Rockola, Discos. 20 de febrero de 2009

Autor:

Graham Nash
Songs for Beginners

RHINO/WARNER

El talento descomunal, la fuerza rockera y el genio de Neil Young. El virtuosismo guitarrero del reservado Stephen Stills. La calidad compositora del viva la vida David Crosby. Y Graham Nash, el oscuro patito feo. Así nos lo han contado, así hemos entendido las personalidades de esos cuatro gigantes que un día tuvieron la ocurrencia de montar un grupo prodigioso que fue la suma equitativa de los cuatro –bueno, antes fue el trío, CS&N–. Sin embargo, Nash fue algo más que el cuarto en discordia, más que el elemento apaciguador entre tanto carácter, aportó a CSN&Y su vena melódica, su educación en el pop británico –él provenía de los Hollies–, sus dotes vocales.
Tal vez su escasa obra solista –cinco discos en treinta y ocho años– ha contribuido a trazar ese perfil de un Graham Nash menos dotado artísticamente que sus compañeros. Pero él se define esencialmente como un hombre de grupo, por ello cuando el trío y el cuarteto se han desbandado, ha grabado y actuado en dúo junto a Crosby, como buscando siempre un compañero de viaje, quizá porque sólo entiende la música como un hecho colectivo. Él, que es un notable fotógrafo, y como tal solitario.
El fotógrafo que se autorretrató reflejado en una ventana para ilustrar la portada de su primer disco solista, el ahora reeditado Songs for beginners. Su obra maestra, en la que colaboraron sus compañeros David Crosby y Neil Young (tocando el piano en diversos cortes, y guarecido en los créditos bajo el seudónimo de Joe Yankee), además de amigos como Jerry García, Rita Coolidge, Carole king y David Lindley. Un disco que se desarrolla con suavidad, con querencia por lo acústico, en el que Nash supo unir la tradición británica con el espíritu californiano y en el que los instrumentos son sólo los esenciales, los arreglos sobrios pero imaginativos y los juegos vocales un regalo del cielo.
Este trabajo, grabado en mayo en 1971 es, sin duda, hijo de su tiempo –aunque tan válido hoy como entonces–, inspirado por la generación del 68, se abre con ese glorioso canto antibelicista llamado “Military madness”, se muestra con sinceridad en tres canciones alrededor de su ruptura con Joni Mitchell, “Simple man” (“Soy un hombre sencillo / y canto una sencilla canción”), “Better days” y “I used to be a king” (donde hace referencia a una canción de los Hollies, “King Midas in reverse” y que posee un delicioso sonido Beatle) y se cierra con ese himno a la esperanza que es “We can change the world” (como se ve, muy de actualidad). Entre medias, canciones fabulosas –esa genial “Chicago”, puente entre el sonido de la Costa Oeste y el AOR que tendría que venir– en un disco que pone de buen ánimo y que invita a ser escuchado una y otra vez. Más ahora, en esta edición puesta a punto (remezclada y remasterizada) por el propio Nash, de bella presentación y acompañada de un DVD en el que su autor habla de su carrera paralela como fotógrafo.
JUAN PUCHADES.

Eleftheria Arvanitaki
Mírame

UNIVERSAL

No se han defraudado ni mucho menos las expectativas levantadas por la colaboración entre la cantante griega más famosa en España y el productor español de moda, largamente anunciada y esperada. Los más morbosos probablemente preferirán jugar a analizar hacia cuál de los dos molinos acaban yendo las aguas, pero por el camino se van a encontrar con grandes canciones –curiosamente todas ellas muy diferentes entre sí– que les harán desistir de su empeño.
Javier Limón se limita a ser lo que es, que no es poco: un gran productor, controlador absoluto del sonido –pulcro, rico y bello, como siempre; de una prístina dinámica, como siempre–. Éste se ha ofrecido enteramente a la griega para que nada cambie en su música, cuando por la forma de presentar muchas cosas realmente es todo lo que cambia. Sin embargo, la legión de seguidores griegos de la cantante (¡¡y españoles!!) van a poder apreciar una obra tremendamente helénica de principio a fin.
Qué decir de Eleftheria a estas alturas. De su voz, de su empeño por cuidar hasta la última coma sus producciones, el repertorio, cada músico y letrista… Una vez más, se ha rodeado de una excelente pléyade de músicos y letristas griegos –mención especial para los letristas Lina Nikolakopoulou y Nikos Moraitis, el poeta Michalis Ganas o los compositores Giannis Mitsis y Pimis Petrou–, cuyas aportaciones desembocan en ese Gran Río que es siempre Eleftheria Arvanitaki.
Ella también ha querido revivir en parte sus tiempos con la Opisthodromiki Kompania incorporando al músico Thodoris Papadopoulos, autor de “Ton erota rotao” (“Le pregunto al amor”), una de las piezas más contundentes y con más carga de raíz tradicional del álbum, lo que no quita para que tenga una intro de metal y una importante base de cajón flamenco. Así es Javier Limón, que lógicamente ha aprovechado para tener por aquí a sus escuderos más relucientes: Horacio “El Negro” Hernández, Antonio Serrano, Juan Galindo, Pedro Salazar, Piraña…
Más anomalías brillantes: un tema tan salsero, cubano y resultón como “Den milo gia mia nychta ego” (“I’m not talking to you about a night”) resulta ser una adaptación ¡de una pieza tradicional balcánica!
Piezas igualmente maravillosas como “To gkrizo ton mation sou” (“El gris de tus ojos”) o “Xeni kardia” (“Corazón extraño”) son un suntuoso festín de sonidos de raíz. Y es curioso, porque el único bouzouki que ha entrado por Casa Limón es el que le ha regalado la propia Eleftheria. Todas las partes más autóctonas de bouzouki, laúd y oud fueron registradas en Atenas, aunque siempre con el visto bueno de Limón desde su cuartel general.
Cierra el álbum la canción “Mírame” –la única ocasión que ha tenido Limón de lucirse también como compositor–, en la que aparece Buika. Cantar a dúo con ella y en español este tema de aires copleros ha sido para Eleftheria otro de los grandes alicientes que ha tenido venirse a Madrid.
En fin, el disco cuenta de arriba a abajo con un “flow” latino y mediterráneo que lo hace único y, sobre todo, indispensable para oyentes no adscritos anímicamente a una sola nacionalidad. Hasta la cálida versión que hace de “Cárcel de oro”, con letra adaptada al griego por Nikolakopoulou, suena tremendamente mediterránea, lo que de por sí es un rango más que una obsesión.
Es un trabajo sencillamente delicioso y disfrutaremos plenamente de él en directo el próximo mes de mayo, cuando recale en España su próxima gira y para la que suelen quedarse pequeños nuestros teatros. Eleftheria nos mima como “mercado principal” y otra buena prueba está en su empeño personal por controlar la traducción al español de las letras, perfectamente reproducidas en el libreto del CD.
GERNOT DUDDA.

Andrew Bird
Noble beast

BELLA UNION/NUEVOS MEDIOS

Andrew Bird es un hombre capaz de rizar el rizo. Capaz de mezclar violines, silbidos y, sobre todo, su voz para obtener pequeñas melodías pop, ¿o son folk? ¿O jazz? ¿O todo junto a la vez? Es cuestión de oír este disco una y otra vez por que en cada escucha gana enteros y puedes descubrir los pequeños matices que esconde cada canción. Si tengo que escoger, me quedo con los tres temas que abren este Noble beast: “Oh no”, “Masterswarm” y Fitz and the dizzy spells”. Son tres composiciones mágicas que te descolocan por la agradable voz de Bird y por su aparente ingenuidad. También podemos encontrar coqueteos electrónicos como la turbadora y misteriosa “Not a robot, but a ghost” y piezas de una belleza absoluta como “Natural disaster” o “Nomenclature”. En este su octavo disco, Bird ha confirmado que un artista casi imposible de clasificar y uno de esos compositores capaces de ir un poco más allá y presentar una propuesta diferente. Es un mago de la música, un prestidigitador que, con sus trucos vocales e instrumentales, nos sorprende una y otra vez a lo largo de este LP. ¡ Menudo pájaro es este Andrés!
ÀLEX ORÓ.

Pants Off
Domingo a las siete

FLOR Y NATA

Puede sospechar el lector que los cronistas musicales rozamos eso que se llama glamour. Alguna entrega de premios, alguna presentación selecta del nuevo disco de un grande… Pero todo esto es sintéticamente mentira. Lo que verdaderamente nos sigue provocando y nos hace sentirnos verdaderamente elegantes es descubrir a cuatro chavales que vuelvan a ponernos la piel en estado de ebullición.
Y ese es el caso de Pants Off, estradenses sin nada que vaya más allá del protocolo básico del pop adolescente, con un mini LP de prueba de tan sólo cinco canciones, pero que han vuelto a hallar el germen, la distinción básica de la música, ese equilibrio entre ilusión e inocencia que se pierde tantas veces a partir del segundo disco y que se agradece tanto.
Ellos creen manejar referentes tópicos, hablan de Pereza o el Canto del Loco, pero, seguramente sin saberlo beben del desparpajo de las canciones de Mamá, y aunque lejanamente “Nadie más” tiene la naturalidad de “Perdido amor” o de “Ligarse a Vicky”, esos ambientes nocturnos, esas esperanzas de pub.
Son nuevos, sí, pero saben captar ese costumbrismo nuevaolero, las guitarras sentimentales y elegantes de “Fashion victim” o “Una razón” que parecen llevadas por Manolo Mené, allí donde se encuentre. E incluso dejan caer una perla con esa suave melancolía que desbordaba a Andrés do Barro en “Y yo”. Son gallegos, viene a ser normal. Lo que ya no es tan normal son las perspectivas que se adivinan. Ojalá respondan mientras siga la ebullición.
CÉSAR PRIETO.

Prima Donna
Afterhours

LOCOMOTIVE

No inventan nada nuevo, pero qué bien suenan. Prima Donna fusilan con descaro el legado de los –aún activos– New York Dolls, pero lo hacen con tanta gracia y con tan buenas canciones que casi convendría felicitarles por tomar como referente a “las muñecas de Nueva York” en lugar de tratar de emular el último “hype” anglo. Vivimos en un mundo dominado por lo hijos de Coldplay o Franz Ferdinand, grupos con tan poco que decir como sus progenitores pero son bombardeados masivamente a nivel publicitario. Por ello, lo que en plenos años setenta habría sido una traba a una banda novel, en el caso de Prima Donna se torna en virtud. ¡Y es que uno se alegra de que aún haya jóvenes que escuchen rock añejo! La producción del disco es caliente, bien facturada, bien trabada, son carne de cañón de Jack Douglas. Pero hasta que estos muchachos crucen sus caminos con el afamado productor habrá que disfrutar de Afterhours, cuyo sonido es directo aunque no especialmente crudo. Tener entre sus filas a un teclista-saxofonista ayuda lo suyo a hilvanar un sonido trillado que sigue siendo valido, al que teclas y viento endosan bonitos arreglos en una dictadura eléctrica. Descaro, chulería, buenas maneras y originalidad nula. Pero es que a estas alturas, con buenas canciones y un poquito de actitud ya es para conformarse. Aun así, alejarse de lo vintage y centrarse en el siglo veintinuno podría acabar dando grandes resultados si no pierden de vista sus raíces, como a más de uno ha ocurrido. Buen trabajo, divertido y sin pretensiones.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.

Carlos Chaouen
Horizonte de sucesos

MALDITO RECORDS/ELKAR/K INDUSTRIA

Hay quienes tienen tan poco que contar que plagan las canciones de irritantes lugares comunes. Los hay con una cultura general tan escasa que escriben tamañas simplezas que sólo provocan el sonrojo ajeno. Los hay que muestran tal descuido estilístico y gramatical que hunden sus propios textos. El caso de Carlos Chaouen no es ninguno de ellos: Tiene un rico mundo tan original como propio, escribe con tanta corrección y manejo del lenguaje que en ocasiones obliga al escucha a echar mano del diccionario. Sin embargo, toda esa eficiencia se torna en su contra: sus historias tienden a ser demasiado intensas, tan excesivamente densas y opacas que cuesta penetrar en ellas. Su dominio de la palabra sirve como ejercicio literario pero está exento de alma, y si de canción popular hablamos, ésta es imprescindible. Dicho de otro modo, sus textos no seducen.
Si a ello añadimos que, en este disco, ha optado por estructurar musicalmente las canciones de manera muy previsible (transcurren ordenadamente hasta llegar a los estribillos, momento en el que se disparan ritmo e instrumentos, casi en tropel y alocadamente), no estamos ante su mejor obra. Un álbum en el que pocas canciones –ningún estribillo– permanecen en la memoria tras su escucha atenta, sólo su voz cálida y entregada es lo más destacable junto a un tema como “Báquica escena” o las pruebas electrónicas de “Astronomía (trampantojo)” (¿han visto qué títulos?). Si Chaouen intentara mostrarse más próximo, asumiera que menos es más y recordara aquella máxima de Sabina de que «las canciones han de atraparte por los cojones», quizás podría dar un firme paso al frente.
JUAN PUCHADES.

Jacques Schwarz-Bart
Abyss

UNIVERSAL

Jazz hecho en la isla francesa de Guadalupe, lo que de entrada infunde un cálido auspicio lleno de conexiones afro, y una vitalidad y un vigor que se remontan siglos atrás. Ahí está, en primer plano, la imagen de un virginal río Níger y un continente no sometido aún a la esclavitud. Lo firma el saxofonista Jacques Schwarz-Bart, que estuvo en los RH Factor de Roy Hargrove y que ya con su primera obra, Soné ka la, deslumbró a los críticos de medio mundo con esa anomalía que presentaba a un músico inédito prácticamente a los 40. Él iba para político de carrera de la administración colonial de Guadalupe, pero en su camino se cruzó la música y no hubo quien le hiciera cambiar de idea. Presenta una polirritmia fascinante, casi inusual en un disco de jazz (no hay batería “in stricto senso”), que está omnipresente a lo largo de la obra, con dos percusionistas de la propia isla que se dan la vez en lo que a “palos” locales corresponde. Olivier Juste introduce el “boula” o la estructura rítmica básica de la grabación, y Sonny Troupé el “marké”, o esa guinda del pastel que proporciona argumentos para el baile, con giros y formas irresistiblemente diabólicas; ese género local llamado “g’wo ka” y sus maravillosas voces criollas. Sin dejar de ser un disco de jazz, ofrece tal lectura –y de una forma tan personal– de la cultura francófona caribeña, que en el fondo es un canto a la diversidad cultural en todas sus variantes e identidades. Incluso de la música “gnawa”, con su fascinante canto-respuesta. Así que ya puestos, conecta a la perfección con el panafricanismo de Manu Dibango y Archie Shepp. Exuberante, saludable y muy recomendable. Hay ocasiones en que el jazz necesita abrir otra vez sus poros y respirar, procurarse buen chute de oxígeno, y ésta es una de esas veces.
GERNOT DUDDA.

Bahía Cochinos
Infinito

DFX RECRODS

Qué bueno escuchar a un grupo de rock alternativo que entiende la cultura independiente como un imaginario con el que trabajar y no como un movimiento al que pertenecer simbióticamente. Bahía Cochinos han mamado rock noventa pero con conciencia, quizá por ello este debút suena tan sólido y tan bien hilado, tan verídico y creíble.
Enlatadas las canciones funcionan bien, pero se intuye que en directo pueden explotar cual bomba de relojería. Infinito plantea un golpe musical, quizá demasiado matizado o amortiguado por la limpia producción y por una actitud de banda que debe ir consolidándose con los años. Podrían haber sonado más viscerales, menos comerciales e igualmente efectivos, pero no hay queja: los temas funcionan y, desde luego, su público objetivo no parece ser el adolescente (no creo que compartan jamás seguidores con Pignoise).
Hay en este debut cierta desnudez instrumental que, a parte de beneficiar su ejecución en vivo, aporta sinceridad a una propuesta alejada de sobrecargas sonoras en un efectivo intento por registrar una enorme energía musical, casi física. Una energía que deberían ser capaces de condensar de cara a no caer en síndromes adolescentes que, hasta el momento, parecen haber sido capaces de esquivar.
JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.

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