Rivales del rock (I)

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“Ian McCulloch: ‘U2 hacen música para albañiles y fontaneros, nosotros somos una banda de océanos y montañas’”.

Peleas artísticas, personales y mediáticas: el rock está lleno de batallas campales entre bandas de primera fila. Fernando Ballesteros selecciona y narra la historia de diez casos históricos de grupos rivales. Esta es la primera parte.

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

El mundo de la música pop es pródigo en luchas feroces entre artistas y enfrentamientos que han ido desde la sana competencia profesional hasta el insulto, pasando por el intento de currar a tu enemigo a las dos de la mañana en medio de la calle, esto último ya más bien en el campo de la pura macarrada. Pues bien, dentro de ese abanico hemos seleccionado diez ejemplos que incluyen la pugna por ser el mejor, la rivalidad artística, la personal, la incontinencia en las declaraciones a la prensa y hasta las agresiones en escena. Hay de todo, como no podía ser de otra forma en un circo, éste que tanto nos gusta, en el que abundan los genios y los personajes irrepetibles para bien, y a veces, incluso, para mal. Aquí van las cinco primeras batallas musicales, que completaremos el próximo jueves.

 

 

Blur y Oasis: la lucha por el trono del Britpop

El britpop no ha dejado una huella imborrable, eso es un hecho. Los más escépticos dirán incluso que fue solo un globo hinchado por los semanarios ingleses que a mitad de la década de los noventa no veían, o no querían ver, más allá de la etiqueta. El caso es que de aquella época nos han quedado varios grupos que si serán recordados, algún que otro disco más que notable y, sobre todo, un pulso: el que mantuvieron sus dos puntas de lanza, Blur y Oasis para hacerse con la corona de aquella remesa de bandas.

Y de ese trance salieron cosas buenas, porque en el empeño ambos grupos echaron el resto para firmar grandes discos. Eso sí: la guerra se libró, sobre todo, a golpe de titular escandaloso y enfrentamientos alentados por la prensa.

En la batalla de los insultos y la bravuconería, los Gallagher tenían las de ganar. Eran los más activos, no solo a través de mensajeros, también lo hacían en persona, como aquella noche de enero del 95 en la que, durante los premios NME, Liam le dedicó algunas palabras poco agradables al vocalista de Blur. Cuentan que unos días antes, el propio Liam se las había tenido tiesas en un pub londinense con Graham Coxon. Aquello no había hecho nada más que empezar. Lo curioso es que, a pesar de todo, a los componentes de Blur no parecía que les cayesen especilamente mal Oasis. O era eso, o los chicos no querían entrar en el cuerpo a cuerpo.

Pero esa actitud iba a cambiar en una fiesta. Alan McGee, el capo de Creation que fichó a los Gallagher para el sello, la había organizado con el fin de celebrar el número uno que habían conseguido con su single ‘Some might say’, y allí acudió Damon Albarn. El buen rollo con el que había llegado el cantante de Blur se esfumó cuando, según recuerda Mcgee, Liam comenzó a vociferar a un palmo de su cara: «Somos el número 1 y vosotros no, vosotros no». Tan mal le debió sentar a Damon la descortesía de sus “anfitriones” que decidió que había que iniciar las hostilidades. Y lo hizo saltándose a la torera una ley no escrita que imperaba en la industria del pop desde décadas atrás: que nunca coincida el lanzamiento de dos grupos importantes el mismo día, de los dos más importantes del momento en este caso.

El 11 de septiembre, Blur iba a lanzar «The great escape», y el single de adelanto de este cuarto disco estaba previsto para la segunda quincena de agosto. Oasis ya habían marcado la fecha del 2 de octubre para poner en la calle «(What´s the story) Morning glory», que iba a ser precedido el 14 de agosto por el single ‘Roll with it’. Pues bien: el hasta entonces pacífico Damon decidió que su sencillo ‘Country house’ también vería la luz el día 14. El lío estaba montado: estalló la guerra. Se trataba de una lucha sin cuartel por la supremacía del Britpop a la que la prensa musical le iba a dedicar ríos de tinta. Bueno, la musical y la otra, porque se pueden imaginar que con la escasez informativa propia del mes de agosto los medios, con la mismísima BBC a la cabeza, se lanzaron a documentar la batalla con profusión.

Con los números en la mano, los chicos de Blur ganaron la batalla, ya que ‘Country house’ despachó 274.000 copias frente a las 216.000 de ‘Roll with it’, pero a la larga el resultado de la guerra fue más incierto, ya que el elepé de los de Manchester vendió más, triunfó al otro lado del charco y sus presentaciones en directo fueron multitudinarias. Y a la hora de proferir titulares escandalosos, los hermanos cejijuntos no tenían rival. La cima del mal gusto la alcanzó Noel en septiembre, días después de la gran batalla, cuando en una entrevista con «The Observer» le deseó a Damon y Graham que «murieran de sida». Como era previsible, esas palabras motivaron una gran repulsa social que obligó a Noel a pedir disculpas públicas. Si lo hizo con sinceridad o no ya es otra historia.

Tampoco les faltaba mala baba a Oasis cuando les daba por cambiar el título de algún éxito de sus grandes rivales. En los Brit Awards de febrero del 96 rebautizaron ‘Parklife’ como ‘Shitlife’, y en una ocasión abrieron un show con ‘Parklife’ retitulado como ‘Sad lives’. Tanta rabia tenía Noel que se negó a recibir un premio a mejor compositor del año porque se lo habían concedido ex aequo con Damon.

Pero el tiempo pasa y hasta las estrellas de rock maduran. Hace ya años que aquel odio alimentado por la rivalidad quedó atrás. Si la batalla de los singles escenificó el comienzo de la guerra, el abrazo en el que se fundieron por sorpresa Noel y Damon en la ceremonia de los Brit Awards de 2012 representó la paz definitiva. En marzo de 2013, el ex Oasis se subía al escenario del Royal Albert Hall con Blur en un concierto a beneficio de la lucha contra el cáncer. Definitivamente, los tiempos han cambiado para disgusto de Liam, que cree que su hermano es un falso y que, junto a Damon, mató al Britpop. En fin, otro día hablamos de luchas fraternales.

 

 

The Dandy Warhols y Brian Jonestown Massacre: dos formas de buscar el éxito

La historia de The Dandy Warhols y Brian Jonestown Massacre y la amistad, rivalidad y enfrentamiento de sus líderes es apasionante. Además, tenemos la suerte de que «Dig», un espléndido documental que en 2004 fue premiado en Sundance, nos muestra con detalle todo lo que ocurrió durante siete años entre estas dos bandas, en principio amigas, de la Costa Oeste de Estados Unidos.

Musicalmente, ambos comenzaron bebiendo de la psicodelia sesentera, pero los BJM, con un muestrario estilístico decididamente más variado, eran capaces de viajar del shoegaze a un himno inspirado por los primeros Stones casi sin despeinarse. Al frente estaba Anton Newcombe, todo un personaje capaz de editar tres discos en un año sin bajar el pistón y de granjearse la admiración unánime de sus compañeros de escena. Una bomba de relojería en la que la creatividad y la autodestrucción competían por la victoria definitiva.

Ondi Timoner, la directora de «Dig» que comenzó su labor cámara en mano como una simple seguidora de ambos grupos, condensó aquellos siete años en menos de dos horas. Un camino que termina en 2001 aunque los grupos tras múltiples avatares continúen hoy en activo. Para comprender lo que ocurrió entre ellos hay que dejar claro que Anton es un genio que recibe el reconocimiento de todos y Courtney Taylor–Taylor, el hombre al frente de los Dandy Warhols, un tío con habilidad para componer buenas canciones, una gran imagen y un hambre de triunfo que terminará llegando. Los dos desean lo que tiene el otro, pero el problema del líder de BJM es que su talento es directamente proporcional a su capacidad para el autosabotaje y para eliminar toda posibilidad de éxito cada vez que asoma su cabeza.

En esta complicada relación presidida por envidias no abiertamente confesadas, los ataques cruzados llegaron hasta las canciones. En ‘Not if you were the last yonkie on earth’, Courtney canta “De alguna manera, no puedo ayudar, pero me siento responsable, siempre supe que tú estabas loco de dolor, pero nunca pensé que fueras un yonqui porque la heroína ya no se lleva”. Una clara alusión a los hábitos nada saludables de Anton que respondió a los pocos días con ’Not if you were the last dandy on earth’. A estas alturas, el genio ya tenía una orden de alejamiento de sus antiguos amigos que le habían tenido que denucniar tras sentirse acosados

Con la llegada del nuevo siglo y la salida al mercado del disco de Dandy Warhols «Thirteen tales from urban bohemia» los caminos se separaron de forma definitiva. El álbum tiene la comercialidad que los responsables de Capital venían pidiendo y ‘Bohemian like you’ convierte a los Dandy Warhols en estrellas de festivales europeos mientras los Brian Jonestown Massacre se desintegran en peleas internas y Anton convierte su proyecto en un desfile de miembros que entran y salen hartos de su complicada personalidad.

Los Dandy Warhols han vuelto al mundo independiente, y hace unos meses le preguntaron a Courtney sobre su complicado amigo. Él negaba la mayor: “Alguna vez pasa que te agarran en un mal día y dices cosas negativas de otra persona”, dijo, pero sostiene que en líneas generales se llevan bien. Algo muy complicado de creer tras ver «Dig». Por cierto, si aún no lo has hecho, ponte a ello.

 

 

Echo and the Bunnymen y U2: La gloria no siempre es para el mejor

Hace ya mucho tiempo que U2 se convirtieron en una multinacional. A muchos de los fans que llenan sus conciertos desde hace años les sonará a chino esto de hablar de su rivalidad con Echo and the Bunnymen, pero háganme caso, no estamos locos: hubo un tiempo ya muy lejano en el que los dos grupos jugaron en la misma liga.

Recuerdo a una compañera de clase vendiéndome las bondades de «Ocean rain». A falta de mejores referencias, la chica me preguntó si me gustaban U2, y ante mi respuesta afirmativa –“Achtung baby”, estábamos en 1991–, respondió que los Echo eran mucho mejores. Dicho sea de paso, a mi me convenció. Y así hasta hoy. Pero hay que remontarse a, pongamos 1984, para vivir el momento de mayor rivalidad. La banda de Ian McCulloch había editado su cuarto disco, contaban con el favor de la crítica y su trayectoria era ascendente. Con este panorama, la prensa británica se empeñó en primero comparar y más tarde enfrentarles con el grupo de Bono, por entonces un nombre emergente aún muy lejos de conquistar el mundo.

A McCulloch nunca le hicieron mucha gracia las comparaciones. Con su habitual incontinencia a la hora de repartir palos, tenía muy claras las diferencias entre los dos grupos: “U2 hacen música para albañiles y fontaneros, nosotros somos una banda de océanos y montañas”. El de Liverpool tampoco se cortaba a la hora de llamar patán a Bono. Es verdad que el bueno de Ian le ha lanzado dardos a todo el que se mueve, pero también es cierto que Bono siempre fue su víctima preferida. Juzgaba hasta su físico: «Pensarías que con toda esa escalada que hace estaría en forma, pero en realidad está gordo. Me recuerda a una cabra de montaña», dijo una vez. También arremetió contra su estética: «Si viera a Bono andando por la calle pensaría que es uno de los hombres peor vestidos que he visto en mi vida».

¿Bono contestaba? Pues miren, no mucho. Lo máximo que dijo, pasados unos años y con un punto de cinismo no exento de razón, es que todas aquellas críticas en sus comienzos habían sido para él más eficaces que cualquier campaña promocional. Para Ian, capaz de presentar una de sus canciones como la mejor de la historia, debió de ser muy duro comprobar como su némesis subía y subía hasta conquistar una gloria que creía merecer él. Hoy en día ambos habitan planetas distintos y uno asocia a Bono con el FMI, Davos o el Papa antes que con Ian, y tal y como se preguntaba Grace Morales en un Mondo Brutto de hace una década, más allá de la frustración por no ocupar el lugar que merece, es difícil imaginar lo que puede envidiar McCulloch del cantante de U2. Ella contestaba que tal vez el dinero, salir en los Simpson o viajar en avión privado. A mí no se me ocurren muchas más.

 

 

Manowar y Twisted Sister: Escudos y espadas contra tacones y maquillaje

Hablemos de una pelea que se quedó en las palabras, pero que tuvo fecha y escenario para pasar a los puños. Los contendientes eran Manowar y Twisted Sister, que en 1982 eran dos de los nuevos nombres que despuntaban en la escena del metal en Nueva York. Curiosamente, en Manowar tocaba Ross the Boss y en Twisted Sister, Mark Mendoza, que habían coincidido en las filas de los mismísimos Dictators.

Manowar eran guardianes de las esencias del verdadero metal, duros, vikingos y, por supuesto, muy machotes, y los Twisted Sister eran unos tíos que se pintaban como puertas, se subían a sus plataformas y con sus vestimentas de Drag Queens, encarnaban una versión actualizada y más chabacana del glam más sucio y callejero. Dos mundos interesantes y distantes, vaya. Para entender lo que pasó hay que hacerse eco de unas declaraciones en las que Manowar llamaban «maricas maquilladas» a los Sister, y ante eso los de Dee Snider no se iban a echar atrás: retaron a sus fortachones vecinos a una pelea para la que llegaron a llamar como testigos a algunos representantes de los medios.

Para decepción de los allí presentes, los Manowar no comparecieron. Dee aprovechó la ocasión para burlarse abiertamente de sus rivales. Lo hizo aquel día y lo siguió haciendo con ganas durante mucho tiempo. Muy vikingos, mucha «muerte al falso metal» y mucho músculo, pero Manowar se habían rilado. En su defensa, los temibles metaleros argumentaron que creían que todo había sido una broma y acusaron a Twisted Ssister de haber intentado aprovechar todo aquello para darse a conocer ante el público europeo. Al gran Lemmy Kilmister –muy colega de Dee Snider– no le debieron convencer las excusas de los vikingos, ya que desde entonces se refería a ellos como “Manowimp” (una terminación que quivale a endeble o gallina).

 

Beatles y Beach Boys: Duelo en las alturas

Palabras mayores. Un pulso creativo que llevó a sus autores a la excelencia y que nos sitúa en mitad de la década de los sesenta. Los Beatles reinaban pero Brian Wilson estaba decidido a convertir a sus Beach Boys en el mejor grupo del mundo. Los de Liverpool habían editado «Rubber soul» en 1965 y Wilson, que ya tenía en la cabeza el disco perfecto como meta, se sintió aún más espoleado. El resultado es ni más ni menos que una de las mejores obras de la historia: el mítico «Pet sounds» que vio la luz en mayo de 1966. En agosto los Fab four lanzaron «Revolver», pero esta maravilla ya se estaba grabando cuando salió el disco de los Beach Boys, por lo que la verdadera respuesta y el golpe a Brian llegó el 1 de junio de 1967 con «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band».

El hombre a los mandos, George Martin, era rotundo cuando afirmaba que «sin “Pet sounds” el “Sgt. Pepper’s” de los Beatles no hubiera ocurrido porque fue el intento de igualar el disco de los Beach Boys». Paul McCartney, para quien ‘God only knows’ es la mejor canción de la historia, ha reconocido siempre la importancia que tuvo la obra maestra de Wilson en la evolución de su grupo, tanto que confiesa que le ha regalado una copia a cada uno de sus hijos porque cree que nadie está del todo educado musicalmente hablando hasta que no ha escuchado un álbum con el que afirma haber llorado en varias ocasiones. Paul, además, se lo hizo escuchar a Lennon muchas veces, de manera que él tampoco escapó al influjo de «Pet sounds”.

Es un hecho, por lo tanto, que “Rubber soul” influenció a los Beach Boys y que “Pet sounds” hizo lo propio con los Beatles durante la creación de “Sgt. Pepper’s”. A esas alturas de la película Wilson ya estaba metido en su nuevo proyecto, cuyo título iba a ser «Smile», pero su mente se iba perdiendo por momentos y la grabación se desarrollaba en medio de las excentricidades del genio, que entre otras cosas se había hecho instalar un corral de arena para tocar el piano en él.

La cosa no iba a terminar bien, porque los problemas mentales de Brian cada vez eran más evidentes. El abuso de sustancias como el LSD y su obsesión enfermiza por ser el mejor compositor del mundo fueron una mezcla explosiva: llegó a creer que los Beatles iban a robar las cintas que estaba grabando. Y luego estaban los poderes que atribuía a sus creaciones, que le llevaron a creer que un gravísimo incendio que había tenido lugar en Los Angeles era culpa de su canción ‘The elements: fire’. Para colmo, cuentan que durante la grabación de “Smile” McCartney visitó a Wilson e interpretó en el piano ‘She’s Leaving Home’. Tras escucharlo, pensó que jamás podría superarlo. Dicen que ese fue el tiro de gracia para que “Smile”, que avanzaba a trancas y barrancas entre problemas internos, pleitos con el sello y el descenso a los infiernos de Brian, quedara abortado para siempre.

El disco no salió a la venta, pero la compañía presionó para que se editara un elepé con fragmentos suyos y otras canciones ya terminadas. Se trataba de «Smiley smile», un trabajo menor que anticipaba malos tiempos, ya que Brian era víctima de unos demonios que iban a lastrar su carrera y fue a menos hasta desaparecer durante años.

Mucho tiempo después, en 2004, tuvo ocasión de editar «Smile». No era lo mismo y aún así fue una delicia que se coló, para un servidor, entre lo mejor de aquel año. Pocos meses antes, en su disco «Gettin’ in over my head» le escuchábamos cantando una historia de amistad emotiva con Paul McCartney, porque aquella rivalidad fue solo de ese tipo: artística.

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