necesitas invocar al mejor Springsteen o a Townes Van Zandt porque Moreland ha descorchado un disco, «In the throes», que deslumbrará a los que hemos desgastado nuestras ancianas copias de «Nebraska», «Delta momma blues» o «High, low and in between». Un supremo hacedor de melodías, un letrista con galones de mariscal, un poeta supremo, bronco y sentimental, y un disco inmenso.

 

Fred Eaglesmith

«Como Berlín antes de la guerra», grita entusiasmado David Letterman en el debut de Fred Eaglesmith en la televisión (que tiene narices, con la carrera que acumula; por cierto, algún día habrá que homenajear a Letterman, empeñado en apoyar la música que importa). Fred no es country ortodoxo, pero sí en raíces, préstamos y guiños. Aparte, la efusiva salud del género viene de haberse sacudido los complejos, de quemar normas. Brindo entonces por este Tom Waits sonado y turbulento, por sus versos con olor a pensión pobre, sus gatos callejeros, sus perros cojos y sus lágrimas despatarradas en las barras de todos los bares en trance de cerrar o comatosos. Casi veinte discos preñados de ironía y originalidad. Un grande.

 

The Good Luck Thrift Store Outfit

Willy Tea y Chris Doud, por separado o juntos en su grupo de largo nombre, son dos de los compositores estadounidenses claves de los últimos años; «Old excuses», de 2012, uno de esos discos casi inencontrables y sin embargo inexcusables, como lo son cualquiera de los que la hirsuta pareja ha sacado en solitario. Un manantial de country-folk que burla lo que asumes como antiguo para sumergirte en una música que hubiera podido nacer a principios del XX o en Big Pink con Robbie Roberttson y cia., pero que en realidad les pertenece por entero, supremos cirujanos de una poesía sin anestesia y directa a la yugular. Les dejo con Willy acompañado de Chandler Pratt hablando de un marine y unos ríos pintados de rojo. Sea lo que sea que encuentren, suyo, de Doud o del grupo, dense prisa y cómprenlo.

 

Slackeye Slim

En 2011 editó el magnífico «El Santo Grial: la pistola piadosa». Experimentación con brújula, sonidos fronterizos, voces de ultratumba, ecos, distorsión y lirismo rayado para la banda sonora de un cementerio donde al anochecer juegan al póquer los espíritus de los ahorcados, los indios muertos de cirrosis y los cuatreros liquidados por la espalda. Lo que uno imagina que sonaría como paisaje sonoro de llevarse al cine «Meridiano de sangre» de Cormac McCarthy. Con el tiempo «El Santo Grial: la pistola piadosa» alcanzará la categoría de clásico, el punto exacto donde el pastiche trasciende su condición y se alza, majestuoso, convertido en otra cosa, una esencial y antigua.

 

Roger Alan Wade

Todo lo dicho respecto a Clark vale para Wade, otro francotirador de la acústica, compositor a sueldo de compañeros como Waylon Jennings, Willie Nelson y demás forajidos. Tras treinta años de adicciones, vive una segunda juventud merced al apoyo de su sobrino, el actor cómico, guionista y coautor de «Jacksass» Johnny Knoxville (sí, has leído bien, «Jackass»), y también dedicado empresario musical, impulsando la carrera de un Wade que con «DeGuello hotel y «Southboun train» se ha marcado un par de ases. Si amas a Johnny Cash, al de «Flesh and blood» o «Like a soldier», ¿a qué esperas para descubrir a Wade? Pertenece a la misma estirpe.

 

 

Lydia Loveless

Mi gran amor, y no solo mío. Un meteoro rockanrollero que enhebra canciones fastuosas y toma al asalto el micrófono para dejar al personal estupefacto, sin saber muy bien de donde demonios salió la pedrada que lo ha alcanzado. Su «Indestructible machine» tiene ya dos años, y en breve habrá nuevo largo, de nuevo con Bloodshot Records. Acompañada en acústico por su marido, el bajista Ben Lamb, o eléctrica junto a su banda, la diminuta pero matona Loveless apunta maneras de genio precoz.

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