Músicos en la sombra: Borja Barrueta, el batería que acompaña a Jorge Drexler

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“Jorge Drexler tiene una curiosidad innata por las cosas, está siempre pensando en cómo dar otro paso. Eso lo contagia a su alrededor, a los músicos también”

 

Viene de Bilbao, pasó por Barcelona y se instaló en Madrid, donde ha tocado la batería para, entre otros, Malcolm Scarpa y Carmen París. Desde hace un tiempo es el batería de Jorge Drexler. Su último proyecto ha sido grabar en las nuevas maquetas de Ariel Rot. Arancha Moreno charla con él.

 

Una sección de  ARANCHA MORENO.

 

Después de un mes y medio de cierto descanso, la agenda de Borja Barrueta está apretada este otoño. “He pasado una etapa de estar mucho en mi casa, cosa que he agradecido: comer a las horas que tienes que comer, dormir…”, días de rutina para cualquier mortal y cosas que para un músico son a veces lo menos habitual del mundo. Pero Borja no se queja: escogió la batería hace varias décadas y con ella ha viajado desde su Bilbao natal hasta Barcelona, donde aprendió el oficio tocando, y después a Madrid, donde estuvo diez años formando parte de todo tipo de proyectos. Por sus baquetas se han deslizado sonidos jazz, pop, rock, folclore… Y ha puesto música a los dos últimos discos de Jorge Drexler, “12 segundos” y “Amar la trama”. Además, acaba de grabar las primeras maquetas del próximo disco de Ariel Rot, que se perfila más acústico y menos rockero, según relata el batería. Nos cruzamos con Borja una mañana de sábado, y nos sentamos en una mesa del Café Central, un local donde ha tocado mucho y por el que ahora se preocupa: ha oído decir que en un par de años se les acaba la renta antigua, y las semanas temáticas donde se cita el mejor jazz de Madrid podría acabar albergando una tienda de ropa o un restaurante de comida rápida. Ahogamos las últimas palabras en un trago bien largo de café, para que se vayan por donde nunca debieron venir, y recorremos con él su historia.

Vamos con tu historia musical: naciste y te has criado en Bilbao, así que imagino que allí fue donde descubriste la batería. ¿Cómo y cuándo?
Mi padre tocaba la guitarra, era su hobbie, y yo empecé a enredar con la guitarra también. Recuerdo tocar con él, cogíamos cuatro cacharros y hacíamos conciertillos en casa, delante de los abuelos.

¿Y cómo saltaste a la batería?
Con catorce o quince años tenía un grupo en el que tocaba la guitarra, y me daba la sensación de que al batería le costaba un poco. Le propuse cambiarnos, yo cogí la batería y él la guitarra, y al final los dos cambiamos de instrumento. Me hice una primera batería un poco bizarra, con un tonel donde guardaban cemento, que parecía un cilindro hueco, tocaba la caja y un tambor de plástico. Así estuve dos o tres años, gozando. Supongo que todos los baterías han empezado con baterías propias: unos con la jaula del canario…

Sin pájaro dentro, espero…
Sí, ¡sin pájaro! Empiezas a buscarte la vida con lo que tienes, y miras la batería desde el escaparate de la tienda.

Así que lo tuyo fue casual, partió de un intercambio de papeles en un grupo.
Fue una casualidad, no una llamada desde joven. Empecé con cosas instrumentales, un grupo de veteranos de allí me llamaban para tocar jazz-fusión, fue el primer contacto con estándares, con solos… Con el mundo de la improvisación jazzística, que para mí es muy importante. Empecé a desarrollar el oído, a escuchar a los solistas, y entendí que era una cuestión de equipo. Así hasta los 21, que me fui a Barcelona.

Y estudiaste en el Taller de Músics.
Aguanté tres meses, no sé si no tuve paciencia o no acababa de encajar. Quería tocar más en la calle, me interesaba más lo que pasaba en los clubes que lo que pasaba en los libros. Di clases con particulares. Un día me acerqué a Caspar St. Charles para preguntarle si podíamos dar una clase, y pasé una mañana inolvidable con él. Tengo una cinta de lo que hicimos.

Así que tu aprendizaje barcelonés fue más callejero y de clubes que de escuelas…
Sí,  y ha sido una constante luego. Mi escuela ha sido tocar con gente, he recurrido a los libros puntualmente. He tocado con mucha gente que me ha enseñado lo que sé, esa ha sido mi escuela. Ahora retomo ciertas cosas que no estudié en su día, como algo de escobillas… Me centro en los repertorios que voy a trabajar, más que estudiar cosas que no voy a usar. No leo música, pero pido los papeles, los repertorios, para poder trabajarlo en casa.

Después de ese aprendizaje callejero, ¿viniste a Madrid?
Sí. Regresé a Bilbao y me invitaron a tocar con Malcolm Scarpa, que estaba grabando disco en Madrid. Y me fui a Madrid, fue circunstancial, como el paso de la guitarra a la batería.

Así que eres de los que perfilan el camino según surgen nuevas oportunidades.
En mi casa no he generado unas ataduras económicas, vivimos un poco al día, y eso nos permite ciertos cambios que alguien que esté muy establecido en un sitio no podría hacer. Vi la oportunidad de aprender sobre el terreno, de tocar en una ciudad nueva. Barcelona la veía más amable, Madrid podía ser más dura. Tocar con Malcolm fue una experiencia brutal. Y en Madrid he estado diez años. Generé un perfil de un rango bastante amplio, me vi tocando con jazzeros, hasta Carmen París, o cosas más de folclore o pop, o Jorge Drexler…

Pareces un batería muy versátil.
Sí, he sido versátil. Quizá por no haberme aferrado a un estilo, he estado siempre buscando, y he ido cogiendo cosas que me han interesado de cada género. El otro día hablaba de esto con unos compañeros: cuando no tienes tanta experiencia piensas que te llaman porque eres más o menos bueno, pero que te llamen es una cuestión humana, más de cómo te comportas tú con la gente con la que tocas.

No basta con ser bueno, la parte psicológica y humana importa mucho en vuestra profesión.
Cómo tocas es muy importante, pero creo que lo que determina que toques con más gente es tener empatía. Pasas muchas horas con la gente, y no concibo estar en situaciones musicales en las que no pueda conectar con los otros músicos. Hay gente que puede, pero yo no.

Eso habrá determinado también tu grado de implicación.
Sí, me han dejado implicarme a todos los niveles, humano y musical. He tocado con gente que me ha dejado hacer mucho, producir mi parte. Por otro lado, estoy mal acostumbrado a tocar lo primero que me viene a la cabeza, y me cuesta un poco más cuando me piden algo que tienen planteado en su cabeza. Al hacer tu propia música –estoy haciendo un disco ahora–, te das cuenta de eso, de cómo es lo de dar directrices.

 

“Hemos grabado unas maquetas de Ariel Rot con Pablo Navarro al contrabajo, los tres metidos en una sala grabando y disfrutando como enanos”

En esos diez años que has pasado en Madrid, ¿en qué proyectos has trabajado más tiempo?
Proyectos sólidos en los que he estado más tiempo han sido Carmen París y Jorge Drexler. Con Jorge sigo trabajando. Le conocí por medio de Huma [bajista], que me avisó de que me llamaría, porque estaba montando una banda. Jorge me invitó a participar en su historia, y desde entonces he grabado con él dos discos, “12 segundos”, poco después de que le dieran el Oscar, y “Amar la trama”.

“Amar la trama”, su último disco, es maravilloso.
Es chulo ese disco, sí. Se grabó en directo, una gozada. Él sabe combinar muy bien los elementos que tiene en el escenario, escoge músicos e instrumentos para generar texturas y elige muy bien. Son bandas que funcionan, suena muy orgánico. No es como acompañar a un autor de forma estándar. Pasan los años y sigues con ganas de tocar, porque cada bolo es un viaje, pueden pasar muchas cosas. Tienes que estar alerta. Tiene una curiosidad innata por las cosas, está siempre pensando en cómo dar otro paso, eso lo contagia a su alrededor, a los músicos también. Te exige dar otro paso constantemente.

Sorprende la cantidad de ambientes musicales que crea en un solo concierto. En su último directo en Madrid cambió de atmósfera, formato y acompañantes al menos cinco veces. Esa búsqueda de la que hablas se nota mucho en el escenario.
Sí, dinamiza los shows, sabe cómo enganchar a la gente para que disfrute desde el primer minuto. Genera diferentes momentos, sí. Hace poco fue a Bilbao y tocó temas de los que tocamos con banda él solo. Fue un bolo de hora y media y no te enterabas. Se encendían unas lunas, las luces, la improvisación… Diseña muy bien.

En Madrid invitó al músico italiano Joe Barbieri, y se animó a cantar en italiano, cuando lo cómodo hubiera sido que Joe cantase canciones suyas y no al revés.
Sí, se pone en el abismo, y eso nos contagia. La experiencia con él ha sido brutal, hemos viajado fuera, a Sudamérica, hemos hecho muchas cosas. Cada vez tiene más gente que le sigue en Argentina, Chile… Y tiene un público super fiel.

Me hablabas antes de tu experiencia con Carmen París.
Sí, ahora le tengo un poco perdida la pista, sé que estaba haciendo cosas con una saxofonista chilena.

¿Sientes que cada artista saca algo distinto de ti?
Tengo la misma sensación que hace veinte años, toque con quien toque. Los contextos varían un poco a nivel instrumental, pero la sensación con la que me aproximo a la música es la misma en todos los formatos.

¿Hay algo a lo que recurras más?
Hay maneras de ver el instrumento y de tocarlo. Me gusta sacarle mucho partido, al final todo suena, hay mil maneras de darle a la batería. Toco mucho con las manos, con Jorge vamos de un volumen pequeñito a un castañazo gordo. Te permite jugar mucho con el instrumento, estás viendo tocar la batería de forma poco inusual. Me gusta mucho tocar texturas con instrumentos, es con lo que más me identifico, creando paisajes.

¿Qué otros proyectos has hecho últimamente?
Estamos grabando el disco de Ariel Rot con José Nortes, en La Cabaña. Está muy bien, no conocía a Ariel y mola, tiene el espíritu de la vieja escuela.

¿Quiénes estáis grabando con Ariel Rot?
Ariel ha hecho un pequeño giro con su música. Las canciones que he oído anteriormente tenían un perfil más rockero, de bandas más compactas, con un sonido más duro, y ahora parece que no ha querido hacer otro disco de rock, ha querido experimentar con otro registro. Está girando solo, cuenta que se lo está pasando pipa tocando solo, que está descubriendo un montón de cosas, y eso le ha llevado a experimentar otro registro, ir más abajo, jugar con cosas más pequeñitas. Tiene un lado más acústico, tiene unas cuantas canciones que quiere llevarlas con escobillas, contrabajo… Más pequeñito.

¿Habéis grabado en directo, juntos, o por pistas?
En realidad han sido unas maquetas para la compañía, para que lo escuchasen. Las hemos grabado con Pablo Navarro al contrabajo, los tres metidos en una sala grabando y disfrutando como enanos. La Cabaña tiene historia, también…

Allí estuvimos, con José Nortes, a principios de este año… ¿Qué más tienes entre manos?
Hemos acabado de grabar el disco de Moisés Sánchez, vamos a tocar en el Café Central la primera semana de diciembre. En noviembre vamos a hacer música para un documental de skate, como una peli grabada en formato analógico, vamos a hacerlo tres colegas que empezamos tocando juntos hace muchos años.

Y luego estás con tu proyecto.
Sí, el 24 de noviembre será el primer bolo, en la sala BBK de Bilbao. Es un festival para gente que no tiene disco editado. El proyecto se llama Lila. Creo que nos meteremos a grabarlo ya en 2013, con contrabajo, piano y pedal steel y guitarra, que va a tocar David Soler. También voy a ir a grabar con un tremendo baterista danés, y vamos a intentar grabar a dúo, tocar dos baterías, en Dinamarca. Y así voy a estar hasta finales de diciembre.

Eso en tu trabajo debe ser magnífico, como no trabajáis con mucha antelación…
Sí, menos mal que están saliendo cosas. Hay que guardar energía para cuando llega. He estado un mes y medio en mi casa, algo que no pasaba desde hace mucho tiempo. Así controlo el lado emocional, que yo enseguida me disparo y a los tres días estoy fundido. Los próximos tres meses van a ser así… A tomármelo con calma.

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