“Love in the modern age”, de Josh Rouse

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DISCOS

“Podrá discutirse la mayor o menor brillantez de sus nuevas canciones, pero no podrá decirse que chirríen o descarrilen del sendero que se había marcado”

 

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Josh Rouse
“Love in the modern age”
YEP ROC/POPSTOCK!

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Al de Nebraska se le había quedado su carrera un tanto estancada durante los últimos años que estuvo residiendo en España. Así que la vuelta a su Nashville querido también asume una nueva estética, enlazando de pleno con el tránsito que otros muchos músicos norteamericanos que frecuentaban postulados folk pop y soft rock (Okkervil River, Bart Davenport, The Decemberists) han desvelado en las últimas semanas: ese ingreso en las ligas sintéticas que cobra ya visos de sarampión y que tanto espanta a algunos puristas, pero que bienvenido ha de ser si está resuelto con destreza y credibilidad. Y tanto en el caso de ellos como en el de Rouse, así es. Sintetizadores, alguna base electrónica y hasta un saxo (en el tema titular) reclaman primacía. Seguir viviendo de las brisas acústicas, por mucho que se hubieran abierto a las corrientes del Mediterráneo, entrañaba el riesgo de dejarle anclado en su zona de comodidad. Y en el más que solvente “The embers of time” (2015) ya había saldado cuentas con su propio pasado, con lo que se imponía un ligero cambio de rumbo.

Al final, más allá de la necesidad de pasar página, lo que importan son las buenas canciones. Que no se queden además en el epidérmico ejercicio de estilo y se incardinen con cierta naturalidad en el devenir del músico. En este “Love in the modern age” podrá discutirse la mayor o menor brillantez de sus nueve cortes – facturar discos como “1972” (2003) o “Nashville” (2005) es ponerse el listón demasiado alto –, pero no podrá decirse que chirríen o descarrilen del sendero que se había marcado en los once álbumes previos. Mención especial para ‘Tropic moon’, ‘Ordinary people, ordinary lives’, ‘Businessman’ o ‘There was a time’, que son de nota.

 

 

Anterior crítica de discos: “Un hombre rubio”, de Christina Rosenvinge.

 

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