Miguel Ríos: La penúltima entrevista

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“Quien se crea aquí que es la hostia, no tiene más que rascarse un poquito y se dará cuenta que sí, que está muy bien, pero que todo es netamente mejorable”

Aunque Miguel Ríos se retire, nos negamos a creer que esta será la última vez que lo entrevistemos, preferimos pensar que estamos ante la penúltima entrevista… Pero todo apunta a que sí, a que quien personifica como nadie la historia del rock español apaga el micrófono con esa gira, «Bye, bye Ríos», con la que se despide de los escenarios, del público y, como cuenta en esta entrevista con Juan Puchades, de los discos.


Texto: JUAN PUCHADES.
Fotos: EDUARDO TÉBAR.


Nunca llego tarde. Es una norma rayana en la obsesión. Pero un atasco inesperado –los alrededores del cementerio están colapsados en las vísperas del Día de Todos los Santos– provoca que tengan que telefonearme cuando apenas faltan dos minutos para la hora pactada para la entrevista. Sé que Miguel Ríos estará toda la tarde metido en una intensa rueda promocional para su concierto del sábado en Valencia y que ha hecho el esfuerzo de sacar algo más de una hora para la charla con EFE EME. Así que me pongo de los nervios. Al final el retraso no es tanto, de sólo tres minutos, pero más que suficiente para que un obsesivo se sienta fatal. Pero tiene una ventaja: Desolado por la demora, no se nota mucho que estoy absolutamente compungido pensando que esta, quizá, sea la última vez que entreviste a Miguel Ríos.

Todavía no entiendo cómo es que ha decidido retirarse, es algo que no puedo explicarme. Se supone, él mismo lo dijo, que los viejos rockeros nunca mueren, y Miguel es el viejo rockero por excelencia de la escena española. Llegó antes que nadie –sólo el Dúo Dinámico había grabado con anterioridad, y más orientados hacia el pop–, cuando se le vendía como «el rey del twist», y su trayectoria es la del rock hispano. Ha pasado por todos los estados y fases, con una dignidad encomiable y sus intentos, a finales de los años 60, tras éxitos clamorosos y mundiales, por dirigir su carrera son dignos de ser estudiados con detenimiento. Tanto como esa singular y constante evolución durante los 70, o esos años 80 en los que cambió el tablero de juego y llevó el rock español a los estadios. Pero es que durante los 90 y en el nuevo siglo, lejos de quedarse en una posición acomodaticia, perfiló su madurez, firmando discos de calidad, sin dar un paso atrás. Miguel siempre ha estado probando, a veces se ha equivocado –algo lógico en cualquier carrera tan extensa, o en la vida misma–, pero sus cuarenta y nueve años de profesión han abierto el camino, han trazado la ruta a seguir. Tanto que, me temo, incluso su retirada va a servir de ejemplo futuro.

Obviamente, la primera pregunta tiene que ver con ello: «Lo explico el domingo [la entrevista tuvo lugar el viernes 29 de octubre, dos días después se ponía a la venta el disco-libro «Bye, bye Ríos»] en el libro que sale con ‘El País’, pero la verdad es que ya que no pude dejar un bello cadáver, llevaba un tiempo intentando ver cómo dejar un buen recuerdo, porque sé que a partir de ahora va a haber un deterioro en mi físico biológicamente inevitable. Este oficio del rock and roll necesita mucha energía, y sé que para hacerlo con la dignidad que el público requiere tengo que estar muy fuerte. Sé que todavía lo estoy, así que terminaré esta gira, el año que viene, que la terminaremos a mediados o finales del verano, pero si me planteo hacer otro disco, otra gira, otro disco… eso son dos o tres años y es meterme en la setentena, y eso ya es demasiado. Otra razón para la retirada es que no soy instrumentista, porque el hecho de ser instrumentista es algo que alarga mucho la vida de los músicos, porque siempre tienes un instrumento en la mano y la creatividad también es mucho más completa, porque la creación parte de ti, no tienes que trabajar con tanta gente para hacer una canción, reunirte con gente, o que te den temas, o tú provocarlos con otros. Luego también está ese parapeto que te ofrece el instrumento, que no tengas que ocupar el tiempo del solo dando saltos [risas]. Hay muchas otras razones, ya las leerás, pero una de ellas es que el oficio no es lo que era, este oficio es para gente que empieza desde unos presupuestos totalmente diferentes, ver cómo la creatividad se concretiza y cómo eso se puede hacer llegar a la gente. En nuestro caso no es tan jodido, porque realmente ya tienes un nicho importante de gente que te sigue, pero también eso te lleva a repetirte, a la necesidad de cantar las canciones que la gente quiere oír, hay un cúmulo de cosas.»

Veo que lo tienes muy meditado.
Sí, no es una decisión que se tome a la ligera, llevo medio siglo con este oficio, y no puedes dejarlo de la noche a la mañana. Si hubiera sido cantautor, probablemente me hubiera tirado más tiempo en ello.

Comentas que no eres instrumentista, pero recuerdo que hace diez años, en una entrevista, me contaste que estabas yendo a clases de piano, ¿no avanzaron?

No, qué va, es acojonante. Estuve yendo a la Escuela de Música Creativa, y mi maestro, que ahora es el director de la escuela, me decía, «hombre, para divertirte y entender un poco la armonía, y ver cómo suceden las cosas, vale». Incluso en muchos de los temas que he hecho desde entonces a ahora, en los que he intervenido musicalmente, me han ayudado esas clases de piano, pero para estar encima del escenario y ser tú el que crea los sonidos y el que lleva una banda adelante, es un poco tarde. Me pasó también con la guitarra, siempre he estado intentando tocarla, pero cuando me ponía a tocar con los músicos de la banda, veía que ellos tocaban tan bien y yo tan mal… y eso de ponerte la guitarra, como mucha gente hace, para no tocarla, pues no. Además me quitaba posibilidades de expresión corporal. Hay muchas razones para retirarme, pero también el hecho de querer hacer otras cosas, querer escribir, querer estar viviendo en una ciudad donde no está el meollo de la cuestión, el meollo de la difusión, porque vivir en Granada también es aislarte un poco, y tengo ganas de estar ahí.

¿La retirada implica también el final de los discos?
Creo que es lo primero que implica.

¡Qué dices!
Sí, pero es que los discos ya no existen.

Malamente, pero existen, y se puede hacer discos por puro placer, sin pensar en presentarlos en directo.
Ya, pero te digo una cosa, hacer un disco es dificilísimo. Los discos han sido la excusa de salir a tocar, nunca han sido el objeto en sí mismo, eran la excusa para tener nuevo material y volver a salir a tocarlo. Y de esos discos cada vez salían menos canciones para el directo, porque desde el «Rock & Ríos» [1982], desde «El rock de una noche de verano» [1983], había menos canciones que podías tocar en directo ya que la gente, prácticamente, te exigía que siguieras tocando el material antiguo. De discos como «60 mp3» [2004], que son discos muy buenos, toco uno o dos temas. Además, el disco como objeto ha perdido su vigencia.

Es una putada que quieras dejar de grabar discos, porque con los años has ido alcanzado un nivel de madurez vocal muy importante, cantas realmente muy bien, muy bonito. Sí podrías plantearte en el futuro seguir grabando.
Es que, ya te digo, a mí hacer un disco me cuesta muchísimo trabajo. Porque no es como el caso de alguien que compone sus canciones y no necesita más colaboradores. Yo cuando me pongo a hacer un disco, parto de nada, y me digo «a ver de qué hablo ahora, porque este tema ya lo toqué en este lado». Es difícil, ahora mismo hay que ser más músico de lo que yo soy, y como vocalista, estoy de acuerdo contigo, canto mejor ahora, estoy más hecho, la voz tarda más tiempo en hacerse, si ves a los de clásica, es a partir de los 55 años cuando cogen el punto de madurez que hace que los tíos conozcan bien el repertorio y elijan bien. La voz es un elemento que tiene un larguísimo recorrido, Sinatra siguió cantando durante mucho tiempo bajando un poco la tonalidad de las canciones, porque pierdes un poco de registros por arriba, sin embargo ganas en profundidad. Pero ahora cantar bien tampoco es una carta de presentación, porque cantar bien ha perdido mucho prestigio, desde que existe el feísmo en la música cantar bien no tiene un gran prestigio, no es muy emocionante escuchar a un tipo cantar bien.

Por lo que comentas de las dificultades para tener repertorio, siempre te podrías marcar una serie de discos versionando los temas que te diera la gana, por puro placer y por puro sentimiento.
Claro, pero, ese tipo de consideración se ve muy bien desde fuera, pero desde dentro tiene matices, a mí me gustaría hacer versiones, pero es que el disco ahora mismo no tiene valor, ¿con qué compañía lo sacas? ¿Para vender seis mil? Lo que no te digo es que no vaya a cantar más, eso está claro, cantaré, pero cantaré en colaboración con otros, no me importará hacer un disco que sea para alguien, por solidaridad con una idea determinada. Ahora sale un disco para Médicos Sin Fronteras en el que canto con Lapido una versión del ‘Strawberry fields forever’ de los Beatles. O sea, que siempre te llaman para cantar, y ahí estaré, cantando, pero eso de hacer un disco de versiones como, por ejemplo, Rod Stewart… es que eso son discos para mercados donde los discos tienen sentido. Pero aquí no tienen sentido.

Hace unas semanas, entrevistando a Kiko Veneno, me decía que si el mercado español fuera normal, él ya tendría dos o tres discos de versiones…
Claro. Y él hizo ‘Memphis blues again’, que era brutal, absolutamente genial. Por cierto, que el disco nuevo de Kiko es cojonudo. Pero fíjate en la producción de Kiko, sólo ha hecho ocho o diez discos en todos estos años. Es una producción pírrica, nosotros hubo un tiempo en que teníamos que hacer un disco al año por contrato, yo me he tirado desde el año 69 hasta el año 91 haciendo un disco por año, obligado por un contrato, y los periodos en que no lo he hecho ha sido porque estaba cambiando de compañía. Son carreras muy diferentes, aparte de que Kiko tiene un talento… Es Juan Palomo, él se lo guisa y él se lo come. Cuando la big band [1998] hice algunas versiones, con el disco de Kurt Weill [1999] también, pero es que la época del almacenamiento ha matado el deseo de hacer discos para que la gente los tenga, porque sabes que les va a costar mucho trabajo llegar a ellos, es decir, ¿en qué circuito mueves un disco? Pero esto que digo no quiero que suene a desilusión, ¡para nada! ¡No quiero que suene a eso! Es realismo, es saber en dónde te mueves y que hay otras cosas en la vida que se pueden hacer. En el momento que tenga algo de mono, pasará alguien por Granada y me subiré a cantar con el que pase [risas].

Lo de poner el disco en directo, «Bye Bye Ríos», a la venta con «El País» imagino que es consecuencia de cómo está el mercado, es buscar una vía de comercialización distinta, ¿no?
Exacto. Primero porque eso te permite sacar un disco a un precio, digamos, fuera de mercado, a un precio que podríamos llamar más asequible y también porque con «El País» me venía muy bien para hacer la promoción de la gira en la medida en que yo quería hacerla, porque vender entradas hoy en día es muy difícil, y con unos socios como ellos en la carretera era interesante.

Ahora sale un CD, pero, ¿habrá DVD?
La verdad es que grabamos un DVD muy casero, porque el DVD tampoco tiene mucho sentido como elemento, los DVDs no se venden y los costes son altísimos. Llevamos siete u ocho cámaras e imagino que algunas de las canciones saldrán para apoyar.

En Granada hubo invitados, ¿habrá invitados en los demás conciertos?
En Valencia estará Carlos Goñi, que le pilla a mano, en Madrid sí van a venir algunos más: Ana Belén, Amaral, Carlos Tarque, también Jorge Salán, que toca muy bien, un tío cojonudo, Gold Lake, la banda de Lúa [Ríos, su hija], estará en alguno de los dos; Ariel Rot también va a venir, que no vino a Granada. La idea es que cuando se pueda, haya invitados, y cuando no se pueda, no.

¿La gira acaba en diciembre en Santander o vas a rodar por Latinoamérica?
En marzo tocaremos en Latinoamérica, y luego haremos Canarias, y el verano que viene haremos otros diez o quince bolos aquí, de ciudades que nos están pidiendo ir, pero terminaremos el año que viene para así cerrar el cincuenta aniversario.

¿Ha sido complicado seleccionar el repertorio para los conciertos?
Pues la verdad es que sí, un poco sí, por lo que te decía, primero porque hay canciones que quieres tocar de algunos discos que no han tenido tanta repercusión como querrías, también recuperar algunas canciones que quería cantar con gente, como por ejemplo ‘El río’, que la canto con Ana Belén, que es una canción que con Ana queda de miedo. Hemos intentado poner las máximas canciones que hemos podido que no estuvieran en el «Rock & Ríos», porque el «Rock & Ríos» es como un punto y aparte, es algo que invade toda mi carrera y son canciones demasiado conocidas, aunque no hemos podido evitar, evidentemente, poner algunas anteriores al «Rock & Ríos» pero que explotaron entonces, como ‘Santa Lucía’ o ‘El blues del autobús’, pero lo bueno que tiene el repertorio es que están muy representadas casi todas las épocas de mi carrera.

No sé si sabes que en Facebook se ha creado un grupo para que reúnas a la banda del «Rock & Ríos».

La verdad es que sí, me llegan muchas señales de eso. Pero fíjate, es que creo que la banda del «Rock & Ríos» es imposible de reunir, primero porque Paco Palacios ya no está, murió. Además creo que sería una prueba de un altísimo riesgo, porque no podríamos sonar igual, ha pasado mucho tiempo. Es una idea muy bonita, pero quimérica, porque, de verdad, no sonaríamos igual y a lo mejor le hacíamos un flaco favor al recuerdo de ese concierto. Además, las cosas pasan cuando pasan, suceden en un momento, y luego no tienen remedio, es posible que a Peter Frampton lo hundiera hacer un disco como aquel que hizo en directo, «Frampton comes alive!», porque fue un disco tan grande que le impidió seguir adelante. Yo si no hubiera tenido «El rock de una noche de verano» y no hubiera seguido rodando, probablemente el «Rock & Ríos» también podría haber sido mi cúspide y mi barranco. Pero eso son cosas que pasan, porque uno no sabe que va a hacer algo tan grande y tiene que arrastrar todas las cosas como vienen.

“El aplauso es muy agradable, tienes una especie de fijación narcótica con el aplauso que, realmente, te hace echarlo de menos. Es como si tuvieras la suerte de descubrir que todo el mundo está de acuerdo contigo, que todo el mundo te acepta, y eso es muy agradable”

¿Tiene algo de adictivo el escenario?
Sí, la verdad es que sí, pero más que el escenario, el aplauso. El aplauso es muy agradable, tienes una especie de fijación narcótica con el aplauso que, realmente, te hace echarlo de menos. Es como si tuvieras la suerte de descubrir que todo el mundo está de acuerdo contigo, que todo el mundo te acepta, y eso es muy agradable, seguramente es porque la gente que va a verte es la gente que te quiere. Si sales a la calle, habría un porcentaje de gente que diría «este tío es gilipollas, yo no tengo nada que ver con este tío». Pero como en un concierto se reúnen todos los que te quieren, permite una unanimidad muy grata. Y luego que, por lo menos a mí me ha pasado, es donde mejor me he sentido en mi vida. Como ser humano ahí arriba descubres tu máxima dimensión. Hay tíos que son muy buenos conduciendo un autobús, y otros que son muy buenos haciendo una casa, u otros en otros oficios, pero yo descubrí que donde siento que doy mi máxima dimensión como ser humano es en el escenario, saber que ahí estás de puta madre.

¿Lo descubriste temprano?
Sí, creo que desde el colegio.

¡¿Desde el colegio?!
Sí, a mí me sirvió mucho cantar en las celebraciones de fin de curso para darme cuenta de que la popularidad, en cierta forma, tiene unos tintes beneficiosos, que permite que si no has estudiado mucho una semana, digas «es que me he estado aprendiendo las canciones», te permite salidas, algunos trucos que, en cierta forma, te permiten escaquearte de la realidad, y lo descubrí muy pronto. Luego lo que pasa es que mantener eso es jodido, sobre todo por lo que hablamos, porque hay altibajos, momentos más dulces, haces discos que no sabes porqué calan y son escogidos inmediatamente por la gente y otros a los que les cuesta más trabajo caminar.

Siempre has estado diseñando conceptos de espectáculos para el directo, ¿ha quedado algún sueño anhelado en el tintero?
La verdad es que después del «Rock en el ruedo» [1985] no es que se me agotaran las ideas, pero se me agotaron los recursos. Sí, porque aquello fue carísimo y todo el esfuerzo que hicimos para lo que recibimos a cambio, no estuvo proporcionado. Hubo una especie de pequeña desilusión en cuanto a los resultados; fue inventarse el escenario dentro del ruedo, y aunque vino mucha gente y vendimos muchísimas entradas, era mucho más caro lo que costaba. Eso le ha pasado a mucha gente, montar conciertos multitudinarios y perder dinero, porque cuesta más montarlo. Luego, la verdad es que con la tele me he quitado ese gusanillo, lo mataba inventándome una serie de televisión, en Canal Sur he hecho un par de ellas, y esos conceptos los puedes llevar más fácilmente ahí. También pasa que todo se ha encarecido y es muy importante que el número de gente para el que vas a tocar pueda pagar el montaje, porque sino los empresarios no te contratan. Pero la verdad es que, en ese sentido, el primero que hice de todos, «La noche roja» [1978], fue muy revelador, porque teníamos muchas bandas y pudimos hacer un diseño en el que, mientras se cambiaba el escenario para la siguiente banda, la gente se entretuviera con cosas, el rayo láser y con algunas otras movidas que nos inventamos mientras le dábamos tiempo a los técnicos para que todo estuviera perfecto cuando se subiera otra vez el telón. Pero, claro, eso es muy limitado. Ahora los U2, la gente que puede hacer algo que tú puedas soñar hacer, están en otra dimensión, y sería absurdo estar inventando cosas.

¿Te gustan ese tipo de montajes, como los de U2, de dimensiones faraónicas?
Hombre, yo he intentado hacer eso en la medida en que podía, porque creo que en el rock no es sólo la canción, no es sólo el cantante, porque si vamos a hacer un concierto intimista acústico, lo importante, es precisamente, la desnudez, que no exista ningún tipo de elemento que distraiga al espectador de tu presencia, sobre todo del sonido, de lo que quieres contar con las canciones, todo eso son lenguajes que están diseñados para cada forma de presentación, pero sí, a mí me habría encantado hacer un concierto… de hecho, el «Rock en el ruedo» es la esencia de lo de U2 pero en pequeño, en plazas de toros. Y con la técnica del 85, que no veas cómo han cambiado los escenarios. Recuerdo que cuando montamos los «Conciertos de rock y amor» [1972], llevábamos una pantalla que teníamos que fabricarnos nosotros con plástico de doble ancho soldado con el calor de una plancha para poder hacer el bastidor, para tensar y poner la pantalla compramos unos soportes que eran antenas de radioaficionado, de esas que eran triangulares, pequeñitas, y llevábamos seis proyectores detrás, seis carruseles de diapositivas, y disparábamos manualmente, con un tío que iba dándole. Todo era muy artesanal, ahora eso es un sólo proyector y te hace todo lo que quieras.

Vayamos a los años 60, ¿fue muy duro que Hispavox te entendiera cuando tú querías hacer cosas diferentes?

Sí, fue una gran lucha, una pelea terrible. Y nunca lo conseguí, la verdad es que me tuve que ir, acabó el contrato un poco antes, porque me dieron la carta de libertad, es que era una pelea continua. Había un tándem ahí, que lo formaban Rafael Trabucchelli y Waldo de los Ríos, que en paz descansen, porque los dos han muerto, y ambos fueron grandes amigos, que tenían una idea muy determinada de cómo tenía que ser el sonido que ellos querían. Eran los productores y tú, realmente, eras un intérprete y llevaras la canción que llevaras tenía que sonar como ellos querían, aunque la canción fuera de otra índole. Lo único era que nos desquitábamos en los directos, el directo no tenía nada que ver con el disco, cantabas el single que estaba sonando en ese momento, en una versión lo más cercana, que era siempre imposible de igualar, porque se grababa con orquestas y grandes aparatos, y luego ibas y metías las canciones que querías, algo de los Stones, algo de las bandas del momento, y tus propias canciones más endurecidas. Pero, realmente, toda la época Hispavox fue muy dura, incluso con discos como «Memorias de un ser humano» [1974], que ese ya me costó hacerlo sin Rafael Trabucchelli, de espaldas a la compañía. Desde los «Conciertos de rock y amor», del 72, hasta finales del 74, yo estuve haciendo discos en los que en una canción o dos intervenía Trabucchelli, pero con muy mal ambiente y muy mal rollo.

Sin embargo, aquellas producciones de Hispavox, realizadas como en una factoría, hoy suenan de maravilla, y más comparadas con el pop comercial actual.
No, en ese sentido sí que estoy a favor del futuro, hoy es otro tipo de manera de hacer las cosas. Por supuesto que entonces se vendían muchos discos, aunque todavía el parque de tocadiscos era paupérrimo, pero de ‘El río’ se podían vender ciento cincuenta mil singles, y del ‘Himno a la alegría’ se vendieron millones de discos en todo el mundo, pero el mercado sí que permitía vender discos y tenías estudios grandes para poder meter una orquesta, digamos que los números salían. Había posibilidad de hacerlo, había industria. Claro, ahora todo eso está imitado con la electrónica, las canciones de entonces, que hubo canciones buenísimas, me acuerdo de Los Ángeles, de bandas que eran pop y que hacían canciones muy dignas, pero ese lenguaje ahora sería prácticamente imposible que alguien se lo creyera, aunque hay bandas, como Lori Meyers, que quieren hacer ese tipo de sonido. Pero es otro tiempo, la gente tiene que estar al tiempo que le ha tocado vivir.

¿Cero nostalgia por tu parte?
Cero, para nada. Además, eso lo he pensado, y desde que me estoy haciendo más mayor me reafirmo más en la idea de que la nostalgia es muy perniciosa para el ser humano, porque te impide contemplar el momento y sacarle partido, y por tanto tener alguna oportunidad de futuro. Eso pasó, y pasa, y está muy bien, pero es mejor analizarlo desde la memoria que desde la nostalgia y ver los altibajos y ver que, cuidado, aquello tampoco era todo jauja. Se tiene que hacer un ejercicio de militancia anti nostalgia para no caer en ella. Es como un opiáceo. Yo, habiéndomelo pasado de puta madre y habiendo aprendido en la carretera y en el estudio, no lo cambio por el concierto de mañana, en ningún momento, ahora llevo a los mejores músicos, gente que sabe más, que tiene más información, todo el mundo sabe más que esto es un oficio, pero, ¿qué pasa?, que como no eres eterno y no puedes quedarte como Peter Pan congelado en el tiempo, te vas y eso lo tendrá que disfrutar otra gente, algo que, además, está muy bien que suceda así. Prefiero oír un disco de Quique [González], con lo que está pasándole a Quique ahora, o escuchar el disco nuevo de Lapido, que canto con él también, es un tío que está haciendo canciones ahora. Evidentemente, el disco de M Clan es brutalmente bueno, y bebe de unas fuentes que no puedes ignorar, pero eso no quiere decir nostalgia de un tiempo pasado, es información. Coño, es como Almudena Grandes, que escribe como Galdós, pero no escribe de lo que escribía Galdós. Es decir, la información y la cultura de lo que hemos vivido está para que la uses, pero para contar tú una historia, no para revivir aquella historia.

Analizar tus años 70 es fantástico, es una búsqueda permanente, cada disco es distinto al anterior, cambias constantemente. Y aquello, evidentemente, no era lo mejor que uno podía hacer para que, en lo comercial, su carrera fuera adelante, ¿no?
Claro, como no le hacía caso a Rafael Trabucchelli… Rafael me decía, «te vas a meter una hostia con este disco, ¡ya verás!». Pero, ¿sabes qué pasaba?, que yo tampoco he sido muy ambicioso ni del éxito ni de la pasta, sin embargo sí era muy osado y tenía siempre las antenas muy abiertas para recibir información. Cuando hicimos «La huerta atómica» [1976] estábamos oyendo a Genesis y ese tipo de cosas. Y siempre, salvando las enormes distancias, estábamos intentándolo, si habían sacado un efecto y se habían comprado un Ecoplex para repetir tal cosa, nosotros comprábamos el Ecoplex y lo metíamos como podíamos. Los 70 sí tenían un sentido de investigación profunda, es la década en que todos los avances que hay en la electrónica al servicio del rock son usados de una forma natural. Ahí hay es donde los guitarristas pueden hacer acoples perfectos, antes los hacía Jimi Hendrix, a finales de los 60, pero se lo inventaba él yéndose al amplificador y haciendo el feedback allí, mientras que en los 70 hay uno que para que no tenga que irse el tío al amplificador, mete un pedal. Y luego, como tú muy bien sabes, porque te lo he dicho muchas veces, los músicos han sido siempre mis aliados, aparte de que no haya podido aprender la guitarra porque siempre había un Antonio García de Diego que tocaba de puta madre y me decía «no toques tú, que ya estoy yo». Siempre había tíos que eran creativísimos.

«La del ‘Rock & Ríos’ ha sido de las épocas que más he sufrido en mi vida porque íbamos a tocar, a lo mejor, a sitios donde podían entrar cinco mil personas y los tipos metían diez mil, unos encima de otros, era estar esperando siempre una catástrofe»


¿Estabas preparado para lo que pasó en los 80?

Sí, creo que sí.

¿Imaginabas que podía suceder?
Hombre, cuando hicimos el «Rock & Ríos» [1982] recuerdo que lo oyó un tío de la compañía, José Antonio Parejo, que era uno de los A&Rs de Polygram, lo oyó en mi casa y se puso blanco, se quedó absolutamente blanco, y lo vi. Era el primer tío que oyó el disco antes de llevarlo a la compañía. Y ya con el «Rocanrol bumerang» [1980] había pasado algo, entonces ya tocaba con gente muy buena, estaba Tato [Gómez], estaba Sergio Castillo, estaba Mario Argandoña, John Parsons, ya grabábamos algunos recordings en Alemania, o íbamos a Inglaterra. «Extraños en el escaparate» [1981] fue lo mismo, un disco ya con madurez. Y con «Rock & Ríos» pasó que fue la acumulación de «La noche roja», de toda esa época, y hubo una especie de remolino social y a ese disco le pasó que le pilló enmedio de la turbamulta y se convirtió en eso. Pero a la vez ha sido de las épocas que más he sufrido en mi vida porque íbamos a tocar, a lo mejor, a sitios donde podían entrar cinco mil personas y los tipos metían diez mil, unos encima de otros, era estar esperando siempre una catástrofe. No sabes lo desagradable que es cantar con la inseguridad de que ves que un tío se desmaya delante de ti. Fue acojonante porque, de pronto, sentías responsabilidad, aunque tú no tuvieras ninguna culpa, a ti te habían contratado, además con unos sueldos muy miserables para lo que se estaba generando, y veías que los empresarios que te contrataban era unos tipos desalmados que lo que querían era trincar la pasta y el público les importaba un pepino. Pero cuando pasó, pues sí, lo entendimos, y de hecho lo que recoge la siembra del «Rock & Ríos» es «El rock de una noche de verano» [1983], que sí es un concierto hecho con todo tipo de seguridades, como lo hacían los guiris, con las mismas exigencias, si veníamos a Valencia, íbamos al campo del Levante, teníamos a la policía en la puerta, te llevaba al sitio, te sacaba del sitio, los medios de la ciudad estaban al servicio de un evento que era importante.

¿Fue duro el aterrizaje tras el pico más alto de los 80?
No, porque a finales de los 80, hago uno de los mejores discos que he hecho en mi vida, que es el «Miguel Ríos» [1988], uno que hice con Antonio García de Diego como productor, es uno de mis mejores discos. Y tocaba en América de seguido, hacía bolos en siete u ocho países, y aquí siempre he tenido un público fiel. Digamos que quien me sustituye a mí en ese rollo es Mecano, que es algo tan lejano a mí, tan lejano a mi propuesta, que era decir «es que los tiros van por otro lado, no es que haya salido otro tío que cante como yo y ha tomado mi puesto». Luego viene Joaquín [Sabina], que, precisamente, se apoya más en el texto; antes hablábamos de que la voz no es realmente importante, que lo importante es la emoción, él es un ejemplo. Se va superponiendo gente que no es de mi cuerda estricta; claro, si salen M Clan y me barren, me hubiera suicidado, me hubiera cortado las venas [risas]; que si llegan a salir entonces y les pasa, hubieran tenido todo el derecho, porque no creo que haya nadie que cante mejor que Carlos [Tarque]. Se hubieran merecido tomar el testigo en ese mismo momento. Luego tuvimos éxitos comerciales gigantes como «El gusto es nuestro» [1996]. Digamos que nunca ha habido un síndrome de abstinencia del público, siempre ha habido gente que ha venido a verte, conciertos que han estado bien montados y durante el 93 hice la serie de Canal Sur, que fue un trabajo maravilloso, acojonante, de una dedicación absoluta, de reunir a toda la gente que era importante en Andalucía y meterlos dentro del concepto de un programa. No he tenido tiempo para asimilar si estaba perdiendo comba o no, y desde el principio he tenido altibajos. Luego hicimos lo de la big band [1998], que aunque era una cosa muy limitada, era un concierto «sold out» allí donde íbamos, y ese disco también funcionó muy bien. Ha sido entretenido [risas].

Siempre has mantenido una clara posición ideológica, pero, ¿en algún momento has pensado que hubieras estado mejor callado?
No, yo creo que por ser un tío popular, músico, artista, eso no significa que tengas que ir con una mordaza por la vida. Primero está la ideología, el concepto ideológico de la existencia y desde la tribuna en que yo me he movido creía que tenía la obligación de decirlo, y sino la obligación, sí el deseo o el gusto de hacerlo. Cuando te preguntan si te han utilizado o si te han desilusionado, hombre, la verdad es que siempre he querido ser utilizado, porque nunca he firmado un manifiesto que no supiera lo que quería decir y que no estuviera de acuerdo con el manifiesto. Esto me ha preocupado menos, porque no he hecho las cosas estudiando las consecuencias, ni para bien ni para mal, y tampoco he sentido un rechazo frontal por haber defendido una política determinada u otra, o que la gente me lo haya tomado en cuenta. Esto es como ser de un equipo de fútbol, tú eres de un equipo de fútbol, y otro es de otro. Podrás decir en un momento determinado «este cabrón es del Madrid, o este otro es del Barça», pero se queda en eso, en una anécdota.

¿Y ese tono despectivo que utiliza ahora la derecha, o sobre todo los medios de la derecha, para referirse a los actores, a los artistas que os implicáis, los titiriteros que os llaman?

Pero viniendo de ahí no te puede ofender, te ofendería ese tipo de cosas si le tuvieras respeto a quien lo dice, o si fuera gente ideológicamente consecuente, pero no lo son. Tienen un punto de vista, por supuesto respetable, y yo no les voy a llamar a ellos titiriteros ni nada de esto, pero no me importa, pueden decir lo que quieran, lo que me jodería mucho es que uno de mi cuerda, alguien a quien le tengo respeto, alguien a quien admiro me lo dijera, o que yo mismo, que tengo establecido un listón, una forma de comportamiento, una forma de entender la existencia, me traicionara, traicionara esa forma de comportamiento por alguna razón de índole que fuera, crematística o de interés, entonces creo que dormiría con más dificultades.

¿Uno guarda en la memoria un concierto inolvidable, de los muchos que ha dado?

Sí, uno no, muchos, muchos. Me acuerdo perfectamente de Barcelona fin de gira del 83, me acuerdo de la plaza del Zócalo en México DF, me acuerdo del «Rock & Ríos» en el pabellón de Madrid, el día de la grabación, lo recuerdo perfectamente, me acuerdo de muchos. Me acuerdo de los malos también, de un velódromo en Martorell, en el año setenta y poco, donde la gente no aplaudió ni una sola vez, nada, se quedaron así, miraban el escenario, era como si vieran algo increíble.

¿Y qué se hace en ese caso?
Gritarles, yo les gritaba: «¡¿qué coño os pasa?! ¡Joder!» Era muy belicoso yo en ese tiempo, tenía muchas dificultades. A partir de los «Conciertos de rock y amor» hay una especie de cambio de actitud, que yo lo noto. A veces ibas a pueblos muy remotos, donde la modernidad que podíamos representar nosotros en aquella época, ni siquiera había asomado la nariz. Entonces no lo comprendías, ahora con el tiempo comprendes que era como una prueba demasiado dura para alguien que de pronto ve aparecer a un tío de Granada con los pantalones estrechos y empieza a contonearse encima de un escenario, a tocarles canciones que han oído relativamente, alguna en la radio, y tú quieres que ellos se comporten como se comportan los tipos de Los Ángeles cuando van a un concierto de Iggy Pop, es que era pedir demasiado. Entonces no lo entendías, y muchas veces salías totalmente hecho polvo, o cuando te obligaban a tocar en salas en las que el techo era tan bajito hasta el punto que los amplificadores no los podías poner en alto y la gente que llegaba y se ponía a la altura del escenario chupaba el sonido y no se oía nada y, claro, decían, «¡no oímos!», y tenían razón. Siempre hay una justificación para las cosas, y por más que tú quieras estar evolucionado, o revolucionado, y vayas un poco por delante, pues es una putada, te ha tocado abrir un camino que luego ha llegado otro cinco conciertos después y ha dicho, «lo han entendido». Eso a mí me ha pasado mucho y creo que a mucha gente le pasará. Ahora está habiendo una vuelta con el rollo de la electrónica a compartir electrónica con acto en directo que, claro, a la gente le choca. El otro día estuve viendo a un artista y era como si la gente estuviera viendo teatro experimental. Disparaban unos sonidos, y unos tíos tocaban encima, eso ahora parece que en Estados Unidos es lo último en clubs pequeños, y dentro de cinco o diez meses esto lo habrán hecho treinta tíos y la gente sabrá cómo reaccionar. Los que estábamos viendo a Robert Fripp y a Brian Eno la primera vez que estuvieron tocando en Madrid, nos mirábamos continuamente, porque era tocar sobre un loop, Fripp hacía un sonido, Eno lo grababa, se lo largaba y el tipo tocaba sobre lo grabado antes, todo esto sucedía con una filmina en la que salía un caballo de una casa despavorido, la casa explotaba, aparecía otra vez el caballo… eso durante dos horas… y la gente lo que quería era oír ’21st century schizoid man’. Eso era demasiado experimental para el momento. Yo todavía me acuerdo de ese concierto, y Antonio García de Diego, que estaba a mi lado y además era un fan de Fripp, estaba alucinado, pero lo que recibía Antonio no lo recibía yo porque yo no era guitarrista.

A ver, pongamos que no conozco tu discografía, que no he escuchado nada, recomiéndame tus cinco mejores disco
s.
El directo de los «Conciertos de rock y amor» [1972], puede ser uno; «Memorias de un ser humano» [1974]; «Rock & Ríos» [1982], por supuesto; «La encrucijada» [1984] creo que también está muy bien; el que hice con Antonio [García de Diego], «Miguel Ríos» [1988];  y el de la big band [«Big Band Ríos], por lo exótico que era.

No sé si sabes que Rama Lama ha reeditado estos días toda la etapa de Hispavox en un triple que incluye temas inéditos de los «Conciertos de rock y amor».
¡No me digas! Me encanta lo que hace Rama Lama, el sello de [José Ramón] Pardo. Me parece encomiable el trabajo que hacen. Pero, por otro lado, coño, qué trabajo les cuesta decirte, «oye, vamos a hacer esto, óyelo y danos tu opinión». Es acojonante. Es que firmas un contrato…

…Y la obra deja de ser tuya.
¡Pero, totalmente! Es de una injusticia tan acojonante, tío, que de pronto, tú, que has estado haciendo… yo recuerdo cuando estaba escribiendo ‘Bienvenida Katherine’ [canción de «La huerta atómica», 1976], con Mariano Díaz, las emociones que sentíamos, decíamos, «¿lo van a entender?» Si iban a entender que pasáramos la voz por un Feizer, que retrasáramos las cintas para conseguir un efecto de voz grave… todo ese tipo de cosas, y decíamos, «igual no lo entienden, pero estamos disfrutando». Luego lo entregas y tú ya no tienes ningún derecho, le cambian la portada, le cambian el orden a las canciones… Es una indefensión tan acojonante, porque tú entregas una obra determinada, buena, mala, regular, ¡pero es esta, es la mía! Ya que sabemos que no podemos hacer nada y que eso está así, ¿qué trabajo cuesta decir, «oye, mira, que vamos a sacar tus discos y hemos encontrado en los sótanos de Hispavox esto»? Y está muy bien que exista Rama Lama, en ese sentido, ¡chapeu! Pero el desprecio que existe entre el generador de todo y el explotador de lo generado es increíble. Nunca lo he podido entender, porque siempre que he hecho algo con alguien, lo primero ha sido intentar que se entere, lo primero es enviarles los discos. Hubo una época que les dábamos las canciones a las editoriales y se llevaban la mitad de lo que generaba una canción por no hacer absolutamente nada, y eso es para toda la vida.

Sería inimaginable que la obra de un escritor no fuera suya.
Claro. Pero, bueno, hay gente que ha podido preservar. Viendo el otro día «No direction home», de Scorsese con Dylan, es acojonante ver el control de este tío. Sin embargo, los Byrds hacían canciones suyas y se vendían sus canciones primero. Yo nunca he firmado un contrato, salvo el segundo que firmé con Polygram, que fue después del «Rock & Ríos», donde yo haya dicho, «aquí ahora me la mamáis en do mayor», siempre ha sido por necesidad, siempre has ido por detrás, con aquello de «a ver si me sacas esto…» ¡Qué putada!

¿Guardas material inédito en algún cajón?
No, no, nosotros hacíamos las canciones que salían, si dejábamos opinar a las compañías, ahí palmabas. Pero ya te digo, nunca he sido un tío que tuviera veinte temas para escoger diez, siempre han ido las justas, y muchas veces incluso menos. ‘Nueva ola’, de «Rocanrol bumerang» [1980], por ejemplo, me estaba yendo para Alemania a grabar, que ya habíamos grabado las bases aquí y nos íbamos a meter recordings allí, y vinieron a casa Javier Vargas y Fernando Vázquez, que son lo que escribieron la canción, me la tocaron con una guitarra acústica, la grabé en una casete, me la llevé a Alemania y la metimos. Siempre han sido cosas de última hora.

¿Tampoco guardas audios de directos de diferentes épocas, por ejemplo de «La noche roja» [1978], que no salió nada?
No, porque sabes qué pasa, que normalmente el sonido que llevábamos era infame. Bueno, «La noche roja» la hicimos con buenos equipos, pero antes de «La noche roja», con «La huerta atómica» [1976], por ejemplo, que hicimos una gira con un diseño de escenario que me hizo aquí un artista valenciano que ya murió, Gorris, era increíble. Recuerdo que estábamos tocando en la sala Villarroel en Barcelona y había una explosión de la bomba atómica que hacíamos con un poco de pólvora, y en la Villarroel, que era la sala progresista donde iban a tocar Iceberg, la Companya Eléctrica Dharma, se fueron los plomos de la sala. Fíjate, tocábamos el disco entero, tratando de contar una historia y, vale, ponen los plomos de nuevo y le dices al público, «bueno, ha pasado esto, meteos de nuevo en la historia». Y pum, otra vez se va la luz [risas]. La gente se lo tomaba a coña, ya no podías contarle nada de aquella historia, era una cosa… Todo era muy naïf y, al mismo tiempo, altamente peligroso.

Pese a todo esto, en estos 49 años, ¿te lo has pasado bien?
Sí, sí. Yo creo que no pesan estas cosas que te estoy contando, quizás me lo he pasado bien, sobre todo, por ellas, porque eso te ha remitido siempre al sitio donde has estado, quien se crea aquí que es la hostia, no tiene más que rascarse un poquito y se dará cuenta que sí, que está muy bien, pero que todo es netamente mejorable.

¿Volverías a pasar por lo mismo?
Eso ya no creo [carcajadas].


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