Músicos en la sombra: Miguel Malla, el saxo de Mastretta

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“El saxo en el rock es un color, yo si fuera rockero querría ser bajista, guitarrista o batería, por eso me gusta el jazz, porque el saxo en el jazz es un instrumento protagonista”

Saxofonista de largo recorrido, pasó por Las Ruedas y los Ronaldos, toca como músico de sesión en discos y es fijo en la banda de Nacho Mastretta, además mantiene su propio proyecto, Racalmuto. Arancha Moreno nos presenta a Miguel Malla, hermano de Coque.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Madrid, sala Clamores, ocho menos diez. Es la segunda de las tres noches consecutivas que Mastretta toca en la capital. Ensayan el final de uno de los temas. “Desde el solo de Miguel”, dice Nacho, creador de la orquesta que lleva su apellido. Y el saxo suena, acompañado levemente de la batería. Hay ocho músicos en el escenario y la sincronización tiene que ser perfecta, aunque también saben callar a tiempo para dejar que brillen los instrumentos por separado. Miguel Malla, saxofonista de Mastretta, termina su parte y baja del escenario a atendernos. La orquesta deja de tocar por un rato. Hablamos de su carrera, de su paso por Las Ruedas, de su etapa en Los Ronaldos. Después, en mitad de la entrevista, volvemos a escucharles terminando el ensayo. “No sé si lo oirás bien luego”, me dice Miguel señalando la grabadora. Pero lo hemos logrado: abstraernos de la música a la vez que se va preparando el show de la noche. Una más de las cientos de noches que Miguel Malla toca con Mastretta. Pronto, confiesa, espera retomar su otro proyecto: la banda Racalmuto.

 

Eres el segundo saxofonista que entrevistamos en esta sección, por la que ya pasó Andreas Prittwitz. ¿Los saxofonistas pertenecéis a un círculo reducido de instrumentistas?
Reducido no, hay muchos saxofonistas, en Madrid hay un montón. Muchísimos nos conocemos y nos llevamos bien. Hablamos mucho de cosas aburridas, de cañas, boquillas…

¿Eso significa que hay muchos proyectos musicales en los que se requiere el saxo?
Sí, quizá menos en el pop o el rock, pero sí hay mucho en el jazz.

Vienes de una familia artística: tus padres se han dedicado siempre al teatro, tu hermano Coque es músico y actor, y tú eres músico. ¿Qué te empujó a dedicarte a la música?
Me atrajo desde muy pequeño, pero empecé a dedicarme mayor, porque cuando yo empecé no era tan fácil conseguir un saxo como ahora. Como mis padres son actores, en esa época había muy poco dinero en casa, o había cuando había, no era un trabajo regular, y sigue sin serlo. Costó mucho que me compraran un saxo. Con 18 años me fui un año a EE.UU., con mi madre y mi hermano, y allí me compró mi madre el saxo. Me metí en el conservatorio en el 83 y empecé a estudiar.

¿Empezaste en la música fijándote en el saxo?
Lo primero que quise fue la flauta, y nunca la he tocado, es increíble. Me empezó a gustar un grupo medio celta, y Jorge Pardo, que tenía un grupo que se llamaba Dolores, los vi de pequeño y me encantó. Creo que eso me hizo fijarme en la flauta, de ahí el clarinete, el saxo… La toco un poco, pero prácticamente nada.

¿Solías escuchar jazz?
Siempre he oído mucho rock, pero desde los 18 empecé a oír cada vez más jazz.

¿Cuál fue tu primera banda?
Me metí en Las Ruedas, estuve un par de años, del 86 al 89, y luego me llamó mi hermano Coque para Los Ronaldos. Fui contratado, no era parte del grupo, éramos una sección de tres saxos junto a Pablo Novoa a los teclados y a la guitarra.

Así que te dedicas profesionalmente a la música desde entonces.
Profesionalmente empecé con 25, con 23 entré en Las Ruedas, pero no creo que se pueda decir que éramos profesionales en ese momento. Yo estudiaba y tocaba en ese grupo. Luego me fui a Amsterdam en el 93, a hacer la carrera, y los veranos tocaba con Los Ronaldos, así me pagaba el curso en Holanda. Desde que volví me dedico solo a la música.

¿Cuál fue tu experiencia en grupos de rock?
Para mí es un poco difícil ser saxofonista en un grupo de rock, quizá si eres Clarence Clemons y estás en la banda de Bruce Springsteen es otra cosa. Había cosas que me encantaban, y me lo pasaba muy bien, pero a la hora de tocar tenía que buscar mucho mi hueco, un solo de cuatro compases, tocar la pandereta, inventarme un tecladito, una maraca… El saxo en el rock es un color, yo si fuera rockero querría ser bajista, guitarrista o batería, por eso me gusta el jazz, porque el saxo en el jazz es un instrumento protagonista. Pero no tanto por ser protagonista como por tocar tiempo, no estar parado y tener que salirme cuatro canciones, volver… Con Los Ronaldos me lo pasé muy bien, giramos mucho, era un grupo de mucho éxito. En la primera gira tocábamos solo cuatro canciones, luego fueron metiendo más y más viento.

Así que estuviste en Los Ronaldos casi desde el principio.
No, yo empecé en la gira del segundo disco, «Sabor salado». Ellos habían publicado el primer disco, llevaban dos años girando con éxito, los saxos entramos en la gira del primer éxito grande, ‘Adios papá’, en el 89.

¿Hasta cuándo estuviste con ellos?
Hasta el 96, estuve siete años. No es que me fuera yo, es que el grupo se redujo, y se quedó Francis García, otro saxofonista amigo que era el que estaba todo el año en España. Aguantaron una gira sin mí y luego se separaron. Después he tocado con mi hermano en solitario, en “Soy un astronauta” toqué un par de canciones, y en algún concierto.

Aun así, debió ser difícil dejar de tocar en una banda con el éxito de Los Ronaldos.
Sí, me encantaba, pero no era mi grupo. Yo estaba a expensas de que un año decidieran tener o no tener saxo, lógico, además. En cierto modo era mi grupo, me sentía parte, pero no parte activa, yo no decidía nada, lógicamente.

¿Ya andabas madurando la idea de formar un grupo?
Sí, no tenía claro qué. Cuando estaba en Holanda quería hacer jazz, pero no sabía qué me iba a encontrar al volver. Cuando llegué me llamó Nacho Mastretta, con el que llevo tocando desde el 99.

¿Ha mutado mucho la banda en estos trece años?
Sí, ha habido cambios pero yo siempre he estado. Con “Melodías de rayos X” Nacho hizo algunos bolos él solo, y luego llamó a Ricardo Moreno, batería de Los Ronaldos. Ricardo y yo somos amigos desde los 17 años, y él le sugirió a Nacho que me llamase. Estuvimos los tres solos tres años, luego entró Pablo Novoa, y estuvimos varios años los cuatro. Lo primero que hicimos con mucha gente fue unos Premios Goya que llamaron a Nacho y él hizo una orquesta grande, fue el germen de lo que hoy es Mastretta. Luego hizo una banda sonora en la que llamó a más gente, y a partir de ahí lo convirtió en esta pequeña orquesta. Ahora somos nueve. Estoy muy a gusto, es el grupo de Nacho pero lo considero mi grupo también, no me considero un músico contratado. Aquí sí que soy parte activa.

Por lo que he visto, parece un proyecto muy bonito.
Sí, si lo es. Has sido testigo de un ensayo en el que todo el mundo opina, a veces demasiado [risas], Nacho deja mucha libertad. Los temas vienen con lo básico, la melodía y la armonía, pero la estructura se hace con lo que aporta cada uno.

Es curioso que el que lleva la “batuta” en la banda sea el clarinete.
Nacho es multinstrumentista. No sé con qué compone, creo que con el piano, hay veces que compondrá con el clarinete, pero también toca el saxo, armónica, algo de guitarra y bajo, acordeón… Lo que mejor el piano y el clarinete. En los directos toca el clarinete porque hay un pianista.

¿Se sostiene bien un proyecto como Mastretta?
Hay momentos mejores que otros. Este es un momento difícil, pero curiosamente estamos tocando un montón, llevamos dos años tocando muchísimo. Quizá ganamos algo menos de dinero, pero tocamos mucho. El año pasado hicimos como setenta bolos, hay conciertos en centros culturales y teatros grandes, y muchos en garitos.

¿Con una formación de nueve músicos es fácil adaptarse a los escenarios?
Sí, tocamos habitualmente en el Café Central. Nos gusta mucho tocar en acústico, siempre que se puede intentamos la menor amplificación posible. Tenemos un micro para los tres vientos, un micro para la batería, otro para el piano… Nunca vamos muy sonorizados, es algo que hemos aprendido con el tiempo, en Racalmuto también.

Tendréis que tener un gran equilibrio, para que suene bien…
Exacto, bien visto. Generalmente les decimos a los técnicos que nos mezclamos nosotros. Si hay un solista toca un poco más fuerte, y los demás tocamos un poco más bajo. Nos mezclamos con la música, no con el sonido. Creo que siempre fue así en este tipo de música. En esto que hacemos nosotros, que aunque no es jazz tiene que ver con la música instrumental, son los músicos los que se mezclan y hacen los matices, no el técnico de sonido.

Así que el sonido se mezcla en el escenario, se lo facilitáis al técnico…
Sí, lo intentamos, aunque a veces no les gusta [risas].

«Lo de que la música instrumental es difícil depende mucho de los periodistas y de la gente que contrata. La experiencia que tengo, con Mastretta y Racalmuto, es que la gente alucina, hay que verlo, es como si fuera un concierto de rock, la gente baila, grita…»

¿Cuándo pones en marcha tu otra banda, Racalmuto?
Un día, de viaje a un bolo, Nacho puso una cosa que me dejó flipado y que decidí intentar hacer: la música de un tío que se llama Raymond Scott. A partir de ahí se me ocurrió hacer Racalmuto. Empecé a transcribir una música de los años 30, instrumento por instrumento, llamé a los músicos que quería, empezamos el clarinetista y yo, luego el trompeta… Fue poco a poco, pero el primer concierto fue en 2001 o 2002. La última formación estamos muy contentos. Hemos trabajado mucho, es una música muy de relojería.

Necesitáis mucha precisión.
Sí, mucha precisión, la de Nacho es más abierta, también hay que tocarla muy bien, pero es algo más libre. En Racalmuto, si falla una cosa, se cae.

Así que estáis en 2012 tocando música que se hacía en los años 30.
Sí. Tocamos música de Raymond Scott, y del sexteto de John Kirby. Es jazz de los años 30 pero muy relacionado con la música clásica, con muy poca improvisación, que es algo que caracteriza al jazz. Hay solos muy cortitos, en esa época los temas tenían que durar tres minutos porque los discos no eran de larga duración. Estaba limitada por condicionantes externos a la música.

Debe ser extraño pensar con el chip de la cinta, estando en el siglo XXI. En cuanto a instrumentos, ¿se utilizaba alguna cosa especial que hayáis rescatado?
Hemos mantenido el saxo, clarinete, trompeta, contrabajo, piano y batería. El clarinete se dejó de usar mucho en los 30, y se ha rescatado hace un tiempo, pero es menos común en el jazz, aunque hasta los años 30 era el rey, junto a la trompeta.

¿Montásteis la banda para tocar, o también para grabar?
Básicamente tocamos, aunque hemos sacado dos discos. Cuando creé la banda todavía tenían sentido los discos, y grabar era algo que todos nos planteábamos. Ahora seguimos planteándonoslo, pero ahora es más de promoción. En los 60 y 70, había grupos como Los Beatles que no actuaban, se dedicaban a grabar. Ahora tienes que enseñar tu música de alguna manera para que te contraten para tocar. A mí me parece que el disco tiene valor, me gusta, y me sigo comprando vinilo. La música en mp3 no se oye igual, y se ha perdido algo: la gente no sabe quién toca qué canción, y me parece una pena.

Esa información completa la obra, la sitúa en un contexto, con los artistas que la han realizado.
Es una información importante. Yo también tengo mp3, pero cuando llego a casa busco esa información. Si vas a un museo y no miras quién ha pintado los cuadros, no tiene mucho sentido. Pero bueno, no me voy a poner de abuelo cascarrabias…

¿Vais a tocar próximamente?
Ha habido un parón grande, llevamos un año sin tocar. En abril del año pasado hicimos una semana en el Café Central y me fui tres meses a Nueva York, hubo un parón. Pero ahora me está apeteciendo, quiero hablar con el Café Central para ver si podemos tocar una semana en julio.

Al margen de estos proyectos, también haces bandas sonoras.
Sí, empecé componiendo música para teatro, para obras de mi padre. Mi grupo de amigos se ha acabado dedicando al cine: soy amigo desde pequeño de Alberto Sanjuán, de Juan Cavestany… Alberto le propuso a David Serrano, director de “Días de fútbol”, que hiciese yo la música. David no me conocía, pero oyó una maqueta mía que había hecho con músicas que había hecho para teatro, le gustó y me llamó. Y a la vez, Juan Cavestany le pasó a Ángeles González Sinde para su primera película, “La suerte dormida”. Hice esas dos películas en 2002. Antes había hecho obras de teatro y algún corto. He hecho siete películas, pero siempre para amigos. Hace tiempo que no hago, porque el cine está más parado que la música si cabe. Espero volver a hacer.

¿Es un campo que te gusta?
Sí, me gusta trabajar ahí y soy muy cinéfilo, pero me gusta más tocar que hacer bandas sonoras. Toco en otras cosas, también. Llevo tiempo en Afrodisian, la big band de Miguel Blanco, compositor y arreglista muy bueno. Es un proyecto en el que estoy integrado y me gusta mucho, toca gente buenísima, de lo mejor que hay en el jazz en Madrid.

¿Y grabas para otros?
Sí, últimamente bastante: Zenet, Dani Martín, Miguel Bosé, El sueño de Morfeo, Marlango… Ahora estoy de saxofonista en el musical de Sabina, “Más de cien mentiras”. Hay cachondeo conmigo, se supone que soy el titular y voy menos que mi sustituto, pero voy, es un trabajo regular.

¿Qué proyectos tienes próximamente?
Seguir con Nacho, la semana que viene entramos a grabar un disco. Reactivar Racalmuto… Y bueno, hay un proyecto bonito, con dos miembros de Mastretta. El trompeta y tuba de Mastretta, David Herrington, tiene un proyecto que está muy bien, un trío que se llama Mister Atomic, todo con música suya. Nos ha llamado a Coque Santos, el batería, y a mí para formar parte. Estamos ensayando, su música es muy potente, tiene mucho que ver con la música de Nueva Orleans. Me da que con eso vamos a tener trabajo.

¿Crees que la música instrumental es difícil para el público?
Creo sinceramente que depende mucho de los periodistas y de la gente que contrata. La experiencia que tengo, con Mastretta y Racalmuto, es que la gente alucina. Todo depende de la calidad, no voy a decir que lo nuestro es lo mejor del mundo, pero es música tocada con mucha honestidad, y generalmente muy divertida. La gente alucina, hay que verlo, es como si fuera un concierto de rock, la gente baila, grita… Creo que esa dificultad que no es tal depende más de los que estáis entre el artista y el público, de los medios y del que contrata. Hay gente que tiene unos clichés que estaría bien romper. Tenéis una tarea buena.

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