Músicos en la sombra: Diego Galaz, el violinista camaleónico

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“Una de las angustias de los músicos en la sombra es estar pendiente de que alguien te llame, incluso por razones que no son artísticas. Eso hace que nuestro trabajo sea un poco duro. En mi caso hizo que yo tomara la decisión de no hacer más giras mientras pueda”

Diego Galaz ha tocado su violín en más de trescientos discos, ha estado con La Cabra Mecánica, Revólver, Jorge Drexler y Pasión Vega, y ahora participa de proyectos como Mastretta, La Musgaña y Fetén Fetén. Arancha Moreno lo entrevista para saber más de él.

 

 

Una sección de ARANCHA MORENO.
 

 

Nos encontramos una mañana, un rato antes de volver al estudio con Mastretta, inmersos en la grabación de su nuevo trabajo. Mis cinco minutos de retraso le sirven para desayunar en el Comercial, y al escucharle hablar, da la sensación de que Diego Galaz es un maestro en aprovechar el tiempo, al menos musicalmente. Probablemente haya muy pocos violinistas con un currículum como el de Diego: ha participado en más de trescientos discos como músico de estudio; ha girado con La Cabra Mecánica, Revólver, Jorge Drexler y Pasión Vega –entre otros–, y ahora, se desdobla en media docena de proyectos paralelos, entre ellos Mastretta, La Musgaña y su dúo Fetén Fetén. Con tantos proyectos es difícil ensamblar las piezas de su historia, pero aquí tenemos una especie de boceto, con pinceladas certeras, de su carrera musical.

Violinista de vocación, ¿desde cuándo?
Empecé en el conservatorio de Burgos a los seis años. Sabía que quería ser violinista, era una obsesión absoluta. Pero la enseñanza entonces era muy mala y dejé el violín, hasta que tuve la suerte de que la número uno, Isabel Vila, llegó a Burgos. Me incentivó, y me animó no solo a tocar clásico, sino a tocar otros tipos de música. A través de discos y videos encontré la manera de no dejar el violín por no querer tocar clásico.

¿No te gustaba el clásico?
Me apasiona la música clásica y admiro a los violinistas de clásico, pero no quería invertir todo ese tiempo en ese resultado, no me llenaba. Iba a dejar el violín cuando descubrí a otro tipo de violinistas de música popular. Me di cuenta de que podía hacer mi camino musical a través de los discos, tocar música popular con mi instrumento.

¿Tenías algún violinista de referencia?
Tenía a los clásicos. Luego empecé a descubrir a Stuff Smith, Stéphane Grapelli, los violines de Agustín Lara, Edith Piaff… Ahí me di cuenta de que era eso lo que quería hacer. Entonces era el boom de la mal llamada música celta, y empecé a engancharme a eso, a ver que el violín podía ser un instrumento popular. De hecho lo era, aunque en España no. Ahí empezó el arduo camino de buscarme la vida para encontrar mi estilo y poder tocar otro tipo de músicas.

¿Cuándo decides dejar tu tierra para probar suerte en Madrid?
Llevaba varios años tocando la guitarra, tocaba con bandas de mi ciudad, de música folk, cantautores, funk… Y me tiré a la piscina. Vine a Madrid y no había demanda de violinistas, había muy pocos grupos que llevaban violín, pero también la ventaja de que había poca gente que lo hiciera. En esa época, más que ahora incluso, en Madrid se podía vivir de la música. Al principio no sabía cómo, porque yo no tenía título, no sabía si alguna banda me iba a contratar… Pero tenía la seguridad de que iba a pasar algo. Entonces era el boom de los bares irlandeses, y si entrabas en una banda de música irlandesa sobrevivías, y te volvías alcohólico, porque te pagaban cinco mil pesetas y todas las cervezas Guiness del mundo [risas].

¿Cuándo abandonas esas bandas y das el siguiente paso?
Hay un momento en el que me llama La Cabra Mecánica, me hago miembro de la banda y grabo con ellos. Fue mi etapa más popera, para mí es uno de los grupos más interesantes de ese estilo, por las letras y la música que hace. También por circunstancias entré en Revólver. Carlos Goñi me había escuchado en los discos de La Cabra, su pianista le habló de un violinista, y el acordeonista de otro violinista, pero resultó que en los tres casos ¡era yo! Me dio la oportunidad de hacer una prueba, y luego hice con Revólver la gira del “Básico 2”. Empecé con la gira “A solas”, en algún concierto más en acústico, y luego empezamos con la gira de verano.

¿Era una apuesta fuerte?
Era una inyección de ilusión, de poder sobrevivir de una manera más holgada. Con 20 años la vanidad musical es más alta que ahora, la madurez musical es menor, y Revólver tenía mucho éxito, así que tocar con alguien famoso te hacía mucha ilusión, con el orgullo del chavalillo que empieza a hacer giras. En esa época la banda de Revólver sonaba muy bien. El gran tesoro de las giras que he hecho ha sido tocar con músicos muy buenos, de los que he aprendido mucho: Huma, Poncelada, Tejedor… Son mi tesoro. Pedro Barceló, José Vela, Pedro Andrea… Con ellos aprendí a escuchar música, aprendí a tocar y a tener más madurez musical. Independientemente de todos con los que estoy ahora.

¿Sabías que tu etapa en Revólver caducaba?
Tenía la angustia que tenemos los músicos de sesión, que sabes que te pueden llamar o no, y cuando acaba la gira estás pendiente de que te llamen. Siempre me he angustiado más de la cuenta, pero he estado diez u once años enlazando giras. Esa angustia es una de las razones, aparte de la artística y musical, por las que decidí no hacer más giras, y decidí hacer solo mi música. Sentir que está en tu mano…

…El control.
Más o menos, porque te tienen que contratar, pero es diferente, sobre todo cuando se te junta la angustia con las pocas ganas de hacer algo. Hay giras muy interesantes: Jorge Drexler, Pasión Vega, Revólver en su época… Pero hay otras giras que no apetecen tanto, y esa mezcla es demoledora. Una de las angustias de los músicos en la sombra es estar pendiente de que alguien te llame, incluso por razones que no son artísticas. Eso hace que nuestro trabajo sea un poco duro. En mi caso hizo que tomara la decisión de no hacer más giras mientras pueda. No porque no sea un buen trabajo, ni porque no sea interesante acompañar a artistas, sino porque llega un momento en el que a uno le apetece tener el papel de artista. No por vanidad, sino por un rollo musical y artístico.

¿Desarrollar lo que tú querías hacer?
En mi caso la faceta de compositor. En toda la época de Revólver contacté con La Musgaña, un grupo al que estoy orgulloso de pertenecer. Es el grupo folk español por excelencia, no el más conocido pero sí el más mítico. Empecé a plantearme hacer la música que me gustaba, y lógicamente las giras te exigen exclusividad. En esa época vivía esa desazón de no ir con La Musgaña, que era lo que me gustaba, porque coincidía con un bolo de la gira que estaba haciendo. Es muy complicado tener tu proyecto artístico y hacer giras, no solo por la logística, es una cuestión de energía también. En mi caso era inviable hacer las dos cosas.

Y al final ganó la parte artística.
Y las ganas de ser más feliz. Las giras son muy divertidas: tocas con alguien conocido, te pagan bien… Hay algo que lo hace atractivo, pero que está alejado del planteamiento musical. Ahora mismo no cambio un concierto en un polideportivo lleno con un artista por un concierto en una plaza con mi proyecto. Además, cuando uno se dedica a su proyecto, económicamente es más rentable. De todas formas esto lo cuento desde el cariño, yo hago lo que hago gracias a Revólver, Drexler, Pasión Vega… Me he hecho artista en los escenarios junto a ellos, he aprendido muchísimo. Lo digo desde el agradecimiento absoluto, si no, no estaría haciendo lo que hago ahora.

¿Cuándo trabajaste con Jorge Drexler?
Hice la gira “Eco” y “12 segundos de oscuridad”, estuve dos o tres años con él. Me hizo ilusión, Jorge tiene discos que me gustan mucho. Me llamó él, es de esos artistas que llama en persona, él tiene claro qué músicos quiere llevar. La primera gira, “Eco”, fue un poco rara porque iban y venían músicos, pero “12 segundos de oscuridad” fue una gira muy interesante. Fue casi el final de mis etapas de gira, y se trabajaba de forma muy diferente, más conceptual, en los ensayos buscábamos texturas, yo llevaba instrumentos raros… Y tocaba con musicazos. Esa etapa, junto a Borja Barrueta, Miguel Rodrigáñez y Huma para mí fue un alucine. La mayoría éramos muy amigos, compartir música con un amigo es una dimensión que va más allá. Y cuando es un rollo mecánico, ser tan amigos lo hace todo mucho más llevadero.

“Mastretta es de los mejores músicos de este país, y su forma de entender el trabajo es muy justa: cobra como cualquier músico, cobra como yo, su planteamiento es generoso. Su música es suya, pero el proyecto es de todos: si va bien, va bien para todos, y si va mal, va mal para todos”

¿Hubo alguna etapa en especial en la que sentiste que dabas un paso importante?
La etapa más importante ha sido con [Nacho] Mastretta, que coincidió con la decisión de no hacer giras y dedicarme a mi música. Mastretta es uno de los mejores músicos de este país, y su forma de entender el trabajo es muy justa: cobra como cualquier músico, cobra como yo, su planteamiento es generoso. Su música es suya, pero el proyecto es de todos: si va bien, va bien para todos, y si va mal, va mal para todos. Eso no me había pasado con ningún artista, lógicamente. Me cambió el chip, me ayudó a decidirme a hacer mi música, a saber que ya no quería estar en ese mecanismo de oficina a la antigua usanza, discográfica… Me daba mucha pereza. Nacho me dejaba hacer mi música, era un proyecto que me daba trabajo y me daba libertad para elegir qué quería hacer artísticamente. A raíz de encontrar a Nacho definí mucho mi estilo musical, con él me di cuenta de que quería hacer música popular. Y surgió Fetén Fetén, que es el proyecto en el que estoy metido a tope, con toda la energía. Y paralelamente está Zoobazar, otra historia que está saliendo adelante, estamos tocando mucho, nominados en Estados Unidos a los premios de la música independiente. Todo sale en la medida en la que uno pone el corazón en su proyecto y en su forma de entender la música.

Tienes muchos proyectos ahora mismo.
Tengo demasiados, sí: Zoobazar, Fetén Fetén, Mastretta, La Musgaña, Dodó, música de cine, mi dúo de tango, el trío de blues con Santi Campillo… Unos tienen más relevancia, y ocupan más o menos tiempo, pero todos me hacen alucinar en el escenario, y me da cosa desprenderme de alguno de ellas, aunque a lo mejor debería hacerlo.

¿Y eso no te crea angustia?
Ahora no, porque la cosa está muy mal, pero en su época sí ha creado problemas de calendario. Pero todo está muy conectado, hay una conexión entre músicos que facilita mucho todo eso. Se está creando un fenómeno: como ya hay muy poco trabajo en las giras, la gente está dedicando mucho tiempo a sus proyectos. El nivel de los músicos en la sombra aquí es altísimo. En España se está creando un mapa de grupos muy interesantes, honestos y coherentes. Lo que se siente como una crisis en el futuro va a ser una fuente de proyectos tan eclécticos y alucinantes que podemos llegar al nivel de países como Francia y Alemania. A día de hoy, todavía los medios siguen dando prioridad a fenómenos pseudomusicales, pero todo ese mapa de gente tiene proyectos interesantes y tienen oficio: son músicos, tocan bien, cantan bien, saben música… Últimamente parecía que era un valor en alza no saber nada y ponerse a berrear, pero ahora hay un movimiento de público que paga por ver proyectos de gente que tiene oficio. Para mí es fundamental.

Pareces muy camaleónico.
En mi caso, “la desgracia” de no tener una formación de los estilos que me gustaban ha hecho que me vuelva absolutamente ecléctico con mi instrumento, he hecho de todo: desde tocar tangos a tocar folk, y eso que era un problema, ahora mismo da sentido a mi música. Esa capacidad de ser tan camaleón viene de la necesidad de hacer muchas cosas para sobrevivir. Lo positivo es el bagaje que te da, poder tocar guitarra, mandolina, y muchos estilos con el violín. Cuando aglutinas todo eso en tu estilo, todo cobra un sentido y se pierde la sensación de dispersión.

Es muy difícil seguir la espina dorsal de tu carrera, porque has compaginado muchas cosas… Has grabado con mucha gente, además.
He trabajado como músico de sesión paralelamente a los directos. En estudio grababa solo, por pistas, solo veía al productor. Yo me aburría mucho hasta que empezamos a grabar en directo con Mastretta. Pero desarrollé la capacidad de hacer lo que sea: un arreglo de cuerda, un solo de blues, algo latino… El trabajo en la sombra de lidiar con los productores no siempre ha sido tan fácil, porque no todos son del nivel más deseado. A veces te dice lo que tienes que hacer alguien que no tiene ni idea de música. No siempre el nivel del artista era muy alto, y había que hacer algo que arreglase ese problema, y era una locura. ¿Cómo vas a hacer la casa cuando los cimientos están mal?

Pero sigues grabando discos…
Sigo grabando discos. Si son cosas que no me interesan mucho pero me solucionan un mes de trabajo lo haré, y si son cosas que no hay dinero pero me gustan lo haré. A mí me apasiona grabar, pero para mí es importante hacerlo con calma. Ahora estoy en proceso de disfrutar más, cuando grabamos en directo, con los músicos.

¿Qué has aprendido de tantas giras?
Todas las giras han tenido un sentido, el proceso que he seguido iba a lo que he acabado haciendo: mi música. Conocí músicos buenísimos, grabé cosas que me motivaban. Estuve con Chenoa, que artísticamente no es lo más cercano a mí, pero tuve un trato muy bueno, y me divertía mucho. Con Ella Baila Sola me reí mucho, y El sueño de Morfeo son tan majos, David es tan amigo mío que grabar con ellos es un placer. Por supuesto no es la música que voy a tocar, pero intento respetar a la gente que trata con respeto. Yo no soporto el maltrato al músico de sesión, o la injusticia, que ha habido mucha, y posiblemente cada vez haya más.

¿Cuántos discos has grabado?
Trescientos, cuatrocientos… Un montón. Había semanas que trabajaba todos los días en estudio. Sigo grabando pero menos.

También organizas un festival de instrumentos insólitos en Burgos, ¿qué es exactamente?
Empecé a dar importancia a las cosas que me iba comprando: el violín trompeta, el serrucho… Me di cuenta de que había un montón de gente que tocaba instrumentos insólitos y la única forma de verlos era en programas de variedades o en ambientes circenses. Me apetecía hacer un festival donde esta gente pudiera tocar. La clave es que sean propuestas artísticas. Hemos hecho dos ediciones y han sido un éxito. He tenido el apoyo del Ayuntamiento de Burgos para poder hacerlo, si no, no hubiera podido.

O sea que eres profeta en tu tierra.
No lo sé. Burgos pasó de ser un desierto cultural a que el ayuntamiento entendiese que la cultura no era gasto, era inversión. Se ha creado un caldo de cultivo para que la gente valore a los artistas en general y a los artistas de la ciudad también. Me siento orgulloso.

¿Qué vas a hacer próximamente?
Estamos grabando el disco de Mastretta, preparando el nuevo disco de Fetén y tenemos actuaciones. La idea es sobrevivir de la mejor manera posible. Me ayuda mucho la parte didáctica de cursos, talleres… La crisis paralela que ha vivido la industria discográfica, que nada tiene que ver con la económica, es lo mejor que nos ha pasado, es una alegría. Ahora mismo los músicos hacemos nuestros discos, vendemos un montón de discos a nuestro nivel, estamos vendiendo el 30% de la sala. Se ha caído un sistema que estaba obsoleto, pero la industria discográfica sigue de otra manera, mucho más cercana. Ha sido muy positivo, se verá a la larga.

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