Luz Casal: Entre los boleros y el rock

Autor:

Luz Casal
Sábado 27 febrero de 2010
CAEM, Salamanca


Texto: JOSEMI VALLE.


El sábado era un día que invitaba a atrincherarse en casa y no salir de esa hura de hormigón salvo emergencia. La ciclogénesis explosiva o bomba meteorológica anunciada por los brujos del tiempo para esa temible jornada estaba en su  punto más virulento cuando Luz Casal saltaba al acogedor escenario del Centro de Artes Escénicas y Musicales de Salamanca. En el exterior un viento huracanado, infatigable lluvia racheada, patrullas de bomberos hormigueando por las castigadas calles y el habitual abyecto frío mesetario rivalizaban con la suavidad y la calidez de los ancestrales boleros con los que Luz daba el pistoletazo de salida de su actuación. Si los partidos de baloncesto se subdividen en cuatro tiempos, los conciertos de esta gira de Luz también se trocean en cuatro grandes bloques. No gozan de descanso para la persuasiva publicidad como en el basket, pero son cuatro segmentos sonoros de idiosincrasia bien diferenciada. Cuatro tiempos que explican varias de las diferentes reencarnaciones o la orgullosa mutabilidad que los años le han otorgado a Luz.

El concierto arranca con un amplio set de canciones recogidas en su último disco, “La pasión”, el álbum con el que homenajea un estilo y una época. Después de presentar sus credenciales con los boleros ‘A dónde va nuestro amor’ y ‘Alma mía’, Luz justifica su propuesta con una innecesaria explicación: «con este disco ni soy más romántica ni menos… ¡yo qué sé!». Una sección de cuerda y otra de viento, un percusionista, más los músicos habituales, esta vez con dos guitarras, ofrecen un sonido fantástico y muy bien empastado. A Luz  se la ve como pez en el agua interpretando estos temas atemporales que levantan atestado de los amasijos de sentimientos que provoca la colisión de dos biografías, narrativas comunes de esa experiencia humana que aletea en torno a la plenitud y la herrumbre. Después de un buen ramillete de versiones clásicas (fantástica ‘Con mil desengaños’ y muy aplaudida ‘Una historia de amor’), Luz se adentra en el segundo tiempo, el de las baladas propias. Arranca con esa emancipación de la servidumbre de género que es la altiva y ligeramente acelerada en su interpretación ‘No me importa nada’, le sigue la sedosa y nostálgica ‘Entre mis recuerdos’ y  la optimista ‘Un nuevo día brillará’ (con participación coral del público). Las baladas continúan, pero ya con guitarras eléctricas, con dos temas plagados de distorsión, ‘Es por ti’ y ‘Besaré el suelo’, que se presenta intensa, feroz, convulsa, llena de desgarro. Es la anticipación del tercer tiempo del partido, el de la Luz rockera y con ganas de dar brincos.

Luz Casal está en muy buena forma, física y anímicamente. Desprende entusiasmo y se la ve con ganas de disfrutar. Desgranan una mejorada y ya vetusta ‘A cada paso que doy’, la canibalización de géneros que refulge en ‘Dame un beso’, ‘Plantado en mi cabeza’ en versión swing, la simpática y presentada en plan gracioso y banal ‘Rufino’, las potentes ‘Loca’ y ‘Un pedazo de cielo’. Todas las piezas han sido remozadas y se aderezan de metales, lo que les proporciona un toque exótico. En el inmediato bis recupera el bolero en lo que es el cuarto y último tiempo. Tiene el partido ganado y recurre a un as en la manga. Toca la celebérrima ‘Piensa en mí’. Todavía resuenan los aplausos cuando cae el telón con ‘No, no y no’, una invitación insistente a no creernos  todo lo que parece amor. Luz se despide con una conclusión: «Lo único importante es hacer buenas canciones, del tipo que sean. Que contengan algo que yo pueda transmitir. Que me permitan comunicar». Al salir del auditorio la ciclogénesis explosiva se ha desvanecido. Es como si Luz Casal la hubiese arrullado y adormecido con su voz.

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