Operación rescate: Ray Heredia

Autor:

«El trazo de Heredia es firme, sabe qué tipo de canción está firmando, hacia dónde se mueve»

Ray Heredia
“Quien no corre, vuela”
NUEVOS MEDIOS, 1991

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Hay determinadas obras de la música popular española que son bendecidas con un misterio intrínseco a ellas, proclive a analogías literarias que se acrecientan cuando se habla del mundo artístico gitano. Igual que es inevitable acercarse al “Blues de la frontera” de Pata Negra sin pensar en el universo de Lorquiano –esa ‘Bodas de sangre’ era una invitación–, “Quien no corre, vuela” de Ray Heredia también parece conectarse en varios niveles con ese dramatismo que el escritor granadino supo atrapar y encerrar dentro de su obra. Lorca logró entender esa imaginería como muchos creadores gitanos comprenden su propio arte, tratándose de una sensibilidad especial que resulta tan familiar como exótica, tan real como fantástica.

“Quien no corre, vuela” no es el gran disco que muchas veces se comenta. Se trata de una obra notable, no cabe duda, pero no deja de ser el prometedor primer capítulo de una obra musical que tristemente jamás se finalizó. Poco antes de editarse el que sería su primer y único disco solista tras haber abandonado Ketama, Heredia moría y la leyenda que no pudo escribir en sucesivas obras se encarnó en el mito, enraizándose en las diez canciones que componen “Quien no corre, vuela”, aunque sin teñirlo de negro, sin que el fallecimiento de su autor funcionara a modo de lúgubre epílogo, actuando más bien como barniz para la melancolía que lo baña. Sin embargo, esa melancolía que surca cada tema es producto del dolor y la alegría, no se trata de un disco tenso, aunque si emocionalmente delicado, una pujanza musical y literaria entre el daño sentimental y la hermosura de la vida. “El infierno de tu gloria ha pasado por mí”, primer verso de ‘Alegría de vivir’ (la canción más conocida de la colección) que definía el espíritu de todo el álbum, un intento de poner en orden escombros y ruinas en mitad de un paraje de brutal belleza.

Sería interesante conocer detalles de la grabación del álbum y del diseño de su sonido. Teo Cardalda compartió la producción con Mario Pacheco (a la postre también responsable de la discográfica) y la dirección musical con el propio Heredia, quien firmaba los arreglos musicales de la obra así como nueve de los temas incluidos, tocando junto con Cardalda múltiples instrumentos. El equipo, desde luego, funcionó. La producción es rica, pulcra, aunque con tics de época: algunas canciones habrían ganado músculo si los arreglos de teclado hubieran sido sustituidos por metales, aunque el sonido de percusión es sensacional, igual que la forma en que se captura la voz de Ray, garantía de autenticidad para una obra precursora que desde el flamenco juega al pop, apostando ligeramente por un mestizaje que pasa por Italia y cruza el atlántico rumbo a Sudamérica –ese mismo mestizaje que posteriormente fue explotado sin miramientos por producciones y discográficas tornándolo en horterada–.

El trazo de Heredia es firme, sabe qué tipo de canción está firmando, hacia dónde se mueve, aunque la inspiración engrandezca cuatro puntos fundamentales del disco, haciéndolos brillar sobre otros menos interesantes aunque tampoco desmerezcan. ‘Alegría de vivir’, ‘Cobarde’, ‘Lo bueno y lo malo’ y la íntima ‘Su pelo’ son cuatro fortalezas en un mar de buenos momentos, los cuatro puntos cardinales que orientan el trabajo, entre el romanticismo de una promesa y los pedazos de un corazón destrozado que sigue latiendo, al que hay que acercarse con cuidado para no espantar a ese delicado misterio que le rodea, a ese misticismo gitano.

Anterior entrega de Operación rescate: Miguel Ríos.

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