Litto Nebbia: La teoría de la evolución (Primera parte)

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Litto NebbiaLa teoría de la evolución(Primera parte)

 

A Litto Nebbia siempre le preceden definiciones como leyenda, mito, pionero, fundador, histórico, padre del rock argentino, héroe, superviviente… Y es todo eso, cómo no. Sin Nebbia el rock cantado en nuestro idioma probablemente no sería el mismo. Pero lejos de haberse quedado anclado en un pasado de gloria, siempre ha mirado hacia delante, ha estado en constante evolución, creciendo como músico desprejuiciado. Acaba de finalizar la grabación de un disco en Madrid, y estos días está girando por diversas ciudades españolas. Aprovechamos para charlar con él en una entrevista que publicaremos en dos entregas.

 

Texto y foto: JUAN PUCHADES.


Surgió del rock de inspiración Beatle con Los Gatos Salvajes y Los Gatos, con los que escribió las primeras páginas del rock argentino. Pero Litto Nebbia nunca quiso quedarse mucho rato en el mismo sitio, no quería ser esclavo de un sonido, quería evolucionar, quería probar, quería investigar, quería ir a su aire… y así fue: Su larga carrera es una invitación para que el oyente inquieto disfrute descubriendo discos, composiciones, pasajes de una belleza conmovedora, de una musicalidad arrebatadora, siempre en constante evolución. Pero bien sea con la música brasileña de fondo, inspirado por el tango, coqueteando con el jazz, zambullido de lleno en la canción urbana, abriéndose al funk, interpretando a los Beatles, inspirado por el folcore o recreándose en el blues, Litto Nebbia siempre es Litto Nebbia, siempre imprime su sello personal a todo lo que toca. Un sello en el que el buen gusto, su voz y su pasión por la rítmica y la armonía lo son todo.
Acaba de grabar Soñando barcos, un disco realizado entre Buenos Aires y Madrid, producido por él y por Paco Ortega, en el que musica letras del salmantino Juan Mari Montes y, además, estos días está actuando por España, en citas ineludibles para amantes de la mejor música popular en nuestro idioma.
Hablar con él, en un restaurante madrileño, en la calle, en un par de taxis o en el estudio de Paco Ortega –donde el periodista, con los ojos y los oídos abiertos de par en par, es testigo de cómo se marca unas increíbles improvisaciones para un disco sólo a piano que va registrando en momentos sueltos– es un placer: A punto de cumplir 60 años, Litto Nebbia es todo vitalidad, alegría de vivir, buen humor. Humilde hasta el extremo, amable y sin hacer el menor caso a la leyenda que le precede, es un torrente verbal que vive el hoy, soñando canciones para mañana…

Ha sido llamativo que en los últimos años dieras forma a un grupo fijo para que te acompañara, La Luz. ¿Cómo se te ocurrió?
Después de haber tenido un grupo fuerte en la adolescencia como fueron Los Gatos, comencé a trabajar siempre con mi nombre y con distintas formaciones, tríos, cuartetos o quintetos. Siempre con un sistema laboral-creativo, si se le puede llamar así, que es el de un tipo que tiene formación de tener grupo; por cierto, que nunca he trabajado como el solista al que lo acompañan porque sí, pero siempre puse mi nombre delante del proyecto porque lo que hago exclusivamente es desarrollar una cantidad de ideas que tengo con las músicas, las letras, los arreglos… Y pensaba que era muy difícil, cada tanto, hacer un nuevo grupo con un nuevo nombre, porque sería como casarse y divorciarse todo el tiempo. El grupo es muy difícil, especialmente en las corrientes de los últimos diez o quince años, que todo el mundo quiere ser solista, hasta los managers son solistas. Todos son solistas. Es muy cómico eso. Entonces, yo digo, para qué me voy a meterme en problemas, pongo mi nombre como líder del proyecto y sí hago participar, porque siempre lo hago así, a músicos que les guste la música que hago y que me guste cómo toquen. Y ellos tienen su parte libre, porque mi música tiene mucha improvisación, además del arreglo básico. De esa manera armo un grupo. Bueno, me he transitado la vida después de los grupos de adolescencia con formaciones como, por ejemplo, un hermoso trío que tuve con dos grandes músicos de jazz, que siguen tocando, que son Jorge González y Néstor Astarita. Con esos tipos estuve cerca de siete años y grabamos álbumes lindos como Muerte en la catedral en el 73, Melopea, en el 74… Toda una serie de álbumes que están en esos seis años y pico, y que eran importantes para esa época porque yo venía en ese momento del rock argentino y era impensable que me juntara con tipos del jazz, porque la cosa de la ortodoxia que dividía a los géneros y a las generaciones era más encarnizada que hoy en día. No existían tantas fusiones, hoy lo han solucionado poniendo a todo lo que no se comprende el término World Music. En esa época te decían degenerado [risas]. Pero porque eran géneros que uno mezclaba y si no te entendían te decían “de-generado”, que no tenías género.

En La Luz sorprende que se haya sumado Ariel Minimal, que mantiene otras dos carreras paralelas: la suya solista y otra al frente del grupo Pez.
Primero, a nivel laboral, el trabajo de hacer la música que a uno le gusta, la música que uno quiere, nunca es tan grande para que llene un calendario como para que no puedas hacer otras dos o tres cosas. Justamente, la gente que no tiene tiempo para tocar más es la gente que trabaja a nivel comercial: tanto el que es el ídolo masivo millonario, como el que lo acompaña, que tiene que andar todo el día corriendo de acá para allá en largas giras. En cambio, el tipo que se dedica plenamente a hacer la música que crea, que ama, tiene tiempo para hacer un montón de proyectos paralelos porque todo funciona sincronizado, y no hay problema. Ariel Minimal es un músico de poco más de treinta años que tiene una banda muy hermosa que se llama Pez, que tiene su música personal pero que está dentro de la corriente del groove, del sonido que, con el estilo de cada uno, hemos hecho en los años 70. Es más, hay discos de Pez que tienen pasajes o momentos y sonidos que tienen que ver con esos discos que grabé en el 75, Muerte en la catedral o Melopea, de los que hablaba antes.

Pez es un grupo claramente heredero del espíritu del rock nacional, ¿no?
Claro, de Pescado Rabioso, de todo aquello. Con Ariel Minimal nos hemos conocido porque él me invitó para que cantara en un disco suyo, y yo, insólitamente, lo invité para que hiciera unos solos muy abluseados que hay en un momento de la obra que terminé y que dejó inconclusa Waldo de los Ríos [pianista, compositor, arreglador y director de orquesta argentino. Falleció en Madrid en 1977], Don Juan Tenorio. Escribí toda la obra, que dura dos horas y cuarto, y tiene una parte en la que hay un duelo impresionante entre Don Juan y su archienemigo, Don Luis. Ahí, en medio, donde está ese duelo con las espadas, aparece un solo muy blusero que lo hace Ariel Minimal.

¿Está inédita esa grabación?
Sí, es sobre la obra clásica de Zorrilla, musicalicé todo el libro, menos la primera parte, que la hizo Waldo de los Ríos. Algún día saldrá eso a la luz. Ahí nos conocimos. Yo tenía ganas de armar un grupo porque hacía tiempo que no armaba uno; un grupo, me refiero, que quedara estable. Todos los últimos años me los pasé grabando discos en los que yo toco más de media docena de instrumentos, y uso un par de músicos con los que después vamos en vivo. Y lo hice con mucho gusto, porque es una manera también, es una disciplina de querer tocar así, y de poder hacerlo. Pero dije, voy a armar un grupo, que hace tantos años que no lo hago, un grupo que sea para ensayar dos veces por semana, sacar el material, atender a una estética…

¿Ensayas con La Luz dos veces por semana?
Sí, cosa que no hacía desde hace diez o doce años. Yo toco en lugares en los que no ensayo, voy y toco. Lo cual es gratificante para mí como músico, pero tampoco quiero hacer sólo eso. Primero encontré al baterista, que es un fanático de Los Gatos tremendo.

Y con el que ya habías trabajado.
Sí, Daniel Colombres, que es uno de los grandes baterías del rock, del funky y del pop. Después, el gran bajista que tenía de compañero, César Franov, se fue a vivir a Mallorca y me dejó a su mejor alumno, que era muy jovencito, Federico Boaglio. Al mes de formar este trío nos vinimos a tocar a Madrid, a Calle 54. Con ellos tenía el trío, pero pensé en poner a un guitarrista, porque hacía tiempo que no ponía a uno: en los discos siempre tocaba yo la guitarra y el piano alternativamente. Porque la música que hago tiene mucha armonía y a veces me aburro de tener que pasarle a los guitarristas los acordes. Hay muchos guitarristas que lo único que quieren es hacer solos, y si quieren hacer solos, que se queden en su casa, ¡la música tiene que ser más completa! Encontré a Ariel con ganas, con entusiasmo y le dije “el sábado que viene, si quieres venir a mi casa, te traes la guitarra, comemos un asadito y tocamos algo para embromar”. Entonces, él viene y me dice, “no, mira, que yo no sé leer una nota de música”. “Ése nos es el problema, el problema es que tengas ganas de tocar, lo demás no importa”. Se vino y al mediodía ya armamos tres o cuatro cosas que parecían para un grupo.  Se empezó a crear un lenguaje común. Luego nos fuimos al estudio, los presenté al bajista, al baterista y a Ariel y ahí empezó esto y grabamos el primer disco, Danza del corazón [2005]. Y ahí comenzamos a tocar en vivo en muchos lados, con un promedio de 50 o 60 lugares en el año. Salimos mucho de gira, y hacíamos muchas improvisaciones, me compré tres guitarras más y entonces hay un solo de guitarra de Ariel y después toco yo, y luego viene el otro… y se armó una pelotera que… Es un grupo, ojo, con una estética y cuestiones medio jazzísticas y bluseras maduras, pero que tiene la impronta y el ánimo y la voluntad de un grupo adolescente que están sacando cosas. Eso creo que es lo que hace a la música viva.

Y ya lleváis tres años juntos.
Sí, terminando de grabar Danza del corazón apareció la posibilidad de hacer el disco que produje y arreglé de Andrés Calamaro [El Palacio de las Flores, 2006]. Y le dije a Andrés “me gustaría hacerlo con estos chavitos, que son mi grupo, porque van a estar integrados, va a ser como el mismo disco, el de todos”. Y paralelamente grabábamos El Blues uno [The blues, 2007] con el de Andrés. Y terminamos Blues uno y grabamos el Blues dos [The blues parte dos, 2007] y el Blues tres [que será en DVD y que todavía no se ha editado]…

 

LOS GÉNEROS, LA BÚSQUEDA

Siempre te has aproximado a muchos géneros pero desde tu propia visión: el género en el que trabajas es Litto Nebbia.
Claro, lo demás sería una copia. ¿Cómo haría otra cosa? ¿Haría un tema de los Beatles para ver si los supero a ellos? En realidad grabé los discos sobre los Beatles, los Beatles songbook [trilogía publicada entre 1999 y 2001] porque los adoré desde joven, salieron a mis quince años, imagínate, para mí, para cualquiera, eso fue un boom. Lo hago porque me sale del corazón y me gusta, me va a motivar mucho hacerlo, claro, pero no quiero que sea una ridiculez ni mostrarte cómo hago a los Beatles en el año 2000 mejor que ellos. Eso de sofisticar las obras clásicas me parece una cosa pretenciosa, yo hago este tipo de discos y mezcolanzas con otros géneros con una forma de tocar a la que llamo, justamente, “despretenciosa”. Es decir, no toco eso para que tú digas, “ah, qué rápido que toca, cuánto toca, dónde ha llegado”. No, no quiero llegar a ningún lado, es para tocar con sentimiento y tocar, sí, con un “touch” que diga “che, esto es una persona que conoce algo de la madurez que hubo en esto”. Porque si uno le tiene respeto a esa música y la quiere tanto, qué diablos quiere con esa música.

Tú tampoco fuiste el típico rockero influido sólo por los Beatles, desde el primer momento te gustaban los Beatles, pero también el jazz y el tango.
¡Sí! Tuve esa suerte. No te olvides que nací en el 48, y tuve la suerte de estar lúcido a los 10 años, en el 58, que fue el nacimiento de la bossa nova. Sin que yo tenga siquiera un disco de bossa nova, pero esos autores, la letra, la manera de pulsar la guitarra, la rítmica… todo eso me influyó mucho en el sentido del buen gusto y de lo que se puede hacer con algo que tiene que ver con el paisaje tuyo, no para hacer yo música brasileña. A los brasileros, en ese sentido, los adoro por esta naturalidad que tienen, son unos tipos que con tantos o más problemas que cualquier país latinoamericano en cuanto a analfabetismo, explosión demográfica y todo lo que sabemos, la música siempre está bien y va pasando el tiempo y salen nuevos y los nuevos conocen a los anteriores y llevan adelante al viejo y sale el nuevo y sale otro, y viene otro y otro… Eso es una cosa increíble que existe en Brasil, hay pocos lugares que pase lo mismo. Argentina, que también es un país muy musical, de cualquier manera es un lugar más de vacas, no de música.

¡¿Más de vacas?! Explícate…
Sí, claro. No de vacas por el bife [bistec] que comemos. Si tomas un taxi en Río, en San Pablo, y el taxista va escuchando la radio a todo lo que da –en un Wolskwagen en el que entran nada más que dos personas, y estás a riesgo de muerte a cada rato que va manejando [conduciendo]– y entonces dice, “esta ‘faisa’ de Chico Buarque en el nuevo disco no es la mejor, la mejor es la que está en el lado B”. Eso dice el taxista. Si tú te tomas el taxi en Argentina, el taxtista te dice “yo estoy haciendo esto acá porque yo antes era gerente y me sacaron de esto”… ¡Te habla de dinero! En Argentina, que es un país con gran nivel cultural y una historia musical increíble, especialmente en tango y folclore.

Y rock.
Bueno, Ok. Pero cualquiera que ha hecho algo ahí no tiene el reconocimiento y el conocimiento histórico de los brasileros.

Lo tiene Maradona.
Pero lo tiene por una vocación y por un trabajo que allí y en el mundo entero es mucho más popular que la música. ¿Por qué? Porque cuando tú ves un partido de fútbol no tienes que escuchar más que al comentarista y cuando escuchas música tienes que escuchar la música, y ya la hemos jodido.

Aun así Argentina es un país muy musical.
¡Sí, claro! Mira, para explicar mejor lo de las vacas: En el año 62 el gobierno brasileño se da cuenta que tiene a Vinicus de Moraes, Joao Gilberto, Elis Regina, Antonio Carlos Jobim… y dicen “¡cómo tenemos esto!”. Y los ponen en un barco, alquilan el Carnegie Hall y hacen aquella velada que se reconoce como el lanzamiento mundial de la bossa nova, que ahora es un éxito en todo el mundo¬. Pero, ¿quién lo apoyó? El gobierno. Esto es lo que quiero decir. Mientras Brasil hacía eso, el gobierno argentino, cual fuera en su momento, mandaba vacas al exterior, no mandaba a los músicos. Mandaba carne argentina. En ese sentido quise decir lo de la vaca. ¿Por qué no mandaron músicos? En fundamento, la mayoría de músicos que más conocidos son en el exterior, son los que se tuvieron que ir, empezando por Gardel, Piazzola, Lalo Schifrin, Gato Barbieri, la abuela de la señora [se refiere a Alex de Luca, su mujer, presente en la conversación], Libertad Lamarque. No hay resentimiento en esto, no, es lo que cada país tiene. En un país se ocupan más de una cosa y en otros menos.

Vuestro gobierno ha estado celebrando últimamente los 40 años del rock Nacional.
Está bien.

¿Quizás llega un poco tarde el reconocimiento?
No, yo no lo critico. Quiero decir, porque una música es más fácil de desarrollarse en un lugar y en otro lugar no. Con tantas cosas talentosas que reconocemos que hay en argentina, nunca hubo un apoyo para que se desarrolle como lo hubo en Brasil. De la misma manera, podemos tocar España.

Claro, los flamencos salieron por sus propios medios.

¿Cuál es el lanzamiento de los flamencos? ¡El aeropuerto! Claro, era “dame la guitarra y ponme unos pinchos de tortilla que nos vamos a Japón”. Pero todo esto no lo digo ni por mal ni por bien, y cada país habrá hecho alguna cosa mejor, y, por cierto, está bueno lo de las vacas en nuestro país, porque la carne es rica. Pero la música también está buena, ¿no? [Risas]

 

LOS ORÍGINES DE UN MOVIMIENTO

 

 

 

 

 

Tú que estuviste ahí desde el primer momento: ¿Fue tan mítico el nacimiento del rock argentino como algunos lo han narrado y como otros nos lo hemos creído?
Sí, bueno, como cualquier cosa que se cuente de cuatro o cinco décadas atrás tiene sus mitos… Casi siempre los mitos están recreados sobre algunas cosas que les convienen a algunas personas, son como intereses creados, ¿no? Creo que cuando hay mitos es cuando se levantan cosas que no son totalmente ciertas, y se especula con una ubicación, como diciendo yo ahora también te voy a contar una cosa más. Lo que pasó con el rock argentino es que fue algo que se dio de una manera natural y armonizó con lo que pasó en los años 66-67-68 en todo el mundo. Fíjate que coincidió con el Mayo Francés, con el Cinema Novo en Brasil, con el hippismo, con California, con Woodstock… Coincidió con todo eso, cada uno con su viva voz y, en Argentina, de pronto se armó un movimiento que fue una cosa tremenda y que tuvo que ver con mil cosas. Y puedes sumar a Jean-Luc Godard, que en el año 68 murió Che Guevara, Cortázar que estaba en Francia… Es interminable, inagotable, era una creatividad total, empieza el Nuevo Periodismo, empieza el desarrollo de la artesanía y empieza un concepto nuevo que tiene que ver, para esa generación, con que yo puedo vivir con algo que me gusta, yo no tengo que estar de camarero toda mi vida. Cuando pasó esto en Argentina nadie creía ni en las canciones, ni en la imagen que teníamos, por eso nos pasaba que nos perseguían de aquí para allá, que nos metían presos, que nos golpeaban… ¡Era un mierda todo! Luego, de golpe, vino este momento que yo lo llamo que armonizó porque ya no da más. Que se entienda con respeto, ojo. Es como cuando uno lee la revolución francesa, llega un momento que ya no daba más. No es que alguien dijo a la mañana en el desayuno vamos a planificar la revolución francesa, es que ya no daba más. A otro nivel, salvando las distancias, en Argentina, la música que se hacía era una porquería, el país estaba tomado por los militares… era una cagada todo, ¿qué se iba a hacer? Entonces salió algo que te daba una cierta esperanza y, zas, eso subió y se escapa de nuestras manos, ¿por qué? De golpe 250.000 mil discos [se refiere al éxito de “La balsa”, de su grupo, Los Gatos], y todos dicen qué lindo. Los padres les permiten a los hijos que escuchen eso. Cambia la sociedad inclusive en cuanto a los permisos de entrada al hogar. Bien. Una vez pasó esto empezaron a salir tipos a decir la historia fue así, comenzaron a historiarlo, algunos afortunadamente bien y otros, mal. Por supuesto que todos los lugares existieron y son lugares mito hoy en día.

¿Crees que lo que luego se conoció como el Rock Nacional, existe en la actualidad, como género?
Sí, existe. De la misma manera que existen en Inglaterra grupos jóvenes dedicados a la música psicodélica rememorando los 70 y música pop buena, de la misma manera que hay jazz en todo el mundo en todas las vertientes que quieras, lo que sucede es que en este multimedia que es el mundo hoy en día, no tienes un canal directo que te represente a ti, porque nosotros tenemos más de 80 canales en nuestro televisor, pero el dueño es el mismo y siempre pone lo que le gusta a él.

Bueno, no te quejes, peor lo tienen en Italia, que el dueño de todos los canales es el presidente del país.
[Risas] Claro. Pero esta cosa tan fagocitante, tan repugnante que le han metido a la gente en la cabeza que parece que para ser alguien tienes que ser rico, delgado y salir en televisión. Eso es una mierda, la vida no es así, carajo. Por ejemplo Pez, el grupo de Ariel Minimal, nos sirve de ejemplo, nadie conoce a Pez, nunca salieron en televisión, no hay ningún programa donde puedan ir… Hubo una vez un programa de cable que les hizo una entrevista… ¡Sin embargo tienen diez discos! Claro que después está el rebaño, la gente que se come todo, los que se comen que la vida tienen que ser así o asá, gente que tiene sus problemas, que están hipotecados… Pero que se jodan, ¿qué le vamos a hacer?

¿Tú te sigues considerando parte del rock?

Sí, claro. A mí lo que nunca me gustó es que te pongan una etiqueta, porque cuando te ponen la etiqueta es como que no te permiten que puedas hacer otra cosa. Y si haces otra cosa sale gente que no entiende nada de música que dice “ya no me gusta lo que está haciendo”. Y está bien, no entienden, pero te joden. No hables más, porque si dices “yo no entiendo nada de música pero lo tuyo no me gusta”, si no entiendes para qué me hablas, no me jodas. Ven y dime “no me gusta por esto y por esto y por esto”, y a lo mejor tienes razón, porque yo seguramente estoy equivocado en un montón de cosas. Todo es así, estamos viviendo con el arte, y en política también pasa así, una época de inflación de la palabra: todo el mundo opina de algo, todos cree saber cómo deberían manejarse los gobiernos, los poderes ejecutivos, las empresas, las leyes, las discográficas… ¡Estamos locos! Está mal todo eso, porque para mí el arte sigue siendo el arte. El arte depende de alguien con buen corazón que lo haga y de alguien con buen corazón que lo reciba y del buen gusto que puedan tener el uno y el otro. Eso es indestructible. Ahora, este sistema de medios de comunicación tan monopólicos universalmente trata de imponerte que esto es delgado, esto es gordo, esto es viejo, esto es nuevo, esto rojo, esto es verde… Ése es el problema.

 

LA INCOMPRENSIÓN

Los medios musicales de tu país durante bastante tiempo no entendían muy bien lo que hacías y o bien te castigaban ignorándote o te daban, pero con ganas.
Sí, así fue. Pero pasado el tiempo yo también he llegado a reconocer que uno para hacer esto que yo hago, que es moverte con libertad, te hace ser muy fuerte, muy duro con lo tuyo. Y yo he tenido una actitud muy fuerte. Pero, por favor, no ha sido una actitud, para nada, porque yo me haya creído un genio o algo así. Para nada. He tenido esa actitud porque el “medio ambiente” es complaciente. Lo que veo en la última década con la música es que los músicos son complacientes, los directores de las discográficas son complacientes, los periodistas son complacientes y el público es complaciente. Ya falta que la Luna sea complaciente. Es una locura. Cuando te pones un poco en la distancia y dices a mí no me interesa ir a tal lugar, el otro se pone mal y cree que tú eres un ogro y tú lo que quieres es seguir haciendo la música que haces, que con ella no jodes a nadie. Quieres hacer eso, nada más. Tuve una época larga en la que me dieron, pero no pasa nada porque las cosas que dijeron no las comprendieron ni ellos. Pero cuando ellos mismos han decretado que ha terminado esa época, también es absurdo, porque han dicho que “ahora no, ahora ya está bien” porque han hablado de mí tres o cuatro, suponte qué se yo, que han hablado Fito (Páez), Andrés (Calamaro)… ¿Pero cuál es el problema?

Quizás, en algún momento has despistado demasiado. Has hablado de libertad, pero hay que hablar de libertad creativa, de libertad industrial –la que te ha proporcionado Melopea, tu propio sello–, pero, a la vez, has buscado mucho, moviéndote desde patrones clásicos, rock, jazz, funk, tango, Brasil, folclore, música clásica… Has estado buscando la vanguardia pero completamente a tu aire, y sin ponerte en ningún momento la cazadora de cuero.
Claro, claro. Pero, imagínate, el que no entiende eso cree que abandoné el rock y al que le gusta la música clásica o el folclore cree que estoy invadiendo su terreno, son dos equivocaciones. Yo he escuchado una cantidad tremenda de equívocos con la música. Por ejemplo, yo conocí en el 69 a Milton Nascimento y a Tom Jobim, cuando conocí a estas gentes, volví a Argentina y hacía un año que me había comprado Pet sounds, de los Beach Boys y en todo lugar que podía, porque es mi manera de ser, decía ese disco es fantástico, Laura Nyro es extraordinaria, Milton Nascimento es genial… ¿Sabes lo que me decían músicos argentinos de mi generación en ese momento? “No, a los brasileros les falta polenta [fuerza], tocan blando. ¿Los Beach Boys? Son medio maricones”. Y ahora, todos esos discos de los que les hablé son influencias decisivas. ¿Cómo es esto? ¿Cómo es esta historia? En aquel momento, para protegerme y proteger mi música, que estaba estudiada e influida por este tipo de cosas, me tuve que hacer mi pequeño castillito, porque si no el medio te liquidaba. Imagínate esto de que tienes que ser número uno y a los 24 años y dos meses ya eres viejo. La música es otra cosa.

¿En qué momento te diste cuenta que no querías o no te importaba ser número uno y que querías buscar el camino de la libertad?
Tuve una iluminación cuando estuve con Los Gatos.

¿En serio?
Sí, sí, nunca me lo creí, te lo juro por mi madre. Siempre me pareció que eso era un peldaño muy bueno que yo había tenido la suerte de subir. Imagínate, a los 17 años con un grupo que es éxito en todos lados, pero que era el comienzo de algo que yo tenía que inaugurar y seguir. Creo que más que nada tenía consciencia por la composición, siempre respeté mucho el asunto de hacer las canciones, siempre me pareció que las canciones son, si uno compone como yo compongo, la crónica de tu vida personal y de lo que va pasando alrededor, después lo puedo hacer bien o mal, pero esa es la forma. Entonces, yo decía ¡qué me la voy a creer ahora! Con la cantidad de discos que vendimos, 32 discos de oro, todo el día en remises [coche de alquiler con conductor], en limusina y, claro, iba porque es cómodo, por qué voy a ir en metro si me dan una limusina. Pero no era que yo pensara esta va a ser a mi vida. Mi vida era otra cosa, era entrar en el entretejido de la música, que es esto que hago, que de pronto escribo una música de película, de pronto produzco a alguien, de pronto toco de invitado y hago sólo una cosita, después hago mis propios discos… Ésa es la pasión. No hay una sola cosa. Porque si no, la otra cosa a mí me suena como que la única pasión que hay en tu vida es que quieres ser famoso, y ser famoso no significa nada como profesión.

Aun así, después de Los Gatos tuviste un número uno con “Rosemary”.
Sí, pero eso se escapa. Luego hubo otras canciones que fueron éxito, como “Sólo se trata de vivir”, Ok, pero está bárbaro que eso te suceda porque se escapa de levantarte por la mañana y decir, “tengo que ser número uno”. Porque tiene que  ser tremendo para los artistas, con la vertiginosidad con que se mueve el mundo, que se levantan a la mañana y van al baño a afeitarse y se miran en el espejo y dicen “hoy tengo que ser número. ¿Cómo hago? Tengo que ser un hit”. Tiene que ser un embole [molesto] eso. ¿Sabes qué bárbaro es decir no tengo que ser nada y que la canción que has escrito la conozcan después?

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