Operación rescate: «Los Secretos» (1981), de Los Secretos

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«Este disco tiene baladas demoledoras e intensísimos fogonazos eléctricos girando siempre alrededor de viñetas que hablan de amores y desamores. Con todo ello, se entreteje una obra hoy clásica»

 

 

Los Secretos
«Los Secretos»
POLYDOR, 1981

 

Texto: JUAN PUCHADES

 

Digámoslo sin ambages: el elepé de debut de Los Secretos es uno de los estrenos más deslumbrantes que ha dado el pop español, comparable en su rotundidad sonora, tal vez, al inolvidable de Los Brincos. Sí, no exagero un ápice. Aunque fue casi milagroso, porque la producción española de discos, que en los sesenta y gran parte de los setenta resultó muy imaginativa, a comienzos de los años ochenta se mostró caduca, anquilosada, sin capacidad de reacción ante las nuevas propuestas. Aquel fue un periodo de producciones deslabazadas (en asuntos discográficos los años son esenciales para apreciar las cosas con la debida perspectiva) en las que parecían importar más las intenciones que el resultado. Sin embargo, el veterano productor Juan Luis Izaguirre supo capturar a Los Secretos (quizá también influyó el ingeniero de la grabación, Mike Cooper) con naturalidad y, a la vez, con brillantez, acentuando las guitarras eléctricas y las voces, los dos grandes pilares sobre los que se asentaba el cuarteto madrileño en sus inicios. Aunque ellos siempre han asegurado que la cosa salió más pop de lo que pensaban y que en realidad lo que les perdía eran los sonidos más campestres del country-rock y sus derivados (a los que se consagraron en el renacer de su segunda época). Sea como fuere, este disco tiene baladas demoledoras e intensísimos fogonazos eléctricos girando siempre alrededor de viñetas que, principalmente, hablan de amores y desamores. Con todo ello, se entreteje una obra hoy clásica y que en 1981 (tres canciones son de 1980, de las cuatro que conformaron el epé inicial del grupo) sirvió para fijar el sonido de la nueva ola española, a la que, como quien dice, le quedaban minutos de vida antes de que la modernidad estallara travestida de Movida.

Para abrir boca, Los Secretos disparan desde el minuto cero con ‘Ojos de perdida’, una demoledora bomba de power-pop con guitarras abrasivas (Álvaro Urquijo ya estaba ahí), que invita a corear esa letra que va disparando aquello de «vete ya de mi vida, déjame en paz, / tus ojos de perdida no me dejan soñar». Ojos de «perdida»… vaya adjetivo tan abierto a interpretaciones, y menuda canción sublime de unos chicos supuestamente blanditos y sin maldad. Una de esas inigualables y certeras composiciones que firmaba, inspiradísimo, Enrique Urquijo. Aunque, en todo caso, a nivel autoral este disco puede dividirse en tres bloques: los temas recuperados de Tos, los escritos por Enrique Urquijo y los que cuentan con letras del batería Pedro A. Díaz, también vocalista en ellos: en los tres primeros elepés de Los Secretos, Urquijo y Díaz combinarían canciones y micro solista.

Los temas del repertorio de Tos (así se llamaron los iniciales Secretos hasta el fallecimiento del primer batería, José Enrique Cano «Canito»), son dos: ‘Me aburro’ y ‘Otra tarde’. Canciones levemente ingenuas, pero que suenan deliciosas, encantadoras, arrebatadoras en su fórmula infalible de pop tan sencillo como majestuoso, como debe ser. Sobre todo la segunda: «¿Por qué me dices que va a ser distinto, / si luego vuelve a ser lo mismo? / ¿Qué tengo que ser para ser algo? / Para quererte solo valgo». De las voces, por supuesto, se encargó Enrique Urquijo, quien se mostró muy acertado en los cortes propios que aportó al álbum: el fantástico medio tiempo algo acelerado ‘Me siento mejor’ y, cómo no, la gloriosa ‘Déjame’, que con el tiempo acabaría por ser el himno y emblema del grupo y que se recuperó del primer epé de la banda, al igual que la magna versión de ‘Sobre un vidrio mojado’, también cantada por Enrique. Una pieza mayor y de las primeras que servirían para alimentar el tópico de Enrique Urquijo como adicto a los estados emocionales oscuros es ‘No me digas nada’, en la que cantaba: «No me expliques qué es la depresión, / no me expliques tu insatisfacción, / no me digas nada […] Deja de pensar en lo peor, / no pierdas el tiempo igual que yo.»

Sin dudar ni un segundo del talento de Enrique Urquijo, soy de los que creen que nunca se ha valorado suficientemente la aportación de Pedro A. Díaz al cancionero primero de Los Secretos: aparte de que su voz servía de vivaracho contrapunto a la de Enrique ofreciendo una muy saludable versatilidad y dinamismo a los discos (como pasaba en Nacha pop con Antonio Vega y Nacho García Vega), era un diestro letrista con una visión más dura, más a pie de noche y de acera que la del primer Enrique. De ese modo, incorporó textos crudos que quizá en aquel momento (con la leyenda de blandos o babosos que les cayó encima) no lo parecieran pero que hoy no dejan lugar a dudas respecto de sus intenciones, como el de ‘Fuertes emociones’: «Ganas de velocidad por tus venas correrán, / fuertes emociones que te marcarán / otro límite a tus ganas de soñar. / Ganas de felicidad por tus venas corren ya». O la letra de la soberbia ‘Niño mimado’ (también del epé del año anterior): «Tus vicios en el ochenta se han sofisticado, / sosteniendo entre tus dedos flashes apagados. / Hoy te he visto más delgado, / con temblores en las manos», ¡guau! Sí, Pedro tenía una visión menos dulce e introspectiva que la de Enrique (por ello complementaria) y dejó grandes momentos: ‘Qué puedo hacer yo’ (con música de Álvaro Urquijo) o ‘No supe qué decir’ y, sin duda, ‘Se fue como llegó’, en la que se relata una historia de sexo de una noche: «Y me acerqué hacia ti sin hablar de amor, / nos fuimos a vivir la noche entre los dos. / Tus regalos con perfume de mujer, / se apagaron antes del amanecer. / Tal vez no te vuelva a ver».

Desde luego un disco magnífico, y unos Secretos que tenían mucha chicha a la que hincarle el diente, una pena inmensa la prematura muerte de Díaz, que los resquebrajó por completo. Aunque la segunda etapa de la formación también nos deparó grandes alegrías (ya en otra onda): ese periodo en el que Enrique Urquijo se graduó como compositor.

 

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