“Sabina es rock y también canción de autor, pop, country, blues, rumba…”

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ENTREVISTA: JULIO VALDEÓN

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“En Sabina, como en cualquier ser humano, anida una dualidad. La capacidad para rozar el cielo y el infierno, y desde luego que yo quería mostrar todo”

 

Julio Valdeón, autor de “Sabina. Sol y sombra”, la gran biografía de Sabina, conversa en esta entrevista sobre el libro y también, cómo no, del mismo Sabina.

 

Texto: EFE EME.

 

Tras dos años de trabajo, Julio Valdeón ha publicado hace unos días “Sabina. Sol y sombra”, la mayor y más completa biografía dedicada a Joaquín Sabina. Un volumen que no elude el reportaje, el análisis crítico de la obra y constantemente salpicado de declaraciones de gente próxima al músico para tratar de entender su obra, las canciones y los discos, porque “Sol y sombra” es un libro en el que la música puebla todas sus páginas, ofreciendo datos en muchos casos completamente desconocidos. De todo ello nos habla el propio Valdeón.

 

Has publicado algunas novelas, pero esta es tu primera biografía musical…
Hubo un precedente musiquero, “American madness”, el libro que dediqué a “Darkness on the edge of town”, de Bruce Springsteen, pero esto es otra cosa. Yo a este libro llego, primeramente, por la oportunidad que me brinda Efe Eme. Quién me iba a decir a mí, cuando corría al quiosco para comprar la revista, que formaría parte del proyecto. Por otro lado en España, en los últimos años, disfrutamos de un boom del ensayismo musical, se está haciendo un trabajo de bastante nivel, y es algo muy curioso, por cuanto las condiciones en las que malviven las industrias culturales no podían ser más penosas. Quizá por eso, porque nadie aspira a vender una escoba, te animas a meterte en proyectos más arriesgados, y este, por mucho que Sabina sea Sabina y haya escrito la crónica poética de nuestro tiempo, lo era.

 

¿Por qué Sabina, qué tiene él que no tengan otros?
Sabina renueva, amplía y enriquece el legado de Quintero, León y Quiroga, pero también el de los Celentano, Brassens, Paco Ibáñez y Serrat. Ha escrito canciones a la altura de ‘La bien pagá’ o ‘Tatuaje’. Su trayectoria apabulla y su longevidad artística, a pesar de, o quizá gracias a, una vida quemada a grandes sorbos, le permitió arrancar junto a los cantautores más interesantes de finales de los años setenta y principios de los ochenta, como Hilario Camacho, Krahe, por supuesto Chicho Sánchez Ferlosio, que venía de lejos, y a partir de ahí crecer, desembocar en el rock, vía los Stones, que traía de Londres, pero también en el pop rock de Jean-Patrick Capdevielle, Francesco de Gregori y Lucio Dalla, que por cierto tocó por vez primera en España invitado por él. Mientras algunos miraban con prevención la tradición musical hispanoamericana, los boleros que tarareaban nuestras abuelas, las rancheras de nuestros santos bebedores, los tangos de Gardel, Sabina abrazó aquellos géneros y llegó a dominarlos hasta el punto de que canciones como ‘Camas vacías’ la hubiera firmado orgulloso José Alfredo Jiménez… Y veinte años antes de que en todos los discos españoles sonara un slide Sabina ya estaba en el country, o si se prefiere country rock, el de Gram Parsons y otros, con canciones como ‘Por el túnel’… En Sabina hay humor, cosa infrecuente en nuestro panorama musical, y también literatura de alto voltaje, y por si fuera poco inventa Madrid junto a Moris, Ramoncín y otros pocos, y lo digo en el sentido de que por ejemplo Nueva York, la Nueva York que amamos, es una criatura mitad realidad mitad poesía, hija de Woody Allen, Scorsese, Elia Kazan…

 

¿Recuerdas la primera vez que escuchaste a Sabina?
A mí su música me acompaña desde siempre. Ha sido el hombro sobre el que llorar, inseparable compañera de juergas, de turbulencias, amores y resacas, de viajes en el coche con mis padres, siendo niño, y también de la adolescencia, la juventud y así hasta estos días, tan Keith Richards, de cambiar pañales mientras tarareamos sus canciones. No es fácil hacerle justicia y, sobre todo, resulta tentador y fácil quedarse en los tópicos. Sabina tiene algo de iceberg, y necesitaba bucear bajo las olas, a ver qué encontrábamos. Al final Sabina forma parte de nuestro ADN. Los llevamos tan incorporado al disco duro como el sabor del gazpacho. Ya digo que lo escuchaba de enano, que recuerdo estudiar en el bachillerato con “Física y química”… Son mil vivencias asociadas a sus discos.

 

¿Es tu músico español favorito?
¿Favorito? Sin duda, o al menos uno de los favoritos, con Camarón, Ariel Rot, Enrique Bunbury, Los Secretos, Enrique Morente, Pata Negra, María Jiménez, Vainica Doble, Kiko Veneno, Jaime Urrutia… Pero sí, claro, Sabina está ahí arriba, entre los primerísimos de mi particular santoral.

 

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Julio Valdeón, autor de «Sabina. Sol y sombra». Foto: Iván Córdoba.

 «Sabina tiene un fraseo demoledor, es dueño de un estilo único, y la personalidad, la capacidad para adueñarse de un texto, la originalidad, es lo único que realmente importa»

 

Hay una pregunta inevitable: la bibliografía sobre Sabina es bastante extensa, ¿era necesaria otra biografía dedicada a él?
La bibliografía sabiniana, hasta el momento, es menor de lo que parece. Hay libros antiguos, y otros que carecen de entrevistas y casi de análisis. Sí merece la pena, por más que la música ocupe un lugar muy secundario, el de conversaciones con Sabina que escribió Javier Menéndez Flores. Luego hubo otra biografía, interesante, de Joaquín Carbonell, buen ejemplo del sentir de los que acompañaron a Joaquín en la primera hora, y en la que la música tampoco ocupa un lugar primordial, cosa rara al estar escrita por un músico. En general, y pienso ahora en la prensa, el 99% de lo que se escribe de Joaquín, no digamos ya cuando le entrevistan, tiene que ver con todo, política, viajes, sexo, drogas, Cuba, qué sé yo, cualquier cosa excepto sus canciones, y de eso pretende ir “Sabina. Sol y sombra”, de música, de canciones, de discos. De su carrera, de cómo nacieron los discos que amamos, de las confidencias de sus socios, de lo que sucedía en el estudio, de las giras… de su arte, bien que insertado en el tapiz biográfico, esencial para entender de qué hablamos, y tan vasto, por la importancia del personaje y su círculo, que acaba por resultar una historia de España de las últimas décadas.

 

Vives en Nueva York, ¿ha sido complicado el trabajo de investigación, te ha llevado mucho tiempo?
Sí, y a eso hay que sumarle que tuve un hijo el verano de 2015, justo cuando arrancaba el libro, más el trabajo diario como periodista, y la combinación resultante es matadora. Han sido dos años de pura obsesión, especialmente el último, cuando volaban las correcciones, los añadidos, los cambios, las ampliaciones… Juan Puchades, que lo sufrió todo en primera línea, y que por muchas y contundentes razones es el principal culpable de que este libro exista, da fe de que acabamos medio locos, y sobre todo de que casi le vuelvo loco. Y ojalá que el envite haya merecido la pena. Desde luego soy la persona menos indicada para opinar.

 

¿Ha habido facilidades por parte de Sabina y su “entorno” para que la empresa llegara a buen puerto?
Sabina y su “entorno” fueron de una gentileza extrema. Sabina no solo me brindó una entrevista que juzgo magnífica por la honestidad y la lucidez que destila en cada una de sus respuestas, mucho más, desde luego, que por la chata inteligencia del entrevistador. También me ofreció su archivo, donde guarda todo o casi todo de lo que alguna vez han publicado sobre él, aquí y en Hispanoamérica. Lástima que, al vivir en Nueva York, me fue imposible aprovecharlo. Quizá más importante es que en ningún momento quiso supervisar el producto final. Ni siquiera lo insinuó. Así se trabaja mucho mejor: nada más prescindible que esos libros controlados por el biografiado. A ver, Sabina está muy por encima de lo que yo o cualquiera pueda escribir. Pasarán los años y de nosotros no se acordará ni dios, y sin embargo, tal y como dice Carlos Boyero en el libro, la gente seguirá reconociéndose en sus canciones. Dicho esto, podía haberse inmiscuido, tratar de influir para salir más guapo o, no sé, actuar a la defensiva y ponerme en contra a los otros entrevistados, pedirles que no hablaran conmigo, tal y como hizo Tom Waits con Barney Hoskyns, que así y todo logró escribir su biografía. Sabina, en cambio, me abrió las puertas de su casa. Pero más allá de eso, la distancia fue exquisita y, además, su gente, sus amigos, sus músicos, hablaron con absoluta libertad. Nadie telegrafió nada. Nadie dijo, “por aquí no, esto conviene, aquello menos”.

 

Unes la biografía y el ensayo, ¿tuviste claro que ese debía ser el modelo, quisiste alejarte de la temible hagiografía?
Biografía, claro, porque tenía razón Saint-Beuve, y no Proust, cuando argumentaba que la obra es hija de un ser incardinado en lo social. Ensayo, porque no quería limitarme a la mera cronología. Musical, porque Sabina es músico, que ya vale de pasarnos el día glosando sus metáforas y bla bla bla… Para que el libro respire necesitaba retratar cómo nacieron sus obras, y también a la persona, al autor. Y había que mojarse. De modo que biografía, ensayo, crítica musical, fresco histórico. Todo eso pretende ser “Sol y sombra”. Nada que no hayan hecho antes otros. Por ejemplo, aunque entiendo que el modelo me queda muy grande, Peter Guralnick en sus bios sobre Elvis Presley y Sam Cooke. Luego puede que algunos fans se mosqueen cuando afirmas que tal o cual canción no te gusta, o que determinada producción funciona mal, o que no soportas unos arreglos, y lo entiendo, porque la música nos nutre de tal forma que corres el riesgo de tomar las críticas como un ataque personal. Pocos de los que lean la biografía de Picasso de John Richardson le reprocharán sus predilecciones, o al menos lo harán de forma racional, meditada, sin esa visceralidad que nos sale al hablar de música. Imagino que esto sucede por la inmensa capacidad que tiene la música para conmovernos, para evocar, para conformar nuestro paisaje emocional y, de alguna forma, nuestra personalidad y, eso seguro, nuestra memoria. Al crítico hay que pedirle visión panorámica y esfuerzo pedagógico, y luego asumir que también cuentan las vivencias personales, las filias de cada cual, sus gustos. “Sabina. Sol y sombra” pretende empatar, siquiera en ambición, con el rigor de la mejor crítica musical, y evitar, en la medida de lo posible, la, sí, maldita hagiografía. A dar brillo al santoral que se dediquen los feligreses.

 

Estos días se ha comentado el sentido del título, “Sol y sombra”, ¿qué querías “contar” con él?
“Sol y sombra”, primero, como homenaje a Julián Infante, al que tanto extrañamos. Recuerden que mientras algunos listos, y para qué citarlos, estaban al indie con inglés de intercambio de bachillerato, Sabina ya tenía claro que aquel grupo era portentoso. Y el amor era mutuo: Los Rodríguez aplazaron un año su separación para poder irse de gira con él. Lo confesó hace poco Ariel Rot en una entrevista en «Cuadernos Efe Eme». “Sol y sombra”, también, porque en Sabina, como en cualquier ser humano, anida una dualidad. La capacidad para rozar el cielo y el infierno, y desde luego que yo quería mostrar todo. Lo bueno, lo feo, lo grandioso, lo discutible, lo épico y lo mágico. Los personajes, cuanto más poliédricos y complejos, más verdaderos. Cómo no tratar de aproximarse a esa respiración, a sus hazañas y miserias, si para más inri el protagonista del relato es un fulano de carne y hueso, no un personaje de novela, un arquetipo o un héroe de cómic, sino alguien fieramente humano, que escribe y compone como los ángeles, pero tan falible y precario como cualquiera. “Sol y sombra”, en fin, por el lingotazo y la noche, y por ese punto castizo, de Juncal, de Berlanga y Azcona, con el que el Joaquín tiene mucho que ver, y que tanto fastidia a los que no entienden nada.

 

El libro incluye tus comentarios y análisis sobre las canciones y los discos, es un texto crítico, pero llama la atención que, al final, queda la sensación de que el propio Sabina es tan crítico o más que tú, ¿no?
Uno de los aspectos más llamativos de Sabina ha sido siempre su arrasadora sinceridad a la hora de enjuiciar su propia obra. No solo no se enfada con los que le afean tal o cual estribillo, arreglo, etc., con independencia de que comparta o no su juicio, sino que a menudo nadie critica con más severidad los discos de Sabina que él. Algo muy refrescante. Los periodistas estamos aburridos de lidiar con tipos empeñados en venderte la moto, todo lo suyo es oro y mira cómo reluce. Sabina no. Bastante más inteligente que sus odiadores, e incluso que ciertos partidarios, encaja como un campeón, aunque cuidado, que también sabe sacudir. La entrevista que cierra el libro lo deja muy claro. Opina de su trayectoria sin maquillar nada. Libre de autocensura y componendas. Le importa un huevo si le perjudica comercialmente o da munición al enemigo, como aquella coña suya de hace años, aquello de que escribía ripios. Ese desnudarse en público, aplicando a sus discos la navaja que otros reservan para la obra ajena, nunca para las suyas, esa franqueza brutal, decía, le engrandece.

 

Frente a tanta insistencia en el Sabina letrista (poeta), tú reivindicas al compositor, al de letra y música, y también al intérprete, al cantante. ¿Crees que el músico y vocalista están a la altura del letrista?
No solo están. Es que tengo días en que incluso creo que le superan. Sabina tiene músicas brutales. Lo explico en el libro. Cito más o menos de memoria… Sabina no es un poeta. No solo. Sabina firmó la letra y melodía de ‘El joven aprendiz de pintor’, ‘Calle Melancolía’, ‘Cuando era más joven’, ‘Así estoy yo sin ti’, ‘Mentiras piadosas’, ‘Medias negras’, ‘Y nos dieron las diez’, ’19 días y 500 noches’, ‘Dieguitos y Mafaldas’, ‘Cerrado por derribo’, ‘De purísima y oro’… Los que se quedan en sus textos intuyo que consideran que el poema es superior, más importante, más respetable, más digno de suplementos culturales que la canción. Desde luego no asumen que es otra cosa, ni mejor ni peor, distinta. Ahora, igual que digo esto también afirmo que el Sabina poeta, el de los sonetos, es buenísimo. Lo digo yo y lo pensaban José Hierro y Ángel González, pero claro, que sabrían de poesía y de literatura esos tíos. ¿El Sabina intérprete? Tiene un fraseo demoledor, es dueño de un estilo único, y eso, la personalidad, la capacidad para adueñarse de un texto, la originalidad, es lo único que realmente importa.

 

Hay gente que no le ve en el rock, ubicándolo solo en la canción de autor. ¿Qué piensas tú?
Que entonces Bob Dylan, Johnny Cash y Leonard Cohen tampoco son rock and roll. Qué ganas de etiquetar y acotar, de dividir en tribus, levantar aduanas y encasquetar pasaportes. Sabina es rock, y hacía rock and roll hijo de Little Richard y Chuck Berry a principios de los ochenta, pasado por el filtro de Burning y La Orquesta Mondragón, que por algo nació en Úbeda y vive en Madrid, y al mismo tiempo lastrado por las producciones de la época, que eran un disparate, las suyas y las de casi todos. Sabina es rock y también canción de autor, pop radiante, y reggae y country, y blues y flamenco, y rumba, milonga, tango. El mejor rock and roll, hijo de mil leches, huye del purismo, una cosa como de guardianes del cementerio y talibanes.

 

En el texto dejas constancia de ese odio cerril que despierta Sabina entre mucha gente, ¿qué opinas de ello?
Hay tipos que ha escrito cosas infames sobre él, y esa escuela, la de los loritos empeñados en que Sabina factura ripios, la misma que nunca dio bola a Miguel Ríos, e incluso a Serrat, los tipos que pasaron del pop italiano y francés, los que pensaban que Pepe Risi era un pringado y Loquillo y Los Rodríguez también, los mismos que despreciaban la salsa, y no sigo, han sido corrosivos para la profesión, transformada en pasatiempo esnob para consumo de cuatro gatos igual de pedantes. Luego están los que comentan que las letras de Sabina son machistas y poco apropiadas para recitar en la guardería, pero su problema ya lo diagnosticaba hace poco Antonio Lucas, vía Slavoj Zizek, al explicar que “La hipermoralidad, igual que la corrección política, es una de las formas del totalitarismo moderno”.

 

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 «Pancho Varona y Antonio García de Diego son dos de los compositores más importantes de la historia de la música española».

 

¿Crees que el libro servirá para arrojar nueva luz sobre las canciones y los discos, incluso que podrán redescubrirse temas o discos eclipsados por otros más conocidos o celebrados?
Bueno, esa es la intención, y para lograrlo no hemos escatimado ninguna herramienta y ningún género, pasando de la entrevista a la reseña musical al trabajo detectivesco. Hay curiosidades, como la más que probable identidad de la chica a la que está dedicada ‘Princesa’. O el misterio oculto en los créditos de ‘Juez y parte’. Y asuntos capitales, como las andanzas, aventuras y desventuras junto a Viceversa, la formación del equipo junto a Varona y García de Diego contada por ellos mismos, la gestación de canciones eternas. O los años de Londres, con sus amigos más cercanos, o las escapadas a Canarias para escribir, el ascenso a la primera división, la descripción del salón literario, rockero y musical que fue su casa… Y está Carlos Narea hablando de “Enemigos íntimos”, que produjo, y a Alejo Stivel y Josu García de “19 días y 500 noches”… Y Rot y Calamaro hablando de su relación y colaboraciones, igual que Miguel Ríos, Álvaro Urquijo y mil más, y se rinde justo homenaje a la figura de Antonio Oliver, decisivo en “19 días y 500 noches”, Chus Visor y García Montero dando las claves de cómo nace “Ciento volando de catorce”, Gonzalo García Pelayo y el glorioso homenaje que le hizo María Jiménez, Pancho Varona desmenuzando casi todas las canciones, y los testimonios de Pedro Guerra, Caco Senante, Olga Román, Paco Lucena, Manolo Rodríguez… y sí, en efecto, la discografía de Sabina es rica en grandes canciones opacadas por el brillo de otras, más conocidas, y discos que merece la pena reivindicar.

 

En el libro hay dos figuras esenciales, con papel destacado por medio de sus declaraciones, Pancho Varona y Antonio García de Diego, a veces criticados por las producciones de sus discos, pero también coautores de algunas de las más grandes canciones de Sabina. ¿Qué opinas de su trabajo con el de Jaén?
Pancho Varona y Antonio García de Diego son dos de los compositores más importantes de la historia de la música española. Su trabajo junto a Sabina es de una grandeza cegadora. Se cuentan por decenas las canciones absolutamente maravillosas con su firma. Que luego ya gusten más o menos algunas de sus producciones, bien, vale, lo preocupante sería estar de acuerdo en todo, y las posibles objeciones no invalidan el que cualquiera con un mínimo amor por el rock, aquí y en Argentina, México, Colombia o Perú, tiene una deuda impagable con ellos.

 

¿Es un libro solo para seguidores convencidos previamente o el curioso podrá adentrarse en él?
Necesitaba explicar las razones por las que sus canciones nos han acompañado durante años, pero no quería limitarme solo a despertar el interés de los amantes de la obra sabiniana. Espero y deseo que sea nutritivo para cualquiera. Aunque también comprendo que este tipo de libros, por razones obvias, llegan esencialmente al previamente interesado, y es difícil que el “odiador” se acerque a ellos, pero si el curioso se aproxima, hallará razones para comprender y apreciar la obra de Sabina, reflexiones que, tal vez, le ayuden a obtener una visión más ajustada. He intentado ser minucioso y riguroso, teniendo presente que el mayor pecado posible es aburrir. En todo caso, unos y otros se harán con un libro editado con cuidado y excelentemente presentado.

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