The Rolling Stones: Dedos pegajosos

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Su producción  hunde el hierro sin que duela mucho, hay ácida esencia rockera pero bien agitada y envasada, con el encanto propio de la década de los setenta, con ese calor de cuarto de estar”

 

La reedición de “Sticky fingers” (Universal, 2015) nos acerca de nuevo a uno de los discos fundamentales del rock and roll y de la música pop universal.

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Si tienes que presentarle los Stones por primera vez a alguien, “Sticky fingers” es siempre el disco elegido. Es un hecho. Cada vez que lo haces, volatilizas en mil pedazos su magnífica etapa sesentera, quemas sus grandes obras con Ron Wood de guitarrista y evaporizas su reivindicable senectud. Pero es un ritual que debe hacerse porque, no nos engañemos, “Sticky fingers” es perfecto para empezar a escuchar a los Stones y su carrera es demasiado larga como para entrar en recovecos frente a un novato. En el fondo sabes que “Out of our heads” y “Some girls” son la hostia, también que, de cara a la alta cultura rockera, queda bien citar “Exile on Main St”, pero “Sticky fingers” tiene todos los ingredientes concentrados.

Fijaos, dura tres cuartos de hora, con lo que la atención está garantizada, algo innecesario frente a trallazos rockeros como ‘Bitch’ y ‘Brown sugar’, pero imprescindible para bucear a los largo de los siete minutos de ‘Can’t you hear me knocking’ o entender la decadencia de ‘Sister morphine’. Además, está formado por diez canciones, número perfecto en sintonía con sus cuarenta y cinco minutos de duración que provoca que quieras volver a escucharlo desde el principio una vez han sonado las notas finales de ‘Moonlight mile’. Por supuesto, su producción es muy buena porque hunde el hierro sin que duela mucho, hay ácida esencia rockera pero bien agitada y envasada, con el encanto propio de la década de los setenta, con ese calor de cuarto de estar. Para que las canciones sonaran de otra manera ya estaba el directo. Cómo no, y especialmente en el caso de los Stones, hay que citar la variedad. ¿Cuántos géneros suenan en este disco? Rock, country, soul, blues… Esa adoración de la juventud británica de entonces por el nuevo continente hacía que el éxtasis que su música provocaba en ellos llegara hasta sus propias obras.

Yendo un poco más allá y siendo un poco superficiales, “Sticky fingers” también contiene la mitología. Ahí está toda la sexualidad del rock en su portada, con un paquete de rabo bien marcado, objeto de deseo para ellas y para ellos, unas por sexo opuesto y otros por lo contrario. Seguramente, el paquete de la portada de “Sticky fingers” simboliza el rock and roll primigenio con mayor autoridad que cualquier otro elemento. Lo de los machos cabríos y demás es otra historia, si hablamos de rock and roll como tal, hablamos de liberación animal, de desenfreno, de baile, de sexo. Con la portada, los Stones dieron en el clavo. La versión española empleada cuando la original fue censurada puede resultar más novedosa a la vista y llamar más la atención hoy día, pero ni de broma es mejor que la original. De todos modos, cortemos con frivolidades, que lo que importa es la música.

 

 

 

La primera vez que se escucha “Sticky fingers” nunca se olvida, porque es un tornado que te lleva, es un chute de adrenalina brutal que hace que el cuerpo y alma se muevan en direcciones desconocidas, porque se trata de un disco que es nervio para la entrepierna y bálsamo para el alma, cuando no para los dos. La lascivia de ‘Brown sugar’, el balneario de ‘Sway’, que es consuelo para todos. Esa letra siempre tuvo algo de ungüento alquímico para hacer sentir bien, es eso, una oración de placer, un deshago orgásmico. “Simplemente esa vida demoníaca te ha atrapado bajo su influjo” canta Jagger en ‘Sway’… Guau, sabes de qué habla y a la vez no tienes ni puta idea. Pero ese influjo se aprecia a lo largo del disco, en el romanticismo a pecho descubierto de ‘Wild horses’, en la letanía mántrica blues de ‘You gotta move’, en el misterio de ‘Moonlight mile’, ese hechizo de la luna haciéndolo para que “Sticky fingers” cierre enigmáticamente.

La reedición del disco llega en diversos formatos, de lo más asequible a lo lujoso. La edición doble sacia, con un disco adicional que incluye ricas curiosidades que van desde lo anecdótico (‘Brown sugar’ con Eric Clapton) hasta lo sublime (la hermosa ‘Wild horses’ más desnuda que nunca) más cinco temas grabados en Londres en 1971 con muy buena calidad.

 

 

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