Rock y 15-M: ¿Caminos separados?

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«Al menos de momento, no podemos estar más de acuerdo con aquellos que echan en falta que las movilizaciones que las tres últimas semanas han sacudido nuestro país tengan su particular banda sonora»

Carlos Pérez de Ziriza se pregunta dónde está la música que debería ser banda sonora del movimiento 15-M. Y echa la vista atrás para comprobar como el rock y el pop español vive al margen de los temas sociales, algo que no sucede en otro países.


Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Foto: RODRIGO HARO.


Como decía el recientemente finado Gil Scott-Heron, la revolución no será televisada. Y, al paso que vamos, tampoco será musicada. Quizá sea pecar de agoreros. Pero, al menos de momento, no podemos estar más de acuerdo con aquellos que echan en falta –tal y como afirmaba Loquillo en declaraciones a un reciente telediario– que las movilizaciones que las tres últimas semanas han sacudido nuestro país tengan su particular banda sonora. Aun sin tener datos fiables de lo que se canta en las plazas de Grecia y Portugal, contagiadas por nuestra marea (cualquier testimonio será más que bienvenido, por supuesto), no puede decirse que un somero repaso a los antecedentes sea precisamente alentador. Dice Nacho Vegas que el movimiento tendrá su reflejo en nuestra música. Que es cuestión de tiempo. Y ojalá esté en lo cierto, porque hasta ahora solo ha tenido reflejo en las opiniones de un buen número de músicos, a título meramente personal. Pero no en su música. Si les apetece, abramos boca haciendo un ejercicio de memoria para ver qué ocurría en recientes situaciones análogas, fuera de nuestras fronteras.

Es de dominio común, porque fue ampliamente documentado por nuestros medios, que las revueltas de octubre de 2005 en los barrios del extrarradio de París, exacerbados por las declaraciones del entonces ministro del Interior francés Nicolas Sarkozy (“escoria”, les llamó), fueron anticipadas por figuras autóctonas de su escena hip hop como Assasin, MC Solaar y muchos más, cronistas también durante aquellos días de la indignación de las «banlieues». Dando un salto en el tiempo, es fácil comprobar cómo en El Cairo, en febrero pasado, la plaza Tahrir bailaba y cantaba al ritmo de las proclamas de músicos callejeros como Ramy Essaam: su ejemplo fue unos días más tarde seguido por celebridades locales como Mohamed Munir (irresistible su ‘Ezzay’) o el colectivo de músicos liderado por el rapero Ommar Offendum, con el mucho más comercial ‘January 25’. Todos marcados, musicalmente, por un sesgo occidental. Y si nos vamos al Reino Unido, que vivió unas revueltas estudiantiles de impredecible efecto viral en noviembre de 2010 contra los recortes universitarios anunciados por David Cameron y Nick Clegg, la evidencia es palmaria: en sus calles se hicieron notar el grime y el dubstep, escupidos desde improvisados soundsystems, con especial protagonismo para Lethal Bizzle y su fulminante ‘Pow (Forward)’, la amenazante remezcla del ‘Where’s My Money’ (título bien explícito) de TC a cargo de Caspa o el rabioso ‘Next Hype’ de Tempa T. Incluso viejos himnos reggae. Y eso por no hablar de las invocaciones al ‘Anarchy in The UK’ de los Sex Pistols por parte de la prensa del terruño: el propio John Lydon bendijo las protestas. Porque tampoco faltarían lejanos himnos de insurgencia a los que agarrarse con una tradición tan vasta como la británica.

El caso es que aquí, nada de nada. Y las causas posiblemente vengan de muy lejos. Tal y como decía el valenciano Maronda en esta misma publicación, cuando respondía a Eduardo Guillot, la política parece un tema tabú para nuestras bandas indies, algo que dejar “a grupos como La Polla Records o El Último Ke Zierre”. Seguramente el desmarque ante los tópicos más rancios de nuestra canción protesta o del rock urbano más zarrapastroso pueda explicar cómo es posible que la independencia hispana no hiciera referencia alguna en sus canciones ni a la intervención ilegal en Irak en 2003 (cuya protesta fue comandada por nuestro cine) ni lo haya hecho en los últimos tiempos ante el cúmulo de desajustes de un sistema que ha terminado por agotar la paciencia de gran parte de nuestra juventud. Eso podría explicarlo, pero en modo alguno justificarlo. Porque no se trata de buscar a nuestro Billy Bragg. Y porque hay muchas formas de lidiar con la realidad circundante sin caer en el panfleto. Tanto desde un plano explícito como implícito. En el primero, los norteamericanos son expertos: baste resaltar los buenos dividendos creativos que Patti Smith, Springsteen, Beastie Boys, Steve Earle, American Music Club o Rickie Lee Jones cosecharon cuando enseñaron los dientes a Bush. Y en el segundo, algo más opaco, los británicos son los más diestros: temas como ‘Leaders of The Free World’, de Elbow o ‘You and Whose Army’, de Radiohead, pese a no formar parte de álbumes temáticamente conceptuales, son meridianas muestras de cómo una canción puede poner el dedo en la llaga ante una realidad viciada, yendo más allá del guiño puntual. Porque son guiños, en todo caso, las escasísimas referencias sociopolíticas que pueden rastrearse en nuestra escena pop (más allá del hip hop) en los últimos años. Alusiones que de vez en cuando sazonan algunas canciones de Los Planetas, Grande-Marlaska y poco más. Y no parece que las hipotecas abusivas, los alquileres prohibitivos, los contratos basura, los privilegios bancarios, los escandalosos salarios de cierta clase empresarial o el insultante autismo de nuestra casta política deban ser temas muy ajenos a toda una pléyade de bandas obligada a subsistir en condiciones más que precarias: a pagar por tocar en garitos, a compaginar la música con trabajos alimenticios y mal pagados (en el mejor de los casos), a auto gestionarse en casi todos los sentidos o a reclamar la atención que los grandes medios a veces les niegan. Ni tampoco debería ser un tema vedado para quienes, precisamente por disponer de altavoces más potentes, lo tienen más fácil para hacerse oír. Salvo que estén de acuerdo con el actual statu quo, que también podría ser.

Periodistas como Víctor Lenore han documentado con profusión en las últimas semanas (sendos artículos en «Rockdelux» y «El País») las manifestaciones artísticas más interesantes surgidas al albur del movimiento 15-M. Fundamentalmente libros, instalaciones y unas sinergias creativas que tienen su concreción más fiel en una lista de ingeniosos eslóganes. Pero la música, de momento, está al margen. ¿Por cuánto tiempo?

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