Paul McCartney: Ondeando la leyenda

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 “No faltaron las dedicatorias: la tan difícil de cantar ‘Maybe I’m amazed’ escrita para Linda Eastman –su primera esposa–; la interpretada en máximo silencio y a solas con su guitarra ‘Here today’ para la memoria de su complementario John Lennon”

 

Doce años después de su última visita a España, Paul McCartney volvió a desatar la euforia beatle en Madrid, repasando los clásicos de toda su trayectoria. En el Vicente Calderón estuvo Miguel Tébar A.

 

Paul McCartney
Estadio Vicente Calderón, Madrid
2 de junio de 2016

 

Texto: MIGUEL TÉBAR A.

 

Paul McCartney es un sir en el influyente Reino Unido –incluso más allá del Commonwealth–, es historia viviente porque fue un Beatle –sabido hasta en las recónditas tribus del mundo “Warcraft”– y porque musicalmente aún está vivo. Aunque esto último parezca obviarlo una considerable mayoría.

En plena primavera sonora, tras derramar litros de tinta sobre el río de Bruce Springsteen, a punto de ignorar el arriesgado atajo de Elvis Costello y con las acaloradas citas veraniegas a la vuelta de la esquina, la euforia de cualquier melómano que se precie está servida. Ineludibles citas de música en directo con miles de festivaleros por un lado, por otro con nostálgicos intemporales cada vez que su “dinosaurio del rock” hace tambalear su bolsillo –aunque sea con un lesionado Axl Rose como sustituto–, con alternativas excelentemente acogidas aunque bien acalladas en los «mass media» y con influyentes detractores de todo lo que sea «mainstream» o «hype», según el caso, desafiando a unos y a otros espectadores.

Tras doce años vuelve actuar en Madrid el mismísimo James Paul McCartney, haciendo empatar así a la capital del Reino de España con sus visitas a la Ciudad Condal –la tercera ciudad española afortunada al haberlo hospedado fue Gijón, donde inauguró aquel “Summer tour” de 2004–. Sir Paul pertenece a esa especie de genios aún vivos, que son cuestionados no tanto por su propio talento sino por el éxito alcanzado. Seguramente el Desert Trip (un festival de tres días, con la firma Coachella, que se celebrará el próximo octubre en un paraje inhóspito cerca de Indio, California con The Rolling Stones, Bob Dylan, Neil Young, Roger Waters, The Who más el protagonista en cuestión) servirá para aunar posturas y composturas entorno al rock de estadio con solera.

La posibilidad de revivir entre miles de personas las canciones de un artista mayúsculo no se debiera concebir sin compartir el “sufrimiento” del aficionado. Para voyerismo uno puede disponer de efectivos sistemas domésticos de audio y vídeo, solo debe esperar a la publicación posterior de la gira para recrearse en los colores, detalles, matices y ocultos puntos de vista. A pie de pista no cabemos todos, ni las energías son a veces comparables a los héroes que se suben al escenario, ni las posibilidades económicas de cada cual son igualitarias.

“One on one” es el nombre de la actual gira que parará en veintinueve lugares de tres continentes, en formato de escueto quinteto: Paul McCartney (vocalista, bajo, guitarra eléctrica, guitarra acústica, piano y ukelele), Paul «Wix» Wickens (teclados, guitarra acústica, percusión, armónica, acordeón y coros), Rusty Anderson (guitarra eléctrica, guitarra acústica y coros), Brian Ray (guitarra eléctrica, guitarra acústica, bajo y coros) y Abe Laboriel, Jr. (batería, percusión y coros); con un repertorio casi invariable pero que irremediablemente mantiene la atención de quien vivió en primera o en tercera persona la Beatlemanía, de quien encontró verdaderas gemas en el proyecto posterior junto a su esposa Linda McCartney y al guitarrista Denny Laine (ex Moody Blues) y de quien, por supuesto, ha sabido entender su continuidad tras la separación de los Fab Four de Liverpool y antes y después de los Wings.

En dos horas y cuarenta minutos, Paul McCartney y su banda tuvieron tiempo para interpretar treinta y ocho temas y medio, ya que del ‘Give peace a change’ apenas se esbozó el estribillo pacifista acompañando con su llamativo piano –pintado por el colectivo psicodélico The Fool– al cántico popular. Repasaron nueve de los doce discos de The Beatles, de los cuales cayeron veintitrés reconocibles canciones (ninguna de “With the Beatles”, “Beatles for sale” y “Yellow submarine”).

Recuperaron ‘In spite of all the danger’, “la primera canción que grabamos en 1958 bajo el nombre de The Quarrymen”. Se detuvieron en la obra maestra que fue “Band of the run”, con un bonito «making off» de la portada inmortalizada por Clive Arrowsmith proyectado sobre la pantalla horizontal tras los músicos durante la canción que dio título al tercer disco de Wings en 1973. Se recrearon en aquel éxito cinematográfico compuesto un año antes que fue ‘Live and let die’, durante el cual figuradamente destruyen y prenden el «skyline» londinense al frenético ritmo de piano, fuegos artificiales, llamaradas y láseres en todas las direcciones. Seguramente fue el momento más efectista del espectáculo tras la pintoresca ‘Being for the benefit of Mr. Kite!’ o la colorida infografía utilizada en ‘Back in the U.S.S.R.’. Se acordaron de presentar tres de los singles de «New» (Virgin, 2013), su último trabajo de estudio y el 16º en solitario –¡qué potente sonó ‘Queenie eye’ y qué certero es el homónimo ‘New’–. McCartney tuvo el valor irónico de reivindicarse pionero del electropop con ‘Temporary secretary’, sin dejar lugar a la indiferencia.

Obviamente no faltaron las dedicatorias: con la romántica ‘My Valentine’ escrita para Nancy Shevell, su tercera esposa, presente en el campo de fútbol, con el videoclip incluido interpretado por Natalie Portman y Johnny Deep; la recientemente remezclada por Timo Maas y James Teej ‘Nineteen hundred and eighty-five’ para los fans de Wings –cuando los autoversionaba hacía el símbolo de las alas con las manos, llamando la atención sobre ello–; la tan difícil de cantar ‘Maybe I’m amazed’ escrita para Linda Eastman –su primera esposa–; la interpretada en máximo silencio y a solas con su guitarra ‘Here today’ para la memoria de su complementario John Lennon; casi a pelo en su primera parte con el ukelele en mano interpretó ‘Something’ para su amigo George Harrison.

Tampoco faltó el set semiacústico con aroma folk a campiña inglesa que aunó a la banda en círculo desde ‘We can work it out’ hasta que bajase de la plataforma en la que había sido elevado para interpretar en solitario la preciosa ‘Blackbird’ –con miles de mirlos silbando de fondo–. Ni, afortunadamente, ‘FourFiveSeconds’, el temazo compartido en múltiple autoría e interpretado junto a Rihanna y Kanye West: “Se trata de mi última composición y podéis cantarla gracias a la letra que veréis por las pantallas”. Paradójicamente ni el mítico Höfner Violin Bass ni otro bajo eléctrico fue tocado en la recta final del coherente medley ‘Golden slumbers/Carry that weight/The end’ del penúltimo disco de The Beatles, “Abbey Road” (Apple records, 1969).

Paul es de esos amables artistas que se esfuerzan en comunicarse en el idioma natal del lugar donde se encuentren, oficiar la pedida de mano públicamente de una pareja que lo suplica pancarta en mano y, llegado el momento, ondear la bandera del propio país en los bises –con mayor o menor acierto–. Apodos despectivos y prejuicios inconsistentes aparte, si además de todo lo descrito alguien es capaz de ponerle peros al simpático Macca, a sus 73 años, es que quizá sea cierto eso de que ya no hay respeto alguno hacia nuestros maestros.

A mitad del concierto nos preguntó “¿Qué tal va el bolo?”. Por soñar, “y si hubiese tocado…”.

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