Miguel Ríos: El año de la alegría: el mundo a sus pies (La entrevista. Tercera parte)

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Miguel RíosEl año de la alegría: el mundo a sus pies(La entrevista. Tercera parte)

En esta tercera entrega de la entrevista con Miguel Ríos, conoceremos la gestación del «Himno a la alegría», la canción que lo convirtió en estrella del pop internacional, con números uno en prácticamente todo el mundo y metido en intensas jornadas promocionales por los Estados Unidos (incluyendo una entrevista en el Show de Johnny Carson), Canadá, Inglaterra…

Texto: DIEGO A. MANRIQUE y JUAN PUCHADES.

 

NÚMERO UNO (EN EL MUNDO MUNDIAL)

El “Himno de la alegría” te hace vivir la experiencia americana. ¿Cómo fue aquello?
Estaba haciendo un programa de televisión en la Expo de Osaka, con Valerio Lazarov, un programa en el que estábamos Julio Iglesias, Karina, Massiel y yo. Allí recibo un telegrama diciéndome que en lugar de venirme a España me vaya a Los Ángeles, que el disco ha entrado en las listas, directamente al número 49. A mí me habían planteado un viaje de tres días a Osaka, pero con la clarividencia de la que daban muestra los mentores de Televisión Española fuimos en época de monzón y estuvimos 20 días. Mientras, el disco subió al número 2 de Billboard, cuando llegué a Estados Unidos ya era disco de oro. En Estados Unidos lo editó A&M y Jerry Moss y Herb Alpert me tenían preparado todo un programa de actos. Aterrizo en Los Ángeles y directo a una fiesta en la que conozco a Leon Rusell, Scott McKenzie, Mama Cass, toda la gente que estaba alrededor de A&M.

Era la versión en inglés del “Himno a la alegría”, ¿no?

Sí, nosotros sacamos el disco aquí, funciona bien, con muchas críticas, que si Beethoven levantara la cabeza y todo aquello. De pronto, Cyril Tempelton, un director de orquesta, oye la versión española, prepara una letra y hacemos la versión inglesa. El primer sitio donde vende un porrón de copias es  Holanda, un país que influenciaba mucho al resto de Europa, y las radios independientes empiezan a lanzar el disco, funciona en Alemania y en Canadá. Un ejecutivo canadiense de A&M se lo pone por teléfono a Jerry Moss, lo editan en Estados Unidos y es la subida más fulgurante de la historia.


¿Sólo se grabó en inglés, no en francés o italiano?
No, la versión inglesa se vendió prácticamente en todo el mundo. Mi gira de promoción fue absolutamente demencial; de entrada, no hablaba prácticamente nada de inglés, lo que había oído en los discos y ya está. Pero no tenía mal acento y la gente al oír el disco pensaba que hablaba un inglés de lo más fluido; luego, en las entrevistas, me quedaba colgadísimo. Con Herb Alpert yo conversaba en español, porque a él le gustaba hablarlo, y me quejaba: “Oye, que estos tíos me han enviado solo, absolutamente solo y lo estoy pasando fatal, la gente me habla y tengo que reírme y responder ‘very funny question, very, very’”. Coletillas coloquiales, pero no entendía nada, así que en la fiesta de la entrega del disco de oro, con toda la pomada de la gente de Los Ángeles, me quejo a Alpert y él me propone que el resto del viaje por los Estados Unidos lo haga con el directivo de Canadá, que no hablaba español pero iba a ser muy paciente conmigo. Resultó un tipo alucinante, nos hacíamos pipas de hash en la primera clase del avión. Tenía una pipa desmontable y fumábamos con una naturalidad tremenda aprovechando que nadie sabía que existía el hash, porque lo que más había era marihuana. Ya en Los Ángeles, la fiesta de recepción incluyó una aventura sexual. Y yo pensando “maravilloso, tío, los norteamericanos lo preparan de puta madre”.

UN CIEGO EN NORTEAMÉRICA

Llegabas como un triunfador…
Totalmente, ¡estaba en el Top Ten! De ahí nos fuimos a Vancouver y siempre era la misma ceremonia: fiesta con toda la prensa, los delegados de A&M, el corresponsal de Billboard… Cogían el disco de oro, siempre era el mismo, y me lo entregaban. Eso era por la mañana, comíamos, y por la tarde a Edmonton, y lo mismo. Luego hicimos Calgary, Toronto, Montreal y Nueva York, todo eso en dos días y medio. Tenía un jet lag impresionante, desde el viaje de Japón, no sabía que existía el jet lag, pero me bailaba todo, además estaban las pipas de hash…

¿No había cocaína?
No, no circulaba en esos años. Y estabas allí, todo era como muy hippy, hippón a tope, de pronto había momentos en los que lo entendías todo, hablabas de lo más fluido y otros que no sabías ni cómo te llamabas. La llegada a Nueva York fue lo más espectacular que me ha pasado en mi vida. El promotor en Nueva York se llamaba Jerry Love, un negro de dos metros de alto. Tenía preparada una “limo” gigantesca y me suelta: “Mira, Miguel, vas a estar menos de 24 horas aquí, queremos que lo pases de puta madre. ¿Qué es lo que deseas hacer?” “Ni idea, tío.” “Mira, me han dicho que te gusta esto” y saca un peta impresionante hecho con aquellos papeles que llevaban la bandera de Estados Unidos impresa; nos lo fumamos en la “limo”. Paran en el Empire State. “¿Quieres conocer Nueva York de golpe?” Los tíos iban con los discos saltándose la cola, dándole discos a los ascensoristas, una mordida de la hostia. En ese viaje íbamos a hacer una entrevista muy importante: “Mira, voy a estar al otro lado de la pecera y te voy a hacer señas, para que vayas comprendiendo la conversación”. Llegamos allí, me presentan en directo, “éste es el tipo que ha hecho la canción de la paz. ¿Cómo se puede hacer una canción así en ese país con la dictadura de Franco?”. Yo no entendía nada, pero sí entendí la palabra Franco y me empiezan a temblar las piernas, un sudor frío… y digo: “It’s a very funny question”. Y el entrevistador, encantado: “Qué cachondo”. Estas cosas salían de forma absolutamente naïf. Yo estaba número uno en las radios de Nueva York; cuando llegué, el amigo Love me decía: “¿Quieres oírte en la radio? Ve pasando el dial”, y al ratito sonabas en la radio, brutal. Otra fiesta, como siempre, el disco de oro, etc., y al día siguiente a Londres.

SOÑANDO EN CALIFORNIA

Todo esto fue con el single. ¿Que pasó con el LP?

Me fui a vivir cuatro meses a California, pensando en intentar salir adelante, había conocido a los Carpenters, a John Williams… y quería hacer un disco allí. Además, Herb Alpert estaba empeñado en que grabáramos el “Concierto de Aranjuez”. A mí no me dejó ser número uno en todo el país “Puente sobre aguas turbulentas”, de Simon & Garfunkel, que entró directamente en el 1 y me quedé en el 2. Alpert quería hacer la versión del tema de Rodrigo a lo Simon & Garfunkel. Conocía la adaptación francesa, “Aranjuez, mon amour”, y en Estados Unidos había ya una versión de un tío, que fue el que nos pasó la letra, se llamaba “The wings of change”, una letra maravillosa. Mientras tanto había estado recogiendo canciones para un álbum, algunas con The End, “Despierta”, “El río”… Seis en inglés y seis en español. Cuando llamo aquí para contar que tenían la idea de grabar el “Concierto de Aranjuez”, me dicen que debo volver a España, porque las cláusulas del contrato estipulaban que si ellos me llamaban para grabar me tenía que presentar el día que quisieran. Insistían en que grabara el “Concierto de Aranjuez” aquí, estaban con el rollo del “sonido Torrelaguna”, según ellos lo mejor del mundo. Así que se hizo la versión aquí, cuando la norteamericana iba a ser mucho más bonita, se había preparado un arreglo bellísimo. Afortunadamente, el maestro Rodrigo hizo retirar la versión del mercado, por un problema de editoriales, y enviaron a la policía a retirar el disco de las tiendas.

Pero te quedaste en Los Ángeles una temporada.

Vivía con mi amigo Fernando Miranda, un tío de mi barrio de toda la vida, de Granada. Él estaba casado con una norteamericana, estudiaba cinematografía y se ganaba la vida haciendo películas porno, un oficio interesante. El tío vivía muy cerca de las oficinas de A&M, tenía un coche y me iba todas las mañanas a dar una vuelta por allí. Conducía yo, a los cinco días ya me metía por los “freeways” con un descaro acojonante. Me eché una novia en San Fernando Valley e iba y venía. Después de esos cuatro meses, pasé medio año, en el 72, tras pillarme aquí con la “manteca”. Salí de la cárcel y me fui a Estados Unidos.

Hemos leído que incluso fuiste invitado al Show de Johnny Carson.
Sí, tres minutos. El “Himno a la alegría” se vende en Estados Unidos como  canción pacifista en contra del sistema y demás. Por eso, las entrevistas no eran sólo las de un tío que estaba en el Top Ten, eran difíciles y por eso lo pasaba tan mal. Cada vez que había una entrevista me quería morir, decía: “No, Johnny Carson, no”. Pero sólo me aguantó tres minutos, el tío se dio cuenta de que no podía articular dos palabras.

¿También cantabas?
No, sólo entrevista.

¡Eras una “personality”!

Sí. Insisto en que lo del “Himno” fue muy fuerte, entró de la nada al número 49 y subió al 12 y de ahí al 3. Fue una de las subidas más fuertes hasta aquel momento.

UN HIPPY EN LAS VEGAS

¿En qué momento te ofrecen cantar en Las Vegas?
Eso fue en el primer viaje, me propusieron actuar con Los Smother Brothers, unos humoristas así como un poco inconformistas, a 10.000 dólares la noche. Me fui a ver Las Vegas, yo tenía muchos reparos, porque durante ese tiempo, en Santa Mónica, iba a ver a The Mamas & The Papas, Joni Mitchell, Led Zeppelin, etc. Y claro, quería buscar una banda y empezar desde abajo tocando en directo. Pero no existían instrumentos que pudieran tocar el “Himno a la alegría”, sólo el Mellotron, que salió poco después. Hice un viaje a Inglaterra a comprar uno a los Moody Blues, que eran quienes los vendían. Pero ya era para tocar en España, el sueño americano ya se había caído por su propio peso. Recuerdo que se lo preguntaba a Scott McKenzie: “¿Cómo se toca en Estados Unidos?” Y él me decía que cualquier tío con un disco en el Top Ten trabaja lo que quiere, puede tirarse tres meses tocando por un estado como California o Texas. Pero yo no encontraba la fórmula. Se lo comentaba a Leon Russell y me explicaba que hacer esa canción en vivo era muy difícil, porque además la tenía que tocar por obligación. La verdad es que yo era un completo desconocido, sólo se conocía esa canción, era un hombre con una canción.

Volvamos a Las Vegas…
La excusa fue ir a ver a Elvis Presley, que estaba tocando en el International. Al llegar a Las Vegas me horroricé, me pareció terrible; yo iba de hippie con mis collares y camisas, mis bucles, supermaqueado, tenía 26 años. Íbamos invitados con una mesa muy buena, servidísima, llamaron para pedir que nos atendieran muy bien. Sale Elvis y yo estaba fascinado: era 1971, la época de las lentejuelas y el traje blanco, cantaba de puta madre, y en el escenario más grande que he visto nunca. Iba con una orquesta de treinta y tantos tíos, el recorrido de Elvis hasta el centro del escenario duró como diez minutos, ni el Papa, una cosa… Sonaba de la hostia: siete guitarristas, las Sweet Inspirations cantando. Pero la mosca cojonera de mi amigo Fernando… “Está gordo”. “Fernando, por lo que más quieras, déjame que lo oiga.” Elvis repartía entre el público unos pañuelos horrorosos y Fernando: “Vaya hortera”. Sin embargo era Elvis cantando de cojones en un show increíble. Cuando salimos a la calle la lié con Fer-nando: “Me has amargado el espectáculo”. “Es que no te das cuenta, que nos ha tomado el pelo.” Nos dimos de hostias, bueno, unas collejas. Lo hemos recordado muchas veces porque los dos teníamos razón.

¿Cómo era Las Vegas entonces?

Veías a gente de lo más patética, Leaving Las Vegas, la película, se queda corta. Entonces era lo más conservador del mundo, una cosa facha, facha y repulsiva, no encontraba el día de poderme escapar de allí. Salí desilusionado y reafirmado en que si yo tenía que llevar mi vida musical hacia ese sitio, dejaba la música. Lo que yo quería era tocar en el Forum de Los Ángeles, así de ingenuo.

Pero te volviste a España.
Sí, Emilio Santamaría, mi representante, el padre de Massiel, va a México a tratar con los dueños de Televisa, a quienes les gustaban mucho las navajas y él les llevaba de regalo navajas de Toledo. Pero, van y se las roban en Los Ángeles: “Qué putada, me han robado las navajas, menos mal que el dinero no, porque lo llevo cosido al traje”, increíble. Vino para convencerme de que me tenía que venir para hacer el verano y que me dejara de América y de polladas. Ese verano toqué aquí casi cien galas, ya hacía el “Himno a la alegría” con el Mellotron. Gané una barbaridad de dinero, me llegaban cheques de cinco, de siete millones de “pelas”, de manera habitual. Imaginad, de vender ciento y pico mil discos de “El río” y “Vuelvo a Granada”, un éxito grande para España, a vender 2.500.000 en Alemania…

 

 

En su libro “Rock & Ríos. Lo hicieron porque no sabían que era imposible” Josemi Valle relata la historia del disco “Rock& Ríos”.

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