Músicos en la sombra: José Antonio Romero, guitarrista y productor de Joaquín Sabina

Autor:

“Sabina era un jefe cojonudo. Estábamos siempre de fiesta, de copas, nos lo pasábamos muy bien y nos reíamos mucho. Viajábamos en un autobús con camas, se jugaba mucho al poker, íbamos a buenos hoteles… Y fueron los mejores conciertos que he hecho en mi vida»

 

José Antonio Romero es un guitarrista de leyenda, además de productor. Ha trabajado con Sabina, Serrat, Estopa, Hilario Camacho, Rosana… Arancha Moreno lo entrevista.

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

Además de sus casi sempiternas gafas negras, José Antonio Romero confiesa tener más de treinta guitarras, tal vez una por cada estrella con la que ha trabajado. Su larga trayectoria abarca nombres como Hilario Camacho, Víctor y Ana, Miguel Ríos, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Rosario, Estopa… Artistas con los que ha girado, y algunos a los que ha producido, su otra faceta con la que ha dado en el clavo: unas veces con éxito de superventas, como el “Lunas rotas” con el que debutó Rosana, o “¿La calle es tuya?” de Estopa, y otras con discos imprescindibles de los últimos tiempos, como “Alivio de luto” o “Vinagre y rosas”, de Joaquín Sabina. Pero además ha hecho suyos proyectos como las famosas noches sabineras, que organiza junto a los acompañantes habituales de Joaquín; el proyecto Carabina 3030 o el dúo Emite Poquito. Una carrera de fondo que le convierte en una pieza clave de la factoría de giras y estudios del rock nacional.

 

¿Llegaste a la música por tu propio pie, o por algún antecedente en la familia?
Llegué a la música por mi propio pie y muy en contra de los deseos de mi familia. Decidí no seguir estudiando en el 77, y entonces estábamos en el mismo epígrafe que los toreros y las vedetes. Con diez años tocaba la guitarra y el piano, y mi hermano intentó matricularme en el conservatorio, pero mi familia no lo creyó oportuno, así que a partir de los quince empecé a estudiar yo solo, y a partir de los dieciocho empecé a trabajar. Siempre he trabajado como músico, o productor, nunca de otra cosa.

 

Primera novia, la guitarra. Jugando con ese paralelismo, ¿qué canciones fueron tus primeros besos?
‘La casa del sol naciente’, de Eric Burdon and The Animals. Me empezó a gustar el folk americano: Bob Dylan, al que no se le conocía en España en el 67 tanto como fuera. Los Beatles siempre han estado presentes para mí. A los diecisiete empezó a interesarme el jazz, pero para dedicarse a ello hay que saber mucho y entenderlo muy bien, hay que tener una preparación excesiva o un gran talento. Así que tiré de mis raíces pop y rock, James Taylor… Toco mucha guitarra acústica, tengo uñas de gel preparadas para tocar.

 

En el 78 realizaste una gira acompañando a Hilario Camacho, los dos solos en el escenario. ¿Qué descubriste en aquellos primeros conciertos?
Era muy fan suyo, en el 75 me encantaba el disco “De paso”. Yo conocía a Moncho Alpuente, e Hilario estaba viviendo en su casa, ahí le conocí. Un día fui a Barcelona y me encontré con Hilario por Las Ramblas. Me dijo que estaba viviendo con una comuna, y yo le dije que se viniera a Madrid a hacer cosas, no tenía ninguna confianza con él pero se lo solté. De vuelta en Madrid, me encargaron hacer música para niños y le llamé. Aquello no funcionó, pero nos pusimos a tocar en dúo, y en la primera actuación metimos a ocho mil personas en Sevilla.

 

Así que te diste cuenta de que la cosa era seria.
Él era serio, pero estaba muy desanimado, muy descentrado, se había hecho macrobiótico y solo cantaba salsa, pero era algo muy local, en tiempo y zona, en Cataluña es donde más hubo en aquella época. Después vino a Madrid, salían actuaciones, nos íbamos quince días a tocar a Galicia, en el mismo bar, tocábamos en ferias… Como éramos dos y lo repartíamos a medias, salía muy bien, aunque eran unos precios de risa: se cobraba en billetes de veinte duros. Y con Hilario en el 79 hicimos los arreglos del primer disco de Joaquín (Sabina). Miento, el primero es “Inventario”, el disco que destruye Sabina cada vez que ve una copia. Yo he tocado muchos años con él, y he visto que cuando le traían un casete de “Inventario” para que lo firmara, robaba la cinta y la devolvía firmada, pero sin música.

 

¿Pero ese disco es un pasado destructible?
Sí, él lo considera así y yo también.

 

¿Qué pasó con Hilario?
Hice un par de discos más. Estuve seis años tocando lo mismo, y en el 84 lo dejé. Llevaba seis años tocando lo mismo, y tenía veinticuatro años. Hicimos una banda que sonaba muy bien, pero la movida estaba ahí, y entré en un grupo que se llamaba Quinto Congreso, hicimos un epé de seis canciones, un verano de bolos y hasta ahí llegó el grupo. Luego estuve con Mercedes Ferrer, ganamos el Villa de Madrid, y después empecé con Miguel Ríos a tocar en el programa “Qué noche la de aquel año”. Se hacía en directo, fueron ocho meses de programa, y luego hicimos una gira por México. Simultáneamente, me empecé a meter de músico de sesión, me empezó a llamar Juan Carlos Calderón y gente así, para cantantes como Juan Sebastián o Dyango. Eso lo conservé hasta los 90, casi hasta el 2000.

 

Y después giraste con Víctor Manuel y Ana Belén, juntos y por separado.
Sí, hice la gira conjunta de Victor Manuel y Ana Belén en el 88, luego hice una gira con Víctor Manuel y luego el 25 aniversario de Ana Belén en las tablas. Mientras tanto hacía grabaciones y publicidad. Entonces era un buen negocio. Grababa jingles, trabajaba con un publicista, y se vivía muy bien de eso: eran cuatro tardes al mes y daba, pero tampoco era el futuro. Después de eso, en el 92…

 

Espera, no te olvides de Nacha Pop: grabaste el directo “80-88”.
Fue una cosa muy anecdótica, estábamos terminando la gira de Víctor y Ana, y Carlos Narea [productor] le dijo a Sergio Castillo [batería] que necesitaba un guitarrista que cubriera los huecos que pudieran dejar Antonio y Nacho con las guitarras, y él me recomendó. Terminé la gira de Víctor y Ana el 30 de septiembre y el 2 de octubre empecé a ensayar con Nacha Pop. El disco se grababa el 21 de octubre. Maravillosa grabación, muy divertida, un placer tocar con Antonio. Estuvimos mezclando en Londres.

 

Era un concierto de despedida, ¿qué se respiraba en la sala: química, tensión…?
Allí se respiraba algo grande. La sala estuvo a reventar dos noches, la gente cantaba todas las canciones, y no podíamos oír a Antonio, que no tenía una voz como para comérselo.

 

Después de aquello no has vuelto a trabajar con Antonio…
Sí, hicimos una cosa más adelante. Un productor raro, me hizo grabar una guitarra que había grabado Antonio para ‘El sitio de mi recreo’, pero Antonio no estaba muy al tanto del asunto. Me pareció que me metía donde no me llamaban, pero era mi trabajo. Antonio tenía un estilo que me cuadra mucho, coincidíamos mucho al tocar la guitarra acústica, nos parecíamos mucho.

 

Y después seguiste con Rico, ¿una especie de continuación de Nacha Pop?
No quería ser una continuación, pero Antonio había empezado una carrera muy poderosa, y Carlos Brooking, un músico excepcional, Nacho y Fernando Illán, otro gran músico, contaron conmigo como guitarrista extra. Grabé sus discos e hice una gira en los 90. Luego, siempre que me ha llamado Nacho para algún disco he colaborado. En el 91 viví un año de transición, hice solo publicidad, me quedé un poco descolgado.

 

¿Por qué?
En el 90 me ofrecieron hacer la gira de Miguel Bosé, la gira de Joaquín Sabina y la gira de Víctor Manuel, pero me fui con Rico, que eran mis colegas. Si no hacía una locura a los 30, no la hacía nunca.

 

Rechazaste tres giras muy potentes.
Sí, muy potentes. Pero no me vino mal, porque en el 92 me enganché con Joaquín y estuve hasta el 98 sin parar: grabando sus discos, yendo de gira… Esos años me los pasé casi todos con Joaquín: se paraban tres meses cada dos años para grabar un disco, era una gira permanente. En invierno discotecas, en veranos ferias… Pero se pasó enseguida a plaza de toros, y Las Ventas, y América, y las giras grandes. Fue una época estupenda, grandes amigos que ya tenía de antes, Antonio García de Diego, con el que coincidí cuando trabajé con Miguel Ríos.

 

Sabina suele rodearse solo de gente de absoluta confianza, así que entrar a trabajar con él es asumir un matrimonio musical largo, por lo general…
Sí, en cierta forma sí, sobre todo para algunos, como Antonio y Pancho Varona. Pancho lleva con él más de treinta años, compone la mayoría de las canciones. Antonio entró en el 88 u 89, empezó a tocar y luego a producir discos. Antonio se enganchó con Joaquín, llevaba toda la vida con Víctor y Ana y se fue con Joaquín, Ana se llevó un disgusto tremendo, estuvo cabreadísima. A Joaquín le conozco del 79, hemos coincidido en muchos conciertos con Hilario.

 

¿Fue por eso que te llamó?
Te llama la dirección de la banda, a mí me llamó Antonio García de Diego, él me conocía de una semana que hice en un club de jazz, en el año 81. Empezamos la semana el lunes 23 de febrero del 81, muy cerca del Congreso, a quinientos metros del golpe de Tejero. Al concierto solo vino un argentino, que venía escarmentado porque en su país eso era algo casi habitual. Qué susto.

 

¿Qué tipo de jefe es Sabina?
Es una pregunta un poco capciosa, era un jefe cojonudo. Estábamos siempre de fiesta, de copas, nos lo pasábamos muy bien y nos reíamos mucho, tanto la gente de montaje como los músicos, Joaquín, el manager… Viajábamos en un autobús con camas, se jugaba mucho al poker, íbamos a buenos hoteles, antes y después del bolo estábamos con Joaquín. Y fueron los mejores conciertos que he hecho en mi vida. Te haces mayor y las cosas son más escritas, pero en este grupo había mucha libertad para arreglar, siempre hacía lo que me apetecía. Joaquín me decía que un solo estaba de puta madre, y yo le decía que había días que me salía mejor que otros. Y él me preguntaba por qué no hacía siempre el mismo, y yo le decía que lo bueno era cambiar. Hay que arriesgar, sobre todo cuando no has cumplido los cuarenta. Los trabajos cambian, los cantantes se vuelven más serios, el público crece también, ya no está bolinga en una Plaza de Toros, tocamos en teatros y tiene que ser más medido.

 

“Rosana me dijo que no quería director musical, que ella lo iba a hacer todo, y que le parecía muy caro lo que yo pedía. Yo me quedé a cuadros, porque no le pedía más de lo que cobraba como músico de Sabina”

 

También has trabajado con Serrat.
Sí, en el 99-2000 hice una gira larga con Serrat, y ahí era papel, sentado, con gafas… Empezamos la gira con treinta canciones ensayadas y acabamos la gira con ciento treinta.

 

¿Cambiabáis cada día de repertorio?
Tocábamos siempre las trece del disco nuevo, y algunas fijas, como ‘Mediterráneo’, y estándares… Pero diez minutos antes de empezar Serrat nos decía cuáles iban a ser el resto, y tenías que colocar corriendo los papeles, era un follón. Un poco tenso, pero un gran aprendizaje. Músicos de primera categoría, y artista de primera también: muy agradable, muy exigente.

 

En el 96 produjiste el disco de debut de Rosana, «Lunas rotas», un éxito del que se vendieron más de dos millones de copias en todo el mundo. ¿Habías coproducido algunos discos antes?
Yo había estado en muchas producciones de Joaquín, y había productores que me contrataban para llevar guitarras bien afinadas y amplificadores para poner el sonido y dejarle las guitarras bien ajustadas a grupos jóvenes. Había coproducido dos discos de Hilario, y el de Sabina, pero no había figurado en los créditos. En los de Hilario había un productor, Joaquín Torres, de Los Pasos, que me hizo coger un vicio muy malo: coleccionar guitarras. La última vez que le ví él tenía cuarenta y seis guitarras. Yo tengo treinta y una.

 

¿Se percibe tanto la diferencia de sonido, entre treinta y una guitarras distintas?
Una barbaridad. No es que las utilice todas siempre… Cuando grabé a Rosana ya llevaba quince años metido como músico en un estudio de grabación, y también empecé a estudiar física y telecomunicaciones, en el 76, así que algún conocimiento técnico tenía. Produje ese disco de casualidad, con un presupuesto bajísimo. Devolví a la compañía el diez por ciento del presupuesto a la compañía porque no me hizo falta, lo que me hizo quedar como un caballero. Una noche, viendo a Raimundo Amador, el presidente de MCA me dio la enhorabuena, y me dijo que estaban fabricando discos de Rosana veinticuatro horas al día. “En un día se han vendido 42.000, y hemos encargado 400.000 a fábrica que salen mañana”. Se siguieron vendiendo discos de Rosana dos años.

 

¿Qué te encontraste al empezar a trabajar con ella?
Una buena compositora, una cantante muy exagerada, sin ningún control, era muy difícil cantar con ella. Estaba muy encima de la producción, pero desde la barrera, porque no había entrado nunca en un estudio, hasta entonces había sido secretaria en una editorial.

 

¿Y qué pasó después de aquel éxito?
En el 97, lo más lógico hubiera sido que Rosana me hubiera llevado de director musical, ya que hice los arreglos, produje el disco, hice todas las guitarras… Y estando con ella en Río de Janeiro, me dijo que no quería director musical, que ella lo iba a hacer todo, y que le parecía muy caro lo que yo pedía. Yo me quedé a cuadros, porque no le pedía más de lo que cobraba como músico de Sabina. Llamé a los amigos que me habían dicho que si yo hacía la gira, ellos también, y les dije que no dejaran sus proyectos. También llamé a Pancho, para confirmar que había gira con Sabina. Seguí de gira con Joaquín, y a partir de ahí me salieron más producciones.

 

Fue tu consagración como productor, y te empezaste a dedicar más a eso.
Perdí bastante de músico de sesión, porque cuando te haces productor los productores no te llaman por si pillas trucos suyos, es así de crudo. Volví a producir a Hilario, el disco que siempre quise hacer con Hilario, el directo del año 97. Cuando salió vendió más copias que todos sus discos anteriores juntos. Se grabó en directo y no se tocó ni una nota, ni voz, ni coros. En esa época viví un momento personal difícil, y me pasé los diez días entre el hospital y los ensayos. El disco salió estupendo, llamé a John Parsons, Sergio Castillo, Cristina Narea, Paco Bastante… Creo que no he hecho ningún disco como productor en el que no haya tocado Paco Bastante, es un gran bajista, muy musical, muy melódico…

 

¿Qué otras producciones o giras hiciste en esa época?
Me fui de gira con Rosario en el 97, habíamos trabajado mucho juntos en la producción, pero no habíamos girado juntos. En el 97 produje cuatro o cinco discos, produje a un grupo que se llamaba La Plata, medio flamenquito, y me fui a la OTI de director de la orquesta, aunque la dirigió un profesional. Produje a Navajita Plateá, un disco en directo muy bonito, en estudio, con dieciocho músicos, que no tuvo ninguna repercursión. En el 98, hicimos un disco de coplas, “Tatuaje”, que contaba con catorce artistas: Antonio Carmona, Víctor Manuel, Joaquín Sabina, Ana Belén, Malú, Bunbury, Antonio Vega… Un disco bien bonito y bien interesante, lo produje e hice muchos arreglos. Está basado casi todo el disco en guitarras acústicas y cuarteto de cuerda. Y en el 99 me fui a tocar con Serrat el disco «Cansiones», y en el mes de descanso de la gira hice la producción de un disco de Pasión Vega con Pancho Varona, y luego hice otro disco después, cuando ya estaba con Estopa.

 

Por cierto, con Estopa trabajaste varios años, y también produjiste algunos de sus éxitos.
En 2002 empecé con Estopa en directo, y en el 2004 de director musical hasta 2006, que hice la última gira. En 2007 me fui de gira con Serrat y Sabina, así que perdí el trabajo de Estopa, que me hizo poca gracia, porque me llevaba muy bien con ellos, pero estaba un poco cansado de rumbas.

 

¿Tuviste que elegir entre Estopa y Sabina?
Yo estaba produciendo una campaña de Estopa, y me ofrecieron producir su próximo disco el día después de decirle que sí a la gira de Serrat y Sabina. A Estopa les dije que se lo produjeran ellos mismos, y al volver de la gira con Serrat y Sabina Estopa prescindieron de mis servicios. Produje los dos últimos discos de Sabina, “Alivio de luto” y “Vinagre y rosas”. Cuando me fui con Estopa, entró Jaime Asúa para sustituirme con Sabina y ahí se quedó. Entonces monté “La noche sabinera”, con Pancho, Antonio y Jaime, que empezó a forjarse en 2005, y luego hicimos Carabina 3030, un grupo de cuatro guitarras acústicas, con el que hemos trabajado varios años… Hicimos un disco en tres días, en mi casa, ilegal, lo vendíamos en los conciertos y se vendió bien. Yo hice de ingeniero, productor, guitarrista y hasta me hicieron cantar.

 

También tienes un sello, ¿verdad?
Desde el 97 tengo una empresa que se llama Carabina 3030. El nombre se lo robé a una ranchera de Jose Alfredo Jiménez, que me descubrió Pancho. Me dejó un mensaje en el contestador y me dijo que escuchara lo que le había mandado Calamaro: me volvió loco. De hecho, 3030 Music será mi futura editorial.

 

¿Vas a montar una editorial?
Sí, tengo un proyecto personal arriesgado, instrumental. Tengo material que he ido grabando a ratos. Y monté un sello discográfico para mi grupo, Emite Poquito.

 

El grupo a medias con Julia Molano.
Sí. En 2009 acabé “Vinagre y rosas”, y Joaquín me dijo que iba a llevarme en la gira, pero luego se arrepintió, porque eran muchos guitarristas en el escenario. Me llevé un pequeño cabreo, más que pequeño… Y como tenía tiempo, medios, y me gustaba mucho lo que hacía Julia, trabajé con ella, y disfruté de grabar ese disco. Las canciones de Julia eran valiosísimas. Es un proyecto más comprometido, nos gastamos el dinero los dos, hicimos promoción los dos, muchos conciertos a dúo, un teclado, un sintetizador y una guitarra eléctrica cargadísima de loops y de efectos, una cosa muy currada. Podía haber funcionado muy bien, pero ella me avisó de que se quedaría embarazada pronto. Y pasó, pero aquel proyecto fue un placer.

 

¿Y en qué trabajas ahora?
Ahora estoy con lo de Fernando Martín & Ideales, un proyecto suyo que está empezando a ser mío también, vamos un poco a medias, le estoy haciendo los arreglos y controlando lo que él quiere. Me gusta mucho. Vamos muy despacio, y sin dinero, pero con fe. Estamos preparando un disco de rock. Ahora no curro para nadie, solo para mí y mis producciones. Estoy muy cansado de viajar. Ahora disfruto de estar en mi casa todo el día, tengo 54 años, llevo en esto desde los 18 y ahora me apetece dedicarme a las grabaciones y a la cocina. Tengo estudio, tengo gente…

 

¿Lo tienes todo?
Sí, se gana poco, pero no es mi preocupación, nunca lo ha sido. No soy autor de nada prácticamente, que es donde se gana dinero. Lo de Rosana fue un regalo, que me dio para comprarme una casa, donde vivo y donde tengo un estudio.

 

Anterior entrega de Músicos en la sombra: Josh Tampico, de profesión, ingeniero de sonido.

Artículos relacionados