Libros: «Pistola y cuchillo», de Montero Glez

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«Esto no es una biografía de Camarón, que quede claro. Magistralmente el escritor madrileño se enreda en un episodio que da para una novela corta. Es, ni más ni menos, que el esplendor del momento en que el gaditano apuesta su vida al amaño de un gallo de pelea, su cura depende de las apuestas»

Montero Glez
«Pistola y cuchillo»
EL ALEPH


Texto: CÉSAR PRIETO.


La Venta de Vargas está encajonada hoy en día en un cruce de carreteras –en tiempos serían caminos– que representan la única entrada de San Fernando –la isla de León clásica, un país entre aguas– al continente. Lugar propicio para reposos y respiros en todos los que visitaban una de las almas del flamenco. Los que visitaban y los que vivían, claro está. Y éste es el centro neurálgico de la nueva narración de Montero González, el único espacio de un episodio que representa la depuración perfecta de la vida de Camarón de la Isla.

Atentos. Esto no es una biografía de Camarón, que quede claro. Magistralmente el escritor madrileño se enreda en un episodio que da para una novela corta. Es, ni más ni menos, que el esplendor del momento en que el gaditano apuesta su vida al amaño de un gallo de pelea, su cura depende de las apuestas. Pero continuamente se tienden hilos hacia el pasado y aparecen pequeñas escenas, momentos que conforman mejor que los datos objetivos la realidad de una vida.

También es cierto que el lenguaje pone de su parte. Montero González sabe encajar palabras en sensaciones y arrastrar un aire castizo y una sensualidad que se ofrece en las  pequeñas libaciones de los tres protagonistas y en palabras que parecen venir de sabidurías hondas y lejanas, que intentan explicar el flamenco no en lo que representa, sino en lo que vierte. En lo que es, definitivamente. Ahí encaja una escena impresionante: la última vez que Camarón se derrama en cantes, página 88 y siguientes, estudien eso. No hay mejor ejemplo de como el grito puede dejar de ser inefable y de como los diálogos sudan.

El tiempo también se hace elástico, una noche de perfil bajo en la  que alientan  pasados que parecen sueños. Al fin y al cabo no hay nada que no se dijera en ‘El perseguidor” de Cortazar, el cronista que intenta seguir los destellos del genio, estar atento al momento en que surge el impacto. Y atiende al mismo espíritu: el secreto del arte está en recordar hacia el mañana. Nunca se va a resolver, es cierto, pero por lo menos Montero González tira ganchos firmes para ver si en algún momento aparece, de verdad, el dolor.

Anterior entrega de libros: “22 escarabajos. Antología hispánica del cuento Beatle”

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