Palabras para George: El 75 cumpleaños de Harrison

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“A ver quién presenta credenciales remótamente parecidas a ‘While my guitar gently weeps’, ‘All things must pass’, ‘Beware of darkness’…”

 

Este domingo, 25 de febrero, George Harrison hubiese cumplido 75 años. En su ausencia, y recordando la reedición del célebre “Concert for George”, Julio Valdeón reflexiona sobre su figura.

 

Texto: JULIO VALDEÓN.

 

75 años de George Harrison. El tipo taciturno. El dulce guitarrista. El compositor orillado por dos gigantes. El benjamín que no perdonaba a McCartney. El autor de ‘Something’. El tercer Beatle. Para celebrarlo, y enjuagar mejor los 17 años de su desdichada muerte, víctima del cáncer, reeditan “Concert for George”. Se trata del recital de 2002 celebrado con abundancia de amigos. Eric Clapton, Jeff Lynne, Tom Petty, Paul McCartney, Jools Holland, Billy Preston, Ringo Starr, Jim Keltner… y Ravi y Anoushka Shankar. El viejo maestro del sitar le escribe una composición de veinte minutos. Al toque, su hija, la portentosa Anoushka, que luce virtuosismo a lomos de una pieza épica. Luego llega el turno de la realeza pop británica.

En general, recuperas las sensaciones perdidas de una forma de entender la música en directo que pasaba por la hipertrofia y el gigantismo. Dos baterías, percusionistas, no menos de cuatro guitarristas, varios teclados… Cuesta encontrar las canciones, sepultadas por la montaña de arabescos. Y no será por falta de talento en el escenario… Mención especial para un Clapton demoledor. Que toca algunos de los solos de guitarra más devastadores que le haya escuchado en años. Y Petty y los Hearbreakers: despachan sus tres canciones sin contagiarse del aire entre suntuoso y banal del resto. Van a lo suyo, al hueso, y te noquean. Algo tendría que ver, digo yo, la conexión Wilbury.

 

 

Aquel supergrupo representa uno de los momentos más interesantes y extraños de la carrera de Harrison. El hombre que ansiaba librarse de la compañía de los Fab Four, crecer por su cuenta, y que dos décadas después florece al rodearse, otra vez, de titanes. Pero es que todo en Harrison resulta contradictorio. Hombre de tendencias místicas, apoyó con su dinero “La vida de Brian”. Claro que se trataba de tocarle las narices al cristianismo y no a una fe orientalista y exótica, pero carajo, vaya con el Beatle espiritual. El mismo, añadimos, que a pesar de su probada misoginia organizó uno de los recitales benéficos más decisivos de la era rock, el concierto por Bangladesh. Ahí estuvo, devuelto de la amnesia, bueno, más o menos, su querido Bob Dylan. Igual que en los Traveling Wilburys. Pero no, ay, en el concierto del 2002. Una lástima. Aunque cuesta imaginar el gran gruñón disfrutando en semejante festejo. No, en cambio, a unos McCartney y Ringo que bordan sus apariciones. El primero por musicazo, claro, se sale con ‘Something’ al ukelele, uno de los instrumentos favoritos de Harrison. El segundo por esa cosa pasota y entrañable tan suya, que le permite hacerse querer sin apenas despeinarse.

Pero en fin, hablábamos antes del concierto por Bangladesh. Todavía hoy, obligatorio, y no solo porque contenga el abecé de cómo levantar un festival benéfico. Las actuaciones son fascinantes. Como lo es, y cada día más, su seminal “All things must pass”. Casi todo dios lo considera el mejor de cuantos discos sacaron los Beatles por su cuenta tras la disolución del grupo. Aunque en su día pesó el asunto del plagio de ‘My sweet Lord’, a casi nadie le importa ya el ‘He’s so fine’ original. Cierto, Harrison arrastró una maratón judicial que alcanza hasta mediados de los noventa gracias a Allen Klein, su antiguo mánager: despedido en 1973, compró los derechos editoriales de la canción de las Chiffons y machacó a su antiguo cliente. Más allá del daño monetario, al músico también le costaría horrores encontrar la confianza necesaria para escribir de nuevo.

 

 

En realidad, ya nada fue lo mismo, aunque conviene recuperar gemas como el injustamente olvidado “Living in the material world”. O aquella última bala, en vida, llamada “Cloud nine”. Incluso el postrero “Brainwashed”. Finalmente restan las canciones. Majestuosas aunque, admitámoslo, espaciadas. Pero bueno, a ver quién de nosotros, o del noventa y nueve por ciento del censo de los músicos en activo, presenta credenciales remotamente parecidas a ‘While my guitar gently weeps’, ‘All things must pass’, ‘Beware of darkness’, ‘Here comes the sun’ o la citada ‘Something’… Cremosos caramelos pop y aguijonazos folk-rock por cortesía de un sólido artesano con deslumbrantes temporadas de genio.

 

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