“Trouble no more”, de Bob Dylan

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“Las interpretaciones y arreglos de “Trouble no more” rebosan rock and roll adrenalínico y blues humeante”

 

Julio Valdeón analiza con detalle la edición de “Trouble no more”, la continuación de las Bootleg Series de Bob Dylan que edita Columbia Records y comprende el periodo entre 1979 y 1981.

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

¿Puedes amar una música (¡y unos textos!), que sermonean sobre asuntos que, a) te la traen floja o, b), te indignan? Pues mire, según quién cante. De hecho nunca tuvimos problema en asimilar el repertorio religioso de tótems como Johnny Cash, Sam Cooke con los Soul Stirrers, Elvis Presley, la Carter Family, Hank Williams, Al Green, Aretha Franklin, Bob Marley, Jerry Lee Lewis, Wanda Jackson o U2. No digamos ya el de auténticos proselitistas, tipo Mahalia Jackson, Blind Willie Johnson o Sister Rosetha Tharp. ¿Por qué tanto revuelo cuando Bob Dylan reapareció en 1979 como cristiano fundamentalista y publicó dos discos de tono evangélico y un tercero más ecléctico pero también devoto?

Para quienes llegamos a Dylan mucho después aquella fugaz y furibunda conversión no podía molestarnos. Al contrario, resultaba encantadora. Como explica en una entrevista Amanda Petrusich, autora de uno de los ensayos que enriquecen los libretos que acompañan la edición de lujo de “Trouble no more”, hemos asumido que uno de grandes atractivos dylanitas son sus metamorfosis. Esas apuestas suyas que parecen contra natura y a menudo hacen diana. El afán por reinventarse. La fidelidad a unas musas camaleónicas. Ningún problema, entonces, en aproximarse a la era góspel y sus reaccionarias meditaciones si creciste vacunado de idealismos y lejos de atribuir una suerte de liderazgo antiestablishment a tus músicos. Pero claro, una cosa es aceptarlo sobre las ruinas de la contracultura, con el privilegio de contar con una visión panorámica. Y otra, muy distinta, acertarte hasta uno de sus conciertos en 1979 y descubrir que tu ídolo no solo entona canciones de salvación religiosa sino que, encima, no canta nada de su viejo repertorio. Cero canciones previas a “Slow traing coming”. Para rematar la afrenta el hombre soltaba entre canción y canción unos monólogos furibundos, espeluznantes, trufados de locas predicciones apocalípticas y, ay, homofobia y machismo. Normal que muchos seguidores, incapaces de asumir que la deriva del ídolo, lo abuchearan, y que fueran cientos los que abandonaban los conciertos. Importó poco que a partir del 81 Dylan ya intercalara canciones digamos profanas en los setlists. Dio igual que en “Shot of love”, de ese mismo, desembocara en una espiritualidad libérrima y mucho más amable. O que con “Infidels”, en 1983, renunciara a explotar la veta religiosa (que no la profética, consustancial a su arte). A resultas de la aventura cristiana, su prestigio y sus ventas tardaron décadas en recuperarse.

 

 

Y es aquí donde entra en juego “Trouble no more”, la mastodóntica caja que recupera el periodo. Existe también una suerte de grandes éxitos en doble cedé, pero les hablaré del bicho pata negra. Ocho cedés y un deuvedé. Y otros dos discos más si compras la caja a través de Bob.dylan.com: te añaden, escandaloso sobreprecio mediante, un directo inédito, “Live in San Francisco, November 28, 1979”. Respecto al DVD, intercala una actuación de la época con sermones escritos por Luc Sante y recitados por Michael Shannon. ¿Por qué falsear la realidad? ¿Por qué blanquear los monólogos dylanitas mediante el añadido de un Shannon brillante pero superfluo? Si tanta vergüenza les provocan aquellas parrafadas y tanto miedo tienen al juicio de la audiencia, ¿no hubiera sido mejor cortarlos? Tampoco parece de recibo que borren la introducción góspel a cargo de las vocalistas con las que abrían los conciertos.

Expuestos los peros, las alabanzas. Muchas. El árbol ideológico, y la identificación personal de muchos con el artista, les impidieron disfrutar del bosque. De una etapa riquísima en lo creativo. De la ‘Slow train’ de San Francisco, 16 de noviembre de 1978, con la que abre la colección, a la ‘Knockin’ on heaven´s door’, en el directo de Londres del 27 de junio de 1981, con la que cierra el mamut, ocho cedés más tarde, el oyente podrá regocijarse, sufrir y alabar a un Dylan on fire. Con una banda descomunal a sus espaldas y un reportorio atacado sin enjuagues ni anestesia. Con la rabia casi suicida y la bella chulería de los mejores directos del 66. Aunque algunas canciones se repitan hasta cuatro veces, caso de ‘Slow train’, fascina asistir a sus constantes mutaciones. Dylan, incapaz de acomodarse, estruja cada noche el repertorio. Lo pincha. Lo corta. Lo retuerce. El resultado de sus indagaciones apabulla. Qué decir de inéditas como ‘City of gold’, ‘Stand by faith’, ‘Covenant woman’, la abocetada, y rutilante, ‘Making a liar our of me’, que olía a caza mayor, o la siempre impactante y nunca rematada ‘Caribbean wind’, una de esas grandes canciones que de alguna forma se le escurrieron (hay otras, por ejemplo ‘She’s your lover know’), y de la que se publican, por vez primera, la legendaria interpretación del teatro Fox Warfield de 1980, primera y única vez que la ha cantado en directo (por petición expresa del añorado Paul Williams) y una desconocida toma en el estudio, un ensayo, con otro as, Ben Keith, a la pedal steel.

 

 

Si el góspel te aburre, o te enerva, tranquilo. Las interpretaciones y arreglos de “Trouble no more” rebosan rock and roll adrenalínico y blues humeante. Y cómo no disfrutar de esos coros incendiados. De los achicharrantes intercambios de golpes que se traían con Dylan las Clydie King, Carlyn Dennis, Regina McCrary, Madelyn Quebec, Helena Springs y Mona Lisa Young. O del sonido, compacto, profundamente sureño, picante, virtuoso, de un grupo sensacional, con mitos como Fred Tackett, Tim Drummond, Jim Keltner y Spooner Oldham a la guitarra, el bajo, la batería y los teclados. Amarás esta boxet si buscas a un autor dispuesto a jugárselo todo e, incluso, a discutir tus convicciones y certezas. Encontrarás momentos de absoluta y cegadora belleza como los que destila una y otra vez la estremecedora ‘Pressing on’, la delicada ‘Precious angel’, la apabullante ‘Gotta serve somebody’, la jubilosa ‘Man gave names to the animals’, la magistral ‘Every grain of sand’, la bestial ‘The gromm´s still waiting at the altar’ (madre mía que brutalidad la toma en directo del 80 con Santana de invitado) o la volcánica ‘Dead man, dead man’.

Esta caja resulta obligatoria si crees en el poder redentor de la música y la palabra. En la salvífica y misteriosa capacidad del arte para explicar e iluminar y, al mismo tiempo, trascender los prosaísmos, la grisura de lo cotidiano. Si anhelas que una canción, un concierto, un poema, un solo de guitarra, unos coros borboteantes, unos arreglos de cuero y dinamita, una interpretación vocal entre la gloria y el cadalso, te miren a los ojos y te acuchille, desnuden tus contradicciones y te dejen exhausto y aturdido. “Trouble no more” es droga dura. “Trouble no more” no vale como introducción para el neófito. “Trouble no more” aúlla como un animal ciego y al tiempo calma y consuela  heridas. “Trouble no more” está lejos de ser accesible pero, en serio, ¿quién dijo que Bob fuera fácil? Para complacernos y hacernos la rosca, para ir a lo seguro, lo viejo, lo repetido mil veces, para llenar estadios y corear estribillos y afirmar sin sonrojarse la emoción de tocar esta noche con vosotros, para fotocopiar las tomas del estudio y no aventurarse nunca, no apostar, disponemos de incontables y aseados showmen. A pesar de la enfermiza cosmovisión que rezuma y de que, cómo lúcidamente escribe Joe Levy en “Rolling Stone”, había cambiado las canciones/preguntas por las canciones/respuestas, y eso duele, joder, y en fin, a pesar del rollo evangélico y otras paranoias asociadas, en “Trouble no more” late un Dylan colosal.

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