Miguel Ríos: De Carabanchel a los grandes escenarios (La entrevista. Cuarta parte)

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Miguel RíosDe Carabanchel a los grandes escenarios(La entrevista. Cuarta parte)

Iniciando la recta final de la larga entrevista con Miguel Ríos, abordamos su estancia en la cárcel de Carabanchel, sus discos más radicales de mediados de los años 70 y el encuentro –y desencuentro– con la política de izquierdas. Para situar al lector ante algunas de las declaraciones de Miguel, recordemos que la conversación se grabó en diciembre de 1999, con José María Aznar presidiendo el gobierno español, el PSOE en la oposición y, entre otros asuntos, Augusto Pinochet detenido en Londres a instancias del juez Garzón.

Texto: DIEGO A. MANRIQUE y JUAN PUCHADES.

 

Hemos llegado a tu detención por drogas, tu encarcelamiento en Carabanchel. ¿Lo recuerdas como un drama o como un gaje más del oficio de pionero?
Fue un pringamiento, por fumar canutos, creo que estaban buscando dar un castigo ejemplar. El 72 era una época en la que teníamos mucho miedo, ibas al Picadilly y te decían: “He visto una lista y estás en ella”. Todo muy sórdido, tuve paranoias de romper la agenda siete u ocho veces, ese tipo de cosas. Estaban buscando evidencias contra mí y me pillaron. Me detuvieron en mi casa, en la calle Jazmín. Los tipos ligaron a una inglesa con costo, de eso me enteré después, y decidieron tenderme una trampa. En mi casa había un tipo que fumaba, en el segundo piso, un chavalillo. Un día me cuenta el portero, que tenía mucha gracia y además también fumaba, “Hay aquí una inglesa que ha venido buscando al vecino y tiene muy buen costo”. Así que se lo compré  y media hora después se presentó la policía. Me llevaron a la Dirección General de Seguridad y, lo habitual, uno de policía bueno y otro de malo que te quería dar dos hostias, y el bueno decía: “¡No, tío, no, que es una gloria nacional!” Que dónde había conseguido el costo, cuando ellos ya lo sabían: tenían fotos fumando con amigos, en Picadilly con gente de la noche… Ya habían caído Los Payos, fui el último de una movida larga, pero a mí fue al que sacaron en las portadas de las revistas.

ENTRE REJAS BLANDAS

¿Cómo fue tu estancia en la cárcel?

Estuve en el hospital penitenciario de Carabanchel. Con el tiempo lo recuerdo como otros recuerdan la mili —yo no la hice por ser hijo de viuda— ya que coincidí allí con Iván Zulueta, una maravilla, a él lo pillaron con ácido, estuvo más tiempo que yo. A mí me tuvieron 26 días. Era un paripé, te tenías que tomar una medicación. Te veía un médico, un psicólogo, y otro que hacía de comisario político.

¿Todo aquello para “desengancharte” de los porros?
Sí, una vez reconocido el mal —y rápidamente me di cuenta de que lo más conveniente era confesarlo, “sí, he obrado muy mal”—, te tenías que “desintoxicar”. Aquello era la locura: presos que se habían cortado la mano para ir al hospital; uno que se había tragado un grifo, que ya es difícil tragarse un grifo, para salir de la cárcel y tirarse unos días en el hospital, verdaderas barbaridades. Había la planta de etílicos, los borrachuzos, y otra de toxicomanías que era donde estaba yo. Los drogotas pasaban los vasos de vino por debajo de la mesa a los alcohólicos, existía ese cierto sentido de solidaridad.

¿Recibías visitas?
Claro, pero pocas. Venía mi hermano Paco, que intentó que mi madre no se enterara. Arrancaban las páginas de las revistas donde salía la noticia, teníamos una casa en Málaga, en la playa, aislada, y mis hermanas se la llevaron allí. En la cárcel no hice nada, si te tocaba alguna tarea le pagabas a algún otro preso para que te lo hiciera, algo que estaba muy bien visto, porque ya que tenías dinero era una forma de ayudar a otros. Me pasaba el día en el patio con el torso desnudo. Cuando salí vino Paco a recogerme a la cárcel y nos fuimos directamente a Málaga. A mi madre le habíamos mandado telegramas haciendo como que andaba por Alemania: “Mamá, aquí estoy triunfando”. Nunca había pasado un mes sin hablar con ella. Así que me ve en la terraza en pantalón corto y sin camisa, estaba morenísimo de arriba y las piernas muy blancas, me dice: “Qué raros son en Alemania, ¿no? ¿Así toma la gente el sol?” Intenta engañar a una madre…

¿Cuál fue la estrategia legal ante tu detención?
No hubo estrategia legal, no podías hacer nada.

¿Hispavox no reaccionó?
Para nada. Venían los socios de la panificadora que había montado; uno de ellos lloraba cuando venía a verme. Fueron los únicos que se movieron. Hispavox sólo se puso en contacto porque, cosa curiosa, aunque no podía decir nada sobre cómo publicaban mis discos, contractualmente yo tenía que autorizar la portada, y me la trajeron para que le diera el visto bueno.

¿Pero no hubo solidaridad?
No, en absoluto, a partir de ahí me veían como un apestado, la gente se apartaba cuando pasabas. Para quitarme eso de en medio me fui rápidamente a los Estados Unidos. Trabajo me costó después de esta movida volver a entrar.

ROCK Y CONCIENCIA

¿Los Conciertos de rock y amor son anteriores a la etapa de la cárcel?
Fueron en el invierno del año 72, y después me pillaron. Se celebraron en el Teatro Monumental y yo allí decía “que se enteren en la Puerta del Sol que estamos vivos”, y claro que se enteraron. Creo que fue una de las cosas con las que empecé a ganarme enemigos, debieron pensar que había llegado el momento de que pasara por la piedra.

Escuchados hoy, esos comentarios resultan de lo más chocantes: todo aquello de “los palmíferos”, “las neveras”…

Sí, “las neveras se tienen que dejar en el guardarropa”. En esa grabación aprendí mucho para posteriores discos en directo: por ejemplo, intentar controlar lo que hablas. Creo que tiene mucho que ver con un disco en directo de Johnny Rivers que tenía mucho parlamento, también está el hecho de que había que jalear a la gente para que se metieran en el ambiente. Ese juego, que he seguido durante mucho tiempo, de parecer que estás disgustado por el poco calor que te da la gente; aunque estén bramando, siempre pedirles un poco más. Un truco que aún se emplea para decir luego “muy bien, ahora habéis llegado al culmen”. Además era una época en la que se tenían que explicar muchas cosas, sobre todo alrededor del rock. Todavía era anecdótico cantar rock and roll en este país, estuvimos en media España con el espectáculo y cuando se enteraban de que era un show de rock and roll no nos dejaban hacerlo. Fue muy potente y avanzado para la época, con las proyecciones de diapositivas y todo aquello. Lo pasamos bien, estábamos haciendo la primera gira de rock en teatros que se hacía aquí, planteada como gira, no como una serie de bolos. También fue la primera vez que se grababa un concierto en directo de esas características. Personalmente, era como una celebración de mis diez años de profesional.

¿Cómo se asumía que, viniendo del rock and roll, estuvieras haciendo este tipo de shows pacifistas?
También había un set de rock clásico, exactamente el mismo que hacía este año con la big band. Además, tampoco estaba clara la frontera del rock, era un saco donde entraba todo, un poco como ahora. Y la banda que llevaba era muy buena, sonaba todo muy redondo, muy contundente: podíamos hacer desde “Abraham, Martin y John” al “Himno a la alegría”.

INDAGACIONES Y FRUSTRACIONES

Tras esta época te radicalizas y vienen tus discos más difíciles, empezando por Memorias de un ser humano, el último que grabaste para Hispavox.
Sí, había problemas con Hispavox. Precisamente por la dificultad de comunicación a raíz del éxito del “Himno a la alegría”, surge una controversia: yo tenía ganas de hacer un determinado tipo de material y ellos querían hacer otras cosas. Empecé a tener más conciencia, el viaje a Estados Unidos me sirvió para darme cuenta de que todo lo que estaba pasando alrededor de la música no era lo que se pensaba aquí y que lo que pasaba alrededor de la vida tampoco era lo que se nos contaba aquí. En Memorias de un ser humano, que creo era un buen trabajo, empieza a intervenir otra gente que ya no era Trabucchelli, grabo con gente con la que yo estaba más relacionado tipo Guzmán y Teddy Bautista. Pedí la carta de libertad, no me la quisieron dar y les grabé un single que era mi despedida de Hispavox, “La maraña”, un tema bellísimo, pero en tonos menores, muy triste. Se dieron cuenta de que iba en serio y finalmente me dejaron marchar.

Y desembarcas en Polydor, con La huerta atómica, de nuevo otro trabajo difícil.
Sí, mucho, me fui a vivir cerca de Torrejón y fue cuando preparé aquellas canciones, el disco más radical que he hecho.

¿En Polydor no alucinaron mucho cuando firmas con ellos y te descuelgas con ese disco?
Ese contrato lo firmo con Saúl Tagarro y voy de la mano de Julián Ruiz. Creo que Julián les dijo: “Grabad a este tío, que hará este disco pero seguro que luego vendrán cosas más razonables”.

Sí, pero lo siguiente no fue muy razonable: Al-Andalus.
Nada razonable, pero la verdad es que supieron esperar y luego hicimos Los viejos rockeros nunca mueren y todo volvió a funcionar bien.

Parecía una discográfica abierta a propuestas diferentes: grabaron a Pedro Ruy-Blas, en esa misma época.
Sí, a Pedro con Dolores cantando sin letras, como un instrumento más. Lo bueno de Polydor era que no tenía un director artístico, yo negociaba los discos con Saúl, el propio director de la compañía y era muy fácil engañarlo. Él creía que “La blanca oscuridad (Recuerdos de la Alhambra)” iba a ser otro “Himno a la alegría”, y nosotros escribimos aquella letra reivindicativa. Lo pasó fatal, en su mesa tenía una regla y la rompió mientras escuchaba las canciones.

¿Esos discos comercialmente funcionaron mal?
Sí, La huerta atómica no vendió prácticamente nada, Al-Andalus fue un poco mejor.

Pero ya habían aparecido Triana y el mensaje andalucista sería algo más comprensible.
No, Triana salió un año después, cuando hice la gira de La noche roja. Estaban Smash y algunas otras gentes que hacían que aquello fuera algo más digerible.

¿La noche roja, patrocinada por Red Box?
Sí, era una compañía de ropa vaquera que vino a mí a través de un amigo. A la gira le quisimos dar un poco de sino milenarista, de la época de Acuario. La base para toda la gira fuimos Triana, Salvador, Iceberg, Guadalquivir y yo, además de Mariscal Romero. En Madrid y Barcelona tocaron Tequila, Gay Mercader quería meterlos como fuera; en el Norte tocó Ñu, en Valencia Costablanca. En cada ciudad añadíamos a alguien del lugar, había que aguantar siete horas de concierto y en campos de fútbol. Fueron doce conciertos y todos de éxito.

AÑOS DE POLITIZACIÓN Y…

¿Ésta es la época en que apoyas al PCE?
Nunca milité, sólo canté en fiestas del PCE y el PSUC.

Pero tus declaraciones de aquellos años son muy combativas, ideología de izquierdas con un deje humanista que perduraba de los años hippies.
Sí, evidentemente. Yo sería lo que se ha dado en llamar un compañero de viaje. Pero mi mayor vinculación a la política llega en los ochenta, cuando grabo “Año 2000” y el PSOE, en 1982, lo adopta como lema de campaña: “Éste es el tiempo del cambio”.

Tu papel en esos años es el de rockero bisagra: vienes del pasado pero te mantienes como hombre de izquierdas.
Tengo la suerte de coger el rebufo de toda una situación social que me pilla en medio, la época de “Bienvenidos”, de Rock and Ríos, que, sinceramente, son algo más que una canción, más que un disco, más que un cantante. Pudo haberle ocurrido a otro.

No seas modesto: guste o no guste lo que haces, te has mantenido coherente, no te han pillado en renuncios. Por cierto, ¿eres de los que con el tiempo se han sentido estafados por el PSOE?
Estafado es una palabra dura, pero sí bastante desilusionado. Ten en cuenta que la pérdida de la virginidad política viene con ellos, y todo lo que pasa luego: el darte cuenta de que lo que tú creías que era de una forma se convierte en otra cosa. La inocencia política la perdí muy poco tiempo después, sobre todo porque lo que pensábamos que nunca se podría hacer desde la izquierda estaba sucediendo. En el 82 fui el responsable del montaje del mitin más multitudinario que se hizo nunca en Madrid, actuaron Víctor y Ana, Moustaki y mucha gente…

¿Estabas en el círculo de Felipe González?
Sí, tenía bastante relación, pero sobre todo con Javier Solana, como ministro de cultura.

¿Aún mantienes la relación?
Evidentemente, no. Él no mantiene relación conmigo.

¿Ni con Felipe?
No, pero fíjate que todavía me sigue emocionando ver a Felipe. Se trata de una persona con un poder de seducción alucinante.

Una seducción muy peligrosa y más en estos momentos.
Sí, totalmente. Después de las declaraciones sobre Pinochet… Eso es… A los seres humanos nos cuesta mucho cambiar el chip, yo soy muy poco mitómano y  entre los pocos mitos que he tenido está Felipe, y desmontarlo me cuesta mucho trabajo incluso cuando dice, desde mi punto de vista, barbaridades defendiendo lo indefendible, cuando adopta posturas con las que es muy difícil estar de acuerdo.

…Y UNA DECEPCIÓN LÚCIDA

Llama la atención que desde mediados de los 80, y de cara a la galería, has dejado de mostrar tus inquietudes políticas, ya no eres uno de los habituales que opinan sobre la situación del país. ¿Es una opción personal alejarte de la vida política y sólo hablar del trabajo?
Viene por lo que estamos hablando, por la desilusión tan tremenda que sufrí, el último acto político fue ayudar a Barranco a, en este caso, perder la alcaldía de Madrid. Juan Barranco me parece que todavía sigue manteniendo una actitud claramente socialista, aunque es difícil saber cómo alguien que conserva la integridad puede seguir rodeado de gente que la ha perdido, cómo se puede convivir con eso. Ésa fue mi última aparición, también porque ya hay mucha gente opinando. Además, qué vas a añadir o defender en una situación en la que todo está, sino pactado, sí sabido. Es muy difícil mantener una postura. Después de aquel subidón tan absolutamente maravilloso e impensable, aquellos momentos tan increíbles, caigo, no en la apatía, porque sigo muy interesado por la política, pero sí me doy cuenta de que se nos usa mucho, contamos mucho cuando la televisión está cerca. Por otro lado, te contamina demasiado: de alguna forma te haces responsable de los actos de la gente a la que apoyas.

¿Eres de los que cuando llegan elecciones no saben qué votar?

No, sigo pensando que lo peor es no votar. Puedo estar en desacuerdo con una u otra opción pero me parece un acto cívico importantísimo el ir a votar. El último esfuerzo que he hecho ha sido venirme desde México para votar, en una visita de tres días. Pasamos tantos años sin poder ni hablar de política que siento que debo hacerlo.

¿Te sientes cómodo con la actual realidad social y política española?
No. Primero, creo que se está llegando al vale todo por permanecer en la política y en ese sentido me da hasta un cierto reparo conocer a la gente que conozco y relacionarme con ellos. Notas que hay gente que se mantiene ahí como en una profesión. Luego, lo político cotidiano se ha convertido en algo demasiado protagonista; el arte, la música, la cultura, todo está en función de los avatares políticos y es, cuando menos, triste saber que tiene mucho más protagonismo cualquier decisión que tome un segunda fila de un partido que un acto cultural de primera magnitud. En los periódicos también pasa, está perdiendo peso la cultura frente a la “cultura política”.

Sí, y se convierten, de alguna manera, en la voz del amo de cada uno.
Totalmente, evidentemente. Hemos vivido una especie de primavera rosada realmente única durante un corto espacio de tiempo, pero estamos llegando a lo que ha sido siempre esto: la patronal impone la línea editorial a seguir. Al final sólo importan los intereses de la patronal, de ahí esas luchas mediáticas, que como las guerras santas sólo sirven para conseguir más espacio de poder, más dinero, más preponderancia en la sociedad. Se está viviendo en una sociedad donde el humanismo ha dejado de tener razón de ser, todo gira alrededor de unos valores que son probablemente los más bastardos que pueda haber. Todo gira alrededor de comprar y vender. Estos días, con la cumbre del comercio mundial, estamos viendo el más claro ejemplo: yo siempre defendí la globalización, “por fin vamos a dejarnos de pensamientos estrechos y vamos a sentirnos seres humanos”, y se plantea para vender más productos y ofrecer menos globalidad real, menos intercambio.

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