«Patente de corso» (2002), de Jaime Urrutia

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OPERACIÓN RESCATE

«Esta es su obra maestra, responde a un momento en estado de gracia, por tanto, irrepetible, y cualquier disco suyo que se compare con este, necesariamente, palidecerá»

Jaime Urrutia
«Patente de corso»
DRO, 2002

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Para que un elepé visite esta sección semanal (más allá de su interés musical, por supuesto), solo existe una condición: que tenga un mínimo de diez años, por aquello de mantener la justa perspectiva. Casualmente, constato que diez, precisamente, son los años que nos separan de esta obra maestra, de este formidable «Patente de corso» que presenta al más inspirado Jaime Urrutia. Un álbum del que, antes de volver a escucharlo, y mientras observo las diferentes versiones que del mismo se editaron (tres son las que tengo), me doy cuenta que recuerdo todas y cada una de las canciones que acoje. Pero es que este fue disco de cabecera durante mucho tiempo: habitual al lado del lector de cedés de casa, también vivió meses (¿años?) en el coche familiar y acompañó durante centenares de kilómetros en multitud de viajes. ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Qué barbaridad! ¡Por los clavos de Cristo!

Era «Patente de corso» una obra esperada, de esas que despiertan expectación, pues era la primera de Jaime Urrutia en solitario, la primera tras la disolución de Gabinete Caligari y, sinceramente, por aquellos días nadie apostaba mucho por él. Los tiempos habían cambiado y parecía que lo suyo, junto a su grupo, había dado de sí todo lo que podía. Sin embargo, Urrutia es mucho Urrutia. Es cierto que él, tímido por naturaleza y hombre de grupo por vocación y (lo que es peor) costumbre, en las entrevistas no se presentaba demasiado seguro de sí mismo, era como que le costaba asumir su nuevo rol, lo llevaba con una cierta fatal resignación; además, Gabinete, inevitablemente, estaba muy presente en los cuestionarios de los reporteros.

Recuerdo que tuve la fortuna de ser el primero en entrevistarlo, cuando el disco todavía no había terminado de grabarse (acabarlo fue extremadamente complicado y laborioso, parecía que nunca vería el final): quedamos en el estudio Douwbletronics, y al llegar aluciné al ver a un Jaime emocionado cual fan al tener delante a Juan Cánovas (de CRAG, que estaba registrando coros para ‘Castillos en el aire’), con su copia de «Señora Azul» en la mano para que el excepcional vocalista y batería se la dedicara. Claro, que lo primero que le dije cuando me contó quién estaba grabando en el mínusculo estudio (tan exiguo que si se reúnen tres personas en la entrada lo más conveniente es salir a la calle) fue algo así como «joder, ¡haberme avisado, que me habría traído mi copia!».

Así, como dos fans algo flipados que han conocido a uno de sus ídolos, nos fuimos a comer a un bar próximo, de esos cutrongos de barrio periférico, donde mantuvimos una entrevista extraña, rozando lo surrealista, en una mesa que de tan escueta, entre platos y cervezas, no dejaba espacio para los folios con las preguntas que llevaba preparadas. Pude instalar la grabadora (por entonces todavía de casete) en ella, pero el cuestionario quedó en la mochila y opté por la vía de la improvisación (¡viva la profesionalidad!). Nunca he releído aquella entrevista, aunque creo que quedó bastante decente, curiosa, por lo menos, y con los años ha permanecido en la memoria de algunas personas que, de tanto en tanto, me la han recordado. Finalmente, acabamos tomando unas copas en otro bar, tan lamentable como el primero pero solitario y soleado. El tiempo se nos escapó sin darnos cuenta y yo, obseso de la puntualidad, terminé la tarde perdiendo el tren que me tenía que devolver a casa. Luego aprendería que con Jaime Urrutia las cosas son así, algo inesperadas. Espontáneas, maravillosas, caóticas o lamentables, no importa, siempre distintas, ajenas a lo que se espera. Con él no valen los convencionalismos.

Y «Patente de corso» es, exactamente, cualquier cosa menos un disco convencional: Jaime venía del periodo más oscuro de Gabinete (grupo que álbum a álbum quemaba etapas, haciendo de ello casi una cuestión de fe), y él se fue a buscar la luz, quería abrir las ventanas y dejar que entrara la brisa fresca. De este modo, el cedé comienza con ‘Qué barbaridad’, un rock and roll saltarín de complexión clásica y guitarrero, como inspirado por Eddie Cochran. Una pieza optimista que parece invitar a beberse la vida, directamente, en lata (justo como la que sostiene Urrutia en su mano derecha en la foto de la portada): ¿para qué quieres vaso cuando la sed es mucha, cuando la vida, «ridícula o celestial», solo vas a vivirla una vez? Así, vitalista y saleroso (también castizo, como siempre), Jaime nos prepara para lo que se nos viene encima, porque inmediatamente entra la jugosa y erótica ‘Vestida para mí’, con el maestro pariendo uno de sus textos más logrados y sinuosos, donde el erotismo estriba en pensar (solo eso, pensarlo, imaginarlo) que ella se está vistiendo para ti, únicamente para ti. Los cánones de las altas temperaturas masculinas, recordemos, establecen que el festejo sensual se inicia justo a la inversa, en el momento en que ella se desviste. Pero Urrutia, sibilino, estuvo muy sembrado al escribir aquello de «Qué emocionante saber que estaba pensando en mí / al ocultar su desnudez, / que anda por ahí vestida para mí». La música murmura por Gainsbourg en un tema que es un bombón (de chocolate con leche, por supuesto, que son los más dulces, los mejores).

Luego llega la intensa ‘Mentiras’, prestada por el aplicado discípulo Juan Carlos Sotos; quien desde entonces, y dado lo poco prolífico y muy exigente consigo mismo de Urrutia, será habitual que le ceda un tema para sus discos (hoy, además, es su guitarrista de directo). Inmediatamente después suena la mediterránea y soleada ‘Castillos en el aire’, un tema pop sublime y perfecto (pespunteado por colores brasileños, casi una constante en el álbum) con el que uno, según el día, puede incluso llorar de emoción al escucharlo. Y no es broma. Una pequeña pieza genial, con esos engarces orquestales que diseñaron el productor Jesús N. Gómez y su brazo derecho, aquí teclista y director musical, Esteban Hirschfeld. Es otra composición entregada al vitalismo, a dejar volar la fantasía, a alimentarnos de sueños, a vivir plenamente en nuestra mente: «Plantad castillos en el aire / que es muy posible que mañana / cambiarán su dirección y amainen / los malos vientos que circulan por ahí. / El pensamiento no delinque jamás / ¡Qué libre es la imaginación! /Que si quiere no distingue / lo malo de lo bueno, / lo propio de lo ajeno, / con una sola decisión. / Plantad castillos en el aire / que se levanten hacia el cielo / despegad de una vez los pies del suelo / ignorando lo que pasa por ahí.» Impresionante.

‘¿Dónde estás?’, siguiendo el modelo orquestal que define a gran parte del disco, es como un homenaje a aquellas producciones de Roy Orbison que tanto conmueven a Jaime (los tiempos no están para hostias, lo sé, pero hace años que pienso que Warner tendría que poner los billetes que no tiene encima de la mesa y grabarle a Urrutia lo mejor de su repertorio acompañado por una orquesta como las que rodeaban a Orbison. Se lo merece. ¡Nos lo merecemos!), en esta ocasión para una letra de entrega amorosa en la que su autor enseña, a quien quiera percatarse de ello, cómo en una canción se puede incluir un término tan manido y quemado por rockeros sin imaginación como «avenida» sin resultar ridículo o tópico. Es un tema que conoció una gozosa segunda versión, lanzada en single y vídeo (e incluida en una de las reediciones del álbum), con la suma de las voces de Andrés Calamaro, Bunbury y Loquillo.

Un Urrutia infrecuente se deja ver en el corte más oscuro, ‘Completamente feliz’: el ocasional retratista que, cuando se anima a ello, sabe cómo usar el carboncillo para perfilar con mano firme personajes; aquí retratando a un marginal no de los que poblaban los relatos de Bukowsky, sino más bien como los de Raúl Núñez, aunque él seguramente nunca ha leído la obra del malogrado genio porteño (y barcelonés y valenciano). «En un instante mágico y radiante / fue completamente feliz» escribió Urrutia con lucidez, dejando caer que él también sabe que la felicidad no son más que fugaces explosiones aisladas. Breves instantes de inexplicable bienestar.

Detrás suena el animoso ‘Toda mi vida’, con soluciones musicales que unen la música italiana de los años cincuenta con Brasil. La letra es otro ejemplo de cómo aproximarse a un tema de amor con la máxima originalidad. Como contrapunto, el final de una relación lo marcan la country-fronteriza ‘¿Qué hay de comer’?’ y la balada ‘Cántame’, en la que Urrutia explora su lado de crooner para exponer versos como: «Echo de menos tu alegría / desde que te fuiste de la jauría. / Cántame, perrita, si te sientes solita, / aunque me muerdas el corazón. / Ládrame, perrilla, si te encuentras perdida». ¡Qué letras!

Si el disco se abre a ritmo de rock, se cierra a compás de samba con la rítmica ‘Escándalo de amores’, como explotando esas pinceladas brasileñas que ha dejado caer en temas anteriores, y ratificando su pasión por chapotear en ritmos populares. El texto es una fantástica celebración del amor. Urrutia, probablemente, atravesaba días dulces durante la composición de este trabajo.

Con «Patente de corso» Jaime Urrutia, por si alguien tenía dudas, confirmó que tras Gabinete Caligari su propuesta tenía vida, que su talento era cosa seria y que escribía y cantaba de maravilla (en la década que nos separa de esta grabación, su voz se ha ido tornando más grave y rasposa). No es un disco perfecto: la producción se resiente de un sonido al que le falta algo más de calor, pero se deja escuchar sin dificultad, con esa sensación de estar ante una obra rotunda y clásica. Por otro lado, las obras imperfectas suelen ser las más perfectas, las más humanas.

Fue un trabajo bastante exitoso y Jaime ofreció en los dos años siguientes más de cien conciertos. Las vacas, por entonces, todavía estaban gordas y mientras iban adelgazando, sus siguientes discos no han tenido la repercusión de este. Hay quienes piensan que ya no es capaz de firmar álbumes así. No creo que sea eso, lo que sucede (aunque con canciones como ‘Maribel’ no mostró su perfil más fino) es más sencillo: esta es su obra maestra (por el momento, en artistas vivos siempre hay que pensar que el futuro nos deparará alguna más), responde a un momento en estado de gracia, por tanto, irrepetible (esperemos que vengan otros…), y cualquier disco suyo que se compare con este, necesariamente, palidecerá. Pero es que «Patente de corso» es «una verdadera barbaridad, por la madre de Cristo».

Anterior entrega de Operación rescate: La Búsqueda.

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