“Torres Blancas”, de Wild Honey

Autor:

DISCOS

“Todo el elepé es un prodigio de detalles fértiles y sutiles”

 

wild-honey-torres-blancas-23-05-17

Wild Honey
“Torres Blancas”
LOVEMONK

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Cada lengua tiene su propia textura a la hora de moldear el cuerpo de una canción, una textura que está hecha de su propia fonética, pero también de todo el poso que han dejado las músicas que la han precedido. La tradición no solo crea cauces, sino que también crea el agua, cientos de ríos que establecen secretas conexiones subterráneas y que hacen que una melodía suene a lo que en esa lengua hemos aprendido que debe sonar. Viene esto a cuento, porque Guillermo Farré, al frente de Wild Honey, al pasarse por primera vez en un disco largo al castellano hace que su voz ya no se inscriba en el soft pop californiano, sino que se acoja en el folk preciosista que tan deliciosos momentos ha ofrecido a este país. La misma canción, pues, del inglés al español, cambia totalmente de raíces, no solo de tierra.

Así que este “Torres Blancas”–nombre de ese edificio madrileño de diseño futurista en los sesenta–  transita por senderos mucho más europeos, no solo hispanos. Se advierte por ejemplo la plasticidad cinematográfica de Nino Rota o Morricone en los maravillosos arreglos de ‘Ojo de cristal’ y algo de Franco Battiato en la interpretación melancólica de ‘Mapas de zonas desiertas’, en el trémolo y en su letra llena de imágenes impresionistas de onírico misterio, algo común a las diez canciones.

Extrañamente, el conjunto se balancea entre una extrema simplicidad y un extremo cuidado en el vestuario de las canciones. Los arreglos de cuerda, presentes en muchos de los cortes, no ahogan las cuatro notas de aire oriental que tiran adelante ‘El volcán de Montserrat’.  Los diseños, así, son magnéticos en su sencillez, ahí está la claridad florida de ‘Horóscopo’, cercana a La Buena Vida, o la sutilidad gráfica de ‘Acantilado’, que sigue los parámetros de un grupo tan excelente y tan olvidado como Mirafiori.

Todo el elepé es un prodigio de detalles fértiles y sutiles, ahí está el sabor levemente tropical de ‘Desenfocada’ –el título recuerda incluso al gran Jobim–, el ritornello mágico de ‘Leopardo’ o los coros de fondo acuoso que emergen en ‘Reberb infinita’. En el fondo, en todas las canciones se trata básicamente de lo mismo, de alcanzar el poder de la belleza. Y Guillermo Farré bien que lo logra.

Anterior crítica de discos: “Amado líder”, de Havoc.

 

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