Libros: “Nunca llegaré a Santiago”, de Gregorio Morán

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Un libro de viajes al uso, como los de Cela –protagonista además de una curiosa situación en sus páginas– que recorre esta vía medieval. Quizás el último gran libro de viajes”

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Gregorio Morán
“Nunca llegaré a Santiago”
PEPITAS DE CALABAZA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

El Camino de Santiago es algo sagrado mucho más que religioso. Desde que Carlomagno atendió a una estrella que lo dirigía hacia el sur, hasta que se ha convertido en festivo tránsito vacacional, ha importado más el Imperio o los millones que dejan los turistas que otra cosa. Es más, tiene muy buena prensa. Por ello, el libro de Gregorio Morán que relata sus miserias tuvo problemas editoriales cuando apareció, allá por 1996, en Muchnik, y por ello los custodios de la heterodoxia hispana que son los riojanos Pepitas de Calabaza le quieren dar nuevo recorrido. Favor que nos hacen, no hay otro libro como este en la bibliografía jacobea.

Se trata de un libro de viajes al uso, como los de Cela –protagonista además de una curiosa situación en sus páginas– que recorre esta vía medieval. Quizás el último gran libro de viajes. Morán era a la sazón periodista de “La Vanguardia” –de ahí el carácter de reportaje o crónica en muchas de sus páginas– y se lleva con él a un ilustrador. Desde el más profundo ateísmo, van ahí a ver qué pasa en una época en la que apenas era transitado, los noventa en invierno. Y parece no gustarles nada de lo que ven, hasta el punto de rezongar, murmurar o farfullar continuamente maldiciones y quejas. Impresiona el contraste entre la apariencia lavada y moderna del país en esos años, y la sombría, casi negra, pintura de la Iglesia y del campo castellano, más que estancados o deprimidos, rabiosos e inanes.

El recorrido comienza en Roncesvalles y ahí la escena ya da idea del tono del resto del libro. En el albergue no abren hasta la hora de dormir, y les dicen que para acceder han de ir a rezar un rosario. Ellos van al bar a hincharse de orujo, hasta que les asalta la pregunta fundamental para volver: “¿Cuánto dura un rosario?”. A partir de este momento, una verdadera odisea, en la que las estaciones son los bares de pueblo, la penitencia buscar desesperadamente un lugar para desayunar y el castigo el partido de tenis que juegan con ellos enviándolos de un pueblo a otro: nadie quiere peregrinos en su albergue. Aunque les sobra humor y les fascina esta especie de intrageografía, llegan a pasarlo realmente mal, un travelling por un espacio tan cutre como genuino.

También hay episodios curiosos: en Nájera, buscando oxigenarse con retazos de ciudad, acaban en el garito de la música alta y las drogas, y en Burgos tienen una conversación de restaurante con lo más granado de la alta sociedad. Realmente su talante andariego acaba en León aunque de allí toman un autobús para concluir donde el camino definitivamente cierra: Finisterre; y ahí sí que la gente, la humildad, el esfuerzo, la amabilidad ponen alguna nota de esperanza. Porque en este, que como todos los libros de viaje es visión de la cotidianidad, se le da carpetazo al 98. Habla de que la España de guardias civiles y miradas hostiles que se encuentra, no es más que un residuo, un parque temático para cazadores y señoritos y observa simplemente una nueva –con su estilo irreverente y desinhibido– que ha de venir desde este fin del mundo. Ojalá nos llegue.

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