Operación rescate: «Conversaciones conmigo mismo» (1974), de Juan Pardo

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«La voz de Pardo apenas tiene nada que ver con la de ese cantante melódico que la mayoría de la humanidad recuerda. Registros ásperos y rabiosos»

 

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Juan Pardo
«Conversaciones conmigo mismo»
ARIOLA, 1974

 

Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

A estas alturas de la película, afirmar tajantemente que parte de la carrera de Juan Pardo ha estado marcada por cierta pasión por el riesgo y el inconformismo puede llegar a resultar, casi, atrevido. Un vistazo superficial por su cosecha creativa apenas invita a corroborar semejante sentencia. Y, tal vez, ese es el principal problema. Que, a menudo, cuando se analiza el devenir sonoro del artífice de dos de las más increíbles aventuras del pop hispano, Los Brincos y Juan & Junior, se gusta de la chanza y el simplismo.

Pardo es un tipo que, durante buena parte de su vida, ha hecho lo que ha querido. Su complicada personalidad le llevó a abandonar proyectos (los anteriormente citados) cuando se encontraban en su mejor momento creativo y de popularidad, y a adentrarse en espesas selvas, las más interesantes de las cuales, apenas suelen ser recordadas hoy en día.
De hecho, cuando finiquitó su relación con Junior, cambió tan radicalmente su registró que siguió encandilando al respetable con sencillos tan particulares como ‘La charanga’ o ‘Toros en México’. Y en ese proceso de incontinencia creativa (salía a disco por año), mientras parecía que trataba de contentar a parte de su fiel audiencia, rumiaba en soledad derroteros que seguían manteniéndole en contacto con sus venerados sonidos que venían de Norteamérica. De hecho, los que le inspiraron y siguieron inspirándole muchos años después.

Eso le llevó a estructurar (consciente o inconscientemente) la conocida como «trilogía anglosajona»; la que se abrió en 1972 con el imprescindible «Natural» (Erika), siguió un año más tarde con «My guitar» (Ariola), y se cerró en 1974 con un dignísimo «Conversaciones conmigo mismo», el último de los elepés compuestos íntegramente en inglés, y que seguía manteniendo una conexión evidente con aquellas reminiscencias folk que tanto han encandilado siempre a Juan; con ese Cat Stevens convertido, durante algunos años, en fuente de inspiración de nuestro protagonista. En comparación con «Natural», este «Conversaciones conmigo mismo», no obstante, incorpora elementos que lo dotan de una contundencia superior. Es un trabajo mucho más americanizado, que también bebe de los sonidos sureños, pero igualmente elaborado y, por momentos, trabajadamente complejo.

Tras «Natural», pese a que está considerado como el mejor álbum de la trilogía, curiosamente, Juan había cortado su relación con su productor de cabecera, David Pardo, al considerar que no acababa de captar su esencia más íntima. De hecho, «My guitar» fue un trabajo producido por el propio Juan, con arreglos de los reputados intérpretes Roger Coulam y Colin Green (que tan buenos resultados, precisamente, le habían proporcionado en «Natural»). En «Conversaciones conmigo mismo», prácticamente, todo pasa, ya, por las manos del creador de ‘Anduriña’. Tan solo se deja asesorar, en el terreno de los arreglos, por otra reputada firma, la de un John Cameron del que volverá a tirar para algunos de los proyectos que apadrinó el propio Pardo; sin ir más lejos, el de Juan Camacho.

Gestado, como sus predecesores, en Londres, «Conversaciones conmigo mismo» es un trabajo dignamente producido y musicado. Los textos de muchas de sus canciones parten (obviamente, sobre todo, el tema que da título al disco), según aseguró el propio Juan en algunas entrevistas de la época, de profundos ejercicios de introspección y diálogos entre el músico y la persona. ‘Living for love’, la composición que abre el elepé, es una sorprendente pieza que navega contundente en aguas souleras y rockeras, a base de efectivos coros gospel, wah-wah, electrificantes riffs de bajo y unos teclados pegadizos. La voz de Pardo apenas tiene nada que ver con la de ese cantante melódico que la mayoría de la humanidad recuerda. Registros ásperos y rabiosos, con recta final apoteósica, para un tema que, por momentos, parece inspirarse en ‘Busca un amor’, y que, en cuanto al texto, marca una de las columnas angulares de este disco: esa especie de duda existencial que, de tanto en tanto, suele afectar a la mayoría de los mortales («The world Keep spinning / and everybody rides it / To the thousand directions / but no one is the right one»).

Entra, entonces, la joya de la corona: ‘Conversations with myself’. Como avanzábamos, su elaboración es menos digerible, a primera vista, que su versión en castellano. En esta ocasión nos encontramos con más de cinco minutos de pieza, estructurada en dos partes claramente diferenciadas, aunque ambas vivan de la misma melodía. Una especie de intro de dos minutos con evidentes ambientaciones country, da paso al cuerpo principal del tema, a medio camino entre lo festivo y lo emotivo. Efectiva sección rítmica, ligeros arreglos de viento, y una melodía increíblemente pegadiza que, esporádicamente, recuerda al ‘Yellow River», de Christie. En cuanto al texto, sin duda, nos hallamos ante la madre del cordero, la tabla filosófica de este elepé. En él se plasma esa especie de catarsis a la que llegó nuestro artista, y que le llevó a construir este trabajo: Cuestiones sobre el amor, la vida, la fe, la música… todas tienen cabida en un texto que difiere ligeramente de su versión en castellano («Then I dove to the bottom of my soul / could only find rock´n roll», o «building up conversations with myself got me asking for God / God was love and love is all around»).

A partir de aquí, el nivel compositivo e interpretativo se mantiene con otros ejercicios repletos de convincente rabia rockera, de indudable compatibilidad sonora con temas de calidad surgidos a principios de los setenta de cualquier banda anglosajona solvente. La provocativa ‘Suddenly’ es un claro ejemplo, que da paso al medio tiempo de aires sureños ‘I wanna be fair’, mientras la breve ‘Jam’ no es más que una fugaz muestra de improvisación psicodélico-progresiva.
Otro intenso medio tiempo, que deambula entre lo canallesco y la enésima (y recurrente) historia de desamor de Pardo, ‘Scotch with ice and water’ («all I want is my rigth to get drunk»), da paso a una desesperada ‘You’re the one’ que gana a medida que avanza, a partir de unos dramáticos coros que refuerzan un estribillo rasgado.

La recta final, vuelve a justificar, sobradamente, la reivindicación de este trabajo. El Pardo más salvaje demuestra que sus posibilidades como vocalista rockero seguían intactas en ‘I think I’m gonna cry’, una bomba de relojería que engaña con un comienzo desconcertante, pero que, en pocos segundos, desemboca en un torbellino de mala leche donde sección rítmica, coros y punzadas controladas de guitarra conviven con una convincente interpretación de Juan.

Cierra una ‘Said my mama’ de más de cinco minutos, repleta de altibajos, virtuosismo instrumental, aires funk y soul, y unos registros graves en la ejecución de nuestro vocalista, capaces de despistar a cualquiera. Digno colofón y sonoro portazo en las narices de aquellos habituales de la chanza y el simplismo.

«Conversaciones conmigo mismo» no llegó a cumplir el objetivo de encaminar definitivamente los destinos de Pardo hacia Gran Bretaña y Estados Unidos (su anhelo) y, pese a lo que se pudiera pensar, su repercusión en España fue considerable. De hecho, la adaptación al castellano del tema que da título al disco, mucho más digerible y festiva, publicada como sencillo, llegó a lo más alto de las listas de ventas y éxitos, y allí permaneció durante varias semanas. En los dos años siguientes, dos singulares creaciones, «Hotel Tobazo» y «Calypso Joe», y «Galicia, miña nai dos dous mares», comenzaron a perfilar los derroteros futuros de aquel gran artista que un día soñó con convertirse en digno representante patrio del pop folk y el rock sureño más intimista y experimental.

Anterior entrega de Operación rescate: “The nigthfly”, de Donald Fagen.

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