Sergio Pazos, morriña de tiempos de rock and roll

Autor:

MELÓMANOS

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“Cuando Tom Jones escuchó tocar a la banda de CQC para darle el pie, se giró con cara de sorpresa y con un gesto en plan: ‘¡De puta madre, tíos!’»

 

Han pasado ya veinte años de sus tiempos en “Caiga quien caiga”, pero Sergio Pazos sigue vinculado a la televisión y el espectáculo, y sigue siendo un melómano compulsivo, admirador de Siniestro Total e Ilegales. Por Sara Morales.

 

Texto y fotos: SARA MORALES.

 

A pesar de las risas y su desparpajo, no puede evitar que los ojos se le empañen de lágrimas al poner palabras a los recuerdos que amontona en su cabeza, fruto de infinidad de anécdotas y correrías con su pandilla durante su adolescencia y juventud para vivir la música en primera persona. Sergio Pazos (Sandiás, Orense, 1965) aterrizó en la capital allá por 1996, reclutado para ser uno de los inolvidables hombres de negro de «Caiga quien caiga», a pie de calle con micrófono en mano y gafas de sol. El azote de los políticos y del alto copete social, que nos sacaba una sonrisa cada semana a costa de los dolores de estómago, las iras y las vergüenzas de todos ellos, con ocurrentes reportajes, desternillantes vaciles y una sagaz e ingeniosa sátira realista. Le hemos visto dando vida a numerosos personajes, tanto en el cine como en la pequeña pantalla, uno de los últimos ha sido Pepe, el novio de Paquita en «Cuéntame», y ahora anda embarcado junto a Beatriz Carvajal y otros compañeros de profesión en la obra de teatro «Los diablillos rojos».

Este gallego de pro se confiesa un ecléctico musical, pero su alma destila rock and roll. Ser el motorista que se escapa con la chica en el videoclip de ‘Drivin’ de Red House -proyecto de Jeff Espinoza y Francisco Simón, compañero suyo en «CQC» y guitarrista de la banda del programa- no es más que una de sus tantas historias musicales. Las de toda una vida dedicada a la cultura y al espectáculo, las de un tipo de provincia que se comió en coche cada rincón de aquella y que ahora repasa emocionado en esta entrevista, desde un bar en La Latina, mientras devora Madrid.

 

¿Recuerdas tu primer coqueteo con la música?
No sé si valdrá como el primero, pero en el colegio de los Salesianos de Orense, donde estudié se hacía todos los años un concurso de playbacks. Llegabas con cuatro colegas y te subías al escenario a imitar a una banda o un cantante. En aquel tiempo veía mucho en la tele a Raphael (cuando solo había dos canales de televisión y la de mi casa era en blanco y negro todavía), así que decidí que iría solo y haría el playback de una de sus canciones. Me puse una camisa negra de mi abuela, un flequillo maravilloso y un pantalón negro y canté «Estar enamorado». La entrada que hice al escenario fue espectacular, tirando claveles a las primeras filas de público donde estaban estratégicamente mis amigos recogiéndolos y gritando como fans (ríe). ¡Oye, conseguí levantar al salón de actos!

 

¡Todo un artista! Esa soltura, ¿puede que viniera de una predisposición por la música en tu casa cuando eras niño?
No creas, en mi casa siempre hubo mucha apuesta por la cultura, muchos libros, sobre todo. Sin embargo, no había demasiados discos ni información musical, aunque sí recuerdo perfectamente el álbum de los «Coros del ejército ruso» (tararea ‘Kalinka’), también algún disco de canción protesta…

 

¿Cuál fue entonces el primer disco o casete que cayó en tus propias manos?
Yo tenía unas primas muy modernas, cuatro años mayores que yo, que a mis quince o dieciséis años me regalaron una cinta de los Bee Gees. Mi cara debió ser muy buena, no me hizo ninguna gracia el regalo y ellas me lo dieron como la gran obra de unos artistazos. Con el paso de los años me di cuenta de que fue uno de los mejores regalos que me hicieron, pero entonces no tenía capacidad para valorarlo. Es curioso cómo con el tiempo un regalo adquiere valor.

 

¿Ha vuelto a pasarte algo parecido a lo largo de tu vida con algún otro artista o banda? Me refiero a ese descubrimiento inesperado.
Sí, con Queen. Era un grupo que tampoco me gustaba mucho, aunque siempre valoré el animal escénico que era Freddie Mercury, esa capacidad para transformarse… Yo siempre lo veía desde el punto de vista artístico, como actor, pero no me fijaba en la música. Cuando murió me puse a escarbar y ahí fue cuando descubrí de verdad lo bestiales que eran, aunque nunca he sido mitómano.

 

¿Qué música escuchabas en tu adolescencia?
Hubo un tiempo, cuando yo tenía dieciocho o diecinueve años, en que Orense empezó a despuntar culturalmente, a tener una cultura de pubs muy interesante. Había un pub, «El Bar», regentado por Antonio y Leo que traían un montón de música de Londres. Una vez al mes se iban a comprar discos, traían treinta o cuarenta cada vez que iban y los ponían en el garito. Fue ahí cuando empezamos a conocer un montón de música, sobre todo pop rock inglés, como por ejemplo los Smiths.

 

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En aquellos años supongo que empezarían a llegar también los primeros conciertos…
Sí, no se me olvida. Mi primer concierto fue uno de Siniestro Total. Para ir, mis amigos y yo le robamos el 127 a mi madre (ríe). Yo sabía conducir porque mi padre nos había enseñado, ¡y conducía bien! Los teloneros del concierto fueron Lancelot, el grupo que tenía Ernesto Leguina, un gran amigo mío, hijo de Joaquín Leguina. Era una banda de heavy rock de Orense muy conocida en los ochenta. Tocaron en un descampado en Ribadavia, no recuerdo el año, solo recuerdo que yo todavía no tenía carné de conducir y la vuelta en coche fue apoteósica, con todos los amigos detrás medio dormidos, borrachos… (ríe).

 

Esas son las típicas historias que nunca se olvidan…
Es verdad. Uno de los que venía conmigo en el coche era Carlos Rego, un gran amigo y ahora crítico musical que ha publicado hace poco un libro precioso sobre Derribos Arias llamado «Derribos Arias. Licencia para aberrar». Su primer libro es otra maravilla, «Nuevo rock americano, años 80. Luces y sombras de un espejismo». Te los recomiendo. También lideró, y sigue con ello de alguna manera, Cosecha Roja, un grupo pionero en el rock de ese estilo tipo americano, cuando había pocas salas todavía. Está considerado uno de los grupos malditos, pero cada vez que vienen a tocar a Madrid lo petan. Como no tocan de manera continua, cada vez que lo hacen lo revientan.

 

Precisamente, los libros que mencionas los tenemos en nuestra tienda on-line. Vaya pandilla estabais hechos…
Buah, eran tiempos en que nos empapábamos de todo y nos dejábamos influir para aprender y conocer. Fuimos rockeros, rockabillys, mods… Mis amigos empezaron a hacer música muy pronto, yo tiré por el teatro, pero por las noches salíamos todos juntos. Cogíamos el coche y nos hacíamos los kilómetros que fuera por carreteras deleznables para ver dónde estaba la movida. Así era la vida de provincias.

 

Tú sigues manteniendo un rollo muy rockabilly, por cierto.
¡Sí, claro que sí! Las primeras camperas con chapas delante y espuelas detrás las tuve yo. Imagínate: un tío de 1,60, pequeñito, con patillas enormes y el tupé. Yo cogía el secador y me ponía un ‘tupelaco’… Claro, ver a un tío así en Orense por entonces, imagínate. «¿Pero este tío a dónde irá?», dirían (ríe).

 

¿Qué grupos escuchabas de aquella escena en aquella época?
Un grupo que tenía muy presente por entonces eran Los Coyotes. Empezaron como rockabillys, pero después se pasaron a hacer una especie de mestizaje latino. Y tienen unas letras con una carga sexual brutal. A Víctor Coyote, que era un puro animal sexual, le vi en Santiago de Compostela, ciudad a la que nos escapábamos para ver en directo a bandas como Glutamato Ye-Yé, Radiofutura… Nos íbamos a todos los conciertos que había allí. Era una pasada ver cómo se movía Víctor Coyote, lo que hacía con esos mini-chalequitos que se ponía para contornearse… Es muy buen ilustrador de portadas de discos, es un gran dibujante, un creativo. Cada disco que saca es una cucada. Yo tengo un disco suyo firmado por él de hace muchos años.

 

No eres mitómano, pero, ¿ te gusta conservar esos detalles?
¡Claro! A favor de mi no mitomanía te contaré que un día estuve en una caravana con Lou Reed y cuatro personas más. Fue la última vez que vino a la Casa de Campo con Laurie Anderson. A mí me encantaba y le adoro, pero no valoro tanto esas cosas como otras personas y amigos míos, que incluso se habrían puesto a preguntarle cosas. A mí no se me ocurrió ni sacarle una foto.

 

Imagino que algunos se te echarían encima por haber desaprovechado esa oportunidad. ¿Qué otras grandes figuras del rock de todos los tiempos has admirado o admiras?
Tuve una época muy de los Doors. Elvis, al principio también. Una época más oscura con los Stranglers y el disco de «The house of the rising sun» de los Animals, que para mí es maravilloso. Tom Waits también me gusta mucho y Neil Young, de él me gusta mucho la BSO de «Dead man», protagonizada por Johnny Depp.

 

De Galicia, tu tierra, también han salido grandes grupos de nuestra historia, como por ejemplo Los Suaves, Los Piratas y Siniestro Total, claro. ¿Con cuál te quedas?
Siniestro Total. A Julián le apreció un montón y nos llevamos bien. También de allí estaba por entonces Silvia Superstar, de las Killer Barbies…

 

Desde aquel rincón se siguen haciendo propuestas muy interesantes…
Ahora están saliendo un montón de grupos celtas que están dándole una vuelta a la gaita y hacen con ella punteos de guitarra y todo. A Budiño estuve viéndole hace poco en concierto en Madrid, es una máquina. Y, por ejemplo, mi primo tiene una banda de rock que se llama Cornelius. Ellos son de Vilagarcía de Arousa, pero ahora andan por Portugal y les están tratando como héroes, tocan con un montón de grandes grupos portugueses.

 

¿Cuál es el último concierto al que has ido?
Al de Albert Pla y Fermín Muguruza en Madrid. Para mí Albert Pla es un gran payaso, un payaso encantador. Cualquier cosa que hace consigue llevarla a su terreno, desde el lado trágico te lleva al lado cómico, en el fondo te está metiendo la pulla por dentro pero no te estás dando ni cuenta. Además llevaban un apoyo audiovisual increíble, sobre todo el tema vídeo. Se permitían el lujo de cambiar de escenario a través de la tecnología visual, increíble, increíble.

 

Increíbles e inolvidables también fueron los años de “Caiga Quien Caiga”. Aquello era puro rock and roll, ¿verdad?
Sí, ¡rock and roll pero de verdad! Acuérdate de la banda que teníamos en directo con el «Reverendo»; Simón, que es uno de los mejores guitarristas del mundo; Eric a la batería… Era una pasada. Hacían clásicos de rock and roll en directo. Recuerdo cuando vino Tom Jones a hacer promoción de uno de sus discos a España. Llevaba todo el día por los diferentes programas de televisión cantando en playback, y cuando llegó la hora de venir a «Caiga quien caiga» le debieron decir que era un programa especial, con música en directo y tal. A nosotros nos habían dado un montón de pautas porque venía agotado: prohibido hablar con él, prohibido tocarle… Y fue él el que quiso cantar en directo en nuestro programa, el único programa en el que lo hizo. Cuando escuchó a la banda tocar para darle el pie, se giró con cara de sorpresa y con un gesto en plan: «¡De puta madre, tíos!». No se esperaba que nuestra banda fuera a sonar así. No se me olvida aquello, «Sex bomb, sex bomb…» (se ríe y canta).

 

Gracias a tu trabajo en televisión seguro que has conocido a músicos que admiras, ¿te viene a la cabeza algún otro?
En la televisión de Galicia hicimos una especie de programa-concurso con un submarino que se llamaba «A toda máquina», donde estábamos tres actores. Yo era el grumete, el capitán era un actorazo llamado Xosé Lois que después lo dejó y Luisa Fernández Veiras, una actriz muy loca gallega que también acabó dejándolo. La televisión de Galicia los primeros años tenía una libertad absoluta, hicimos cosas increíbles… Aquel programa tenía un bloque musical y cada día venía un grupo de rock para tocar en directo. Siempre me han gustado Ilegales, y un día me tocó entrevistar a Jorge Ilegal en este programa. Él era muy destroyer, y yo todavía un pipiolo, y recuerdo la entrevista como un desastre, él lo único que hacía era destrozarme y humillarme en sus respuestas (ríe). Lo recuerdo con gracia, él era así, muy punk… Yo le adoraba. Uno de los mejores conciertos que he visto en mi vida fue de Ilegales en el pabellón de Deportes de Orense, a mis diecisiete años… Con una guitarra, una batería y un bajo, el ruido que montaron y la que liaron fue tremenda.

 

Me alegro de que no se te cayera el mito después de aquella entrevista. A veces ocurre cuando conoces en primera persona a un ídolo o artista que admiras.
Afortunadamente he ido conociendo a muchos. Durante un año tuve una sala alternativa en Orense, llamada Caritel, y pasaron por allí casi todos los grupos más sonados de la época: La Frontera, Los Coronas, Manu Chao, 091, Burning… La gente estaba muy contenta, un montón de público, se me acercaban dándome las gracias por llevar hasta allí a grupazos. Gente agradecida, que ya era un poco más mayor, y ya no podía ir hasta Madrid para ver un concierto… (se emociona).

 

¿De todas aquellas bandas que programaste en tu sala, alguna te sorprendió especialmente en directo?
Los Coronas. Me acuerdo de que en su prueba de sonido, después de una anterior durísima que habíamos tenido con otro músico, llegaron ellos, se subieron los tres al escenario, tocaron dos acordes y dijeron: «¡Ya está, vamos a comer!». Vaya conciertazo que dieron, movían la barra del bar con el sonido, me molaron porque es de esos grupos que entra directo al estómago, es algo visceral. El concierto de Burning también fue uno de los mejores que tuve en la sala.

 

¿Qué pasó con aquel garito?
Nada, se acabó. Duró un año, de diciembre a diciembre del año 92 o 93. Una pena, porque el primer año es el más difícil, y ya estaba hecho, y me seguían llamando un montón de grupos porque querían tocar allí. Tengo todo guardado, les conseguía entrevistas a las bandas, yo hacía los anuncios y los pegaba por ahí… Todos los fines de semana tenía una actuación de teatro y conciertos. Unos años más y me hubiera comido al Ayuntamiento de Orense en cuanto a actividades culturales. Pasó gente muy buena por allí, casi todos los grupos jovencitos de pop rock y folk que empezaban en Galicia y también leyendas.

 

¿Has vuelto a encontrarte con alguno de ellos?
Un día salía de un evento en Madrid y se me acercaron Los Planetas y me dijeron: «Tío, ¿tú no tenías una sala en Orense que se llamaba Caritel?» Y yo les dije que sí, que era yo. Y me dijeron: «Tocamos en tu sala cuando éramos desconocidos, ¡nos acordamos de esa sala con un cariño de la hostia!». Ellos no saben la alegría que me dieron al decirme aquello (se emociona).

 

 

Anterior entrega de Melómanos: Patxi Irurzun, Janis-maníaco.

 

 

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