Operación rescate: «Alivio de luto», de Joaquín Sabina

Autor:

«Un muestrario del oficio, el fervor y hasta la tristeza del autor español más importante de los últimos treinta años»

joaquin-sabina-08-11-14

 

Joaquín Sabina
«Alivio de luto»
SONY & BMG, 2005

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Yo ya sé que los discos canónicos de Sabina, a estas alturas, son «Juez y parte», «Física y química» y «19 días y 500 noches», pero quizá porque esta sección está más relacionada con el redescubrimiento de otras joyas, con los caminos injustamente secundarios, también por lo que significó este disco en lo personal para quien esto firma, siento una afinidad especial por aquel alivio de todos los lutos con el que Joaquín regresaba tras un periodo bajo el atroz capote de maldita la nube negra. Yo acababa de llegar a vivir a EE.UU., más solo que la una, y al poco de aterrizar Sabina va y publica un disco que me acompañaría durante meses. Un muestrario del oficio, el fervor y hasta la tristeza de un autor que hacía no tanto había confirmado que por encima de la españolísima mala baba era el autor nacional más importante de los últimos treinta años. Lo logró, claro, gracias a un «19 días y 500 noches», y un posterior y magistral doble en directo, ante los que solo cabía alucinar.

«Alivio de luto» no hubiera existido de no mediar la amistad de sus fieles, comenzando por unos Pancho Varona y Antonio García de Diego absolutamente cruciales, tanto en la composición de afilados arreglos y melodías como, de forma más sutil, en su empeño para que los monstruos no devorasen la ilusión del amigo por la palabra cantada. El resultado, magnífico, muestra a un artista frágil y también chulo, inteligente y crepuscular, ajeno a los lugares comunes y armado con una producción respetuosa, fiel e inspirada. Para empezar Sabina no abandona la senda abierta por «19 días», y que tantas veces antes le solicitaron Pancho y Antonio, a fin de que raspase los surcos con voz de aguardiente. Esa que tanto y tan bien encaja con el espíritu y la encarnadura de sus versos. Hasta tal punto le beneficia un ropaje espartano que es una revelación escuchar a los tres, en el estudio que Sabina tiene en su casa, interpretar ‘Resumiendo’ y ‘Dos horas después’. Así, exactamente así, como el «Nebraska» de Springsteen, como el «Good as I been to you» de Bob Dylan, como las interpretaciones de Atahualpa Yupanqui, o como el propio Sabina cuando le cantó «De purísima y oro» a Juan José Millás en el salón de su piso. Con fresco aire de maqueta. Crudo hasta que sangre. Vuelta y vuelta y ni siquiera. Solo los tres mosqueteros. Dos guitarras. Acaso unas palmas o el golpeo de un pie sobre el suelo. Así, decía, debería de sonar, alguna vez, un disco del maestro. Sin siropes, adornos, ornamentos ni pollas. Solo lo juzgarían monótono quienes opinen que el blues acústico o el flamenco a pelo son aburridos. Desde luego no es ese el público que debiera de tener en mente quien ya lo ha logrado todo excepto, tal vez, entregarnos una obra maestra en la última década. Bueno, corrijo, «Alivio de luto» pertenece a la última década, y sin alcanzar la siempre discutible categoría de obra maestra, es un trabajo fabuloso. Basta escucharlo para saber que el talento sigue ahí. Agazapado. Letal. A la espera de despertar si las circunstancias le son propicias. En cualquier caso, y especialmente en el de Joaquín Sabina, menos es más. Cuantas menos guitarras eléctricas, baterías, teclados, capas de pintura y arabescos, mejor.

Con lo mucho que me gustan las citadas canciones en su versión más honesta, o limpia, («sin mezclas ni grabaciones posteriores», reza el libreto, amén) tampoco suenan mancas en el disco. ‘Paisanaje’, por su lado, recuerda lo bien que se le dan las rumbas, los aires bambinescos, y que tan poco prodiga. ‘Nube negra’, con texto de Luis García Montero, ‘Dos horas después’, escrita entre Sabina y José Caballero Bonald, y ‘Números rojos’, compartida con Benjamín Prado, demuestran que el más personal e intransferible de nuestros compositores sabe también trabajar en equipo, incluso en el apartado lírico, el que más ferozmente protege. Todo, de la polaroid de ‘Pájaros de Portugal’ a la balada arrancherada de ‘Seis tequilas’, mantiene el equilibrio, la coherencia. El disco viaja sobre raíles. No necesita experimentos ni excesiva variedad para imponerse. Flaquea un poco en una adaptación del ‘Everybody knows’ de Leonard Cohen (‘En pie de guerra’, pero al canadiense le sienta mal el casticismo, por brillante que sea) y merece reverencias cuando reformula un tema de Francesco de Gregori. ‘Mater España’ encuentra al de Úbeda cantando con una autoridad y unos huevos nada habituales en el escapista y tontiloco panorama musical español. La «bendita España de Azañas y Machados», la España a la que escribieron César Vallejo, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Blas de Otero y Gabriel Celaya, anda muy necesitada de artistas sin prejuicios, conocedores de la historia, cultos e incorrectos, capaces de pasarse por el glorioso forro la absurda deriva nacionalista de estos años (ya avisó Cioran que las dos grandes plagas del nuevo siglo serían el regreso del fundamentalismo religioso y la vuelta del nacionalismo, reptil cavernario, xenófobo y repugnante que en el 14 y el 39 a punto estuvo de desintegrar el continente).

Con «Alivio de luto» Sabina, Varona y de Diego entregaron un disco solo en apariencia menor. Si lo miras de cerca verás que fosforece, que abriga, calienta y acompaña. Un disco que crece poco a poco, gota a gota. Cocinado a lentos tragos en la soledad compartida de Tirso de Molina y en el que los «cómplices del desconcierto» facturaron una feliz algarabía en sepia. Maravilloso.

 

Anterior entrega de Operación rescate: “Aquellas manos en tu cintura. Adamo en español”.

 

Artículos relacionados