“Por carreteras secundarias”, de Alfonso Armada

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LIBROS

“Hay mucha literatura en el recuerdo, mucha poesía, algo de música para enfrentarse a hoteles de pueblos pequeños, bares de carretera… y dar una idea cabal del país”

 

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Alfonso Armada
“Por carreteras secundarias”
MALPASO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El plan es sencillo y atrayente, exótico en su simplicidad: se trata de coger un turismo y partiendo del simbólico kilómetro cero de la Puerta del Sol, pegarse una vuelta por la Península. Pero atención, hay una condición esencial: no se puede pisar ni una sola autopista, ni una autovía. Condición irrealizable, claro, puesto que el primer problema que se presenta es cómo salir de Madrid sin cruzarse ninguno de esos anillos que comienzan por M. También difícil si contamos que hay pueblos que están al lado uno de otro, pero cuya conexión, si se evitan las vías rápidas, supone un rodeo de un buen puñado de kilómetros.

Este fue el propósito del periodista Alfonso Armada a principios de esta década con el objetivo de irlo publicando a medida que avanzaba el viaje en el periódico en el que trabajaba. Un rodeo prácticamente completo que desde Madrid se planta casi en el Mediterráneo —evita conscientemente el mar—, llega a los Pirineos, recorre la cornisa cantábrica con leves desvíos al interior y una vez en Galicia enfila en sentido sur hasta Andalucía, gira hacia el este al llegar a Huelva y vuelve a encontrar el Mediterráneo. Será difícil que no pase por una zona que no tenga alguna relación familiar con cada lector.

Aparentemente, pues, pertenece a esta categoría de libros como “La España vacía”, que denuncian el desequilibrio de un país con dos velocidades y la dejadez de una administración que desprecia a los ciudadanos que no viven en ámbitos urbanos y poblados. Pero no se trata de eso, o por lo menos no se trata solo de eso, aunque diversas paradas le sirvan para construir lecturas sociales más que costumbristas. Los últimos mineros en huelga de los pozos de Santa Cruz del Sil son la excusa perfecta para demandar que se ponga orden en el sector de la minería, aparte de retratar las salvajadas de los patronos. Ciudades de vacaciones abandonadas a medio hacer ya no requieren ni palabras que expliquen.

Como decimos, el libro va mucho más allá. Se ha de leer en primer lugar como un libro de viajes. Ya el prólogo de Ignacio Martínez de Pisón, lo pone en conexión con Josep Pla o con Juan Ramón Jiménez, añadimos nosotros a Goytisolo, a Unamuno, a Cela. Como ellos, muchos pasajes tienen un aliento lírico. Como ellos, la voz narrativa es una tercera persona que se nombra a sí mismo como “el viajero”. Así el recorrido es un perfecto paisaje con figuras, un detenerse en lugares en muchas ocasiones al azar —sin preparar nada, ni alojamiento— y dejarse llevar a ver qué sucede.

Hay mucha literatura en el recuerdo, mucha poesía, algo de música —lleva recopilaciones proporcionadas por amigos— para enfrentarse a hoteles de pueblos pequeños (con más habitaciones que habitantes), bares de carretera, pequeñas empresas… y dar una idea cabal del país. Por ello, decide casi finalizar en Monóvar —el pueblo alicantino de donde es oriundo Azorín— para conectar con él y preguntar, casi como flashes televisivos, a las gentes de su pueblo si lo han leído, con una mezcla de cariño y rabia al ver que nadie lo ha hecho, ni siquiera lo tienen disponible en las papelerías. Tono periodístico que quizás debiera haber partido de otra pregunta: ¿alguien en este país lee alguna vez?

Anterior crítica de libros: ““Alice Cooper. Bienvenidos a su pesadilla”, de Sergio Martos.

 

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