Loquillo en Las Ventas: Noche de guerra, justicia y placer

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«‘El mundo que conocimos’ eleva la temperatura corporal del vocalista, fiero, que se encara con el público al grito de “Madrid, ¡aquí me tienes!”

 

Una cita para la historia: con casi cuarenta años de carretera a sus espaldas, el Loco ofrece el mayor concierto de su carrera en Las Ventas. El momento para desplegar toda su artillería y recordar los hitos de una supervivencia en primera fila del rock español. Una crónica de Arancha Moreno.

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

 

Loquillo
Las Ventas, Madrid
24 de septiembre de 2016

 

“No habrá paz ni justicia si no hay placer”
Sabino Méndez, ‘Limousinas y estrellas’ (“Viento del este”, 2016)

 

«Y no estás tú, nena», pero anoche eras la única. Porque a las 22:00 del sábado 24 de septiembre había 15.000 personas esperando a Loquillo en Las Ventas. La noche se anunciaba histórica, el concierto más importante de toda su carrera, que va camino de las cuatro décadas. Las entradas volaron a primeros de julio y él lo tachó de “lógico”, pero ayer no era día de templanzas; ayer, hasta el Loco se dejó llevar. Nada de sonrisas escoradas, era imposible no sonreír con todo el rostro ante tal despliegue de canciones, de banda y de público. Y la euforia arrastró a Loquillo.

Ya saben cómo estaba la plaza: “abarrotá”. De gente de todas las edades, en su mayoría vestidos de negro, parte de la parroquia luciendo las camisetas de su jefe y algunos desplegando banderas de la etapa con los Trogloditas. La cerveza empezaba a adueñarse del tendido cuando el reloj marcó las diez y sonó el pasodoble ‘Suspiros de España’. Con una tensa tamborrada y capitaneados por el batería Laurent Castagnet, fueron apareciendo los músicos: Alfonso Alcalá al bajo, Igor Paskual, Josu García y Mario Cobo a las guitarras y Raúl Bernal a los teclados. Todos trajeados, el asturiano rompiendo el uniforme con una chaqueta marinera. Cerrando la corte, José María Sanz, de un riguroso negro y brindando un saludo torero al respetable.

Había muchas maneras de arrancar una cita de tal calibre, pero quien conoce a Loquillo sabe de su interés por darle protagonismo a cada nuevo disco, no sucumbir a la tentación de tirar de clásicos para ganarse al personal, así que comenzó con el tema que abre su último trabajo, ‘Salud y rock and roll’. Los recién publicados “Vientos del este” soplaron en Las Ventas en muchos momentos, capaces de competir con lo mejor de su repertorio en semejante ocasión. ‘Línea clara’ y ‘El mundo necesita hombres objeto’ fueron la antesala de ‘A tono bravo’, en la que el Loco se postula “contra esto y aquello” mientras da unos pasos de baile. Su filosofía desfila a lo largo del repertorio, que continúa con ‘Territorios libres’, ‘Arte y ensayo’ y ‘Planeta rock’, esta última introduciendo esa sonrisa sin medias tintas, exhibiendo la emoción en su rostro. La misma que se transpira en sus escuderos cuando le rodean sus tres guitarristas y el bajista, juntándose los cinco en primera fila.

 

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“La banda suena como nunca: potente, engrasada, con empaque, afilada, contundente, experta, versátil, soberbia… con una mezcla de talento y disfrute de tal magnitud que cualquiera querría en su gran noche”

 

Guitarras bien afiladas y precisos teclados aúpan otra novedad que apunta a clásico, ‘El mundo que conocimos’, un tema que eleva la temperatura corporal del vocalista, fiero, que se encara con el público al grito de “Madrid, ¡aquí me tienes!”. Tarda poco en aclarar el color de su traje -en ‘El hombre de negro’-, y en presentar una canción a la que le tiene muchas ganas, ‘Viaje al norte’, para la que aparece el único invitado de la noche: Robert Grima, del grupo barcelonés Los Negativos. Aunque la cita sea histórica, y se grabe en audio y vídeo con un despliegue técnico que incluye cámaras volando por encima de la plaza, no, no habrá más sorpresas en el escenario. Loquillo renuncia a tirar de agenda, estrellas y amigos, porque en esta ocasión no le hacen falta.

Los gritos enfervorecidos del público (“¡Loco!, ¡Loco!”) sirven como antesala al momento crooner, en el que separa el micrófono de su pie y pasea por el escenario cantando aquel tema que en su día compartió con Johnny Hallyday, ‘Cruzando el paraíso’. A ratos, calla para dejar cantar al graderío, sabedor de que las canciones compartidas suenan mucho mejor. Loquillo sabe acaparar el protagonismo, pero también regalárselo a los demás, como demuestra al presentar al recién llegado “Raúl Jean Paul”, como él le llama. El teclista, bastión hasta la fecha de José Ignacio Lapido entre otras cosas, se cuelga un acordeón de teclado y otorga una auténtica clase de rock and roll desde el instrumento más inesperado. El ambiente se caldea, y el Loco le mira y sonríe: está dentro, y está demostrando por qué forma parte de la “factoría Loquillo”. Todos en la banda tienen su momento para brillar, aunque no les haría falta, porque lo hacen todo el rato. La banda suena como nunca: potente, engrasada, con empaque, afilada, contundente, experta, versátil, soberbia… con una mezcla de talento y disfrute de tal magnitud que cualquiera querría en su gran noche.

Soplan los ‘Vientos del este’ antes de retirarse a descansar unos minutos, y dejar a los presente con ganas de un segundo asalto. Los micrófonos callados esperan su vuelta, el de Igor enfundado en su propia boa negra, pieza característica que volverá a lucir el gijonés al cuello cuando reaparece en escena. Algo ha cambiado, y no son solo los complementos: el repertorio se reanuda con ‘El rompeolas’ y la plaza entra en éxtasis. ¿Se puede encender una plaza con un medio tiempo, sin quemar guitarras ni gritar? Se puede. ‘Memoria de jóvenes airados’ continúa en la línea, con un plausible guitarreo final de Josu García acompañado por Igor Paskual. Cuando llega ‘Carne para Linda’, desaparecen las barreras y Loquillo, boa en el cuello, baja del escenario a pasear dando la mano a todos los que le acompañan en primera fila. Desde la grada, la celebración lleva a sacar más de una petaca y vertirla con energía en un vaso y en los propios labios. ‘La mataré’ es coreada de principio a fin, y ‘Ritmo del garaje’ nos anuncia lo que ya hemos comprobado: tenemos una banda de rock and roll, que se queda sola mientras el líder desaparece y les deja unos minutos de esparcimiento.

 

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¿Se puede encender una plaza con un medio tiempo, sin quemar guitarras ni gritar? Se puede.

El Loco regresa luciendo una chaqueta brillante, algunos se despojan de las suyas, Mario se coloca un lazo cuyo reflejo se percibe hasta las gradas e Igor se ha calado un gorro marinero. Afrontan el instrumental ‘Hawai 5.0’ seguido del agresivo tono de ‘Eres un rocker’, un set en el que el rock and roll se tiñe de años 50 para acometer ‘Chanel, cocaína y Don Perignon’, ‘Tatuados’ y la oscura y baja ‘El crujir de tus rodillas’, de Nu Niles. El contrabajo de Alfonso Alcalá sube hacia el cielo cual guitarra de rock, y cuando suena la versión actualizada de ‘Quiero un camión’, el desenfreno es total. Tanto, que Mario Cobo acabará subido encima del contrabajo mientras Alfonso toca casi de rodillas. Cierran el penúltimo bis con ‘Esto no es Hawai’, y mejor que no lo sea.

Rozando las dos horas de show, inician la traca final con dos temas del nuevo trabajo, la célebre ‘En el final de los días’ y la gloria de ‘Rusty’, seguidas del ‘Rock and roll actitud’ con el que el Loquillo, cuan largo es, ya baila sin ningún corsé. ‘Jim Dinamita’ precede a lo que en el setlist llaman FFF (‘Feo, fuerte y formal’), himno que deja los ánimos tan arriba como para romper un minuto la música y soltar algunas palabras: “No soy un tipo que habla mucho en los conciertos, siempre me ha parecido un coñazo. Muchos decís que vuestra vida es mejor gracias a nuestras canciones. Hoy nuestra vida es mejor gracias a vosotros”, confiesa, antes de lanzarse a ‘Las calles de Madrid’. Con ellas presenta a sus seis músicos, llegados cada uno de una ciudad distinta. Cierra anunciándose a sí mismo de esta forma: “Desde el Clot, un barcelonés que ama a esta ciudad”. El chillerío es tal que algunos no llegan a escuchar lo que sigue: “En esta banda sumamos, no restamos”.

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«Ha sido un viaje a toda velocidad, un recorrido por casi 40 años de canciones en los que el Loco, aglutinador de decenas de hits, no ha dejado nunca de conducir hacia delante»


La llegada de ‘Rock and roll star’ se celebra arriba y abajo, y Loquillo se enciende un cigarrillo, fuma y se toma una copa mientras contempla a su público
. El final está tan cerca que cuando asoman las primeras notas de ‘Cadillac solitario’, la plaza se rinde. Y es ahí, en esos versos escritos por Sabino Méndez en 1983, cuando se entiende que ha sido un viaje a toda velocidad, un recorrido por casi cuarenta años de canciones en los que el Loco, aglutinador de decenas de hits, no ha dejado nunca de conducir hacia delante. Bien puede permitirse parar a contemplar el paisaje y celebrar el final del camino allí, en la ladera del Tibidabo, amaneciendo borracho en el Cadillac bajo las palmeras. Y no, “no estás tú, nena”, grita con toda la rabia de la que es capaz. No estabas tú, nena, pero eso nos brindó un cierre épico.

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