Músicos en la sombra: Suso Saiz, el melómano en continua búsqueda

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“Le dije a Julio Iglesias que no podía grabar con él, porque estaba comprometido con los Piratas. No entendió que yo fuese capaz de despreciar una oferta de trabajo con él por un grupo gallego”

Productor, arreglista, músico, compositor, multiinstrumentista… Suso Saiz es uno de los personajes esenciales de la música popular de las dos últimas décadas. Arancha Moreno conversa con él.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Dicen que Suso Saiz es inabarcable, y cuesta poco entenderlo: basta con husmear entre los créditos de centenares de discos (unos cuatrocientos) para encontrar su nombre en la producción, aunque de vez en cuando sale del estudio para defender sus propios proyectos. Verle en acción es darse cuenta de la pasión que vuelca en cada uno de sus trabajos: por muchos años que pasen, afronta las canciones con la locura de un auténtico melómano. Tardamos en encontrar un hueco para charlar, porque una piedra se cruza en su camino (más concretamente, en su riñón), pero al fin logramos tenerle con nosotros y tomar una cerveza –él– y un café –yo–… una mañana de jueves. Un gustazo: esta sección existe por personas como él.

 

Suso, dicen que eres un músico inabarcable.
Se puede abarcar todo, pero sí, he hecho muchas cosas. Disfruto haciendo lo que hago, voy teniendo años, y eso hace que el currículo crezca.

 

Te definen como pionero de la música de vanguardia, ¿te sientes así?
Empecé a finales de los 70, me interesaba más la música contemporánea, estaba totalmente abducido por el minimalismo norteamericano. En aquella época esa experimentación era inexistente, aunque había otros, yo no era el único. El primer grupo que monté, la Orquesta de las Nubes, era una marcianada total, era un grupo de fusión real: mezclábamos folklore de África y músicas no occidentales con electrónica, minimalismo norteamericano, pop…

 

Siempre te ha gustado la experimentación, entonces.
Sí, justificar el término “creadores” es complicado, todo está inventado. La música es una cosa muy sencilla hecha por mentes obtusas. Hay que buscarse la vida, probar, no tener miedo al fracaso es fundamental. La mayor parte de la gente lo tiene, por eso sus carreras son muy monótonas.

 

Sí, por muy consagrados que estén, algunos reconocen tener miedo a la reacción del público.
El éxito inhibe de la creatividad. Hay veces que cuando un artista tiene éxito, no se mueve de aquella canción que ha sido un megahit, y el resto de su obra son casi clones de esa canción. En este país, los primeros discos de los artistas son más creativos que los siguientes, una cosa absurda: lo normal es que tú aprendas, evoluciones y tengas más capacidad de riesgo porque te sientes más fuerte y sabes más. Aquí es al revés: conforme pasa el tiempo, la gente se adocena y deja de cumplir con algo fundamental, que es el riesgo de la creación.

 

Así que a veces se escudan en el concepto de haber encontrado un “sonido propio” por el miedo a arriesgar.
Para mucha gente es muy importante la fidelidad a sus seguidores. La gente, cuando se emociona con algo que ha hecho otro, es por esa parte de emoción, ese nivel de riesgo y ese punto de honestidad, más o menos falsa, que ha conseguido transmitir y ha llegado a otro. Una persona que se ha emocionado con tu sensibilidad ha de seguir emocionándose con ella, no te puede exigir que renuncies a ella. Ese miedo a perder al fiel es un poco absurdo: un fiel, si lo es y ha conectado contigo, te va a seguir a donde vayas, porque va a entender por dónde vas.

 

Para ti, ¿quiénes son los artistas más arriesgados?
Creo que he trabajado con gente bastante honesta, algunos con capacidad de riesgo. Hay quien dice que la capacidad de riesgo la tienen asegurada porque han trabajado conmigo, dicen que es el riesgo grande [risas]. Diego Vasallo, Iván Ferreiro, Planetas, Piratas… En el momento en el que he trabajado con ellos, el noventa y nueve por ciento de los artistas eran rigurosos y honestos, y arriesgaban.

 

Con algunos has tenido una evolución casi pareja, porque has trabajado con ellos en muchos discos…
Durante un tiempo me negué a hacer eso, adopté la ley no escrita de no hacer más de tres discos seguidos con un artista. Si me volvían a llamar decía que no, por no generar esclavitud ni dependencias. A mí me gusta que la relación entre el productor y el artista sea también honesta, como la obra. Hay veces que se genera una relación de dependencia, y cada disco debe ser único, no existió antes ni va a existir después. No quiero que trabajar conmigo sea una rutina ni una imposición. Lo que pasa es que hay gente con la que no puedo hacer esto.

 

¿Por ejemplo?
Con Iván Ferreiro, llevo unos cuantos discos ya, desde Piratas. El otro artista con el que me he quedado más clavado es Diego Vasallo. No es que no sea amigo de los demás, pero de ellos soy muy amigo, independientemente de si hiciésemos discos o no.

 

¿Cómo es trabajar con Diego Vasallo?
Diego no busca el «feedback» automático. Si publicas una obra, es para que le guste a los demás, pero Diego no tiene la obsesión del éxito, ni la necesidad de vivir de ello… Le vale con que la expresión de su obra sea rigurosa, es muy cabezota en ese sentido, quiere que sus discos suenen de determinada manera, aún a riesgo de equivocarse, es muy fiel a sí mismo. Es educado, culto, exquisito como persona. Su sensibilidad es grande, es un tipo encantador, con una vida interior brutal. Una persona admirable.

 

¿Y cómo es trabajar con Iván?
Es la pasión, la espontaneidad, es casi lo contrario, pero también es una persona culta, sensible, educada, por más que suelte tacos, le quitas eso y es encantador.

 

¿Es fácil conectar por igual con dos artistas tan diferentes?
Conectar de verdad es difícil. No me considero una persona especialmente asocial, y no he conectado con mucha gente en mi vida, y eso que conozco a miles de personas.

 

Volviendo al origen del Suso músico, ¿cómo empezaste?
Empecé de chavalín, como aficionado, tocando música folk americana, en esa época hacer folk español era de paletos [risas]. Empecé tocando el banjo, un instrumento que no he vuelto a tocar, y poco a poco me fui metiendo, me acerqué al jazz… Yo empecé al revés. Cuando era chaval despreciaba el mundo de las canciones, luego ya las fui apreciando. Nací en Cádiz de forma accidental, siempre he vivido en Madrid, aquí empecé a estudiar en el Conservatorio, cuando hice el preuniversitario. Yo ya tocaba en clubes de jazz medio aficionados, y decidí estudiar música, me metí a saco, matriculándome por libre de veinte asignaturas al año, me pegué una paliza durante unos años y acabé la carrera.

 

¿Siempre lo tuviste claro?
Sí, con catorce años ya me escapaba para ver festivales. También tuve un sentimiento de frustración, siempre me gustó la música muy complicada, y era una frustración absoluta porque no llegaba ni al 2%, a los 17 iba penando por la calle por lo malo que era.

Ese gusto por lo más complicado te habrá hecho evolucionar más, ¿no?
Sí, de hecho, no soporto escuchar las cosas que hago, me parecen un horror. No los escucho durante un año y pico, hasta que no me separo mucho, y ya me río de los defectos. Cuando están cercanos, los defectos me duelen. Siempre me parecen imperfectos, por más que me diga la gente que es un discazo. Es lo que dicen: los discos no se acaban, se abandonan. Me generan ese punto de ansiedad, nunca está bien.

 

«Hacer música experimental y arquitectura sonora es muy interesante, pero de eso no se vive. Así que ver que mi trabajo, el de productor, estaba desapareciendo, me hizo plantearme qué hacer»

 

¿Y pasado el tiempo?
Pasado el tiempo aparecen los recuerdos, la nostalgia… Los discos es un tiempo tenso para mucha gente, aunque se frivoliza mucho en el estudio de grabación, solo decimos bobadas, pero para tapar una tensión grande. A veces esa tensión rompe cristales, y aparece la violencia detrás, y es inevitable. He pasado momentos difíciles en algunas grabaciones, he tenido de todo, enfermedades, momentos difíciles con las drogas… Pero eso es «off the record». Pasado el tiempo, disfruto de las escuchas. Aunque conscientemente no me escucho, no me pongo mi obra porque no me intereso, ya sé lo que hice. No entiendo a la gente que se escucha constantemente, me parece una locura, patológico.

 

Entonces, casi agradeces no ser un artista que defiende una y otra vez sus canciones…
Sí, eso lo llevaría fatal, lo de estar en la parte de atrás en mi caso es voluntario. No sé qué hubiera pasado si hubiera pasado a ser «frontline», a lo mejor hubiera sido un fracaso absoluto, pero lo he evitado.

 

Pero desde el principio hiciste cosas en solitario, ¿no?
Sí, y sigo haciendo música, de vez en cuando doy algún concierto, pero como es instrumental, medio experimental…Yo me considero un tipo con un éxito brutal, pero no tengo vocación de estrella, exigir que la gente te lo diga, necesitar el «feedback» de la gente… No puedo, y no me interesa.

 

Pero lo tienes, porque hay mucha gente que valora tu trabajo.
Sí, una vez me dijeron que yo era famoso entre los famosos. Llevo tiempo, he trabajado con muchos de ellos y soy una persona conocida, pero una cosa es ser conocido y otra ser famoso.

 

Quizá te conozcan los seguidores de los artistas con los que trabajas más.
Bueno, hay tipos de artistas que sus seguidores leen los créditos, y otros que no, para los que los créditos no existen, y que probablemente no hayan visto ni la portada del disco. He trabajado con músicos que han reconocido que no se han comprado discos en su vida, gente que todo se lo ha bajado de internet. Por debajo de 21 años hay gente que no ha comprado nunca en su vida un disco.

 

¿Y cómo recibes algo así?
Lo he asumido ya. Pasé una época totalmente deprimido, era consciente de que esta industria se estaba desmoronando. Hacer música experimental y arquitectura sonora es muy interesante, pero de eso no se vive. Así que ver que mi trabajo, el de productor, estaba desapareciendo, me hizo plantearme qué hacer. Yo vivía de los royaltis, y ahora, vender 1.500 copias equivale a 53 euros de royaltis, no es nada. Se me hundió todo, me costó recuperarme. Ahora he asumido que estamos en otra situación. La música va a seguir, se consume más música, creo que la música continúa en la vida de mucha gente, aunque sea gratis.

 

¿Ves una solución?
De alguna forma se articulará, se llegará a controlar un poco más la piratería, cobrándole quizá a las telefónicas, que son las que tienen que pagar realmente, porque nadie se descarga nada gratis, todo el mundo paga la conexión. La industria discográfica no supo reaccionar en su momento, y ahora han ido articulando estrategias intermedias, como meterse en el directo, empezar a cobrar ya de todo. Creo que por ahí no va la historia, pero los estertores de la antigua industria del disco se están alimentando de eso, me parece un poco carroñero.

 

¿Tienes miedo a que desaparezca el disco como formato, y que los músicos solo lancen canciones sueltas de vez en cuando?
Desgraciadamente es la dirección que lleva todo. Para mí, los que son artistas tienen obsesión por generar objetos que acompañen a los demás, pero eso desgraciadamente va a quedar para unos cuantos chalados. Además, la industria empieza a ser muy despiadada otra vez: sacas un single y, si no funciona, dura una semana. Es de un bestia que asusta mucho. Hay cantidad de discos parados en las oficinas porque las previas no han tenido la repercusión esperada, y si no va a ser un éxito, ni lo sacan.

 

Hay artistas, generalmente consolidados, que se independizan de las discográficas con éxito.
Cuando estás en ese sitio en el que cualquier cosa que haces tiene un tirón, si tienes asegurado –más o menos– que vas a vender 100.000 copias, es mucho más rentable si lo publicas tú y la promoción la haces tú. Antes las discográficas eran rentables porque eran como tu financiera, te daban un adelanto y si el disco era rentable lo recuperaban.

 

Iván y Amaro Ferreiro me chivaron algunas pistas para hacerte esta entrevista. Verdadero o falso: ¿es verdad que trabajaste con Rocío Jurado?
Sí [risas], hice un disco con Rocío Jurado, pero de programador, querían bases tipo Phil Collins, me pagaban muy bien. Hubo años que me dediqué a programar, en los 80 las baterías eran electrónicas todas y yo las programaba. Me fui un verano a Nueva York y me compré una.

 

¿Y en el panorama internacional?
Con brasileños, africanos… Tuve un grupo en EEUU durante unos años, Suspended Memories, un grupo instrumental, con un percusionista mexicano con el que colaboré mucho, Jorge Reyes, nos dieron un premio al mejor disco a la música independiente norteamericana.

 

Otra pista que me dieron, más antigua y curiosa: ¿trabajaste con los payasos de la tele?
Sí, con mi compañero Pedro Esteban, nosotros nos inventábamos los instrumentos insólitos que tocaba Miliki: vasos, cencerros, tiestos…

 

Y por último, ¿es verdad que preferiste grabar «Relax», de Piratas, a grabar con Julio Iglesias?
Sí, sorprendentemente me llamaron y estuve un par de tardes hablando con Julio. No lo entendía, cuando me llamaron pensé que era broma, pero sí, era verdad. Querían cambiar y pensaron en mí. El avión privado de Julio estaba comprando comida en España y él me dijo que lo cogiese y me fuese para allá, para seguir la conversación telefónica en persona. Yo le decía que sí, que encantado, pero no podía, porque el lunes empezaba a grabar con los Piratas. Él me dijo: «¿Quiénes son los Piratas?». Yo le dije que estaba comprometido, y no viajé, y creo que no le sentó muy bien. Él no lo entendía, pensaba que si yo era capaz de despreciar una oferta de trabajo con él por un grupo gallego, no le interesaba.

 

Hablando de Piratas, «Relax» fue un disco muy rompedor.
En su momento hubo gente que se dio cuenta del poder que tenía «Relax», tampoco fue mal de ventas, y de crítica fue bien. Es un disco que ha crecido con el tiempo, me da vergüenza decir que me enorgullezco, pero sí me alegra mucho que los discos estén vivos y que sigan emocionando a la gente. Creo que los discos tienen que vivir, los que están adaptados a una época no me interesan, no me interesan los discos de moda, aunque sean los más rentables.

 

Hace poco, cuando grabasteis «Confesiones de un artista de mierda» de Iván Ferreiro, ejerciste de productor, y se te veía muy entregado a la música, dejándote llevar completamente.
Sí, tengo que estar dentro, porque si no, pierdo y no me entero de todo. Mi forma de escanear es esa, así tengo pantalla completa. Lo hago para buscar el control total de lo que está pasando.

 

Te dejas envolver, y precisamente, las atmósferas es algo que has trabajado mucho y muy bien.
Sí, de repente no me interesaba la música: la melodía, el ritmo, la armonía… Quería cargarme todo eso, y empecé a entrar en los objetos sonoros y el ambiente, buscar lo que no está escrito. Me empezó a obsesionar, iba por el metro y oía verdaderas sinfonías, y empecé a pensar en el desarrollo de las atmósferas. Dediqué más de quince años a reproducir los acordes que se generan espontáneamente por el intercambio de energía entre las fuentes sonoras y la atmósfera, pero con instrumentos. Al final vuelves otra vez a lo que te querías cargar: la melodía, el timbre, la armonía. Es una de las grandes cosas que agradezco al pop. Hay quien decía que mi trabajo como productor es la muestra de un fracaso: has querido ser un artista de vanguardia, y como de eso no puedes vivir, haces discos de pop. Pero no es verdad, he aprendido mucho de las canciones, he valorado ese lenguaje, creo que gran parte de la cultura de los últimos cien años está en las canciones.

 

Escuchándote hablar, parece que tu vida profesional ha sido una constante búsqueda.
Sí. Cuando hago música, la escucho previamente en la cabeza y luego busco cómo reproducir lo que he oído en mi cabeza, pero ahora por primera vez, me pasa una cosa: escucho algo que no puedo reproducir. Escucho la música, pero no sé cómo se hace. Eso me ha llevado a estudiar cosas de acústica, lo que oigo necesita ese conocimiento pero no lo tengo. El deseo de ser mejor hay que tenerlo, si por un momento pensase que ya soy la hostia, me parecería terrible, creo que me suicidaría.

 

Cambiando de tercio, ¿también has hecho bandas sonoras?
No he hecho muchas, ocho o nueve, y otros tantos cortos. Películas como «El detective y la muerte» de Gonzalo Suárez, «Juego de luna», de Mónica Laguna, «El milagro de P-Tinto» de Javier Fesser, «África» de Alfonso Ungría… Durante una época lo hice, me gusta mucho la relación con la imagen, pero dejaron de llamarme. Me llamaban cuando había problemas, cuando había algo que no podían resolver. Tengo fama de que acepto cosas más raras. Me echaron fama de compositor díscolo, el cine es un mundo más gremial, cuando empiezas a plantear otras soluciones no pueden ser, las cosas se han hecho de una manera toda la vida y se mantienen así, son muy corporativos y no aceptan que alguien venga de fuera a cambiarlo todo. Entendían mis aportaciones como un desprecio a sus formas.

 

¿Y música de cámara?
Sí, cuartetos, es una formación que me interesó mucho en una época, escribí muchos, unos se estrenaron y otros jamás han visto la luz. Para un escritor sinfónico, estrenar es muy difícil, ríete tú de un autor pop… Tanto la disciplina como tocar tu obra, y juntar a noventa tíos que toquen lo que has compuesto. El ochenta por ciento de la música que se escribe no se estrena.

 

Ahora que no nos escucha –lee– nadie, los músicos son una raza especial, ¿es fácil trabajar con ellos?
No lo veo difícil, intento conocerles primero para ver por dónde van, me adecúo para no generar situaciones incómodas. Es muy raro que sigan manteniendo el personaje ahí, aunque realmente hay gente que tiene unas poses absurdas, está muy desnaturalizado. Hace años me hacía gracia, ahora me produce repulsión, pero hay gente que vive con ello. Se quejan porque les persigue la gente, y lo están pidiendo a gritos.

 

Ahora estás trabajando con Cristina Lliso, ¿no?
Cristina lleva diez años sin cantar. Yo soy amigo de Esclarecidos de toda la vida, incluso montamos un grupo con ella y su marido que se llamaba Lliso. Ahora tenía canciones y hemos empezado a grabarlas, ella tiene un timbre muy especial, tiene algo mágico a la hora de enfrentar las canciones. Es un disco muy sencillo, muy hermoso, muy limpio. De aquí a un mes el disco estará acabado. También estoy componiendo el fin de año de La 2, una película con doce artistas y doce disciplinas, yo hago la unión. Además estoy empezando a preparar la preproducción de un disco de Paul 314. Ah, y estoy haciendo una reducción de una pieza que hice el año pasado para Arco, es de veinte horas y la voy a dejar en una hora, para publicarla. En 2012 quiero volver a tocar solo, hacer sesiones de improvisación, o con Nothing Places, el proyecto que hace mi hijo.

 

Sí, Emilio Saiz, que es guitarrista de Iván Ferreiro. ¿Le contagiaste tu pasión?
Intenté por todos los medios que no fuera músico, pero debí hacerlo fatal. Yo soy un privilegiado, he vivido de esto toda la vida, porque soy uno de muy pocos, y solo pensar que mi hijo tuviese la vida que tiene el noventa por ciento de los músicos de este país es muy duro. Sólo el diez por ciento puede vivir de la música, no quería que Emilio sufriese esa historia, pero hace música desde hace años y acaba de terminar su primer disco. Está pendiente de publicarlo, todo el mundo dice que es una maravilla, pero es difícil publicarlo aquí. Acaba de hacer la gira asiática con Russian Red. Ahora está en Barcelona, allí se está viviendo ahora lo que se vivió en los ochenta en Madrid. Hay mucha movida, con una cierta calidad.

 

Terminamos: ¿con qué adjetivo te defines?
¿Calificativo? Melómano. Y como persona, diáfano. Creo que la gente disfruta trabajando conmigo, yo desde luego lo intento, es mi obligación, no tengo el punto de productor estrella. Mi trabajo es intentar que el disco salga lo mejor posible, no pensar tanto en las ventas.

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