Un gusano en la Gran Manzana: Björk en el museo y Covay en el limbo

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“Ya se sabe que los músicos, si quieren contar con la aprobación del establishment artístico necesitan pluriemplearse, actuar en películas, diseñar ropa, poner mucho interés en los cromados de sus videoclips”

 

El aterrizaje de Björk en el MoMA, los conciertos en fiestas privadas de Jennifer López y la importancia de los obituarios para recordar los méritos de un músico son las tres ideas que pone sobre la mesa esta semana Julio Valdeón Blanco.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

–12 de febrero

Björk, la princesa acampada en el polo, adelantó su nuevo disco, catálogo de desamores a la plancha, por culpa de las filtraciones. A punto de cumplir cincuenta años, la propietaria de una voz que encarna al mismo tiempo a la Bella y la Bestia, hija de sindicalistas, pavo real de la modernidad, lame las heridas de un naufragio doméstico a base de canciones muy puras, como una dosis de veneno para saborear despacio mientras sonríes. A pesar del descalabro comercial que supuso la citada filtración tiene motivos para estar alegre. El principal es la magna exposición que a partir del 8 de marzo le dedicará el MoMA. Una exhibición de las de esteroide y prestigio, músculo y comercio, que aprovecha las inquietudes extramusicales de la cantante para justificar su inclusión. Ya se sabe que los músicos, si quieren contar con la aprobación del establishment artístico, necesitan pluriemplearse, actuar en películas, diseñar ropa, poner mucho interés en los cromados de sus videoclips. En definitiva, dedicarse a algo más que la canción popular, sospechosa a ojos de los listos de guardia y su tarro de las esencias, eternamente displicentes hacia las invenciones musicales y sus hacedores. Björk reúne todas las cualidades requeridas por la modernidad. Ni sus hitos ni sus logros se circunscriben a la órbita del escenario o el estudio.

 

–16 de febrero

Otra que tampoco se limita a la música –de hecho nunca se ha dedicado a ella– es una tal Jennifer López. La del Bronx, también conocida como J Lo, es noticia porque ha cobrado un millón de dólares por actuar en una boda en la India. Bien está. López ha triunfado mucho, pero su verdadera naturaleza es la de cantante de bodas, bautizos y fiestas populares. Vocalista de orquestina, de plaza de pueblo y farolitos, camiseta de licra y discoteca, que es donde realmente expresa todo el potencial de su falta de potencial y nulo talento, su abecedario de horteradas, su planetario de culos repetidos. Que López cante para un millonario, con motivo de su enlace nupcial, explica mejor de qué hablamos cuando hablamos de ella y sus amigas y/rivales, club de divas circenses a las que en tiempos menos confusos hubiéramos entronizado como reinas del cabaret y la revista. La confusión pasa porque algunos se han empeñado en confundirlas con cantantes, y no, no cuela.

 

–17 de febrero

Con retraso, como siempre, despedimos a Don Covay, que falleció el pasado 30 de enero. Le escribió un soberbio obituario Diego A. Manrique en las páginas de “El País”. Hace no mucho leí no sé bien qué tonterías a un músico español a cuenta de los obituarios. A lo mejor prefiere que nadie escriba de Covay en su muerte y considera de mucha risa trazar el perfil biográfico, relatar los méritos, descubrir su obra y reivindicar a quienes murieron en el ocaso de una carrera perdida, o que despreciemos sus méritos y obviemos sus grandes discos, y en general que el periodismo se dedique a celebrar lo de siempre y aparque a nuestros muertos con la displicencia que merecen quienes no gozaron de fama y fortuna. Como no pienso igual aprovecho para recomendar la lectura de Manrique y reivindicar a Covay y a O.W Wright, Joe Tex, James Carr y tantos otros vocalistas torrenciales que derramaron fuego en sellos como Stax, Atlantic o Goldwax.

 

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