Placeres culpables: “Like a virgin”, de Madonna

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“Al preguntarle su A&R qué esperaba de sus canciones y esperando un típico “Dar a conocer mi arte”, Madonna sencillamente respondió: “Quiero dominar el mundo”

 

A lo largo de su historia, la música popular nos ha dejado discos con ventas deslumbrantes aunque de escaso valor artístico, y otros muchos trabajos superlativos a pesar del permanente menosprecio general por el terrible pecado de ser superventas «mainstream». Tras publicar “Cintas de cassette” (Bubok Publishing, 2012), Óscar García Blesa editará “Placeres culpables” (Bubok), un acercamiento personal y ligero a la música pop a través de trabajos icónicos, que EFE EME publicará en exclusiva antes del lanzamiento del libro.

Director de marketing en Warner, director del sello RCA, responsable del relanzamiento de Napster y profesional del negocio de la música desde hace veinte años, el autor se deja guiar solo por el poder de las canciones e invita a dejar de lado cualquier prejuicio para disfrutar abiertamente y sin escrúpulos de música verdaderamente valiosa.

 

Una sección de ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

Madonna

«Like a virgin»

SIRE/WARNER BROS

 

 

“No te equivoques. Aunque encajo en el molde de la típica rubia tonta que canta, hay mucho más de lo que posiblemente seas capaz de pillar a la primera”

Madonna, «Smash Hits», 1984.

 

Sinceramente, en la España de 1984 el PSOE de Felipe González, la ‘Venezia’ de Hombres G, la muerte de Paquirri, Fernando Martín y Michael Jordan en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles o incluso un desconocido Jordi Pujol recién elegido President de la Generalitat eran asuntos mil millones de veces más populares que aquella muchacha menuda que se hacía llamar Madonna.

Publicado en noviembre de 1984, “Like a virgin” era su segundo trabajo para Sire/Warner. Su primer disco, “Madonna”, editado solo un año antes, era un divertido y efervescente álbum en el que ya se encontraban canciones francamente respetables (‘Lucky star’, ‘Borderline’ o ‘Holiday’ llegaron al top 10 sin despeinarse, toda una hazaña para una completa desconocida recién llegada de un pueblo de Michigan), canciones que habían levantado los sólidos cimientos de una carrera que solo acababa de comenzar y que permitían intuir el huracán que estaba por venir. Particularmente me encontraba atravesando mí fase “Born in the U.S.A.”, ese espacio de abducción temporal por el que en mayor o menor medida me temo que se vio atrapado medio planeta casi sin saberlo en algún momento de 1984. De alguna forma y posiblemente de manera no intencionada, Madonna ofreció con “Like a virgin” otra alternativa menos profunda y dramática que la que proponía el Boss. Todos disfrutábamos con el rock polvoriento de carreteras secundarias y esa actitud campechana tan auténtica que desprendía Bruce Springsteen, no cabe duda. ‘Glory days’, ‘No surrender’ o ‘Cover me’ son canciones extraordinarias, pero los problemas que abordaba Springsteen no dejaban de pillarnos algo lejos, era todo muy de campo, más de Arkansas o Idaho que de Albacete o Toledo, demasiado americano, si se me permite el eufemismo. Madonna era una muchacha de barrio, la vecina del segundo, la prima mona que cantaba en las fiestas de cumpleaños, la chica faltona y malhablada que podría haber llegado desde Brooklyn o de Coslada. Esa era su victoria, esa irresistible y extraordinaria normalidad hecha y concebida desde una propuesta exquisitamente ordinaria.

Las cosas dieron un giro definitivo a la vuelta de las vacaciones de navidad de 1984. Las chicas de mi clase acostumbraban a decorar sus carpetas del colegio con fotos de mocetones de todo pelaje. Por aquellas tapas duras de archivador era habitual encontrarse con el torso desnudo de Rob Lowe o con Ralph Maccio, aquel imberbe protagonista de “Karate kid” practicando la técnica de la grulla a página completa. En enero de 1985, muchos de aquellos niñatos desaparecieron de los collages aplastados bajo una capa de aironfix para dar paso a una chica: Madonna.

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Yo tenía 13 años cuando “Like a virgin” aterrizó en las estanterías de las tiendas de discos. No sé cuántas copias se habían vendido de su primer trabajo en España, difícil precisar ese dato, pero intuyo que a duras penas alcanzó el disco de oro de la época (50.000 unidades). Por aquí en 1984 estábamos a otras cosas. ¿Saben ustedes quién ocupaba el número uno de Los 40 Principales en 1984? Pues bien, Chiquetete con ‘Esta cobardía’, Jose Luis Perales y su ‘Tentación’ o ‘Fotonovela’ de Iván tuvieron el honor de ser lo más escuchado en España aquel verano. Interesante también la sucesión de éxitos felinos que vivimos entre el 26 de mayo y el 9 de junio del mismo año: ‘Lobo hombre en París’, ‘El hombre lobo’ y ‘Los ojos de gato’ (La Unión, Azul y Negro y Luz Casal también se auparon hasta lo más alto de la lista). Sería injusto y poco objetivo por mi parte no mencionar que ese año también alumbró ‘Thriller’ o ‘Radio GaGa’, aunque de Madonna no había noticias. En 1984 todavía nos preguntábamos quién era esa chica.

Madonna Lousie Veronica Ciccone (Michigan, 1958) llegó a Nueva York en 1977 con la clara y sana intención de triunfar persiguiendo él demasiadas veces mitificado sueño americano. No deja de ser fascinante esa extraordinaria determinación de la Ciccone para lograr lo que se proponía. A toro pasado, uno tiene la sensación de que Madonna siempre hubiera estado ahí, aunque ciertamente no es así. Hasta 1982 trabajó en Dunkin Donuts, dormía en una sinagoga abandonada en Queens y paseaba por la gran manzana con pulseras de pinchos, vaqueros rotos y el pelo muy corto y decolorado. En lo artístico, había salido de gira como bailarina con el cantante francés de música disco Patrick Hernandez y se presentó a una audición para “La última tentación de Cristo”, de Martin Scorsese.

Era (es) una mujer con las ideas muy claras (“Al llegar a Nueva York necesitaba un mánager y pensé, ¿quién es la persona de más éxito en el negocio y quién es su mánager?”). La respuesta era Michael Jackson, y su mánager en ese momento, Freddie DeMann. No hace falta decir que DeMann se rindió como el resto del planeta. Mítica es su primera visita a Sire Records. Al preguntarle su A&R qué esperaba de sus canciones y esperando un típico “dar a conocer mi arte”, Madonna sencillamente respondió “quiero dominar el mundo”. La firmaron instantáneamente y en 1983 junto al productor Reggie Lucas (el mismo que luego la dejaría tirado) inició la grabación de “Madonna (the first album)”, un álbum de disco dance sintético repleto de bajos moog, cajas de ritmos y mucho sintetizador, un trabajo que a pesar del menosprecio inicial obtuvo críticas más que decentes y sobre todo y ante todo pronóstico vendió la nada despreciable cifra de 2,8 millones de copias solo en U.S.A. en su primer año, cinco millones un año después y más de 10 en todo el mundo, toda una proeza para aquella chica pequeñita y algo hortera.

Lista como una ardilla y prendada por su trabajo en el “Let’s dance” de David Bowie, Madonna reclutó a Nile Rodgers (Chic) como productor de su nuevo disco. Rodgers, que además de producir tocó las guitarras del disco, se hizo acompañar de sus antiguos compañeros en Chic, el bajista Bernard Edwards y Tony Thompson a la batería, para iniciar la grabación del álbum en los estudios Power Station de Nueva York. En este álbum mostró a la cantante como una intérprete versátil y artística en un álbum con sencillos excelentes. Destapó una artista de talento colosal con mucho estilo y desbordante alegría en un disco espontáneamente calculado (una cualidad que de alguna manera forma parte de su propia personalidad), pero que no alteró el equilibrio del conjunto. Los cálculos de Rodgers le convierten en pieza esencial del trabajo y hace que la música sea algo menos mecánica, a diferencia de su debut. De “Like a virgin” se extrajeron hasta cinco sencillos, de los que la canción homónima, ‘Into the groove’ y ‘Material girl’ ocuparon el número 1.

 

 

Madonna y Rodgers agruparon un conjunto de canciones imbatible. ‘Material girl’ incorporaba elementos new wave, con sintetizadores y un estribillo irresistiblemente machacón; ‘Angel’ era el tesoro oculto, sujetado con solo tres acordes ascendentes; ‘Like a virgin’ con una línea de bajo inolvidable sigue conservando la ambigüedad y frescura del primer día. ‘Over and over’ es otro clásico dance pop, ‘Love don’t live here anymore’ era una versión de Rose Joyce, su primera gran balada; ‘Into the groove’ (aunque no pertenecía a la primera edición del disco) se incluyó a raíz de su debut cinematográfico, “Buscando a Susan desesperadamente”, y fue un éxito en las pistas de baile. ‘Dress you up’ era ingenua y de una sencillez melódica apabullante. ‘Shoo-Bee-Doo’ escondía un homenaje a la música Motown, cercana al doo-woop y con paralelismos a los grupos de chicas de los años sesenta, como Shirelles o Crystals. Y ‘Pretender’ y ‘Stay’ cerraban un disco redondo concebido sin ninguna humildad para la conquista del planeta y certificar de manera definitiva que lo de su primer álbum no era fruto de la casualidad.

“Like a virgin” llegó a las tiendas reclinada en una sábana con un ramo de flores en su regazo y usando un vestido de novia. La portada del disco revelaba una imagen fetichista y sexual. El maquillaje, los labios fruncidos y el cabello despeinado, los guantes largos, el cinturón con la palabra Toy-boy… cada detalle hicieron que Madonna se convirtiera no solo en una figura de virtud, sino también de deseo. La portada fue tan importante para su reinvención como la música en sí misma.

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Su imagen fue otro impulso para dejar bien claro que ella tenía la última palabra en cuanto a la moda para mujeres y jóvenes en aquella época, el epítome de la genialidad. Aquella portada fue uno de los momentos más impactantes, liberadores e influyentes en la historia de la cultura y moda pop, millones de jóvenes de todo el mundo, incluyendo las chicas de mi colegio de Madrid, la imitaron desde el corte de pelo hasta los pendientes, en cada barrio y en cada escuela emergían réplicas de la Ciccone. La moda nunca volvió a ser la misma y aquella ambigüedad de la fotografía, a medio camino entre la Virgen María y una prostituta, fue toda una declaración de independencia, un mensaje explícito para que cada quién escogiera que es lo que quería ser.

Blanco de los críticos conservadores, este trabajo vendió más de 21 millones de copias, un éxito global sin precedentes en un artista pop femenino –en diferente plano tan solo Barbra Streisand podría discutirle semejante poderío–, y el nacimiento de una estrella irrepetible. De acuerdo al periodista y biógrafo J. Randy Taraborrelli, “Cada artista importante tiene al menos un álbum en su carrera cuyo éxito crítico y comercial se vuelve el momento mágico del artista; para Madonna, “Like a virgin” fue ese momento decisivo”. Las Navidades de 1984 los adolescentes hacían fila en las tiendas para comprar el álbum de la misma forma en que sus padres lo hicieron para comprar los discos de The Beatles a finales de los sesenta.

 

Con “Like a virgin” Madonna demostró que no era cantante de un solo éxito fortaleciendo su impaciente afán de crecimiento creativo y su habilidad innata para la elaboración de buenas canciones con su segundo disco, un álbum en el que despeja todas las facetas de la compleja personalidad del personaje que ella misma había creado, esa mezcla de espabilada reina del baile con el encanto sensual de Marilyn Monroe, la frialdad de Marlene Dietrich y la labia cortante de Mae West. Madonna inventó un personaje fascinante sujetado por un trabajo artístico notable donde siempre fue consciente que de no haber tenido grandes canciones todo el castillo se hubiera derrumbado y su carrera hoy engrosaría las listas de «one hit wonders». Los que decididamente fueron a por ella, (y fueron muchos), no tuvieron más remedio que claudicar ante el triunfo global de la Ciccone. Quizás su reconocimiento no fue inmediato, pero Madonna era (es) lista y muy muy paciente.

Con este álbum, la artista afirmó su sexualidad como solo le estaba permitido a las estrellas masculinas hasta ese momento; su propuesta musical llegó a sitios donde hasta entonces ninguna estrella pop tradicional hubiera llegado; sus canciones eran motivo de debate en foros de sexualidad, religión, raza… sitios prohibidos para el modelo conservador y lugar en el que ella (y las millones de jóvenes imitadores que aparecieron en cada rincón del planeta) se sentía francamente cómoda. Si, definitivamente Madonna era la estrella musical femenina más grande que jamás hubiera existido. La idea de que una mujer tuviera el control de su vida sexual y de su carrera era tan novedosa que se convirtió en el personaje con más impacto en el pop y la cultura popular en años. Fue un modelo de actitud y moda para millones de jóvenes, muchas de ellas criadas bajo estereotipos feministas que condenaban la imagen de la mujer que utilizaba su belleza para triunfar. Utilizó su feminidad como ejemplo de igualdad de oportunidades, sin ser la más guapa, la más alta y ni mucho menos la que mejor cantaba logró la dominación global y el estatus de icono cultural con inmensas dosis de actitud y declarado talento.

 

Era 1997 cuando trabajé con Madonna. Venía a España para presentar “Ray of light” y anduvo por aquí haciendo promoción un par de días. En un ejercicio absurdo de matemáticas, solo habían transcurrido doce años desde “Like a virgin”. Es decir, la Madonna del 97 estaba más cerca de “Into the groove” que de Rebel Heart, iniciando la juventud de su carrera después de pasar la posadolescencia y consciente de que su plan de dominación mundial no estaba ni siquiera a mitad de camino. Aquella mujer ya no era tan menuda a pesar de medir el mismo número de centímetros. Era una estrella gigantesca, no cabe duda, pero la manera de promocionar su nuevo disco dejaba bien claro que el trabajo (dominar el mundo) todavía no estaba terminado. Como ya dije en las páginas de mi libro “Cintas De Cassette”, en el cuerpo a cuerpo no hay artista que impresione más que Madonna. Tan solo necesitas estrecharle la mano para darte cuenta que esos cinco dedos son sinónimo de determinación y poder.

Considerada la mujer más influyente de la música contemporánea, Madonna ha reinventado disco a disco su música y su imagen, su legado a la cultura pop no es discutible, aunque me temo que sus valores musicales han estado injustamente siempre bajo sospecha. Quizá este disco no sea tan innovador como su debut, pero más de treinta años después se mantiene como uno de los artefactos pop más definitivos de la década de los ochenta. Cuatro minutos de cualquier canción de “Like a virgin” escogida al azar sintetiza aquella época mejor que cualquier libro o sesudo documental.

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