Mamá ha vuelto. Y sí, son nuestros Mamá

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«El tono del disco es limpio y transparente y las canciones emocionan. Sí, emocionan. No es un disco forzado, ni impuesto, ni desmerece en absoluto respecto a su pasado»

Mamá, el grupo que fue, aunque por poco tiempo y como mejor pudo. La leyenda del pop español de los años 80 ha regresado con nuevo disco, «La mejor canción». César Prieto nos introduce en los secretos de esta nueva obra del grupo madrileño.


Texto: CÉSAR PRIETO.


Sí. Definitivamente, Mamá ha vuelto. Los que fuimos fans hace treinta años –sí, treinta han pasado desde su comienzo– hacíamos malabares con el disco en las manos, aún sin desprecintar. Ni queríamos arriesgarnos a que se deshiciera el mito, ni queríamos dejar de escucharlo. ¿Qué habrá hecho Granados? ¿Solventará con maestría el peligro de un nuevo disco de su grupo? La respuesta estalla en la segunda escucha, ocupada la primera en hacerse una composición de lugar y en intentar conectar con algo que estaba desvanecido en la memoria. Y resulta que sí, indudablemente, son Mamá, nuestros Mamá.

Lo primero que temíamos son los arreglos, visto el desastre que organizó Luis Cobos en su segundo disco. Aunque, en contra de la opinión general, no encuentro que los arreglos de Juan Luis Izaguirre en el primero sean especialmente deplorables, simplemente un productor excelente se vio atrapado por la moda imperante en una época en que cada tres meses cambiaban las modas. Si te tocaba el periodo hortera, estabas perdido. Y aun así, consiguió no destrozar las canciones y que aguantaran bien el tirón del tiempo. En este caso optan por una producción atemporal, es decir inexistente, y dejan a las guitarras correr por su cuenta. Inteligente maniobra en un grupo del que siempre se ha alabado la crudeza de sus maquetas, su verdadero sonido.

mama-portada-15-10-09Ello hace que el tono de «La mejor canción» (Rock Indiana) sea limpio y transparente y las canciones emocionen. Sí, emocionan. No es un disco forzado, ni impuesto, ni desmerece en absoluto respecto a su pasado. Una continuación –para nosotros, que somos poco amigos de retornos y carreras prolongadas artificialmente– enormemente necesaria porque Mamá parecía haberse apagado antes de que llegara su final lógico. El tono de las canciones es el que cabía esperar en un grupo que hubiese evolucionado con dignidad si en estos treinta años hubiesen sacado una buena docena de discos y no sólo dos de estudio, un directo y una recopilación de maquetas. Una prueba objetiva: dos canciones de entre las doce fueron compuestas en 1984; pues no son, ni de lejos, lo mejor del disco. De ellas, ‘En el centro del vendaval’ aporta la dosis de nostalgia al incluir el solo de guitarra que Manolo Mené dejó preparado para la canción, impoluto, desde sus mismos dedos. Con esta inclusión y sin faltar ni uno, aparecen todos los que fueron componentes del grupo en un momento u otro. De hecho Mené, que murió de infarto en 2004, ha sido el punto de origen del disco: a su muerte el sentimiento de ligazón entre los miembros de Mamá se acrecentó y de aquí surgieron temas que relacionaron con el grupo.

Otra cuestión son las letras, éstas sí que remiten a otro mundo. Quizás sea inevitable. Ya en su época se advertía que Mamá eran unos lúcidos retratistas, unos hábiles gestores de ese costumbrismo adolescente tan cercano que casi rondaba el voyerismo. Pandillas de chicas, fiestas con enamoramientos urgentes, dolores del desamor que se creen interminables, cruces en el metro con la chica que te encendió y un paisaje reconocible en ese Madrid que parecía descubrirse nuevo cada día. Letras tan atentas al detalle, tan fijadas en lugares precisos que –algunas, sólo algunas– tenían una irresistible magia poética, casi bucólica. Muy lejos de la ñoñería que siempre se les ha achacado, sus letras hablaban con las palabras adecuadas de unos sentimientos tan válidos como cualquier otro.

Ahora ya no, esas estampas resultarían ahora falsas y ridículas y se han centrado en simbolismos e intimidad. Apenas aparece alguna «Puerta del Sol», algún «penúltimo bar». Así que todo pierde en inmediatez y colorido. Y el conjunto se resiente. Inevitable, ya digo.

Pero ¿cómo son esas canciones? Pues en su mayoría brillantes, Granados sabe todavía encajar las piezas para dar con la canción pop perfecta, aquella en la que todo parece formar parte de una indispensable excitación: las guitarras desmembradas que inician la canción sin brusquedad, el grupo que entra de golpe, los coros que pellizcan la voz de Granados, el estribillo burbujeante. ‘Botellas’, ‘Estoy seguro’ y ‘Hoy somos tres’ se acogen a esta dinámica ¿Destaca alguna? Sí, dos preciosidades. La primera, ‘Muñeca de reyes’, que en el segundo fraseo ya te hace saltar la lágrima, esas letras en segunda persona que Granados siempre borda, esa melodía llena de dulzura pero a la vez de fuerza, relaciones directas, vida. Uno de los clásicos de Mamá desde este momento.

La segunda el cambio de registro en ‘Tiovivo’. Un diez, Mamá no sólo se mantiene sino que se amplía a un sonido deudor de los cantautores intimistas de los setenta, de hecho este sonido roza los orígenes de Granados como músico, un origen en grupos de folk ácido de donde sacaría el costumbrismo que después aplicó al grupo. Aquí están Víctor y Diego, José y Manuel, CRAG. El ‘Carrusel’ de estos últimos no parece tan lejano, ni en melodía ni en imágenes. Pero, aparte de esto, se trata de una canción impresionante, vital y hermosa. Y desde aquí pasamos al cierre con el aire dylaniano –nada extraño, en directo ya versionaban ‘Like a Rolling Stone’– de ‘La mejor canción’.

Jugada impecable, pues. Una carrera brillante y fugaz, un par de discos complementarios, un líder que escoge carrera en solitario y una reunión años más tarde que nos deja un disco excepcional. Granados se ha convertido en uno más de la media docena de clásicos del pop en España.

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