Nick Cave, la voz del prestidigitador

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Los guiños en directo entre Nick Cave y Warren Ellis son tan continuos como su prolífica creación musical al alimón para el cine. El ángel negro y el demonio bueno. Uno encanta, excita y convence. El otro marca el contrapunto, apacigua y desconcierta”

 

El músico australiano eligió Madrid y Barcelona como únicos escenarios españoles dentro de su gira europea, donde actuó junto a tres miembros de The Bad Seeds y el teclista Larry Mullins. En el concierto que ofreció en la capital estuvo Miguel Tébar A.

 

 

Nick Cave
22 de mayo de 2015
Palacio Municipal de Congresos de Madrid

 

 

Texto y fotos (sin photopass): MIGUEL TÉBAR A.

 

 

En torno a las nueve de la noche del pasado viernes, la estación de Metro ‘Campo de las Naciones’ de Madrid vio desfilar a un gentío que, sin ir disfrazado de nada, en su mayoría delataba cierta identidad personal e incluso atracción por lo gótico. Tal destino nos llevaría a la segunda y última parada española del ‘European Nick Cave solo tour’, tres días antes de que termine su periplo en Rusia. Las cómodas 1.740 butacas del Auditorio del Palacio Municipal de Congresos de Madrid, despachadas hace más de medio año, aguardaban a ser ocupadas religiosamente por feligreses al culto a Nick Cave –incluso los había desde los tiempos en The Birthday Party–.

Muy pocos minutos después de la hora citada, Thomas Wydler (batería), Martyn P. Casey (bajo), Larry Mullins (teclados y vibráfono) y Warren Ellis (violín, guitarra eléctrica, flauta, campana y loops) ocuparían sus posiciones, evidenciando que Nicholas Edward Cave no estaría tan solo como anunciara en su momento. Tres “Malas Semillas” y un apreciado músico estadounidense con los que poder ir desviando parte de su acaparadora atención, a lo largo de las dos horas de espectáculo y la veintena de temas previamente seleccionados y muy repartidos entre su discografía. Con especial atención al minimalista y sombrío “The boatman’s call” (Mute/Reprise, 1997) –en el que el piano es el protagonista– y obviamente a “Push the sky away” (Bad Seed Ltd, 2013) –su último álbum, primero sin Mick Harvey y para el que recuperaron a Barry Adamson, ambos miembros fundadores de The Bad Seeds–.

El larguirucho australiano apareció enérgico, ovacionado por el personal en pie, y con el micrófono de cable en la mano. Tras la primera sinuosa nota de ‘We no who U R’ comenzó a recorrerse varias veces el escenario, justo por el borde del mismo, meciendo con su brazos hipnóticamente a un público entregado de antemano. Una vez tomadas las medidas escénicas y ganado el pulso a la audiencia, se sentó al piano de cola para marcar solemnemente la música que bien lo caracteriza.

Tras ese primer momento de soledad, retomó la banda con la campanada de ‘Red right hand’ dejando palpable la estrecha relación entre Nick Cave y Warren Ellis, pues los guiños en directo entre ambos paisanos son tan continuos como su prolífica creación musical al alimón para el cine. El ángel negro y el demonio bueno. Uno encanta, excita y convence. El otro marca el contrapunto, apacigua y desconcierta. Son personalidades artísticas dispares y complementarias, tal como lo fue el repertorio mostrado. Desproveyendo de ruido a la impactante ‘The mercy seat’, modificando la instrumentación a ‘Stranger than kindness’ o ‘Breathless’ y contrastando los preciosos momentos románticos de ‘The ship song’ o ‘Into my arms’ con las desatadas muestras de punk–rock en ‘From her to eternity’ o ‘Tupelo’.

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El concierto no perdió ritmo alguno como a priori pudiera parecer, si se trataba de ver a Cave levantándose continuamente del piano para sus demostraciones de prestidigitación. Echando sin mancharse una pala de cal y otra de arena a la fosa. Aprovechándose de una misma mirada para encandilar y fulminar a la vez a quien le tentase. Él posee una de esas voces profundas capaces de provocar similar enamoramiento ante ambos sexos, la confianza y seguridad que le certifica una sólida y coherente trayectoria, el talento innato y el confeso deseo de brillar cual estrella, haciendo prevalecer la honestidad sobre la soberbia. Pues precisamente esta es la condición de un gran frontman: transmitir el disfrute y la emoción del tema interpretado, permitiéndose sobreactuar gracias a un personaje creado a fuego lento.

Con la afición lo compartió casi todo excepto la elección de las canciones, permitiendo el acercamiento al ídolo y provocando escenas delirantes desde el cuarto tema –con la consecuente algarabía por abandono de las localidades numeradas–, consintiendo la intromisión extrema de alguna que otra grupi con ansia de trofeo, mostrando verdadera paciencia al navegar entre los numerosos brazos alzados cámara en mano, mezclándose entre la gente con tal delicadeza como volatilidad hasta llegar a ser impracticable seguir cantando –como sucedió en ‘Jack the Ripper’–.

Un artista no apto para todos los oídos, sin embargo adorable para apasionados a la oscuridad más luminosa, al erotismo, la religiosidad mitológica, la violencia poética o, tan solo, a una buena dosis de rock. Una sobresaliente y desgarradora muestra en directo para resumir tres décadas de carrera. Usando los ingredientes disponibles, en las proporciones exactas y cantidades moderadas, con intensidad y entrega, dejando al comensal con ganas de más festín. Viéndose este de pronto con las luces encendidas y coreando un celestial (o infernal) ¡hasta pronto!

 

 

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