Patti Smith: La resistente en Cartagena

Autor:

Patti Smith
16 de julio de 2010
Festival La mar de Músicas, Auditorio Parque Torres, Cartagena



Texto y foto: JOSEMI VALLE.



Con motivo de la posible ampliación de la edad de jubilación los sindicatos protestan con razón aduciendo que no es lo mismo alcanzar los crepusculares 67 dando el callo en un trabajo que requiera fuerza y vitalidad que en otro más relajado o llevadero. No tiene nada que ver acudir todos los días a un tajo que castiga tu cuerpo que a otro que cosquillea tu intelecto. Yo quiero añadir un matiz que tanto el mundo sindical como la patronal y el gobierno han olvidado. No es lo mismo alcanzar la jubilación hecho un desastre que coronar los sesenta y cuatro como Patti Smith. Sé de lo que hablo. Todos los días veo cómo se las gasta la decrepitud a la que te arroja el paso del tiempo y hace unos días tuve la suerte de asistir al concierto de Patti Smith en el festival La Mar de Músicas de Cartagena. Efectivamente, no es lo mismo.

Patti Smith está en forma. No sé si la cara es el espejo del alma, pero desde luego es un escaparate bastante fiable para diagnosticar cómo nos va la vida, y a Patti Smith se la ve muy a gusto de su piel para dentro. Sabe que goza de un lugar de privilegio en la mitología del rock, que su álbum de debut («Horses», 1975) se codea con los más grandes vinilos de la historia, que posee un cancionero que da hospedería a varias canciones que seguirán sonando en los reproductores del siglo XXII, pero eso no lima ni un ápice su vibrante actitud punk, su reverencia al rock entendido aún como isla de resistencia y no como mera oferta de entretenimiento promocionada por los fabricantes de ocio. No hay visos acomodaticios. Se agradece.

Patti Smith hace del escenario su ecosistema natural, maneja a la perfección los tiempos, su directo respira a su ritmo, su presencia lo llena todo, ubicuidad que no impide que esté acompañada de una banda que conjuga con pericia la distorsión con los remansos de paz. Como el tiempo te hace apostatar de muchos dogmas de juventud, me tranquilizo cuando la rockera arranca con varias piezas anidadas en su subsuelo discográfico, temas que agarran del pescuezo al público y no lo soltarán hasta que finiquite el concierto. Ahí está el celebérrimo reggae ‘Redondo Beach’, ‘Space monkey’, ‘Ask the angels’, ‘Free money’, o la chamánica ‘Gosth dance’. A partir de ahí las canciones de Patti Smith confirman una ecuación que a mucho cuadriculado rockero le cuesta entender: se puede ofrecer un repertorio intenso y muy potente sin necesidad de tocar canciones muy rápidas. La velocidad es un valor muy cotizado si te dedicas al negocio de los pura sangre, pero no es un atributo imprescindible para que una canción rezume vibración, intensidad, fuerza, chorree poderío eléctrico. Patti Smith lo sabe y lo refrenda con esos medios tiempos repletos de calma chicha, siempre a punto de explotar, sin aditamentos ni experimentos modernos. Rock de siempre, de cuando el rock regalaba orgullo identitario.

La mujer del pelo largo canoso tapiando su cara toca muchos clásicos de su primera época, cuando demostró que Rimbaud y la distorsión hacían buena pareja de baile, pero también desprecinta canciones de su segunda etapa, la de mediados de los noventa en adelante, periodo que me parece sobresaliente (tocó la rabiosa ‘Gone again’ como ejemplo irrefutable), y eso que en el cómputo de su segunda juventud no incluyo el sublime y obligatorio álbum de versiones «Twelwe», de 2007. Para cerrar el telón dejó la demasiado radiada ‘Because the night’ y la inmarchitable ‘Gloria’, pero volvió con ‘People have the power’. Entonces nos recordó, mientras blandía una guitarra a la que le iba extirpando una a una sus seis cuerdas, que ese objeto era lo único con lo que soñaba su generación. No sólo te crees a pies juntillas semejante declaración de principios, sino que después de lo visto y lo oído te provoca rubor dudarlo. Y todo celebrado en un auditorio al aire libre con una visibilidad y una acústica formidables, como si estuvieras viendo a Patti Smith en DVD y escuchándola en el potente bicho del salón. Pero no estás en tu casa mesetaria, estás al lado del Mediterráneo, que se asoma al fondo. En momentos así a la huraña felicidad no le queda más remedio que salir de su cueva. Que se fastidie.

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