Quique González y su «Delantera mítica»

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«Ha cambiado el terciopelo por cuero. Por el de su chupa gastada. Y la banda tiene mucho que decir sobre eso. Porque sí, quizá ahí está la diferencia más palpable, en el espíritu de banda. Ahora lo son»

 

 

Eduardo Izquierdo, autor de la biografía de Quique González, analiza con detalle «Delantera mítica», el esperado nuevo disco del rockero madrileño.

 

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

 

Tengo sensaciones contrapuestas. «Mixed up confusion» que diría Bob Dylan. Estoy en un mar de confusión que va a matarme, decía el de Duluth. Y aquí estoy yo, humilde biógrafo de Quique González enfrentándome a una reseña de su último disco. A una pantalla en blanco que requiere de palabras que definan la música que el madrileño ha recogido en su noveno trabajo, «Delantera mítica». Y no es la primera vez, pero sí es diferente. Porque algo ha cambiado respecto a mis anteriores reseñas sobre Quique González y esta. Ahora somos amigos. Lo avanzo antes de que nadie me acuse de ello pero eso, en contra de lo que pueda parecer, lo hace todo más difícil. Porque cabía la posibilidad, remota conociendo la carrera de González, de que el disco no me gustara, de que hubiera algo que desencajara, de que fuera peor que otros, de que me desilusionara. Y si ya es difícil decirle a un músico (a cualquiera) que el trabajo que ha realizado con todo su cariño, con esfuerzo, con perseverancia, no te ha gustado, hacerlo con un amigo puede ser mucho peor. Pero en eso está basada la amistad, en la honestidad. La sinceridad. Y la primera vez que pincho «Delantera mítica», hace ya unas cuantas semanas, lo hago intentando que ésta esté por encima de cualquier otra cosa. No hablo de objetividad, porque no existe, para qué vamos a engañarnos. Ni en este caso ni en ninguno. El hombre es un animal subjetivo. Pero la sinceridad es otra cosa muy diferente a los condicionamientos y sentimientos previos con los que cada uno de nosotros se enfrenta a cualquier disco. Y yo llego a «Delantera mítica» condicionado. Primero por una ilusión que he percibido en los ojos y en la voz de su autor a lo largo de todo el proceso. Después por unas maquetas que me parecen excelentes. Y finalmente, por qué no admitirlo, por una filiación irredenta a la causa. Así que optemos por ser sinceros, y dejemos el resto.

«Delantera mítica» era esperado, de eso no hay duda. Quizá el más esperado de todos los discos de Quique González. Su anterior trabajo, «Daiquiri blues», había tenido una respuesta mayoritariamente positiva pero no exenta de voces discordantes, que acusaban al madrileño de no haber conseguido sacar todo el jugo necesario al zumo que podían ofrecerle los estudios y la producción de Brad Jones y músicos como Will Kimbrough o Chris Carmichael. Se puede estar de acuerdo o no, pero el run run existía. Y Quique se enfrenta a ello, como ha hecho casi siempre en su carrera, de cara. Repite estudio y repite músicos, con la única excepción de Al Perkins, pero cambia procesos. En primer lugar el de composición. González compone junto a la espléndida capacidad musical de un César Pop injustamente valorado (como casi todo lo bueno) en este país. Madura las canciones. Llama a Leiva cuando algo no le convence y éste también echa una mano. Nos envía alguna maqueta a algunos privilegiados. Pide opiniones. Pasa baches. Se ofusca. Se encierra para luego abrirse. Crecerse. Superarse. Pero, eso sí, disfruta de todos y cada uno de los momentos del proceso. Incluso de los más duros. No toca en directo. Por primera vez en muchos años abandona, sobre todo al final, los escenarios momentáneamente para centrarse en lo importante. Las canciones. Ese elemento que algunos olvidan que acaba siendo el centro de la música. Y Quique se ha empeñado en que éstas sean como él quiere. No perfectas. Ni impolutas. Sino como él considere que son dignas de ver la luz.

Brad Jones recibe esas canciones por tandas pero, desde el principio, sabe que tiene un tesoro. Se siente afortunado porque Quique ha decidido volver a sus estudios, Alex The Great, para repetir la experiencia de «Daiquiri blues» y, esta vez, superarla. Le gustan los temas, le gusta cómo Quique los canta pero, sobre todo, le gusta la actitud que el músico le transmite en cada mensaje de e-mail, en cada llamada. Sabe, en la distancia, que Quique sigue conservando el brillo en los ojos. La mirada del tigre. Y eso es suficiente para él.

Pero en contra de lo que pueda parecer, «Delantera mítica» tiene poco de continuación de Daiquiri Blues. Donde antes había delicadeza y sensibilidad, ahora hay crudeza y raíz. No, no se asusten, nada se ha abandonado por completo, pero González ha cambiado el terciopelo por cuero. Por el de su chupa gastada. Y la banda tiene mucho que decir sobre eso. Porque sí, quizá ahí está la diferencia más palpable, en el espíritu de banda. Ahora lo son. Son un grupo de rock bien encajado. Perfectamente coordinado y dirigido por la batuta, no solo de Jones, sino del propio González que ya ha dejado de ser aquel tipo tímido alucinado por los músicos que tenía alrededor. Deslumbrado por los garitos de Nashville y la presencia de alguien que había trabajado con gente como Steve Earle o Josh Rouse. Sabe lo que quiere y su función es conseguir que Brad Jones le lleve a ello con su sabiduría. Es el líder de la banda, algo que, probablemente, no sucedió nunca durante las grabaciones de «Daiquiri», y para eso ha hecho que su guitarra acústica sea la batuta necesaria.

Sensaciones. Eso es la música. Y la de que Quique ha hecho algo grande, mucho más grande que «Daiquiri», se tiene desde los primeros acordes de la inicial ‘Tenía que decírtelo’. Fronteriza y acústica al principio. Como si fuera un «outtake» de «Kamikazes enamorados». Al estilo ‘Te lo dije’. Con una letra en la que las escuchas obsesivas de la música del maestro Lapido hace mucho. Pero no todo es eso. Porque Quique consigue que su lírica esté siempre presente. Todo le influye, incluso Andrés Calamaro en ese estribillo tan argentino, pero acaba haciéndolo suyo. Como siempre. El final, con esas guitarras desgarradas, avisa de que algo está pasando aquí y usted no sabe qué es, Mr. Jones.

‘La fábrica’ es esa canción melódicamente perfecta que está en todos los discos de Quique. Redonda. Acertada. Perfectamente circular. Un medio tiempo marca de la casa que, en palabras del propio González “son las canciones que creo que mejor se me dan”. Aunque lo mejor está por llegar. ‘Dallas-Memphis’ es la canción. Quizá lo más bello y crudo a la vez que ha escrito González en años. Con el espíritu de José Alfredo Jiménez y Chris Gaffney sobrevolando todo el tema. Un himno. Una ofrenda exquisita e irrepetible a nuestro cancionero. El eslabón entre el talibanismo rockero y la fuerza de la canción como ente exento de prejuicios.

‘Dónde está el dinero’ se explica sola. Rotundidad. En la letra y en la música. El Quique González más rockero desde aquel «Personal», la canción, que tan lejos queda ya. Agresivo. Rabioso. Un animal herido por la situación que nos rodea y que se revuelve en su jaula. Con ‘Parece mentira’, en cambio, regresa el medio tiempo. El que requieren el gol de Iniesta y la piel de los neumáticos. Una canción central ideal. Un paso previo necesario para la transición hacia una segunda parte del disco, en términos generales, más calmada.

‘Las chicas son magníficas’ es quizá la mejor canción del lote. La voz de Zahara funciona sorprendentemente con la de Quique y se enredan en un duelo de sentimientos a flor de piel. El músico se muestra inspiradísimo en la letra. Mordaz. Irónico. Pero, de nuevo, dentro de los parámetros que definen su forma de escribir. Y te pones a temblar ¡qué remedio! ‘Me lo agradecerás’ es claramente el cambio de tercio del que hablábamos. Los arreglos de Carmichael nos llevan a una canción cercana al soul de la Tamla Motown. Definitivamente percibimos que este disco ha cambiado también su temática general. Sí, hay chicas, hay amor y desamor, pero sobre todo hay amistad. Un sentimiento diferente.

Y de golpe ‘Viejos capos’ nos recuerda que se ha escapado de la primera parte del disco. Otra vez se reparten guantazos y alguno se lo llevan incluso los mitos del propio González. Será cuestión de madurez, pero está claro que todos nos equivocamos y Quique lo evidencia en su letra críptica en primera persona. La preciosa ‘No encuentro a Samuel’ es herencia directa de ‘Groupies eléctricas’, tema que conocíamos hace ocho años y que se convierte, quizá, en la canción que Quique ha tardado más tiempo en finalizar para acabar incluida en uno de sus discos. Elementos comunes con su pasado como las gafas de Mike y la amistad, una vez más por bandera.

‘No hagas planes’ es la canción más simple del lote, al menos en lo que respecta a su letra. Y quizá ahí está su gracia. Si hasta ahora habíamos visto a un González directo en su propuesta musical, ahora esa falta de concesiones está en sus palabras. No hagas planes, simplemente. Y si tienes uno, debe ser acabar el disco con la canción que lo cierra, ‘Delantera mítica’, una auténtica declaración de intenciones. Una muestra de ingenuidad bien entendida. Una subyugación a ese compañerismo vital. Me creía toda la película, he caído en todas tus trampas, pero te llevo en el corazón. Definitivo. Fin. Ya está. Casi nada. Repeat.

No. ‘Tu amor en vano’ aparece como bonus track del disco en cedé y al final de la primera cara del vinilo. Algunos dicen que la mejor versión que se ha hecho de un artista estadounidense en castellano, porque detrás de ese título está el ‘Is your love in vain’ que Bob Dylan incluyó en «Street legal». No me atrevo a ser tan osado en la apreciación totalitaria, pero sí que quizá es la mejor adaptación de un tema de Dylan en castellano, y eso no es moco de pavo. Frases de la letra que no me encajaban al oírla en maqueta me acaban gustando y me acaban pareciendo adecuadas. Es un cambio obligado. Es ese jugador al que quieres premiar en términos futbolísticos. Tienes claro tu once ideal. El que recitas de carrerilla. Pero es que también quieres que juegue aquel que ha entrenado tan bien, así que le das unos minutos. Suena. Acaba. Ahora sí, repeat.

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