Libros: «Tres crímenes rituales», de Marcel Jouhandeau

Autor:

«Su anhelo interior lo debatía entre su condición de homosexual católico y ataques místicos que lo llevaron a quemar toda su obra»

Marcel-Jouhandeau-13-05-14

Marcel Jouhandeau
«Tres crímenes rituales»
IMPEDIMENTE

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Marcel Jouhandeau tuvo una vida problemática y tranquila, no se puede decir que fuera aventurarse excesivamente estudiar en un seminario o ser secretario del ayuntamiento de Guéret, su ciudad; pero lo cierto es que su anhelo interior lo debatía entre su condición de homosexual católico y ataques místicos que lo llevaron a quemar toda su obra. En contacto con círculos de escritores de vanguardia –Max Jacob, Jean Coucteau y sobre todo Jean Genet, a quien sirvió de inspiración–, la obra que traemos a colación, sin embargo, solo roza tangencialmente cultivos surrealistas: el tema de la crueldad y de la oscuridad que hay en la realidad humana, en un tono cercano a ciertas escenas de Luis Buñuel.

Casi en formato de crónica periodística; más que relatos son anotaciones para desarrollar con prestancia narraciones aterradoras, con espíritu de tragedia griega; Jouhandeau comenta tres espeluznantes crímenes que fueron portada de los diarios de toda Francia en los años cincuenta del pasado siglo. El primero, el de Denise Labbé, fue un parricidio en el que una joven de Rennes mata a su hija porque su amante se lo había pedido como forma de purificar su amor, se convierte la trama en un estudio sobre el poder de la palabra, sobre el anudado entre deseo y comunicación. En el segundo, un prestigioso médico parisino utiliza a una conocida de la familia para que asesine a su mujer. Son casos plagados de anotaciones sobre el juicio, pequeñas tramas policiacas e indagaciones sobre qué parte de nuestro destino no nos pertenece; un libro brevísimo pero impecable.

El tercer crimen está escrito con pulso magistral, hasta llevar al lector casi hasta el mareo, la incomodidad. Un sacerdote, con algún hijo ya en su haber, mata a su última amante, apenas adolescente, cuando estaba embarazada de ocho meses. Es el interrogatorio del cura por parte del tribunal el que no se puede leer sin un estremecimiento; les aseguro que soy lector curtido, pero he tenido que cerrar el libro en ocasiones y respirar y volver a él tras unos minutos, recobradas las fuerzas. El sacerdote, tras el crimen y al volver a casa, charla animadamente con su otra amante.

Llega el autor francés a analizar con escalpelo una escena que imagina: el cura, al frente de la patrulla de búsqueda, ha descubierto los cadáveres e interactúan en él el místico y el hombre; es un sublime estudio literario, una reflexión sobre cómo se podría narrar la escena más aterradora que los propios hechos.    

Se señala en el epílogo que el objetivo de la literatura es el conocimiento del ser humano, y en ningún sitio se observa con tanta claridad como en esa sala de juicios en la que clama “hay algo en mí que no entiendo” y defiende hasta el desafío que ha cumplido con su ministerio, que ha dado la absolución a la ejecutada. Pero a la vez se horroriza cuando el tribunal le pregunta si pensó alguna vez en suicidarse: no le está permitido. Él es un sacerdote.

Anterior crítica de libros: “Fela Kuti. Espíritu Indómito”, de Sagrario Luna.

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