Rafael Berrio: La estética de la madurez

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“Puedo llegar a hacer cincuenta versiones hasta que descubro que la música trabaja por la letra y la letra trabaja por la música. Entonces doy la canción por terminada”

 

Siempre ante públicos tan minoritarios como exquisitos, Rafael Berrio alcanza los 50 con una sorpresa rock: el álbum “Paradoja”, probablemente uno de los mejores trabajos de los últimos meses. Con él se subirá al escenario barcelonés del Tibidabo Live Festival este viernes 4 de septiembre. Horas antes, Eduardo Tébar conversa con él.

 

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

 

“A estas alturas, mi carrera me parece de risa”, comenta en un bar Rafael Berrio, músico donostiarra cuya trayectoria ha alcanzado unos mínimos de reconocimiento y estabilidad al borde de los cincuenta. El firmante de “1971” (Warner, 2010) y “Diarios” (Warner, 2013), títulos que encumbraron al cantautor afrancesado con arreglos orquestales de Joserra Senperena, vuelca ahora el manantial literario en “Paradoja” (Warner, 2015). Un volantazo hacia el rock. Con banda. En bruto. Intimismo confesional y furia voltaica. El oxímoron que faltaba. Más estética de la madurez. Fetichizado por una minoría ilustre, Berrio acepta con resignación ese prestigio huero que no saca a uno de pobre. En el fondo, vive confortable en la bohemia tabernaria que describe en sus canciones. Su dominio técnico del verso le ha costado el aura de miglior fabbro de los compositores españoles. En 2013, ensambló músicas para la poesía de Roger Wolfe. Los miércoles queda para beber con amigos. Borrachos distinguidos, como los espléndidos poetas Karmelo C. Iribarren y Ramón Eder. “Es una manera de matar el aburrimiento en una ciudad de provincias”, insiste. Al fin, abro un vino.

 

La primera paradoja es que empieces con un instrumental. Precisamente tú.
Es divertido y estrafalario empezar con una canción en la que yo no estoy. Me gusta la idea de que mi voz entre en el segundo tema. Conlleva un riesgo, porque muchos oyentes solo escuchan la primera canción. En realidad, se trata de llevar un poco la contraria.

 

Has hecho el disco que nadie esperaba de ti.
No he pensado en el público ni en epatar a nadie. No me estimula repetir la fórmula del díptico formado por “1971” y “Diarios” en un tercer disco, no hubiera sido muy honesto. Me apetecía cambiar. Aquellos dos álbumes con Joserra Senperena nos dejaron muy satisfechos, pero no cabía ya más. “1971” y “Diarios” son excepciones en mi discografía. He vuelto a mi línea habitual: guitarras eléctricas, batería y bajo. Llevaba tiempo advirtiéndoselo a mis amigos.

 

“¿Cómo encajo las letras en los patrones rítmicos del rock and roll? Pasando horas y horas de trabajo duro en el local hasta conseguir que todo esté en su sitio sin perder la esencia de lo que he escrito. La música no puede obligarme a decir algo que no quiero decir o propiciar que me quede corto”

 

Y evoca el rock alternativo de los noventa. Por momentos, suena grunge.
No lo tenía claro. Las canciones surgieron en el local de ensayo. Mi guitarra y yo. El sonido llegó al juntar a la banda. Pensé en Joseba B. Lenoir (guitarras), Rafa Rueda (guitarras), Félix Buff (batería) y Fernando Neira ‘Lutxo’, mi bajista desde hace años. Su interpretación y el tipo de guitarras que han utilizado ha sido lo que ha modelado este sonido. Desde luego, no buscaba hacer Pixies o Nirvana. Ha sido más el cóctel al unir a estos músicos, con los que no había tocado nunca, salvo con Fernando. No se conocían entre ellos, ha sido un experimento. Son músicos profesionales y están muy ocupados, pero se implicaron muchísimo. Esto no ha sido el típico trabajo de mercenarios, hemos creado una banda de verdad. Además, lo hicieron por muy poco dinero. Es una producción muy modesta. Me acompañarán en los cinco conciertos que tenemos a la vista. Luego, ya se verá.

 

Ha sido una grabación campestre, pero sigues registrando las voces en Madrid. ¿Buscas algo en el fragor de la urbe?
La grabación se llevó a cabo en Azkarate, un pueblecito de Navarra. Fue en invierno y nevó muchos días. No me gusta grabar las voces del tirón o hacer muchas en un mismo día. Prefiero grabar una o dos al día y solamente por las tardes. Respecto a lo de irme a Madrid… En Madrid me siento provinciano, que es lo que soy, pero también me puedo sentir una estrella. Una estrella anónima. Me subo en el metro y voy al estudio. Luego salgo y me tomo unas cañas por la Gran Vía. Aunque también existe otra razón y es José María Rosillo, con quien trabajé en “1971” y “Diarios”. Me conoce muy bien, sabe cogerme el deje y estoy muy contento con él. Después de una semana en Madrid, regresamos al estudio de Azkarate para que pusiera la guinda Jonan Ordorika (hermano de Ruper Ordorika) en las mezclas.

 

Creo que tan importante como tus textos es tu manera de decir.
Es una cuestión que me preocupa y le doy muchas vueltas. No encajo una letra en la primera rueda de acordes que encuentro a medida. Sobre todo, me importa el tono. Si a la letra le va un tono dramático o un tono desenfadado. Y la gama de grises. Puedo llegar a hacer cincuenta versiones hasta que descubro que la música trabaja por la letra y la letra trabaja por la música. Entonces doy la canción por terminada.

 

¿Cómo ajustas tu poética al rock? Al fin y al cabo, son patrones anglosajones, ideados para palabras cortas. Tú compones antes la letra.
Es verdad que los patrones rítmicos y las ruedas de acordes se suelen maquetar en “zinglés”, un inglés chapurreado. Yo lo hago completamente al revés: primero compongo la letra y luego le pongo la música. ¿Cómo las encajo en los patrones rítmicos del rock and roll? Pasando horas y horas de trabajo duro en el local hasta conseguir que todo esté en su sitio sin perder la esencia de lo que he escrito. La música no puede obligarme a decir algo que no quiero decir o propiciar que me quede corto. Ese es mi método.

 

Varias de estas piezas estaban ya escritas en “Phantasma”, tu espectáculo poético-musical con Musergo.
No eran canciones propiamente, aunque algunos textos de “Paradoja” provienen de ahí. En “Phantasma” yo recitaba, pero no cantaba. Nos pasamos un año ensayando sobre una música que imaginábamos. Tuvo poco recorrido porque no suscitó mucho interés. Llegamos a hacer tres bolos. Aproveché los textos más musicables. No, no los tiré a la papelera. Supongo que Maite Musergo se habrá quedado también sorprendida con el cambio. Algunos incluso me han reprochado que ciertas letras estaban mejor recitadas en “Phantasma”.

 

Este proceso demuestra lo que se pierde el pop con la cantidad de poetas que no se animan a coger una guitarra.
Supongo que no será tan fácil. Hay poetas sin una pizca de oído. Para ser un gran poeta hay que tener oído. La letra de una canción no es exactamente un poema. No lo creo. Puedes coger un poema perfecto e intentar trasladarlo a la música, y no siempre funciona bien. Si un poeta coge una guitarra, debe saber cantar, saber tocar y saber escribir. Algunos lo han llevado a la práctica, como Luis Antonio de Villena o Luis Alberto de Cuenca.

 

¿Cómo se siente más cómodo Rafael Berrio?
Con una guitarra eléctrica.

 

¿Está muerto el rock español?
No es un tema que me preocupe lo más mínimo. Tampoco creo que haya muerto del todo. Al final se trata de hacer una canción buena, da igual que sea rock, pop o indie. Lo malo es que a veces no hay canción. Hay grupos célebres, con pujanza, de los que no sabría decir qué canción tienen buena o qué estribillo notable. En eso quizá soy un maniático o un clásico pasado de moda, pero yo comprendo la canción como tal, con sus estrofas y su estribillo. Conozco a muchos grupos que funcionan bien en directo y que tienen mucha energía, pero no tienen canciones. Son grupos que funcionan sin canciones. A mí eso me deja completamente frío. Necesito comprobar que hay algo detrás.

 

En los ochenta, músicos y poetas se emborrachaban en los mismos bares. Ahora no.
Tienes razón. A mí me sorprende que siempre se remarque que escribo bien o que escribo con cuidado. Sinceramente, no me considero un escritor meticuloso. Debe de ser que hay muy poco nivel en los textos. A mí me encanta leer poesía. He sido lector compulsivo desde joven. Que la gente no sepa escribir me parece raro. No sé si la gente lee o no lee. Realmente lo ignoro, porque en casa solo escucho música renacentista. Vivo un poco alejado de la escena, aunque mis amigos me recomiendan cosas de vez en cuando.

 

Llama la atención que reivindiques tanto a Baroja. Su desaliño estilístico confronta con la depuración de tus canciones.
Cuidado con lo que dices de Baroja. Puede que sea desaliñado, pero consigue un vértigo en la novela que no logra Galdós, que es mucho más barroco y complejo, y también más cursi. Es cierto que Baroja escribe a vuela pluma y a la remanguillé, pero sus novelas son magníficas. No hay que confundir la prosa con la poesía o las letras. La depuración consiste en encontrar la palabra exacta. Claro que reivindico a Baroja. Para mí es el mejor novelista del siglo XX en lengua castellana. Galdós es lo opuesto, pero me gusta. De hecho, Baroja despreciaba a Galdós. No le agradaba nada esa manera alambicada de escribir. Baroja es un grande. Es enorme.

 

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“Malditos eran Verlaine, Rimbaud, Baudelaire… A nosotros nos queda un poco grande la etiqueta. Somos músicos subterráneos para minorías”

 

Decadencia existencial

 

“Todo lo he visto”, “mis ayeres muertos”… ¿Nostalgia? ¿Decadencia existencial?
Los escritores de treinta años también pecan de nostálgicos (sonríe). Sí, me pasa. Parece que en el pasado está la inspiración. Uno va cumpliendo años y se acumulan las cosas vividas. Pero hay de todo en el disco. No todo es una mirada melancólica hacia atrás. Hay canciones de amor, como ‘El mundo pende de un hilo’; sobre la voluptuosidad, como ‘En lo mórbido’; sobre el mundo circundante, como ‘Cambios a mansalva y decadencia’; sobre el estoicismo clásico, uno de mis temas recurrentes, como ‘Niente mi piace’; o más gamberras, como ‘Contra la lógica’, que habla de dadá y el humor absurdo. Creo que hay variedad temática.

 

“Paradoja” es tu retorno al rock desde el álbum de Deriva, hace una década. Aunque estos riffs recuerdan más a tus tiempos de Amor a Traición.
Creo que mi disco más rock fue el primero que sacamos con Amor a Traición, en 1994. Lo publicó Warner y traía canciones como ‘No pienso bajar más al centro’, ‘La, la, la’, ‘La senda del olvido’… Fue mi primer disco en realidad, si exceptuamos el de UHF, cuando tenía 17 años, que ni siquiera lo cuento. El debut homónimo de Amor a Traición fue, sin duda alguna, mi mayor incursión en el rock. Hoy está absolutamente descatalogado. Tampoco veo grandes diferencias con “1971” y “Diarios”. Cambia el concepto de banda. Yo no he tenido que hacer gran cosa para variar el registro. “1971” y “Diarios” están compuestos con acordes menores, como la chanson francesa. El lenguaje del rock exige más acordes mayores. Hay canciones de Amor a Traición que toco siempre. En esta gira rescataré un par de ellas. No me voy a ceñir a “Paradoja”. Recuperaré piezas de todos mis discos.

 

Se te empieza a complicar la selección.
Es una lata. Y una ventaja también. Tampoco tengo tantos discos. Son solo siete. Puedo elegir las mejores de cada uno. Afortunadamente, no me he prodigado mucho. A mi edad, cualquier artista podría tener catorce. El proceso de seleccionar repertorio y realizar listados de canciones me horroriza. En esta gira pretendo recuperar canciones antiguas. “1971” y “Diarios” son los que menos abordo.

 

Este lustro ha sido prolífico: casi tantos discos como en toda tu carrera.
(Carcajada) Porque la edad apremia. El tiempo se acaba y uno tiene cada vez menos años por delante. Mi carrera ha sido la de un diletante. Soy un aficionado, un eterno amateur. Nunca me lo he tomado muy en serio. Y ahora tampoco. He grabado discos cuando me ha dado la gana, sin compromisos con casas de discos. He ido a mi aire. Ahora, quizá, estoy más motivado. Y más apremiado por la edad.

 

Aunque toques para cincuenta personas, siempre andan por la sala algunos de los mejores músicos y escritores del país. He comprobado este fenómeno en diversas ciudades.
Me hace gracia y me halaga. Hombre, ojalá me hubiese ocurrido esto con 29 años. Ha sucedido ahora, cuando quizá sea demasiado tarde. Tengo un público que viene del mundo del cine, de la escritura y del gremio de la canción. Pero es un reconocimiento un poco ficticio, porque apenas tengo bolos ni lleno aforos medianos. Ni gano dinero con la música. Eso tampoco tiene importancia. Me interesa escribir buenas letras y hacer la mejor canción que pueda.

 

Hambre y bohemia. ¿Acaso vive algún poeta de sus versos?
Ahí estamos: en los márgenes. Esto es puro underground. Y eso está bien. Disfruto de poder tocar en sitios pequeños. Me produciría una pereza terrible tener un éxito en la radio y recorrer toda España. No me gustaría vivir de la música. Resultaría tedioso ofrecer conciertos continuamente, reunirme con una compañía de discos y pelearme con la SGAE. Tengo un espíritu contradictorio, pero me gusta esta posición. Obviamente, me encantaría vender más y llenar locales amplios. Lo de la profesionalización del músico es un horror. Si eres minoritario, estás todo el día dando conciertos en salas, con tu puñetero repertorio a vueltas y harto de tus propias canciones. Echas mano de amigos para que te vengan a ver y, lo que es peor, hacer una campaña de crowdfunding, que se me antoja abominable. Eso si eres minoritario. En el mainstream te ves abocado a tocar en pabellones y formando parte del engranaje de una máquina gigante. Sinceramente, no envidio nada a quien vive de su arte. Eso puede resultar atractivo cuando tienes 25 años. A mi edad, no.

 

¿Así que descartas un crowdfunding?
Lo digo con todos los respetos a quien se anima a ello. Conozco a gente que lo ha hecho y lo han sacado adelante con la ayuda de amigos y familia que han puesto el dinero. Quién sabe si me veo obligado a ello un día. Igual me encuentro con una colección de canciones y sin dinero para sacarlas porque ninguna compañía me apoya. Yo me refiero al contexto del típico músico que se pasa el día dando el coñazo. Y eso de tocar cada semana para poder pagar el alquiler. Imposible no acabar saturado de tu música. En principio, lo del crowfunding no me hace mucha gracia.

 

Raúl Bernal, el teclista de Lapido, te ofreció una banda a medida para los temas de “Paradoja”.
Sí, es cierto que Raúl, anticipándose mucho a la formación de esta banda, me propuso crear un grupo a su cuenta en Granada. Fue muy amable y se lo agradezco muchísimo. El plan consistía en pasarle canciones y terminar grabándolo allí. Lo consideré de una manera muy seria. Cuando empecé a componer y a grabar las maquetas, me di cuenta de que entre Granada y San Sebastián hay demasiados kilómetros. Logísticamente iba a ser muy complicado ensayar con la banda. Me dio pena, porque estoy seguro de que Raúl lo hubiera hecho muy bien. Tal vez en el futuro podamos colaborar juntos.

 

¿Autor y personaje se acoplan en tu caso?
Nunca hay que confundir al autor con el personaje. Sería bastante ingenuo. El personaje puede decir cosas que el autor detesta o de las que piensa todo lo contrario. Pero hay que hacer creer a la gente que el autor es el personaje para que la leyenda se agrande. Mejor mantenerlo en el misterio

 

¿Malditismo bufo?
Malditos eran Verlaine, Rimbaud, Baudelaire… A nosotros nos queda un poco grande la etiqueta. Somos músicos subterráneos para minorías. Vamos a dejarlo ahí.

 

A menudo se te asocia a Lou Reed.
Yo no lo niego: el primer músico que nos impresionó a mi hermano y a mí fue Lou Reed. Después de Lou Reed, como todos los españolitos, conocimos a la Velvet Underground. Lo primero que llegó a España fue el ‘Walk on the wild side’. Nos hemos criado a la sombra de la Velvet y de la trayectoria de Lou Reed, que la conozco de memoria. Me han colgado ese sambenito. A esta edad, creo que tengo mi propio camino. Si no, mal voy.

 

¿Te sigue motivando ese rock de juventud?
Ahora no podría escuchar nada de Lou Reed o de la Velvet Underground. No me apetece. Está ahí, en las entrañas. Son canciones que me apasionaban cuando era adolescente. Se convierten en tu familia y eso es fatídico. Por supuesto, me gusta. Es algo que me electriza un sábado por la noche si voy al Bukowski. También me pone tocarlo con los amigos en el local, con el amplificador a tope de volumen. Pero tampoco soy monotemático. Uno va descubriendo otras cosas.

 

Otra paradoja: Berrio ya no tiene edad para el furor rockero.
En realidad, el título del disco viene un poco de ahí. Un hombre de cincuenta años haciendo un disco de rock cuando todo el mundo espera que siga con la chanson francesa. O peor: que tire hacia Édith Piaf. Nos hemos criado con el punk y eso no se puede evitar. Al final, hay dos tipos de cantautores: el que ha bebido de las fuentes de la música latina, como Cuba, el jazz o la bossa, y el que viene del rock, como es mi caso.

 

¿Te preocupa dejar impronta en el mundo?
Esa reflexión entronca con la canción ‘Inanimados’: “Y pensar que todos esos objetos tuyos inanimados / te van a sobrevivir”. Cualquiera lo ha pensado alguna vez. Lo de dejar huella en el mundo es un poco megalómano. Mis discos seguirán ahí. A lo mejor mi sobrino recibe un día un derecho de autor.

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