Operación rescate: «Buena Vista Social Club presents Ibrahím Ferrer», de Ibrahím Ferrer

Autor:

«Tiene mucho de trampa por aquello de tratar de capturar el pasado, como si el tiempo no hubiera transcurrido y se hubiera detenido en la década de los cincuenta. Pero bienvenidas sean las trampas si resultan tan prodigiosas»

ibrahim-ferrer-11-04-14

Ibrahím Ferrer
«Buena Vista Social Club presents Ibrahím Ferrer»
WORLD CIRCUIT, 1999

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

No es cualquier cosa debutar en solitario a los 72 años. Pero las circunstacias especiales de los soneros cubanos, aislados del mundo, se prestaron a situaciones inverosímiles de todo tipo. Y sí, Ibrahím Ferrer grabó su primer disco solista a esa edad, pasados los setenta. Sin embargo, su relato vital y profesional atraviesa el periodo de oro de la música cubana, que él vivió como vocalista en la orquesta de Pacho Alonso, luego de Ritmo Oriental y posteriormente de Los Bocucos, hasta su retiro, porque las cosas no terminaban de andar bien, se desanimó y durante años cambió el canto por el trabajo, suponemos que más agradecido, de limpiabotas: ¡lo que oyen! ¡Con una voz y un «feeling» que tiraban de espaldas!

Si grabó por vez primera en solitario fue merced al éxito de la película y disco «Buena vista Social Club», ese invento de Ry Cooder que fue sensación internacional y que aunque no se le haya reconocido jamás (el hermano gringo es así de omnívoro) tiene en Santiago Auserón al impulsor primero e involuntario: el hoy conocido en lo artístico como Juan Perro, a finales de los ochenta cayó completamente rendido ante el poderío de la música de la isla, dio forma a la deslumbrante y reveladora antología «Semilla del son» (pionera en estos asuntos de recuperar la música cubana), le regaló un ejemplar a Cooder y… el resto es historia: el creador de la banda sonora de «Paris, Texas» se fue para La Habana, se empapó de historia sonera en lecciones apresuradas, ideó el «Buena Vista», Wim Wenders se sumó a la aventura con sus cámaras y el mundo occidental quedó maravillado de aquellos inspirados viejos soneros, olvidados por el tiempo, algo apolillados podríamos pensar, como criogenizados y revividos, prestos, con una humildad que desarmaba, a que la humanidad se descubriera ante los tesoros maravillosos que ellos conocían y que tras la revolución castrista habían quedado acumulando polvo.

Cooder, listo como buen yanqui que se las había visto de todos los colores, hizo que algunos de los solistas de «Buena Vista» grabaran sus propios discos, entre ellos Ibrahím Ferrer, que se estrenó con este álbum que tiene mucho de trampa (como el resto de «Buena Vista») por aquello de tratar de capturar el pasado, en los mismísimos estudios Egrem, como si el tiempo no hubiera transcurrido y se hubiera detenido en la década de los cincuenta y los sistemas de grabación y la misma música nunca hubieran evolucionado. Pero bienvenidas sean las trampas si resultan tan prodigiosas como las de este disco, en el que descubrimos a un vocalista de raza, que parece venir de un pasado casi imaginado, con su cantar «negro» arrebatador, cálido hasta resultar abrasivo. A él le acompañan, entre muchos otros, el gran Manuel Galbán (Los Zafiros) en la guitarra eléctrica, Orlando «Cachaíto» López en el bajo, Amadito Valdés en los timbales y Rubén González en el piano. Canela fina. Y para rematar, nada de doblegarse a la actualidad: Ferrer pudo escoger entre lo mejor del amplísimo repertorio clásico cubano, entre sones, guajiras o boleros de Arsenio Rodríguez, Faustino Oramas, Celia Romeru, Víctor Lay, Benny Moré o Ernesto Duarte. Todo un inagotable mundo de canciones fascinantes a su alcance.

De ese modo, quedan monumentos como el solemne ‘Herido de sombras’; el hechizante y rítmico ‘Marieta’ (con la voz a dúo de Teresa García Cartula), que puede hacer que la cabeza te dé vueltas hasta caer al suelo borracho de música incandescente; o unos bolerazos que te los ponen de punta o te los meten para dentro (todavía no lo tengo claro) como ‘Nuestra última cita’, ‘Silencio’ (con Omara Portuondo en la voz femenina) y ‘Cómo fue’. Además de delicias del tipo de ‘Mamí me gustó’, ‘Cienfuegos tiene su guagancó’ o ‘Aquellos ojos verdes’.

Este inolvidable estreno del bueno de Ibrahím Ferrer tuvo su continuación en «Buenos hermanos» (2003) y en  el póstumo «Mi sueño» (2007). Solo son tres, pero matan, valen por treinta. Una discografía que nos recuerda que tendría que avergonzarnos lo sucedido con los artistas cubanos: en la segunda mitad de los años noventa abrimos la puerta de par en par (casi que nos abrimos de piernas), recibimos con algarabía la avalancha de grabaciones contemporáneas y antiguas, de viejos y jóvenes y, en menos de una década, como si la música de todo un país pudiera ser moda de usar y tirar, un capricho de ricos occidentales ociosos, nos olvidamos de todo. Adiós a Cuba. Que les den a los soneros. El mismo Ry Cooder, ejerciendo de curtido superviviente de cualquier batalla, hoy, perdido en sonidos e historias de la frontera de los Estados Unidos con México, es probable que ni se acuerde de su fructífera aventura cubana (o recordará los dólares que amasó con su jugada maestra). Menos mal que el gran Auserón todavía, en directo, nos recuerda que Cuba también existe. Gracias a él, que tiene corazón y buena memoria.


Anterior entrega de Operación rescate: “Provisions”, de Remigi Palmero.

Artículos relacionados