“Surf en la bañera”, de Petit Pop

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DISCOS

“Un disco que suena a amistad, a regodeo, a soberbia y divertida relajación secreta”

 

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Petit Pop
“Surf en la bañera”
SONIDOPOLIS

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

A lo tonto y casi sin sentirlo, Petit Pop van ya por su quinto elepé. Procedentes de la escuela asturiana y con presencia en grupos de importante calado, más que un divertimento, son una manera de proyectar inquietudes que no tendrían cabida en su obra más seria e íntima. Sí señor, no hacen falta presentaciones, aquí está la producción de Pedro Vigil, Cova, Lara, Mar –Nosoträsh y Undershakers– en el grupo y colaboraciones como la de Natalia Quintanal y algunos más desconocidos como David Varela, investigador del folclore asturiano, o el pianista de jazz José Ramón Feito. Todo ello consigue llevar adelante un disco que suena a amistad, a regodeo, a soberbia y divertida relajación secreta.

La carrera de Petit Pop ya ha sido siempre así, sin encajar en los parámetros en los que se mueven en sus grupos “serios”, pero tampoco en los discos infantiles al uso, donde aparentemente se sitúan. Pero es que, tomando como ejemplo este “Surf en la bañera”, lo que hacen no es estrictamente música infantil sino que adaptan estilos ya sancionados, con compases ya establecidos, a la ingenuidad sonora. Cierto, hablan de situaciones protagonizadas por niños, pero la música es absolutamente inteligente. Las letras también, cabe decirlo, porque lo divertido puede ser inteligente.

Vayamos al ejemplo, ‘Familias de ciudad’ es rock and roll de escuela cincuentera pasado por una vorágine de imágenes pop, algo no muy lejano a lo que hacen Los Ginkas. Y a partir de aquí el festival de géneros en el que resulta curioso imaginar quién sería el más adecuado para hacerse con el estilo de cada canción. Comencemos, como el disco, con ‘Chuta el balón’, cómo no pensar con su aire funky en James Brown e imaginar sus coros guturales o llenos de sudor; el aire negro continua en ‘Danza de la nieve’, con sus empujes góspel que llevan a imaginar toda una parroquia al unísono y a los Jackson Five en medio.

El yeyé, a la manera hispana si quieren, se concentra en ‘Barbaridá’, como si Karina hiciera una versión de Tom Jones, y los grupos de chicas a lo Motown asoman la nariz en ‘El hermanín’, o como aprovecharse del bebé que está a punto de llegar. El festival continúa con el aire folkie de ‘Tatarabuelismo’, más cercano con sus onomatopeyas a Maria Elena Walsh que a Cantajuego, y con una rumba-calypso, esas mezclas que inventaba Gato Pérez y que en ‘Calypso de la playa’ tiene una melodía digna del argentino.

Aún hay dos perlas, ‘Atraco de cosquillas’, que concentra todas las felicidades pop, y la preciosa e íntima canción de cuna que cierra el disco y que se llama así simplemente, ‘Nana’, un hito más de ese género que tantas maravillas ha dado en castellano. Así pues, es un disco para ponerle a los hijos, o por lo menos ese parece su objetivo, pero me da en la nariz que va a gustar tanto o más a los padres.

Anterior crítica de discos: “Volcano”, de Temples.

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