Los Madison: Un vendaval

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«Vendaval’ es un disco pequeño pero valiente, clásico y hermoso, construido pieza a pieza como quien levanta un mecano a base de encajar tratados portátiles sobre la fatiga que provoca el desamor y el perfume ácido de las rosas quemadas, sobre el día después al tan puteado esplendor en la hierba»

El periodista y novelista Julio Valdeón Blanco –autor del imprescindible libro «American Madness. Bruce Springsteen y creación de ‘Darknes on the Edge of Town'»– se estrena en EFE EME hablándonos, desde Nueva York, de «Vendaval», el segundo disco de la banda madrileña Los Madison.


Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.


Abro el buzón y encuentro el nuevo disco de Los Madison. Me lo envía desde Barcelona Salva Trepat, su mánager, mi amigo. Fuera de casa el frío relincha como un caballo loco, pero tocaba pasear a los perros y nos jodemos. A lo que iba. El disco de Los Madison, «Vendaval», luego de sufrir los estertores del invierno neoyorkino, mordiscos de marrajo moribundo, torrecfacta por dentro. Trae una portada hermosa, de papeles arremolinados por la ventolera y una valla metálica que forra silencios con letras bien escritas, vestidas de sed, deudoras de mil grupos y sonidos previos, también originales. Acompaña al disco, en la web, un vídeo cálido, compenetrado con el alma de unas canciones con lluvia en los surcos surco y luz tornasolada, nocturna, gimiendo en cada verso.

Leo, también en la web, la nota promocional que le ha escrito el gran Javier Pérez de Albéniz. Javier es de los pocos cronistas no tarados por la hipoteca de turno o la línea editorial de tal o cual cabecera. Ha salido tarifado de no pocos medios en cuanto quisieron tocarle sus piezas, o sea, los huevos. Es uno de los tipos más y mejor informados de España en música (también en ornitología y linces y otros cien menesteres que dejo fuera por economizar). Si no se fían mucho de mí criterio, háganle caso. Explica Albéniz que Los Madison son deudores de supremos magos de la melodía, de songwriters de fuste, también de clásicos inmunes al óxido. Cita a Ramones, Clash o, claro, Antonio Vega, los dos primeros, más una influencia espiritual o modelo ético; el español, empero, todo un ejemplo del que empaparse con la guitarra y la voz, y lo hacen, lo bordan, conjugándolo con ecos de otro muerto ilustre y sus temas de radiante pesadumbre, quiero decir mi amado Enrique Urquijo.

Añadan a estas influencias el género Americana, o sea, folk-rock, country-rock, alt-country, etc., que últimamente no hace más que facturar propuestas gloriosas, entre la efervescencia de los nuevos y el alcohol reposado de los clásicos (The Duke & the King, The Low Anthem, Neko Case, Levon Helm, The Felice Brothers, Bill Callahan con o sin Smog, Calexico, M Ward, Bonnie «Prince» Billy, Kris Kristofferson, etc.). Del brebaje nace un poemario riquísimo, plenamente actual, que igual pincha en Tom Petty que en John Hiatt o Johnny Cash, pero que quedaría en mero recopilar mimbres, en seco academicismo, si no fuera por los textos hipnóticos de Txetxu Altube, por su voz elegante, forrada con seda y navajas, y su guitarra, por la exquisita propulsión que aportan Alfonso Adánez (batería y percusión) y Carlos Altube (bajo) y por el piano de Iñaqui Aranda. Añadan a la mezcla la producción de un veterano como José Nortes (Miguel Ríos, Quique González, Ariel Rot). El resultado enamora.

«Vendaval»: un disco pequeño pero valiente, clásico y hermoso, construido pieza a pieza como quien levanta un mecano a base de encajar tratados portátiles sobre la fatiga que provoca el desamor y el perfume ácido de las rosas quemadas, sobre el día después al tan puteado esplendor en la hierba. Con la ventana abierta y el Empire State, de color verde, al fondo, escucho ‘Si pierdo la cuenta’, ‘Testigo’, ‘Promesas’, ‘Soldados’, ‘Mi libertad’, ‘En manos del frío’… Un disco memorable viene a ser un socio ideal, un acto de amor u odio que golpea tu boca o te acuna en las noches más tristes, aquel que te levanta de un chute y canta a tus horas más sucias, o sea, «Vendaval”.

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